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No más Bastian

Hola! Bueno, qué les digo? Nada, porque ustedes vienen a leer. Así que lean, este no es el final. Repito: NO es el final, es el inicio del final. Me falta un capitulin más que ya está casi todo escrito solo me hace falta darle detalles. Disfruten... o no xDD

Capítulo XXVII: No más Bastian

Probablemente aquel era el último lugar en donde debería estar; una fiesta rodeada de personas presuntamente felices, compartiendo un agradable momento de cháchara, música y bebida de cuestionable sabor. Ella no se sentía del humor adecuado para estar en aquel salón, pero tampoco había tenido la fuerza de voluntad como para rechazar a la señora Geoffrey. Después de todo, la mujer la había sabido acoger cuando ella había llegado a Londres como una burda provinciana en busca de un marido. Y en ningún momento había perdido la fe en ella.

Jasmine no podía decir que le guardara el mayor de los estimas pero se reconocía a sí misma como en deuda con esa dama y estaba lo suficientemente adiestrada, como para permitir que la mujer usara su título a modo de aderezar su fiesta. No todo los días se tenía a una condesa hija de un duque a la mano, ¿no?

—¡Mi querida! —Al menos en un radio de cinco metros, las personas se voltearon ante la exclamación de la señora Geoffrey. Jasmine sonrió, inafectada, permitiendo que la mujer tomara su mano enguantada y le diera un ligero apretón—. Luce preciosísima.

—Señora Geoffrey —respondió con una sutil inclinación de cabeza—. Es un gusto estar aquí.

—Oh, por supuesto que el gusto es todo mío, condesa. —La mujer le guiñó un ojo de forma elocuente en la última palabra—. Me ha sorprendido este nuevo modo que tienen ustedes los jóvenes de hacer las cosas, pero... ¡ya está aquí! Qué feliz me hace.

Sin comprender nada de su divague, algo que le había pasado siempre con la mujer, Jasmine se limitó a dar un asentimiento.

—La música es exquisita —comentó cuando se situó un silencio incomodo entre ambas.

La señora Geoffrey sacudió una mano como restándole importancia al asunto y luego se aproximó a su oído, tal y como si estuviera lista para hacerle alguna confidencia. No que la mujer pudiera lograr tal hazaña, el rango de voz de la señora Geoffrey iba de alto a altísimo y de allí a una posible lesión en los tímpanos.

—He quedado encantada —le confió la mujer, dejando que las personas alrededor se enteraran del asunto sin mucho esfuerzo—. Él es encantador, admito que al principio tenía mis reservas. Pero ¿qué puedo hacer? Soy una romántica empedernida.

Jasmine frunció el ceño, confusa, para luego dar un paso hacia atrás y mirar a la dama que le sonreía ampliamente.

—¿Disculpe?

—Me refiero a... —se detuvo en media palabra y de ser posible, su sonrisa se ensanchó todavía más—. ¡Oh, allí está él! —Jasmine hizo amago de volverse, cuando la señora Geoffrey la rebasó y comenzó a agitar una mano de modo que nadie pudiera pasarlas por alto. Absolutamente nadie—. ¡Lord Hastings, por aquí!

Jasmine cerró los ojos un necesario segundo, cargándose de fuerza para observar por encima de la cabeza de la mujer, la cual continuaba haciendo un chiste de ella al llamar a su marido a voz en grito. Bastian esbozó el fantasma de una sonrisa, al tiempo que avanzaba hacia ellas con paso firme y dejaba que la multitud se abriera frente a él como las aguas del mar rojo. En cuanto estuvo a una distancia prudente, él se inclinó en una exuberante flexión ante ambas robándole un elocuente suspiro a su anfitriona.

—Mis señoras —murmuró para luego elevar su mirada celeste en su dirección. Jasmine hizo un esfuerzo para no enseñarle los dientes de forma belicosa. ¿Cómo se atrevía a presentarse allí? Él ni siquiera había sido invitado. ¿A qué se suponía que estaba jugando?—. Mi lady, ¿me permite decirle lo hermosa que se ve en azul?

—Oh, divino... —susurró la señora Geoffrey encantada, ganándose una sonrisa traviesa por parte de Bastian. Sin darse cuenta, Jasmine soltó un bufido haciendo que ambos la miraran con distintos grados de interés.

