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Secretos y promesas

Ya hablé mucho en el aviso, así que lean. Bastian en el multimedia ;)

Capítulo VI: Secretos y promesas

— ¿Cómo es posible, Humphrey?

El aludido sólo presionó los labios en un rictus como única muestra de su incomodidad por el reclamo. Jasmine soltó un suspiro, mirando a Theo de soslayo y éste se encogió de hombros en un gesto muy poco ducal por su parte. A decir verdad, él parecía tan o más confuso que ella al respecto de lo que estaba ocurriendo.

— ¿Han buscado por toda la casa? —insistió su hermano, cruzándose de brazos. El mayordomo no perdió la compostura al devolverle el escrutinio, aunque en su frente se evidenciaban unas gotas de sudor que antes no habían estado.

A Jasmine le agradaba Humphrey y por supuesto que no le gustaba ponerlo en ningún tipo de aprietos, era el mayordomo ideal y le había sorprendido gratamente encontrarlo como el encargado de Eythorne House a su llegada. Era uno de los pocos sirvientes originales que tenía la casa, pues la mayoría había abandonado el lugar incluso antes de que el cuerpo del viejo conde se enfriara. Sabía que era leal y por ese motivo no comprendía a qué se debía su reticencia a darles la información que precisaban.

—Hemos registrado toda la casa, excelencia —respondió Humphrey, estoico, para luego volverse hacia ella—. Le pido disculpas, mi lady.

Él parecía verdaderamente apenado, pero ella no estaba lista para darse por vencida.

—No importa, Humphrey. No voy a permitir que una tontería arruine mis planes. —Le sonrió al mayordomo, aunque éste no le correspondió el gesto ni mucho menos. Claro que no, un buen mayordomo no sonreía jamás y Humphrey se enorgullecía de mantener su temple ante cualquier muestra de afecto que podría venir de sus patrones—. Theo, ¿cómo podremos abrir esa puerta sin las llaves?

Su hermano elevó ambas cejas, definitivamente tomado con la guardia baja. Se aclaró la garganta y luego la miró sin tener la menor idea de qué responder. Theo nunca se había encargado de ese tipo de detalles nimios, sería muy mal visto que un duque fuera comprobando las cerraduras de su propia casa. Pero él tenía el dinero para darse el lujo de delegar esas tareas, ella no.

— ¿Cómo esperas que yo lo sepa, Jasmine?

Ella sonrió, apretándole cariñosamente un hombro y Humphrey carraspeó ganándose la atención de ambos.

—Si me permite la sugerencia, señora, conozco un herrero en el pueblo que podría abrir la puerta. —Jasmine asintió a modo de agradecimiento, sabía que cuando una puerta se cerraba Dios hacía nacer un herrero. No todo estaba perdido.

—Eso es estupendo, manda a alguien al pueblo en busca del herrero y yo hablaré con el techador.

—Yo hablaré con el techador —masculló Theo, dándole una acalladora mirada. Jasmine rodó los ojos pero decidió no comenzar otra discusión, su hermano no entendía que ella había hablado con esos hombres desde antes que él dejara la sala de juegos. Estaba habituada a discutir los temas de su casa y nunca había necesitado que ningún hombre hablara en su nombre, pero Theo estaba convencido que ella debía ser tratada como una delicada flor. Y dado que él ponía el dinero, Jasmine no pensaba quejarse al respecto.

— ¿Sabes lo que tienes que discutir con él?

—Creo que soy capaz de hacer que un hombre realice su trabajo, Jasmine. —Sus ojos se movieron sutilmente hacia Humphrey, evidentemente poco cómodo con debatir esos asuntos frente al servicio—. Sólo asegúrate de que abran esta puerta antes de que nos alcance una verdadera tormenta.

Dos noches atrás habían tenido la primera muestra de lo que serían las típicas tormentas otoñales de Dover y para desgracia de todos los residentes de la mansión, también habían descubierto que el techo de la planta superior no parecía preparado para lidiar con otro maltrato del inclemente clima. Por lo que todos sabían que no había tiempo que perder, debían arreglar el problema de filtraciones antes que el agua acabara con las habitaciones que ella había remodelado con tanto esmero. Jasmine no permitiría que una puerta cerrada arruinara su casa.

En cuanto Theo se marchó a hacer su encargo, ella se volvió hacia Humphrey que por primera vez se mostró cauteloso y quizá esquivo con su mirada.

