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Pretendientes

Hola... no tengo nada que decir, pero dicen que es mala educación no saludar :D

Capítulo XX: Pretendientes

Bastian desmigajó una tostada para luego tomar un pedacillo blando y dárselo a Junior que se agitaba inquieto en su regazo, intentando alcanzar su desayuno como un convicto al que se lo enfrenta a la comida después de una larga hambruna. Rodó los ojos al sentir el leve mordisco de encías en su índice y luego aprovechó los segundos ganados para llevarse la taza de té a su boca, sin que la pequeña manito regordeta se lanzara detrás de ella con malas intenciones.

Alguien carraspeó a su diestra llamando la atención de ambos. Ryan estudió al recién llegado por espacio de unos segundos, para luego catalogarlo como de poco interés y volver a depositar su mirada en la comida. Más precisamente en la taza que Bastian acababa de apoyar en la mesa.

—Buenos días —dijo con más amabilidad de la que su interlocutor merecía.

—Hastings —musitó su cuñado, inclinando tan sutilmente la cabeza que Bastian casi pensó haber imaginado dicho gesto. Luego esbozó una sonrisa hacia Ryan, pero éste ya estaba ocupado en menesteres más importantes. Como lograr que la totalidad de la tostada de su padre cayera de algún modo cerca de su boca.

Bastian apartó la tostada más lejos, logrando que su hijo soltara algo muy similar a un gruñido de protesta.

—Come la tuya —le indicó, colocando una partecita de la húmeda tostada en su manito. Ryan la aceptó, pero claramente no estaba dándose por vencido en la tarea de conseguir un trozo de tostada untada con mantequilla y mermelada.

—¿A qué hora saldrán?

Él arrastró su mirada hacia la parte de la mesa en donde el duque había decidido sentarse a desayunar, al ser un invitado de alto rango lo más esperable sería que se sentara tan cerca de la cabecera como fuese posible. Es decir, cerca de su anfitrión, pero Theo Shaw había optado por ubicarse casi en la punta opuesta y tan alejado de él, que Bastian pensó en buscarse unos catalejos para conseguir observarlo.

—No lo sé... —respondió encogiéndose brevemente de hombros—. Tu hermana está organizando eso.

—¿Acaso no lo organiza todo? —instó con cierto grado de recelo en su voz. Bastian pasó de responderle.

Era cierto, Jasmine tenía la capacidad de dividir su mente en ciento de tareas y dedicarle la misma relevancia a cada una. No era exactamente su culpa que ella fuera incapaz de dejar el trasero quieto. Y en cuanto le dijo que le gustaría que lo acompañase a la fiesta de aniversario de los vizcondes, ella se había puesto en la tarea de dejar todo organizado para antes de salir. Parecía que se iban por un año y no por tres tontos días. A Bastian le pareció estúpido intentar detenerla y mientras ella se afanaba por preparar el viaje, él se concentró en recuperar sus fuerzas y sanar.

No le tomó mucho, dicho sea de paso, estaba tan acostumbrado a las heridas que apenas si se acordaba de ellas. Al tercer día de descanso, ya sentía la urgencia de moverse por la casa y así lo hizo, al cuarto día se puso a tocar el piano y al sexto salió a dar un paseo con Brutus. Aunque el médico había desaconsejado cualquier tipo de actividad brusca por lo menos por un periodo de quince días, Bastian sabía bastante bien cómo funcionaba su cuerpo. Quince días le parecía una exageración en lo concerniente a una simple convalecencia, tener a Jasmine y al personal de servicio al pendiente de cualquier palabra suya lo abrumaba. No estaba acostumbrado a que las personas en realidad se preocuparan por su salud, así que no había tenido más opciones que mostrarse arisco y en algún momento llegó a ofender a su esposa, pues ella apenas si le hablaba. Aunque era mejor de ese modo, las pocas veces que intentaron conversar en los pasados días, Jasmine no hacía más que indagar e indagar en su vida. Y había cosas que Bastian jamás le diría, sin importar cuánto a ella le cabreara su silencio. Ya había hablado más de la cuenta, a partir de ese instante supo que debía empezar a medir lo que saliera de su boca o caso contrario, terminaría por asustarla.