—Me... —Sacudió la cabeza antes de fingir un carraspeo—. Me aclaraba la garganta.

—¿Tal vez tenga sed? —ofreció la señora Geoffrey, solícita.

—Sí, exactamente, iré a refrescarme —se excusó al instante, asiéndose de esa vía de escape con uñas y dientes.

Al segundo en que puso distancia entre ella y la señora Geoffrey, Jasmine se encaminó sin resuellos hacia la salida. Había cumplido con el protocolo, ¿verdad? Había saludado a su anfitriona, se había dejado ver e incluso había deambulado un poco, eso era una deuda más que saldada para Jasmine.

—Jasmine... —Sintió una mano en su espalda, pero se deshizo de ella con un movimiento rápido y continuó empujándose a través del gentío. Ella no iba a enfrentarlo allí, no se sentía capaz de tal cosa—. Jasmine, para.

Ante aquel pedido no pudo rehusarse o ignorarlo, las personas a su lado lo habría notado sin lugar a duda, sobre todo porque llevaba a Bastian pegado a sus talones y él había hablado lo bastante alto como para no darle alternativas.

—Déjame —pidió en voz baja al momento en que sintió sus manos ciñéndose a sus caderas—. Hastings... —le advirtió mirándolo por sobre su hombro—. No quiero hacer una escena, así que suéltame.

—No hagamos una escena —correspondió él tirando de su mano para obligarla a volverse. Jasmine fue demasiado consciente de su cercanía tras ese movimiento, incluso siendo marido y mujer sus cuerpos habían quedado indecorosamente juntos y aquello no hizo más que avivar la curiosidad de los chismosos—. Quiero hablar contigo.

—No tengo nada que decirte —aseveró con las mejillas enrojecidas por la pena y la rabia.

—Pero yo sí.

—No quiero escucharte —le espetó colocando una mano en su pecho para apartarlo, él no le hizo caso—. Hastings estamos llamando la atención, retírate.

—Bailemos —ofreció de la nada, llevando su mano al hueco de su brazo para escoltarla como si realmente fuera un caballero. Ella habría tenido que negarse, pero estaba tan estupefacta ante la sorpresiva invitación que se dejó llevar hasta la sala de baile sin protestar.

La banda estaba tocando una cuadrilla, lo cual fue estupendo para ella ya que dicho baile no exigía que estuviese en constante contacto con su compañero y le daba el tiempo suficiente como para prepararse para cada roce o cruce de lados. Bastian le mantenía la mirada, incluso durante el intercambio de parejas cuando se veían obligados a enfrentar a otra persona, él no dejaba de mirarla. Y eso solo conseguía molestarla más.

Estiró una mano para encontrar la de él a mitad de camino y entonces ambos avanzaron, girando en torno a ese breve contacto en un cambio de lugares.

—Odio las cuadrillas —dijo él, dando el paso hacia atrás requerido para completar el movimiento. Ella lo observó aburrida, volviendo a extender su mano para esperarlo en el centro.

—Yo te odio a ti —le informó, sonriéndole falsamente. Bastian rodó los ojos, caminando con ella de la mano para ocupar el sitio que la pareja frente a ellos dejaba libre.

—Sabías que... —se silenció obligado a esperar a que los de al lado continuaran con los pasos pertinentes—, ¿el odio solo es posible cuando hay un sentimiento de cariño previo? No puedes odiar algo que no quisiste mucho, nadie gasta tanta energía en algo que le es indiferente.

Jasmine sacudió la cabeza con incredulidad.

—Si hubo tal sentimiento en algún momento, te aseguro que ya no está.

Bastian suspiró pesadamente.

—Bien... —masculló, dándole una enfadada mirada al hombre con el que se suponía debía cambiar pareja. Jasmine ejecutó los pasos correspondientes con el amable desconocido y luego regresó frente a Bastian—. Sabes que tarde o temprano tendremos que discutir esto —le informó sin dejar de moverse con gracia y fluidez en la línea.

Ella frunció el ceño. Por supuesto que sabía que él llevaba algo de razón, en algún momento iban a tener que plantear un nuevo acuerdo de cómo vivirían. Estaban casados, lo cual significaba que de cara al mundo ellos debían mostrar un frente unido. Pero saber aquello no volvía la tarea más fácil.