—Mi lady... —comenzó a decir, para luego tirar de los puños de su impecable chaqueta y enderezar la espalda—. Tal vez quiera comentar sus planes con lord Hastings.

Jasmine no pudo más que sorprenderse por esa inusual sugerencia, después de todo Humphrey le había ayudado a cambiar cientos de cosas en esa casa, ¿desde cuándo tenía reparos por lo que Bastian podría llegar a querer? Estaban hablando de la puerta de un antiguo y mohoso ático, no de las habitaciones del conde.

—No veo por qué al conde le pueda llegar a importar —espetó, dándole una intrigada mirada. El mayordomo sólo asintió dando a entender que no iba a agregar nada más sobre aquel tema. Había dicho lo que tenía que decir, evidentemente—. ¿Hay algún motivo para mencionárselo?

Humphrey volvió el rostro lo suficiente como para mirar la puerta de la discordia y luego la enfrentó.

—El conde ha mandado a cerrar esta puerta hace muchos años, mi lady.

— ¿Por qué Bastian haría eso? —inquirió sin poder evitarlo.

—No, mi lady, me refiero al viejo conde.

—Pues el viejo conde ya no está aquí —le apuntó, esperando que eso alivianara un tanto sus dudas sobre llevar a cabo la tarea—. Y yo necesito abrir esa puerta.

—Así se hará entonces, mi lady. —Tras ejecutar una firme reverencia, Humphrey salió del apretado pasillo que guiaba a la puerta del ático y la dejó allí sola.

Jasmine permaneció un segundo de más observando las cadenas que habían colocado con el objetivo de mantener a todo intruso fuera, no sólo le habían echado llave a la puerta sino que la habían asegurado con tanta cosa encontraron para trancarla. ¿Por qué? Ella no podía comprenderlo, ¿qué podría haber ocultado el viejo conde en un sucio ático? ¿Y por qué después de tanto tiempo su empleado aún se mostraba reticente a desobedecer aquella antigua orden?

***

—Presta atención, Junior, recibirás tu primera lección de piano. —Bastian tenía al niño sentado sobre su regazo, pero éste apenas si podía sostenerse firme por su cuenta. En cada ocasión que él se distraía el pequeño granuja estiraba sus inquietas manos y golpeaba las teclas con malicia, sacándole sonidos muy poco musicales al instrumento y a la boca de su padre—. Muchacho deja el trasero quieto, no hay quien te pueda enseñar nada así.

La suave risilla que le llegó desde atrás, le hizo recordar que no estaban solos. Jasmine le había dado permiso de tener al niño unas horas por las tardes, siempre y cuando estuvieran bajo la vigilancia de alguien. Al menos Bastian había conseguido que ese alguien fuese la bonita Nancy, la cual parecía pasárselo bastante bien en su compañía.

—Milord no creo que él comprenda lo que intenta explicarle.

Batian se volteó para observarla un instante.

—Nancy un hombre, tenga la edad que tenga, debe saber cómo usar sus manos. —Tomando la manecita del niño, la colocó sobre una tecla y lo hizo tocar con él a modo de ilustrar sus palabras. La chica se acercó para observarlos a menor distancia y él le obsequió un guiño pícaro—. Un piano no es muy distinto a una mujer —continuó, liberando al niño para terminar de tocar por su cuenta. Sus dedos se deslizaron con soltura sobre las teclas, hasta alcanzar el sonido más agudo y finalizar con un repiqueteo veloz—. Cuando se sabe acariciar una tecla, se sabe acariciar todo. —Y con dos golpecitos más cerró la melodía, dándole una mirada cargada de significado a la chica.

Nancy no lo decepcionó pues un enorme sonrojo trepó por sus pálidas mejillas, al tiempo que le sonreía con timidez y un leve rastro de deseo. Bastian supo entonces que no le costaría ningún esfuerzo conseguir que la niñera lo aceptara en su lecho, nunca le había costado con ninguna mujer, dicho sea de paso. Pero una fuerza hasta ese momento desconocida, lo hizo apartar la mirada de regreso al piano y abandonar el sutil coqueteo que él mismo había comenzado. Nunca había tenido reparos de acostarse con cualquier mujer, no tenía estándares en ese aspecto. Le gustaban las mujeres y él les gustaba a ellas de regreso, por lo que nunca se detenía a analizar mucho lo que pasaba entre ellos. Aun así no solía llevarse a la cama mujeres a su servicio, eso sólo acarreaba confusiones y Bastian apreciaba sobre todas las cosas, la tranquilidad en su propio hogar.