—Escúchame. —Bastian sacudió la cabeza despejando su mente, para luego mirar de forma interrogante al duque—. No voy a andar con rodeos.

—¿Siquiera sabe lo que eso significa?

El duque frunció el ceño en advertencia.

—Vas a llevarte a mi hermana y sobrino contigo estos días —hizo una pausa como si estuviera escogiendo con mucho cuidado sus palabras—. Ellos son lo más importante que tengo, si de algún modo algo les ocurre estando a tu cuidado Hastings... ten por seguro que te daré caza. No voy a descansar hasta conseguir que te arrepientas de haber nacido.

Si él supiera.

Bastian sonrió.

—No tiene de que...

—Oh, sí tengo motivos —lo cortó, altivo—. Y no creas que espero una promesa vacía por tu parte. Es bastante simple, si mi hermana o el niño vuelven a esta casa heridos de algún modo, si alguno de ellos suelta una lágrima de descontento... tú soltarás el triple. ¿Me he explicado?

—Claramente, Excelencia.

—¡Buenos días! —La voz de Jasmine irrumpió en el comedor, justo antes de que Bastian pudiera equiparar la honestidad de su cuñado con unas cuantas palabras.

—Buenos días, hermana —saludó el duque poniéndose de pie. Bastian hizo algo similar, pues teniendo a Ryan en su regazo apenas pudo empujarse un tanto hacia arriba cuando ella le indicó con un gesto que no era necesario.

—Buenos días, Theo. —Jasmine se volvió hacia ellos entonces, posando una luminosa mirada en el pequeño granuja—. Buenos días, cariño mío.

—Buenos días, amada esposa —replicó él, ganándose un chasquido por parte de la dama. Ella no daría su brazo a torcer hasta que él le explicara a qué se había referido con lo de los besos. Pero eso para Bastian era un jodido nunca en la vida.

—Le hablaba a Ryan.

—Yo te hablaba a ti —admitió, viéndola rodear la mesa para ocupar un lugar a su lado.

Jasmine no respondió sino que se dedicó a hacer un gesto al lacayo para que le sirviera un poco de té, mientras Bastian la estudiaba con suma atención. Esa mañana se había colocado un traje de viaje de un suave color amarillo con pequeños ramilletes de florecillas bordadas en el corpiño, era un vestido que él nunca había visto antes, pero la hacía lucir extrañamente más joven y virginal. Casi como a una debutante en su primera temporada.

¿Así se habría visto ella durante su presentación? ¿Cuándo había tenido lugar dicho evento? ¿Cómo era posible que él no lo supiera? Jasmine había estado pululando por el mundo social casi al mismo tiempo que él, después de todo tenían la misma edad. Ella debió de haber sido presentada en el mismo momento en que él comenzó sus andanzas en Londres. Quizá con uno o dos años de diferencia, pero nunca la había visto. Ni en un concierto, ni en el teatro, ni en un baile o en un pasillo oscuro donde podría haberla tomado desprevenida.

De haberla conocido entonces, él podría haberla engatusado, manipulado para que ella lo adorara como hacían casi todas las damas inglesas. Pero Jasmine no lo adoraba, Jasmine en ocasiones parecía aborrecerlo con una fuerza sobrehumana y en otras ocasiones...

—¡Cuidado la taza!

—¿Qué...? —Él no acababa de soltar esa pregunta cuando una pesada taza de porcelana resbaló de la mesa, dándole solo un segundo para apartar a Junior del camino del té caliente, pero no así a su pierna. El líquido fue a dar de lleno en su ingle, mientras él se incorporaba de sopetón y dejaba que su esposa tomara al inquieto e inoportuno niño.

Bastian no estuvo seguro, pero justo antes de marcharse mascullando obscenidades hacia su habitación pudo jurar que vio cómo ambos hermanos Shaw luchaban por contener la risa. Condenados...

***

Jasmine le guiñó un ojo a Ryan cuando éste soltó un excitado gritito ante el golpe de los caballos tensando los tirantes; estaban en camino una vez más y al parecer no había nada que extasiara más a su bebé que el contaste cloc, cloc que producían los cascos al avanzar.