—No será aquí —le respondió entre dientes. Él hizo una pausa en medio del baile, presionándole un segundo de más los dedos enguantados antes de soltarla y regresarse a su sitio. La cuadrilla acabó, todos los involucrados se volvieron hacia la banda aplaudiendo, pero Jasmine y Bastian permanecieron observándose mutuamente.

Finalmente las líneas se rompieron, haciendo que los bailarines se dispersaran y comenzaran a ofrecerse las usuales cortesías en agradecimiento por el baile. Bastian se acercó a ella para ofrecerle un besamanos y entonces se inclinó hacia su oído.

—En diez minutos, te espero en el jardín junto a la fuente. —Jasmine comenzó a negarse pero él la sostuvo con una férrea mirada—. Quiero quitarme esto de encima cuanto antes —le informó con acidez, ella presionó los ojos con suspicacia—. En diez minutos ve al jardín, llegaremos a un acuerdo por Junior.

La mención de su hijo la hizo apretar los dientes, enfadada.

—No voy a dejar que me chantajees otra...

—Calla —la interrumpió, elevando una ceja de forma arrogante—. No te confundas, florecilla... creo que sabes tan bien como yo que esto no va a ninguna parte. —Hizo una pausa, deslizando su mirada hacia las puertas que daban a la terraza con gesto ausente y distante—. Diez minutos.

Entonces se marchó, dejándola allí sumida en la confusión.

***

Bastian simplemente no entendía qué tenía de romántico la imagen de un chiquillo alado en pañales, armado con una aljaba llena de flechas y un arco. Nunca le había gustado la representación de Cupido como un niño, maldición, los niños no tendrían que saber ni una maldita cosa sobre amor o relaciones. Pero al parecer la señora Geoffrey no compartía su antipatía por el querubín rubio, ya que lo había colocado como el ornamento principal de su fuente.

Soltó un suspiro por lo bajo, apartando la mirada de la estatua que comenzaba a exasperarlo. En ese instante sintió pasos acercándose con cautela por el sendero a sus espaldas y automáticamente cualquier mal pensamiento ocasionado por Cupido, voló de su mente. Bastian se volvió, listo para comentar algo sobre su impaciencia por encontrarse con él, cuando distinguió el rostro de la dama que iluminaban las linternas del jardín. No era Jasmine.

Parpadeó en silencio y ella tomó aquello como un permiso tácito para que se acercara.

—Bastian —musitó con pretendida voz suave, al tiempo que le echaba los brazos al cuello y presionaba un beso en su mejilla, entre otras partes de su cuerpo contra él—. Pensé que esa mujer no iba a dejarte solo nunca —confesó haciendo un puchero.

Le tomó un largo segundo darse cuenta que ella lo tenía abrazado, con lo cual dio un paso hacia atrás y se quitó sus manos del cuello, contrariado. Se sorprendió sobremanera al darse cuenta que en realidad no eran sus brazos los que quería alrededor de él.

—¿Qué haces aquí, Margarite?

Ella hizo una mueca no muy contenta con la distancia que él había impuesto, pero sabiamente optó por permanecer en su sitio.

—¿Qué hago aquí? —replicó, juguetona, mordiendo la esquina de su carnoso labio inferior—. He venido a verte, por supuesto. Supe que estarías en este lugar... —Sacudió una mano señalando la fachada de la casa detrás de sí—. Y entonces hice que me invitaran, claro.

—Claro —respondió tratando de no evidenciar su irritación, ella solo usaría eso para molestarlo todavía más—. Mira, debes irte.

—¿Irme? Pero si acabo de llegar. —Margarite posó sus manos en las caderas, remarcando de ese modo las suaves curvas de una mujer en la flor de la vida. Era bella, ¿para qué negarlo? Era bella y sabía usar cada una de las gracias que la naturaleza le había dado en su favor. El único motivo por el que la había hecho su amante, era por esa confianza que cargaba como una segunda piel—. Te vi bailando con esa mujer... parecías enfadado y pensé en contentarte.

—No necesito que me contenten.

—Bastian... —Ella volvió a avanzar en su dirección, posando tímidamente una de sus pequeñas manos sobre su pecho—. Podemos ir a mi casa ahora mismo.