No, se dijo para sus adentros. Podía coquetear inofensivamente con Nancy, pero no iba a ser él el primero en catar ese pequeño manjar. Lo que menos necesitaba era que la niñera cayera enamorada de él y con lo fácil que las mujeres encontraban ese deporte, Bastian no pensaba alentarlo. En Londres parecía una moda caer enamoradas de él, las mujeres le confesaban su amor en engalanadas y perfumadas cartas, lo invitaban sin tapujos a sus casas y coqueteaban abiertamente con él sin importarles qué miradas estuvieran al acecho, incluso hombres habían mostrado un inusitado interés por su persona. Aunque evidentemente eso no era amor, era un simple capricho fomentado por una cara bonita y un sinfín de chismes que lo habían vuelto interesante, peligroso. Por todos los cielos, Bastian podía casi asegurar que nunca nadie lo había amado en su vida.

El golpe de la mano del niño sobre las teclas, lo apartó de un bandazo del camino que tomaban sus pensamientos. Nancy se alejó convenientemente unos pasos y él volvió a tomar las manos del bebé para continuar pretendiendo que tocaban juntos. Por un instante los sonidos discordantes que le arrancaban al piano fue lo único que llenó la sala, hasta que algo más allá captó su atención y lo obligó a detenerse. Aquel sonido distante se oyó más fuerte, incluso haciendo retumbar levemente la puerta y Bastian frunció el ceño.

— ¿Qué es eso? —inquirió en voz alta, sabiendo que Nancy se encontraba cerca.

—Debe ser el herrero, milord.

Bastian la buscó con la mirada.

— ¿Herrero? ¿Para qué necesitamos un herrero?

La chica vaciló como si no estuviera del todo segura y tras un nuevo golpe en el piso superior que los sobresaltó a ambos, pareció enfocarse.

—Creo que es para que abra una puerta, milord... la señora estaba hablando de eso con Humphrey. —Hizo una pausa, probablemente para intentar recuperar parte de esa conversación—. La puerta del ático... si mal no recuerdo.

Bastian cerró los ojos un necesario instante y al siguiente segundo se puso de pie abruptamente, para luego dejar a Ryan en los brazos de una sorprendida Nancy. Muy posiblemente la muchacha continuó hablando, pero su mente ya estaba bastante lejos de la sala de música. Su mente estaba justamente junto a la puerta del ático.

***

Jasmine acababa de tener una buena conversación con el nuevo jardinero, el cual tenía grandes planes para someter a una renovación completa a los olvidados jardines de Eythorne, y algo de su entusiasta visión se le había contagiado. No podía esperar por sacar a Ryan durante los meses más calurosos a jugar en el nuevo jardín y ver a su niño crecer en ese lugar que ella conseguiría hacer su hogar. Le permitió a su mente divagar como pocas veces hacía, se vio a sí misma y a su pequeño, felices, disfrutando del producto de tanto trabajo y sacrificios. Era un sueño que casi podía palpar con sus dedos y no renunciaría a ello por ningún motivo.

Al momento en que esos pensamientos cruzaban por su cabeza, Jasmine notó a las personas paradas en la entrada de su casa. No le costó mucho reconocer entre ellos a su mayordomo y más aún, a su esposo llevando aquellas gafas suyas, mientras escoltaban de muy mala manera a su herrero. ¿Qué estaba pasando?

Jasmine aceleró el paso, llegando a tiempo para detenerse frente a los tres hombres. Bastian fue el primero en notarla, ella lo supo aun cuando sus ojos permanecían ocultos tras los opacos vidrios de sus lentes.

— ¿Qué está pasando aquí?

—Mi lady... —Humphrey hizo intento de responder, pero Bastian lo acalló con un movimiento de su mano bastante descortés.

—Acabo de excusar al señor Trevoy de sus labores —le informó como si tal cosa fuera de lo más natural. Jasmine casi rió por su atrevimiento, casi.

— ¿Y quién te dijo que tienes ese poder? —espetó entre dientes, sabiendo muy bien que tanto Humphrey como el señor Trevoy los observaban con sumo interés.