El camino a Deal no era muy largo, Jasmine sabía que podrían cubrir las distancias en medio día siempre y cuando mantuvieran un paso constante. Luego de dos horas de viaje, se habían detenido una vez con el fin de revisar una de las ruedas del carruaje a pedido de Bastian. Él, al ir cabalgando en solitario con Brutus, era capaz de ver cualquier posible problema y a su vez, era capaz de mantenerse a una segura distancia de ella. Jasmine no iba a pecar de ingenua simulando que no había notado su reticencia a viajar todos juntos, el carruaje que les había prestado Theo tenía el espacio suficiente como para que fueran más que cómodos. Pero su esposo había expresado su deseo de cabalgar, dejando que ella, Ryan y Nancy fueran en el carruaje, mientras que el resto de sus empleados —dos doncellas y el ayuda de cámara de Bastian— viajaban en otro vehículo un tanto más atrás.

Claramente no era por una cuestión de espacio, su esposo solo quería evitar compartir un lugar cerrado con ella por más tiempo del necesario. Y por mucho que lo pensaba Jasmine no podía entender por qué, se había permitido creer que de algún modo habían logrado una especie de avance entre ellos, pero Bastian cada vez se mostraba más reticente a estar solo con ella y se negaba rotundamente a explicarle qué quería decir con eso de que nunca hubiese dado un beso. Desde aquella charla las interacciones entre ellos cada vez fueron más cortas y Jasmine no podía evitar preguntarse, si en realidad lo estaban intentando o ella solo había sido una buena distracción hasta que algo mejor se presentara en el horizonte. Con la fiesta de los vizcondes a la vuelta de la esquina, Jasmine ya no sabía qué creer ni tampoco sabía cómo interpretar su presencia allí. ¿Y si solo la había invitado con el mero propósito de mantener las apariencias? Había estado barajando esa posibilidad en las últimas horas y cada vez encontraba mayores motivos para creerlo así. Después de todo, ¿cuándo había sido la última vez que el conde y la condesa de Hastings se habían dejado ver juntos públicamente? Ella ni podía recordarlo y eso instantáneamente la hizo fruncir el ceño.

La fiesta de los vizcondes, reflexionó para sus adentros; lo suficientemente grande como para captar la atención pero no lo bastante como para atraer a invitados desde Londres, resultaba ser el evento idóneo para ellos. Se cruzarían con las personas que permanecían en el campo hasta el último segundo antes de la temporada, con los no tan asiduos de la algarabía de la capital, con los que tenían menos conocimiento de la reputación de Bastian y por ende, con los que no se tomarían la molestia de murmurar a sus espaldas.

Repentinamente a Jasmine todo le pareció tan claro, tan evidente que incluso sintió como sus mejillas se teñían de rojo por la indignación. El conde de Hastings tenía que mostrar a su esposa después de todo y el mejor sitio debía ser uno alejado de sus amantes, donde las posibilidades de exponerse a la humillación fuesen las menores posibles.

La indignación creció otro tanto en su interior y sin detenerse a pensarlo, alzó una mano para golpear la ventana de comunicación del carruaje y llamar la atención del cochero.

—¿Mi lady?

—Deténgase en la posada más cercana que encuentre —ordenó con voz contenida.

El hombre inclinó la cabeza en silencioso acuerdo y cerró la ventanilla de un tirón, dejando a Jasmine perderse una vez más en sus pensamientos. Estaba decidida a ponerle un punto final a todo eso de una buena vez.

***

Bastian entornó los ojos al notar que a la distancia, el lujoso carruaje que transportaba a su esposa e hijo tomaba una desviación no planeada. Murmuró para sí mismo con confusión, jalando de las correas de Brutus —el cual piafó en protesta— para hacerlo ponerse en movimiento muy a su pesar. Se había detenido un instante con la intención de refrescar su montura en una pequeña laguna, sabiendo que no le tomaría mucho trabajo volver a alcanzarlos, cuando ellos se desviaron y mandaron toda su consideración para con la sed de Brutus al garete. Alentó un poco a su caballo con palabras amables y éste rápidamente aceptó el pedido de cambio de marcha, alcanzando el vehículo de su esposa sin mucho esfuerzo.