—Margarite. —Bajó la mirada para enfrentar sus inteligentes y escurridizos ojos verdes, esperando que por una maldita vez le escuchara a él y no a lo que ella quería escuchar—. Lo nuestro se terminó, ¿recuerdas?

—¡Bah! —La joven viuda desestimó sus palabras con un chasquido de lengua—. ¿Piensas que unas tontas joyas son suficientes para deshacerte de mí? Tú no quieres soltarme, Bastian, tú siempre terminas regresando.

—No esta vez —aseveró con ligereza—. Si las joyas no son suficientes, te quedas con la casa. Creo que eso es más generoso por mi parte.

Una sombra oscureció los hasta entonces seductores ojos verdes que lo enfrentaban, al parecer Margarite finalmente estaba cayendo en cuenta de que él no estaba de broma.

—No quiero tu estúpida casa, Bastian. Te quiero a ti.

Él tomó la mano que apoyaba en su pecho y lentamente la apartó.

—Yo no quiero nada más contigo, ¿no entiendes? Me he cansado de ti, puedes buscar a un nuevo benefactor. Es más... te daré una compensación en metal por las molestias.

—¡No! —Ella pateó el suelo, enfurruñada—. ¿Qué pasa contigo? Lili, tú y yo nos divertimos mucho, nadie puede ser mejor que nosotras.

Él se abstuvo de replicar a ese comentario, divertirse era relativo. Cuando estaba con Lili y Margarite, estaba tan ebrio que apenas reconocía a las mujeres a su lado. Aquello no era divertido, aquello era un momento de leve euforia que él estúpidamente confundía con satisfacción. Aquello era su intento vano de disfrutar algo que no recordaba haber disfrutado jamás.

—Solo ya no lo deseo, Margarite —señaló con honestidad y hastío—. Solo ya no quiero seguir con eso.

Le parecía increíble que estuviese rehusándose a pasar la noche en la cama de una mujer hermosa, pero había una parte de él que siempre se había rehusado y por primera vez le estaba haciendo caso a ese pequeño sector de su mente, al mismo sector que estaba harto de ser siempre el invitado en la cama de los demás.

—Estás confundido —insistió ella sonriéndole amigablemente, una sonrisa que al menos él había visto como amigable en el pasado—. Pasaste tanto tiempo en Kent que ya no piensas con claridad, pero yo puedo ayudarte.

Él no terminaba de comprender a dónde intentaba llegar con eso, cuando una vez más Margarite le lanzó los brazos al cuello y tiró de su rostro hacia abajo, presionando un fuerte beso en sus labios. Bastian se paralizó por un eterno instante, para luego reaccionar tomándola por los hombros y dándole un fuerte empellón que casi la hace aterrizar en el suelo. La mujer lo atravesó con una mirada herida, molesta, mientras él se afanaba por borrar la sensación de su boca sobre la suya.

—¡¿Te has vuelto loco?! —le lanzó Margarite en un grito recriminador—. ¿Qué pasa contigo?

—Solo... de... déjame tranquilo —balbuceó en respuesta, odiando aquella muestra de debilidad en su voz. Elevó una mano para mantenerla lejos, pero Margarite no pareció conforme con ello, pues una vez más dio un paso en su dirección que él estuvo tentado de retroceder. Aunque no lo hizo, claro—. Basta —se escuchó decir con más firmeza.

—Si aprecia algo su posición en la sociedad, señora Barner, retírese.

Tanto Bastian como Margarite se volvieron hacia el camino de piedra apenas iluminado, donde una figura femenina enfundada en seda azul los observaba de hito en hito.

—¿Y usted es? —instó Margarite, petulante.

Jasmine terminó de recorrer los metros que los separaban, colocándose convenientemente entre él y la otra mujer en un acto de protección que lo sobrecogió.

—Lady Hastings —dijo de un modo que casi lo hizo sentir orgulloso de tener ese asqueroso título.

—La esposa —confirmó Margarite, haciendo especial hincapié en la palabra "esposa"—. La mujer que lo compró. —Bastian pudo notar un muy leve movimiento de los labios de su esposa, como cuando juraba para sus adentros y esperaba que nadie lo notase—. No me sorprende que lo hiciera, la verdad. Una mujer como usted solo podría tener a un hombre como él poniendo cada penique de su herencia.