Bastian se acercó hacia ella, inclinándose como siempre hacía cuando quería intimidarla con su altura, algo que en ese momento en realidad la traía sin cuidados. Él no podía hacer o decir nada sobre el manejo de la casa, ¡ese era su hogar! Era lo menos que podía pedir tras haberse tenido que casar con el caballero más indecente, insufrible y maleducado que habitaba Inglaterra.

—Yo lo digo —le apuntó, tajante. Y con un asentimiento brusco hacia el herrero se dio la vuelta, al parecer dando por zanjada la discusión.

Jasmine tomó una profunda bocanada de oxígeno, esbozó una sonrisa que no sentía en lo absoluto y se lanzó detrás de su persona como alma que lleva el diablo. Si él creía que podía desautorizarla de ese modo frente a su personal, ya iba a comenzar a entender para donde giraban las tornas.

— ¡Hastings! —exclamó, al verlo subir las escaleras de dos en dos, dejándola en una evidente desventaja. Jasmine maldijo su pesado vestido, maldijo sus piernas más cortas, maldijo el ser una dama y no poder igualar su paso como tanto deseaba—. ¡Bastian Hastings!

Una puerta retumbó comiéndose el sonido de su llamado, al tiempo que ella alcanzaba el segundo piso y se dirigía con los pies en voladas hacia sus habitaciones. Jasmine sólo vaciló un instante antes de ingresar al cuarto de su esposo y plantarle cara, él estaba sentado en uno de los laterales de su enorme cama de oscura madera, con la mirada fija en la entrada. En ella.

—Esposa —musitó, moviendo la cabeza burlonamente.

—Quiero que me expliques en este mismo segundo, por qué corriste a mi herrero. —Bastian parpadeó como si no comprendiera lo que ella le pedía, sus ojos sin la protección de las gafas, por primera vez parecían haber perdido el brillo sarcástico de siempre. Y ella no supo entender qué había provocado ese sutil cambio—. ¿Hastings?

—El ático se queda cerrado —le espetó sin su acostumbrada petulancia.

— ¿Por qué? —Él no respondió, sino que se limitó a sostenerle la mirada como si intentara hacerla recular de ese modo—. Si no me das un motivo...

— ¡Porque yo lo digo! —explotó de repente, logrando que ella se sobresaltara. Al menos ese Bastian era uno que ella reconocía, al menos ese era un Bastian con el que ya había lidiado en más de una ocasión.

Se cruzó de brazos, resuelta a no dejarse amedrentar.

—Pues lamento recordarte que nuestro trato me da poder sobre toda la casa... —Cuando él hizo amago de responder, ella sacudió su índice para silenciarlo—. No, es algo en lo que estuviste completamente de acuerdo y no puedes cuestionarme absolutamente nada. Puedes gritar y gruñir lo que quieras, Hastings, pero voy a abrir ese ático y voy a arreglar las filtraciones del techo.

—Jasmine...

—Y no puedes detenerme solo porque te ha entrado el capricho de contradecirme en todo.

— ¡Jasmine! —Ella se silenció cuando él se puso de pie. Por un segundo esperó que se le abalanzara encima, la tomara del cuello y he intentara asustarla como la vez anterior. Pero Bastian no se movió de su lugar, simplemente permaneció quieto, observándola con la respiración un tanto alterada.

— ¿Qué? —Entonces él se acercó, sintió su mano deslizándose por su mejilla y no pudo evitar considerarse una estúpida al reaccionar de tan buen grado a una caricia suya. Apenas la estaba tocando, pero eso no parecía importarle a su corazón que se aceleraba con cada roce suave y cadente de su pulgar.

¿Por qué le permitía hacerle eso? ¿Cómo era capaz de desarmarla tan fácilmente? Sabía que no sentía nada por él, no, el asunto era meramente físico. Cuando Bastian se le acercaba Jasmine simplemente recordaba cómo era sentirse una mujer, cómo era sentirse deseada y bella. Y le dolía que él supiera exactamente cómo acceder a esa parte suya.

—Por favor... —le susurró él, arrastrando sus labios por su mejilla hasta alcanzar el lóbulo de su oreja. Jasmine se estremeció, cerrando sus manos sobre los hombros masculinos. Una parte de ella quería apartarlo, pero no encontraba la fuerza para ordenarle a sus brazos que llevaran a cabo la tarea. Bastian rasgó con sus dientes la sensible piel de su cuello y sus dedos se cerraron fuertemente sobre su chaqueta negra, repentinamente deseosos de sentir la piel tibia bajo la prenda.