—¡Jonas! —exclamó Bastian, llamando la atención del cochero. El hombre trabajaba para su familia desde antes que él naciera, había hecho el camino desde Eythorne a Deal más veces de las que podían contarse, era imposible que estuviera errando el camino—. ¿A dónde te diriges?

—La señora quiere parar en la siguiente posada —le respondió el hombre con la tranquilidad propia de un sirviente. Jonas se limitaba a seguir órdenes, incluso aunque le pareciera estúpido detenerse en un plazo tan corto de tiempo, él no iba a discutir con su señora.

Bastian era otro tema.

Frunció el ceño con cierta molestia, pero decidió no contradecir a Jasmine hasta saber el motivo de esa imprevista parada y los siguió a una corta distancia, hasta que finalmente se detuvieron en una posada que él conocía bastante bien. Uno de los lacayos se apresuró a tomar sus riendas, mientras veía cómo otro saltaba de la parte trasera del carruaje para ayudar a las damas a descender, Bastian lo detuvo con una seña y fue él mismo a abrir la portezuela. Supo al instante que Jasmine no lo había estado esperando, pues sus ojos lo atravesaron como dagas en cuanto se toparon con él y a regañadientes cogió de su mano para ayudarse a bajar.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó entre dientes, inclinándose hacia su oído para mantener la conversación privada.

Jasmine no solo lo ignoró, sino que ni siquiera se dignó a mirarlo en tanto que elevaba la barbilla arrogantemente y se dirigía con paso firme al interior de la posada. En ese instante la molestia de Bastian creció otro tanto, mientras les hacía un gesto a los confusos empleados para que esperaran. Estaba tan en ascuas como ellos la verdad fuera dicha, pues se suponía que tenían un itinerario armado por la misma mujer que acababa de dejarlos allí sin una explicación.

Maldijo para sus adentros, encaminándose una vez más tras su escurridiza estela y la encontró mientras el posadero le indicaba cuál sala podía usar de manera privada durante su espera. Bastian enarcó ambas cejas hacia el hombre, pero éste solo le ofreció una sonrisa de bienvenida. ¿Podía ser posible? ¿Ella estaba por rentar una habitación?

—Jasmine —la llamó al verla perdiéndose por uno de los pasillos, sin la menor consideración por su persona. Bufó, sintiéndose como un estúpido ante la anonadada mirada que le dirigió el posadero, pero intentando no evidenciar su confusión inclinó la cabeza y volvió a ir detrás de ella registrando un nuevo nivel de tolerancia en su escasa paciencia.

Cuando la encontró por segunda vez, Jasmine estaba sacándose la capa y los guantes mientras una doncella esperaba pacientemente a su lado. Él le dirigió una sola mirada para dejarle en claro que no la quería allí y la muchacha, tras hacer una rápida reverencia, desapareció por una de las puertas auxiliares.

—¿Puedes decirme que demonios estás haciendo? —le espetó, feliz de saber que al menos allí no tendría más opciones que ponerle atención. Era eso o él terminaría por apretarle el cuello y meter algo de sentido común en su terca cabeza a la fuerza.

Jasmine terminó de deslizar el guante de cabritilla por su pálida mano con completa calma, para luego darse la vuelta y enfrentarlo con una mirada que pretendía parecer sorprendida y dócil. Algo que Bastian no se creyó en lo más mínimo.

—¿Disculpa?

—No juegues conmigo —advirtió, cerrando la puerta de la sala a sus espaldas. El eco que produjo el golpe de la pesada madera, fue como si acabara de cerrar la tapa de su propio ataúd, pero fue demasiado tarde para tomar aquella señal. Los ojos de Jasmine lanzaron chispas de cólera, mientras colocaba las manos en sus caderas y adquiría esa pose de arrogante censura tan típica de las institutrices. Tan típica de ella.

—Quién está jugando —replicó con evidente recelo.