Él estuvo a punto de intervenir para defenderla de tal mentira, cuando Jasmine lo detuvo con una simple mirada de "déjamelo a mí". Bastian dudó solo un segundo antes de recordar que aquella era la mujer que discutía de negocios con hombres como un igual, que no tenía miedo de alzar la voz para hacer respetar su opinión frente a quien sea, que había tomado las riendas de un ducado siendo una cría y había trazado un alocado plan para tener un hijo propio. No, se dijo para sus adentros, Jasmine nunca iba a necesitar que él la defendiera de nada.

—Está en lo cierto —respondió entonces, colocándose las manos en la cadera como si estuviera lista para impartir clases. Su linda institutriz—. Ha sido una de mis adquisiciones más costosas, por lo que seguramente comprenderá si no me apetece verlo marcado por sus garras. —Margarite medio sonrió medio bufó ante las palabras de Jasmine, pero su esposa no se amilanó sino que continuó enfrentándola con aplomo—. Verá, señora Barner, nunca fui buena compartiendo mis cosas.

—¡Vaya desfachatez la suya! —prorrumpió Margarite con aire afectado, señalándolo por encima del hombro de su esposa—. Él puede hacer lo que se le venga en gana.

—Él está atado a mí por un contrato —corrigió ella sin alteración—. Tal y como usted señaló antes, yo puse una buena cantidad para obtenerlo. Y no voy a dejar que se pasee por ahí con una fulana que no lo vale. —Tras decir eso dio un amenazador paso hacia Margarite—. Si sigue rondándole, me encargaré de hacer su vida un infierno.

—Como si fuera a temerle a usted —replicó la otra con los ojos en rendijas.

Jasmine le sonrió de medio lado, para luego inclinarse hacia el oído de la mujer de modo que Bastian quedara relevado de la conversación.

—Solo hace falta una palabra a mi hermano, el duque, para que usted se convierta en una paria. —Se apartó para mirarla a los ojos—. Piénselo, señora Barner, porque si se sigue metiendo con lo mío ni América le alcanzará para escapar de mí.

La joven perdió al instante su actitud de altanería, para luego observar a Bastian con una nota de pesar en sus ojos claros.

—¿Vas a permitirle que me hable así?

Él se encogió de hombros, obsequiándole una encantadora pero indiferente sonrisa a la mujer.

—Yo no puedo discutirle nada... —Le envió una breve mirada de soslayo que Jasmine no fue capaz de sostenerle—. Ella es mi dueña.

—Como sea —masculló Margarite hacia ella, irritada, dándose la vuelta aireadamente como si ninguno de los dos valiera la pena el esfuerzo de una discusión.

Hasta el momento en que ella hubo desaparecido de su rango de visión, Jasmine no fue consciente de lo mucho que le había costado plantarle cara sin perder la compostura. Sintió como Bastian resoplaba a sus espaldas y lentamente se volvió para mirarlo. No sabía qué esperaba ver en su rostro, pero sin duda la expresión de alivio en sus ojos fue lo último que habría previsto.

—Vaya amigas que...

—Gracias —la interrumpió él sorpresivamente. Jasmine parpadeó, confundida.

—¿Por qué?

—Por... —Él sacudió la cabeza como si no deseara entrar en detalles y ella decidió no insistir al respecto, después de todo no era por eso que estaba allí—. Creo que ahora sí va a entender que no quiero nada con ella.

—Eso no me importa —mintió, ganándose una sutil sonrisa por su parte.

—Vale.

Jasmine se sacudió en su lugar, renuente a aceptar lo mucho que le había gustado verlo mientras rechazaba a la insistente viuda. Cuando había bajado las escaleras de la terraza para su encuentro, no le había costado mucho trabajo oír voces al final del sendero que guiaba a la fuente y entonces había decidido rezagarse, aguardar y observar desde las sombras que proyectaban los árboles; esperando externamente que él tomara la invitación de aquella mujer, pero deseando internamente que él la rechazara. Y lo había hecho.

—Conocí a tu hermano —comentó de la nada, para luego regañarse a sí misma por tan siquiera mencionar tal cosa.