—No... —Jasmine intentó dar un paso hacia atrás, pero la mano de Bastian se cerraba con firmeza sobre su espalda baja y no parecía proclive a moverse—. Basta...

Sintió el sendero húmedo que marcó su lengua a lo largo de su cuello, hasta volver a situarse junto a su oreja y ella no pudo contener un gemido que vibró en sus labios, mientras se apretaba voluntariamente contra el pecho de su esposo. Había pasado tanto tiempo desde que él la tocase, habían sido tantas noches de la más absoluta soledad. ¿Por qué negarse ese placer? Era su esposo después de todo, era un simple deseo carnal, nada más. No sería nada más.

Bastian depositó un pequeño beso en su mandíbula, para luego dejar otro en su mejilla y el siguiente a escasos milímetros de su boca. Jasmine giró el rostro entonces encontrándose con sus labios y por unos interminables segundos, Bastian le correspondió pero cuando ella abrió la boca en una clara invitación, él se apartó de forma sutil pero evidente. Jasmine colocó su frente sobre la de él, al tiempo que esbozaba una dolida sonrisa.

—Lo olvidé... —musitó, mientras Bastian continuaba con los ojos cerrados, pegado a ella—. Tú no besas.

Él no le respondió, no necesitaba hacerlo. Jasmine lo tomó por la muñeca, obligando a su mano a que se deslizara fuera de su espalda y lentamente puso distancias entre sus cuerpos. Nunca le había preguntado a Bastian por qué no la quería besar, durante su noche de bodas él le había dicho que no habría besos y ella lo había aceptado sin oponer reclamo alguno. En consecuencia, ellos nunca habían compartido un beso. Habían tenido casi todo tipo de intimidades que podían tener un hombre y una mujer, y aun así eran casi unos extraños para el otro. Por supuesto que se habían rozado los labios, Bastian incluso solía plantarle esos besos rápidos en la boca para molestarla. Pero claramente eso no era lo mismo, ella no era tan ingenua como para no saber reconocer la diferencia. Y lo más triste era que en ocasiones pensaba que iba a morir sin ser verdaderamente besada.

—Hago cosas más interesantes que dar besos, florecilla. —El esbozo de una sutil sonrisa quiso aparecer en sus labios, pero no fue capaz de lograrla. En ese momento sólo podía sentirse como una tonta por seguir insistiendo, por dejarse llevar y creer que él la seguiría al menos por la novedad—. Jasmine...

—No es necesario que digas nada —lo cortó, sin ánimos de entrar en esa conversación. Casi y hasta se había olvidado de lo amargada que se sentía cuando el hombre más promiscuo de Inglaterra se negaba a besarla—. Ya me voy... —Comenzó a caminar hacia la puerta de comunicación, pero súbitamente recordó lo que la había llevado allí en primer lugar y se obligó a patear a un lado los restos de su orgullo maltratado, para girarse hacia él—. Con respecto al ático...

—No lo hagas —la interrumpió, aproximándose a ella. Jasmine le dio la espalda, lista para huir por la puerta de comunicación si él intentaba arrastrarla a la tentación una vez más.

—No voy a discutir esto contigo, Hastings.

—Perfecto, no discutamos —aceptó, al tiempo que cerraba sus manos entorno a su cintura. Ella lo atrapó de las mangas, pero supo desde un principio que su intento de resistencia era pobre—. No lo hagas.

—No me estás dando ningún buen motivo. —Lo miró brevemente por sobre el hombro—. ¿Por qué no debería hacerlo? ¿Qué hay allí?

—La fortuna de la familia Marset.

—Si dicha fortuna existiera... —musitó con una sonrisa, resignada. Él rió con suavidad, inclinándose lo suficiente como para dejar un espontáneo beso en su hombro—. ¿Por qué no debería hacerlo? —repitió, recobrando su seriedad.

Bastian la enfrentó con sus ojos celestes.

—Porque yo te lo pido, ¿ese no es motivo suficiente?

—¿Y por qué debería atender a tu pedido?

—Porque... —hizo una pausa, apretándola ligeramente más fuerte contra su cuerpo—. Porque eres mejor persona que yo.

—No intentes endulzar mis oídos —lo censuró al instante.

—Por favor.