Bastian parpadeó, bastante confundido por su actitud. No podía mentirse a sí mismo diciendo que ellos eran amigos, pero al menos pensaba que ya habían pasado la etapa donde desconfiaba hasta de sus propios suspiros.

—Jasmine tenemos que llegar a Deal antes de que caiga la noche, ¿puedes decirme a qué se debe esta parada? —No le interesaba pelear con ella, dioses, estaba cansado de eso. Quería la paz que habían tenido las semanas pasadas, quería recuperar la noche en que se inmiscuyeron en la cocina a robar pudín, quería comer pudín de sus labios otra vez.

Se detuvo abruptamente en ese pensamiento, reconociendo para sí que en realidad quería y no podía precisar porqué.

—Voy a esperar el otro carruaje...

Sacudió la cabeza volviendo al presente.

—¿Qué...?

Ella continuó hablando sin reparar en su intervención o siquiera mostrar algo de piedad por su falta de reacción.

—Supongo que te bastará con dos lacayos y tu ayuda de cámara, las doncellas, Nancy, Ryan y yo volveremos a Eythorne. —Le tomó al menos un par de segundos extras comprender lo que le estaba diciendo, por lo que se mantuvo contemplándola en un anonadado silencio que ella decidió tomar como una tácita aceptación—. Esperaremos en la posada mientras tanto, tú puedes seguir cabalgando.

Estaba tan confundido por el súbito cambio de planes que incluso asintió levemente ante su pedido. Pero al instante mismo sacudió la cabeza, obligándose a volver sobre sus palabras y realmente escucharlas. ¿Se iba?

—¿Qué?

—Creo que he sido clara, Hastings.

Bastian rechinó los dientes, negando efusivamente. Claridad era lo que le había estado faltando desde que habían entrado en ese maldito sitio. ¡Y tenía el descaro de decir que había sido clara! ¿Tenía el descaro de decirlo mientras ese maldito vestido no hacía más que acentuar la uve de su escote?

—¡Por supuesto que no lo has sido! —exclamó, cruzando las distancias que los separaban en dos zancadas—. ¿De qué mierda me hablas?

—No voy a seguir adelante.

—¿Por qué?

Jasmine sorbió por la nariz en un gesto tan aristocrático que por un segundo pensó estar viendo a alguien más.

—Porque no quiero.

—¡Esa no es una respuesta! —le espetó elevando la voz muy por encima de lo decorosamente permitido.

—¡Es mi respuesta! —replicó ella, utilizando el mismo tono.

Bastian cerró los ojos un necesario momento, para luego volver a intentarlo por la vía civilizada. En lo que se refería a voluntades de hierro, su esposa era una dura contrincante y gritar nunca le había reportado éxitos con ella.

—Jasmine, ¿puedes decirme qué pasó para que cambiaras de opinión? —Ella abrió la boca con la intención de responder de forma automática como antes, pero al último segundo la cerró de golpe y se giró con rapidez para darle la espalda—. ¿Jasmine?

—Solo sigue adelante, ¿quieres? —susurró tratando y fallando en sonar tajante.

Bastian negó a pesar de que ella no lo estaba mirando y dando unos pocos pasos alentado por esa pequeña brecha de debilidad, se colocó detrás de ella hasta dejar apenas un resquicio entre sus cuerpos. Jasmine se tensó ante su cercanía pero no le pidió que se apartara, solo aguardó con su enorme tozudez, mientras él le cruzaba los brazos por la cintura y la atraía hacia su pecho.

—Dame un motivo para seguir sin ti —le pidió al oído, disfrutando demasiado el modo en que se estremeció entre sus brazos. No podía ignorar la satisfacción que le producía descubrir que ella no le era del todo indiferente, Jasmine era buena ocultando sus pensamientos. De no ser por las veces que había intentando besarlo en el pasado, él habría apostado que ella lo aborrecía por completo. Pero no, su esposa también sentía deseo, solo que era mejor que cualquiera en no hacerlo evidente.

Jasmine carraspeó como si intentara aclararse, para luego empujarlo con el codo sin mucho esfuerzo y eso solo lo impulsó a abrazarla incluso con mayor ahínco. Terminaría por rendirse, él sabía que tarde o temprano ella terminaría por ceder.