—Eso tengo entendido —le respondió él con ligereza, mirándola de un modo que solo consiguió incomodarla. Casi sin darse cuenta dio un paso hacia atrás, repentinamente ansiando la presencia de los desconocidos que reían y se divertían puertas adentro, esperando una súbita interrupción de la señora Geoffrey o cualquier cosa por el estilo. Pero la fiesta parecía estar a un mar de distancia de donde ellos se encontraban, dejándola sola para lidiar con el hombre que la extasiaba y la exasperaba a partes iguales—. Ella no significa nada para mí, Jasmine.

—No te lo he preguntado.

Bastian esbozó una sonrisa vacía.

—No, no lo has hecho —aceptó al cabo de una pausa, Jasmine se cruzó de brazos instintivamente.

—Estoy aquí para hablar sobre lo que haremos a partir de ahora —le informó, resuelta. Su esposo dio un leve asentimiento, dejándole en claro que la estaba oyendo—. Nunca debimos cambiar las reglas del contrato...

—Jasmine —comenzó a decir él, pero ella continuó sin hacerle caso.

—Solo hemos añadido complicaciones a nuestras vidas, estábamos bien con...

—¿Realmente crees eso? —le espetó entonces, elevando el tono por sobre el suyo.

Ella suspiró con pesadez.

—Lo que creo no quieres oírlo.

—Te equivocas.

—Bien —aceptó con una mueca de irritación—. ¿Quieres saber lo que creo? —Bastian asintió al instante—. No te conozco, Hastings. Cuando empezaba a pensar que estaba conociendo a la persona que en verdad eres, aparece tu hermano en mi casa y me da cinco mil libras que al parecer vienen de tu bolsillo. —Soltó un sonido de incredulidad ante sus propias palabras—. Te conocí siendo un pianista ebrio y endeudado, pero ahora resulta que eres hijo de un marqués con una cuantiosa fortuna a tu disposición de la que te niegas a hacer uso. Detenme si me estoy dejando algo, pero... ¿quién rayos eres en realidad? —Él no respondió y eso solo logró que se encabritara—. ¡Dímelo! Dos años atrás me casé con un hombre que no conocía, porque no me importaba quién fuera solo quería un hijo. Pero ahora merezco más que eso y voy a elegir bien esta vez, por Junior y por mí. —Hizo una pausa para tragarse el nudo que cerraba su garganta—. No creo que tú seas bueno para nosotros.

—Probablemente tengas razón —aceptó él en un susurro velado. Jasmine soltó el aire que estaba conteniendo, para luego alzar la vista hacia el cielo estrellado con cierta impotencia y resignación.

Probablemente lo hacía, pensó para sus adentros.

—Vas a tener que permanecer alejado...

—No voy a hacer tal cosa —la cortó a media frase con un resoplido.

—Bastian... —comenzó a protestar ella, pero él agitó una mano para detenerla.

—Mira, lamento mucho no haberte hablado de la herencia del marqués —explicó a toda prisa, sin darle tiempo a pensar una réplica—. No pienso en ello, simplemente no hablo de ese dinero porque no considero que sea mío. —Se encogió de hombros con cierto toque de impotencia—. El marqués puso una serie de condiciones bastante ridículas en lo concerniente a la herencia, las pocas veces que quise usar algo de ese dinero me lo negaron. Así que dejé de darle importancia, ¿de acuerdo?

Ella pestañeó algo azorada.

—Pero... —Se silenció al recordar la conversación que había tenido con el marqués dos días atrás y repentinamente la misma duda de entonces la aguijoneó sin previo aviso—. Tu hermano dijo que podrías haber obtenido ese dinero desde un principio, ¿no es así?

Bastian hizo una mueca con los labios como si estuviera ponderando su pregunta.

—Es relativo.

—¿Cómo de relativo? —presionó sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo. Ella no debía intentar sonsacarle información sobre sus decisiones de vida, ella debía de exigirle que pusieran sus asuntos en orden y luego dejarlo por la paz de ambos. Pero aún sabiendo lo que debía hacer, no podía evitar indagar, no podía dejar de querer al menos unos minutos más a su lado. ¿Era eso tan malo?

Probablemente... sí.

Su esposo se pasó una mano por el cabello en gesto intranquilo.