Jasmine cerró los ojos mientras esas palabras se quedaban suspendidas en el aire, era de esas extrañas ocasiones en las que debería tomar registro de lo que acababa de salir de la boca de su esposo. Bastian Hastings había pedido por favor y en realidad había sonado sincero. ¿Dónde estaba su libreta de cosas imposibles cuando la necesitaba?

—Las lluvias terminarán de arruinar el techo... —intentó razonar, aunque la forma en la que sus brazos la aferraban casi no le daban lugar a respirar, muchos menos a pensar—. Necesitamos arreglarlo, Bastian. Y el ático es el único acceso seguro a esa parte de la casa.

—Encontraremos otro modo.

— ¿Para antes de que nos llueva sobre las cabezas? —Lo volvió a mirar por sobre su hombro, él suspiró.

—Entonces déjame que yo lo haga.

— ¿Arreglaras tú las goteras?

—No, claro que no. —Esbozó una sonrisa burlona y ella le respondió con un bufido—. Dile a tu herrero que se encargue de la puerta y yo... limpiaré el ático. Entonces podrás hacer lo que tú quieras.

Ella estrechó los ojos con suspicacia, ¿por qué en el nombre del todo poderoso Bastian querría limpiar el ático?

— ¿Tú limpiarás el ático?

—Es lo que he dicho.

— ¿Tú sabes limpiar algo?

Fue turno de su esposo de bufar por su impertinencia, pero eso hasta logró hacerla reír frente a la inusual situación.

— ¿Tenemos un trato?

Jasmine le golpeó el brazo para que la soltara y tras un largo segundo de consideración, él obedeció. Finalmente ella se giró para ofrecerle su mano; si Bastian quería limpiar el ático, pues que lo limpiara y en el transcurso de eso ella descubriría qué escondían con tanto celo los condes de Hastings allí.

—Tenemos un trato.

Pero él no le tomó la mano, sino que con un rápido movimiento jaló de su barbilla y le alzó el rostro hasta que sus labios chocaron bruscamente con los suyos. Jasmine protestó, pero al sentir el leve roce de su lengua fue incapaz de contener un pequeño jadeo. Bastian sonrió, se apartó un resquicio y le guiñó un ojo.

—En dos días liberaré el ático.

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Dimo: ¿Qué se apuestan a que tiene un cadáver allí? 

Neil: Mm.. no lo sé, un cadáver ya habría apestado toda la casa ¿no?

Dimo: Hay diferentes formas de tratar un cuerpo para que la descomposición sea más sutil y se enmascaren los olores, por ejemplo...

Evan: No, Dimitri, no queremos saberlo.

Iker: Yo que estaba por comenzar a tomar nota... 

Neil: ¡Iker! Pero si eres tú ni más ni menos... dilo.

Iker: ¿Qué debo decir, señor Joyce?

Neil: Haz tu juicio sobre el nuevo conde, ¿qué opinas? ¿Te agrada? ¿Es digno de ser llamado caballero? ¿Las calzas le quedan mejor que a ti? 

Iker: No he tenido el placer de conocerle aún. 

Neil: Bastian, por favor, únete al grupo y tú también Theo. Estos son Jace, Lucas, Cam, Dimo, Didi, Evan, Andy, Marc, Will, Iker y yo soy Neil. 

Todos (menos Iker y Will): ¡¡Hola!! 

Theo: Un gusto conocerlos a todos. Lord Pembroke, Lord Adler.

Iker y Will: Excelencia. 

Neil: Todo es tan formal que me asusta. 

Bastian: Si tuviera algo de educación, señor Joyce, sabría que no puede saludar a un caballero de mayor rango hasta que éste reconozca su existencia. 

Iker: Hemos perdido la esperanza de hacerlo un hombre digno.

Neil: En fin... aún siendo indigno, soy el más sensual. ¿Dedicatoria? 

Didi: Esta va para una de mis chicas favoritas, la bonita Aby a quien le estábamos debiendo dedicatoria por su cumpleaños. No importa cuánto tiempo pase, nosotros no nos olvidamos de nuestras fanáticas. Y muchos menos yo me olvido de mi chica número uno ;) 

Evan: Esperamos que hayas disfrutado de este cap que va completamente para ti. Un abrazo!

Dimo: Yo sigo diciendo que tiene un cadáver. 

Neil: .... en fin, saludos bella Aby ;)


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