Testimonio
Testimonio
─Te asesiné, Poe.
Me negué a creerlo.
Levanté mi cuerpo de la banca y la enfrenté de pie con la certeza de que podría ver mi indignación incluso sin ver. Apreté la mandíbula e intenté parar las lágrimas, pero era incontrolable, más intenso de lo que había sentido nunca antes.
─¡Es mentira, Olivia! ¿Por qué dices mentiras?
Olivia suspiró. Era escalofriante cómo encontraba mis ojos en la oscuridad aún sin saber dónde me hallaba; tal como imaginé, centró la mirada una vez más en la mía, pero esta vez con un peso diferente que me hacía sentir acorralado por la verdad, por ella y la jaula que sentía a mi alrededor.
Olivia nunca me vería como nada más que un tal Poe al que asesinó. Ni siquiera en ese momento era capaz de darme consuelo con su falso afecto; al igual que un verdadero muerto, la vida la había hecho perder el sentimiento, la empatía, dejando una especie de cascarón vacío del que lastimosamente me enamoré. Odiaba sentir pena por mí, pero nunca dejaré de sentir lástima por aquel tipo tonto que se enamoró de semejante muerta en vida; una tipa sofocante, de locura provocativa y mirada seductora que me envolvió en ella con tanta fuerza que se vio involucrada como la única e innegable causante de mi muerte. Realmente esta no es la historia de romance de cómo intenté salvar a Olivia, la que fue ni nada más ni nada menos que el amor de mi vida, sino de cómo ella, mujer irresistible que adoraré por siempre, me llevó a la destrucción de la peor manera, como un cuchillo que se introdujo despacio, en silencio, en medio de mis costillas hasta dar el golpe definitivo a través del pico de un ave negra.
Recordaba haber visto a Olivia con el ave en el hombro; le hablaba en voz baja, quizá diciéndole «mátalo, mata a Poe».
─Te asesiné porque quería tu testimonio.
Solté una exclamación de saliva.
─¿Testimonio de qué?
─De la muerte.
Detuve el llanto al reaccionar. Destrozado, sin sentir nada más que dolor, conseguí hablarle a Olivia con la poca fuerza que me quedaba, el puro desconsuelo de mi alma en la boca de ambos, en nuestras manos y orejas enrojecidas.
─¿Cómo pudiste hacerme algo como esto, Olivia?
Ella se encogió de hombros con la misma calma con la que negaría el pan dulce que tanto odiaba. No podía dejar de pensar en que su expresión, su forma de hablar, su mirada, eran una gran extensión del enorme vacío de la muerte, muerte que yo había rozado peligrosamente hasta caer en ella.
─Necesito la historia real de cómo se siente morir, ¿qué hay después? ¿Qué se siente en carne propia, Poe? ¿Puedes decirme? Debe ser fascinante.
─¿Para tus novelas?
─Me conoces, Poe ─Dejaba bailar el lápiz entre sus dedos con cada vez más intensidad─. Sabes que soy de inspiración débil. Desde que escribí «Roma» no he podido escribir nada tan bueno. Necesitaba algo realmente impactante, que te robe el aliento cuando lo leas, que el público diga ¡wow! ¿Qué más impactante que darle una explicación real a la duda más grande del universo? ¿Qué hay después de la muerte?
Lo decía con una efusividad sacada del fondo de su corazón; sonreía de una mejilla a otra, una sonrisa tan grande que de seguro le dolía. La felicidad enfermiza que le hacía sentir el tema, su trabajo, la escritura, su pasión, le había soltado los tornillos de la cabeza. Ya no era Olivia. Era otra cosa. Una cosa horrenda que casi bailaba de alegría frente a mí en ese momento. No era la misma que al publicar «Roma», su primera historia, no tenía idea de que se haría popular; no, esa cosa me había asesinado para conseguir público y trascender en la historia al robarme esas historias acerca de la muerte.
Colocó el lápiz sobre el papel, con la sonrisa de par en par y las manos inquietas de regocijo. Me miraba instándome a relatar, como si de cierta forma yo estuviera obligado a hacerlo por ella, como si más que enamorado estuviera ciego y no supiera reconocer que se había convertido en un monstruo, una loca, una aberración.
─¿Qué se siente morir? ─dije, recibiendo un asentimiento emocionado de su parte─. No lo sé.
Olivia menguó su ánimo.
─¿Cómo que no sabes? ─interrogó, furibunda, apretando el lápiz con demasiada fuerza en el papel.
─Ni siquiera recuerdo haber muerto.
Ella frunció el ceño, electrocutada de una rabia de muerte que le impidió pensar cuando se colocó unos anteojos diferentes y me enfrentó con las maneras más alocadas que vi nunca en ella.
─¡O me dices o…!
─¿O qué? Ya estoy muerto.
─Puedo hacerte tantas cosas incluso muerto, Poe. ¿Quieres tentarme?
Aburrimiento. Me sentí tan vacío que sólo concluí una cosa: aburrimiento. El dolor había dejado un cansancio embriagador, como si mis emociones flotaran en una enorme nube de debilidad. El sentimiento irracional de aplacar a Olivia con un abrazo desapareció tan rápido como me di cuenta de que en realidad ni siquiera podía tocarla porque estaba muerto por su culpa.
─No recuerdo cómo morí ─aseveré una vez más─. Ni siquiera sabía que estaba muerto hasta hace unas horas atrás. Pero, si me toca describir esto, te diría que me siento vacío. No sé quién soy. Mi nombre es Poe. Nada más. He quedado resumido a un fantasma sin identidad que se llama Poe. Esto no es la muerte, es el regreso innecesario y prohibido del alma. Cuando regresé sólo había una cosa: Olivia. Sabía que debía encontrarte y salvarte, porque lo único que recuerdo de mi vida es haberte amado como un loco. Eso es todo. Cómo morí, qué se sintió, qué hubo después: no sé nada de eso.
Mi voz se rompió en mil pedazos.
─Sólo sabía que mi vida tenía un sentido, y que ese sentido eras tú. Y resulta que ahora eres también el sentido de mi muerte. No lo sé, pero es horrorosamente bello, ¿no lo crees?
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