—Bueno... era parte del plan, ¿sabes? —Ella enarcó una ceja ante el tono ominoso de aquella aseveración—. Bastian vas a rechazar el título, vas a firmar esto, vas a tomar esto otro, tendrás tu dinero, te asentarás en Escocia, te casarás con esta mujer y tendrás tres hijos. —Jasmine no supo qué decir, aunque le parecía evidente que a su esposo aquella organización de su vida no le gustaba en lo más mínimo—. Era el plan. Darien estaba muy convencido de que eso era lo mejor para mí.

—¿Y tú no?

—No lo sé —respondió con sinceridad—. No tenía idea de qué era bueno o malo para mí entonces, Jasmine. Piénsalo de este modo, imagina que no importa lo que digas o pienses, siempre habrá alguien que tomará las decisiones por ti. Tú no tendrías que opinar al respecto, solo acatar lo que te dicen porque... "ellos saben lo que es mejor para ti".

—No creo poder vivir de ese modo —admitió en voz queda, Bastian asintió presionando los labios en un rictus.

—Pues desde que puedo recordarlo, siempre fue así para mí. —Alzó las manos, apenas esbozando una sonrisa triste.

—¿Por eso aceptaste ser conde? —inquirió sin llegar a comprenderlo del todo.

Su esposo sacudió la cabeza en una tenue negación.

—No, verás... cuando el conde murió, fuimos a Kent para poner las cosas en orden.

—¿Quiénes?

—El marqués y yo —respondió, para luego continuar con su relato—: Dado que yo era el único "familiar" vivo del conde, tenía que hacerme cargo de... lo concerniente al funeral y esas cosas. Recuerdo que después de eso, nos reunimos con los abogados del conde y de Darien para discutir el traspaso del título y de las propiedades. —Hizo una pausa, mirando hacia ella pero al parecer con la mente muy lejos de allí—. Tendría que poner mi firma en algunos papeles y eso sería todo, me desvincularía del conde para siempre y Darien me daría su apellido. Sería su hijo.

—¿Y qué pasó? —preguntó al ver que no parecía muy dispuesto a continuar.

Bastian soltó un suspiro irregular.

—El conde, como bien sabes, había dejado un buen monto de deudas. Entre las cuales estaban los sueldos de los empleados de Eythorne, Darien estaba impaciente por pagar eso y terminar cuanto antes, así que me ofrecí para ir a la finca y liquidar los sueldos. —Jasmine aguardó impaciente, al tiempo que Bastian hacia otra pausa y se pasaba nuevamente una mano por el cabello—. El punto es que ni siquiera llegué a cruzar las puertas exteriores, estuve allí como un idiota dando vueltas en los lindes de la propiedad sin atreverme a entrar. —Ella frunció el ceño ante eso, pero decidió no interrumpirlo—. Al cabo de un rato, alguien me vio y se me acercó. Yo no tenía idea de quién era, pero entonces empezó a hablar conmigo y luego otras personas comenzaron a reunirse alrededor de mi caballo. Hombres, mujeres, niños... incluso sus mascotas. —Sus arrendatarios, pensó Jasmine en su fuero interno—. Eran mis arrendatarios —explicó con una breve sonrisa—. Me habían reconocido, estaban allí para expresarme sus condolencias y al mismo tiempo para informarme de todo. Ellos no se guardaron nada, Jasmine... me dijeron cada una de las cosas que estaban mal en Eythorne, me mostraron todo lo que se podría lograr si solo se invirtiera un poco y me hicieron ver...

—¿Qué cosa?

Él parpadeó, llevando sus ojos celestes hacia los suyos.

—Que no podía aceptar el plan de Darien.

—¿Por qué?

—Porque... si renunciaba a la finca, las tierras irían a parar a manos de la Corona, las harían tierras comunales o vete a saber qué. Y esas personas no iban a poder quedarse allí, perderían sus hogares. —Rió con cierta ironía—. No que tuvieran mucho que perder ya, pero habían soportado generaciones y generaciones de condes mediocres... yo no podía quitarles más.

—Entonces... —Ella carraspeó intentando aclarar sus propios pensamientos—. Entonces aceptaste el título para que ellos... ¿para que ellos no tuvieran que irse de sus tierras?

Sus ojos la encontraron un segundo, antes de que moviera la cabeza en un gesto de indiferencia.