—Ya no quiero ir.

—No es suficiente.

Los ojos de su esposa lo encontraron por sobre su hombro, brillando con un mensaje que no supo entender.

—Tengo cosas que hacer en la casa.

Él negó con suavidad.

—Sabes bien que tu hermano hará lo que sea necesario.

Jasmine le frunció el ceño antes de llevar su mirada una vez más al frente y cuadrar los hombros.

—No quiero... —titubeó, al tiempo que posaba su propia mano sobre las de él en un breve apretón—. No quiero pasar ese tiempo contigo. —Entonces lo soltó y Bastian se tensó, permitiendo que su amarre cediera un poco mientras la tomaba de la barbilla y la obligaba a enfrentarlo, ella lo hizo—. No quiero estar contigo —repitió, como si la primera vez no hubiera sido golpe suficiente.

Él rió sin ganas, dando un paso hacia atrás sin comprender a dónde intentaba llegar en esa ocasión.

—Mientes —aseveró, aunque no había convicción en esa única palabra.

—Cree lo que quieras —le arrojó de forma retadora.

Bastian chasqueó la lengua incapaz de creerla y volvió a cogerla de la barbilla dispuesto a zarandearla hasta que admitiera que no era cierto, pero entonces Jasmine se sacudió hacia atrás haciendo que sus dedos se zafaran y sus uñas se clavaran levemente en su piel. Ella emitió un pequeño jadeo de dolor, alzando una mano para tocar el rasguño que acababa de hacerle y entonces lo observó con los ojos abiertos como platos.

Maldijo, apresurándose para tomarla por las mejillas y pasar su pulgar suavemente por el corte. Ella no dijo nada, pero Bastian no necesitaba que hablara para ver cómo su mirada se cubría por un sutil velo de lágrimas.

—Lo siento —susurró, tratando inútilmente de borrar la marca con su caricia. Pero no importó cuánto lo intentó, la línea roja se extendía a lo largo de su mentón, coloreando de forma antinatural la tersa piel de su rostro—. Dios, Jasmine, lo siento. —Ella no pareció escucharlo, simplemente bajó la vista hacia el suelo y lentamente dio un paso hacia atrás, deshaciéndose de sus manos—. ¡Jasmine, joder! —Intentó tomarla del brazo, pero su esposa se apartó dejando que la tela amarilla de su bonito vestido de viaje se escurriera por entre sus dedos.

—Voy a esperar el otro carruaje —dijo al cabo de un largo minuto de silencio, Bastian sacudió la cabeza en una negación y ella esbozó una breve sonrisa—. No te estoy pidiendo permiso.

—Lo sé —admitió vacilante, tratando de devolverle el gesto—. He perdido cualquier esperanza de que algún día me hagas caso con algo.

—Entonces no hay nada más que decir.

—Difiero —le dijo con calma, aunque nada en su interior se sentía de ese modo—. Acordamos que iríamos a Deal juntos, aceptaste ser mi acompañante para la fiesta de los vizcondes y ahora, simplemente, tomaste la decisión de incumplir con tu palabra —hizo una pausa, forzándose a no mirar donde la había marcado y continuó—: Creo que al menos merezco saber por qué estoy siendo rechazado horas antes del evento, ¿no? ¿Acaso no es propio de una dama dar una explicación cuando deja plantado a su pretendiente?

—Tú no eres mi pretendiente —le espetó frunciendo el ceño.

—¿No? —preguntó, inclinando la cabeza para acoplar sus miradas—. ¿No he expresado mi deseo lo bastante bien aún? Te dije que lo quiero todo...

—No puedo —susurró con voz rota, retrocediendo hacia una de las amplias ventanas—. No sé qué...

—Jasmine mírame. —Ella no lo hizo, él suspiró pesadamente—. Sé que no es la situación que habíamos discutido en primer lugar, pero creo que ha llegado la hora de discutir nuevos términos en nuestro contrato. —Desde la ventana, ella sacudió la cabeza de un modo apenas perceptible.

—No puedo seguir adelante.

—¡Tampoco podemos volver atrás! —señaló con ahínco—. Ya hemos cruzado una línea, Jasmine, lo sabes. Era más simple cuando los dos sabíamos para qué estábamos en Eythorne, teníamos que hacer un niño y hasta allí todo estaba claro, ¿no? —Ella no respondió, pero por el modo en que sus hombros se pudieron rectos, Bastian supo que no podía negarle aquella verdad—. ¿Qué estamos haciendo ahora? —Jasmine continuó sin decir nada, él se acercó una vez más—. ¿Qué vamos a hacer mañana? —Como única respuesta, su esposa tomó una bocanada de aire y sus hombros temblaron. Bastian la tomó por el codo y lentamente le dio la vuelta; una lágrima caía por su mejilla en ese instante—. Ambos conocemos los motivos por los cuales no soy bueno para ti o para Junior... —Limpió la lágrima con su índice, para luego rozar su barbilla en un pedido de perdón mudo—. Y aun así no puedo pensar en volver a Londres, odio Eythorne con cada fibra de mi ser pero ahí están ustedes y no quiero... —se silenció al notar lo que estaba por decir, entonces inspiró lentamente y volvió a intentarlo—. Si me pides que te deje en paz lo haré, si no quieres ir a esa fiesta y volver a casa, volveremos a casa. Si quieres darme la tarea de arreglar las fosas de los arrendatarios por un mes, lo haré. —Jasmine no pudo evitar que sus labios se curvaran ante la idea de torturarlo un poco—. Yo ya he pasado el punto donde finjo que no me importas.

La boca de su esposa titubeó como si no supiera exactamente qué decir.

—Y si... —Él la miró, apremiándola a continuar—. Y si quiero ir a Londres, ¿me llevarías?

—¿A Londres? —inquirió confuso. Jasmine asintió, resuelta.

—¿Si quiero asistir a la temporada, comprarme unos cuantos vestidos nuevos y aceptar invitaciones? —Lo observó elevando la barbilla—. Si quiero instalarme en la casa de Mayfair, ¿lo aceptarías?

Bastian no comprendía muy bien por qué ella querría hacer algo así, pues era la primera en recelar de casi todo lo que ofrecía la ciudad y ni siquiera era muy buena bailando, razón que en más de una ocasión la llevó a rechazar invitaciones de sus vecinos en el campo.

—Bueno... —musitó, luchando por entender lo que se dibujaba en su rostro. Estaba claro que aquello era una especie de prueba puesta en marcha por una confabuladora mente femenina y en verdad quería salir bien librado—. Si eso quieres, puedo ponerme en contacto con el personal para que arreglen un poco la casa. Tengo cerrada varias habitaciones que necesitarían ser ventiladas, pero todo podría estar listo para la temporada. —Hizo una corta pausa, paseando sus ojos por el largo de su talle—. En cuanto a lo de comprarte algunos vestidos, creo que sería una gran idea... podrías intentar con más vestidos como este. —Rozó con su índice uno de los ramilletes de flores de su corpiño—. Me gusta cómo se ven en ti esos colores.

Ella arqueó una elegante ceja cuando él apartó la mano.

—¿No te molesta?

—¿El qué? —inquirió, distraídamente, descubriendo que lo que en verdad le gustaba de ese vestido era que la hacía lucir menos severa, más accesible. Mucho más tentadora. Dioses quería tocarla de nuevo, quería sentir su cuerpo otra vez.

—Que quiera ir a Londres.

—Florecilla, siempre que me lleves contigo no me importa mucho a dónde quieras ir —indicó, dejando que su mano ganara la batalla y la cogiera de la cintura con completa autonomía. Jasmine jadeó cuando él tiró de ella en su dirección, aplastando su corpiño lleno de florcitas contra su chaqueta negra. Bastian bufó, había demasiada ropa entre medio.

—¿Qué haces? —le espetó ella, colocando sus manos sobre las de él para liberarse.

Se obligó a apartar la mirada de la cumbre blanca de sus senos, para enfrentar sus ojos castaños sorprendidos y alertas.

—¿Los pretendientes no se roban algunos besos y caricias cuando están solos? —La atrajo tan cerca que sus narices se rozaron—. Rápido, antes de que tu carabina nos pille, bésame.

—No seas ridículo —le espetó, aunque una sonrisa brillaba en sus ojos—. Tú no eres mi pretendiente.

—¿Entonces que soy? —pidió saber, al tiempo que inclinaba la cabeza y dejaba que su frente reposara sobre su hombro—. ¿Qué soy, Jasmine?

—Mi esposo —respondió ella con un susurro irregular—. Eres mi esposo que me pretende.

Bastian giró el rostro lo suficiente como para posar un beso en el suave hueco de su clavícula, ella se estremeció.

—¿Vas a dejarme que te pretenda? —preguntó, arrastrando su lengua por el largo de su cuello, hasta que alcanzó su barbilla—. ¿Vas a dejarme que te corteje?

Ella tragó con fuerza, posando una de sus manos en su mejilla para guiar su rostro y dejarlo a su misma altura.

—¿A mí y nadie más que a mí? —instó sin dejar de enfrentarlo con sus inteligentes ojos.

Jasmine no era tonta, podía estar dejándole saber que pasaría por alto sus canalladas del pasado, pero de ninguna forma iba a aceptar los términos de antes. No, esto era sobre ellos dos. Ya no tenían la excusa de Ryan, ni la inminente caída en desgracia de la finca, ninguno estaba necesitando nada más que al otro y Bastian no lo dudó ni un segundo.

—Nosotros y solo nosotros —dijo a modo de respuesta, justo cuando Jasmine lo atraía hacia sus labios. Y en el instante en que estaban por besarse, ella lo detuvo.

—¿Puedo? —le preguntó, dándole una amable sonrisa. Bastian parpadeó cogido por sorpresa hasta que lo entendió, y sintiendo un pesado nudo en su garganta, asintió con lentitud.

Era la primera vez que alguien le pedía permiso, era la primera vez que aceptaba ser besado. 

__________________________________

Lucas: ¡Estos dos son como dinamita! 

Neil: Me gusta ella, tiene carácter.

Bastian: ¬¬ No uso espadas, señor Joyce, pero seguro que puedo encontrar algo con que cortarle esa lengua viperina. 

Iker: Te presto la mía, solo no le dejes sangre en la hoja porque se oxida. 

Neil: ¡Oooook! Creo que mejor pasamos a la dedicatoria y dejamos de hablar de las posibles formas de mutilar al bello Neil, ¿si? 

Lucas: En realidad creo que me gusta ese tópico. Mis lores, no se detengan...

Neil: ¡Tú, cállate! O le diré a Keila.

Lucas: Mmm... Keila todavía quiere esa sangre, Joyce.  No sé de cuánta ayuda sea...

Neil: ¡Sussy! ¡Amor! Ya no quiero juntarme con ellos *se va*

Iker: ¿Está seguro que así actúan los hombres hoy en día, Hassan?

Lucas: Yo no lo tomaría de ejemplo a él, ni tampoco al ex de nuestra querida lectora. 

Bastian: Cierto es, aunque el divorcio no era una práctica común en mi época, entiendo que algunas parejas no deben ocurrir o llegan a un punto de no avance. Por lo que, quería señorita Rossi, la felicito por tomar la iniciativa de ser feliz por su cuenta y celebrar su libertad.

Neil *volviendo*: Esta dedicatoria va para la más hermosa divorciada que nos ama con locura, lo dijo ella eh.. xD 

Iker: Ha dado un gran paso en su vida por lo que merece nuestros respetos y alabanzas, esperamos que de aquí en adelante todo sea para mejor. 

Lucas: Un abrazo, Rossi, de todos nosotros para ti. Esperamos que hayas disfrutado del capítulo y que nos sigas acompañando por mucho tiempo :D  

Neil: Dejaré mi número por aquí, por si necesitas... contención o un hombre donde apoyarte.

Lucas: ¿Hombre?

Neil: Psss quise decir, hombro. HOMBRO. Mi hombro está aquí... y el resto de mí ;) 

Lucas: ¡Sussy, míralo! 


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