—No creas que fue un acto noble, florecilla. —Jasmine frunció el ceño, pero decidió ignorar el sutil toque jactancioso que adornaba su timbre. Algo le decía que aquella respuesta era su modo de no ponerse en evidencia, Bastian atacaba cuando se sentía vulnerable y la ironía era su arma más habitual.

—¿Fue entonces cuando les hiciste la promesa?

Él abrió los ojos con sorpresa al escucharla, hasta que el entendimiento lo golpeó y una vaga sonrisa tiró de la comisura de sus labios.

—Fui lo bastante idiota como para hacerles promesas, sí.

—¿Qué les dijiste?

—Les dije que encontraría la forma de mejorar las cosas —explicó encogiéndose de hombros—. Les di el dinero que Darien me había dado para liquidar los sueldos y les prometí que...

—Que no los ibas a dejar —completó ella, leyendo en su rostro la respuesta. Bastian asintió muy suavemente—. ¿Qué pasó entonces?

Él soltó un sutil quejido por entre sus labios, para luego indicarle con un movimiento de su cabeza el banco de piedra que había a los pies de la fuente. Jasmine dudó solo un segundo antes de seguirlo hasta allí y tomar asiento a su lado.

—Pasó que... Darien se molestó mucho conmigo, al punto en que se negó a darme un penique para que pusiera en la finca. —La miró de soslayo, manteniendo el cuerpo hacia adelante como si no quisiera estar muy cerca de ella—. Así que hasta allí llegaron mis planes de ayudar a los arrendatarios. No tenía dinero propio, vivía de lo que Darien me daba... pero sí tenía deudas... ¡cientos de deudas! —Sonrió con sorna—. Tenía empleados que no cobraban hacía meses, tenía acreedores persiguiéndome hasta en el baño... tenía dos casas que se estaban viniendo abajo. Sin mencionar el hecho de que no tenía ni idea de cómo cambiar eso... —Sus ojos destellaron, apenas conteniendo un ramalazo de ira—. Solo tengo un talento, Jas... dos —se corrigió chasqueando la lengua—, pero maldita sea, ni mil muertos de hambre o fincas en ruina me harían que hiciera uso de ese otro talento. —Ella negó sin comprender y Bastian pareció leerlo sin problemas—. Lo único que podía hacer para conseguir dinero era tocar el piano.

—¿De eso vivías?

—No tenía alternativa, Darien se negaba a darme nada por temor a que lo usara para pagar las cosas del conde. Se sentía traicionado, el muy hijo de puta... —Jasmine dio un respingo ante ese arrebato suyo—. Lo siento.

—Pierde cuidado —dijo al instante, desestimando el asunto—. ¿Por qué se sentía traicionado?

—Porque así era él... porque las cosas que no se ajustaban a su mundo perfecto le disgustaban. —Le ofreció una sarcástica sonrisa—. Y yo nunca me ajusté. Darien no entendía... —Bastian arrastró sus ojos de regreso a la vasta oscuridad del jardín—. No puedes solo escaparte de lo que te duele... no hay una distancia que poner para que eso ocurra... —Entonces volvió a mirarla—. El pasado te alcanza sin importar cuántas millas intentes distanciarte.

Ella fue a responder, pero entonces simplemente guardó silencio. Era evidente que había cosas en esa historia que se le estaban escapando, cosas que aún pesaban en la conciencia de su esposo, por mucho que él quisiera aparentar lo contrario.

—¿Te refieres al conde? —Como toda respuesta Bastian frunció el ceño, apartando la vista en dirección de la casa. Jasmine lo tomó por la barbilla, forzando a sus ojos a enfrentarla—. El pasado que te alcanza... Bastian... —Él negó de forma inmediata, ella lo intentó por otro camino—. Entiendo que el conde te ha... lastimado.

Su esposo bufó por lo bajo, tomando su mano para presionarla contra su mejilla un instante y luego liberarla poniéndose de pie. Jasmine lo imitó.

—El conde... —dijo él al tiempo que sacudía la cabeza, como si le doliera solo pensarlo—. No voy a ir allí, Jasmine... no.

—Bien —aceptó sin hacer aspavientos, notando la súbita inquietud en el semblante de Bastian—. Bien, no tienes que hablarme de él. —Estiró una mano para tocar el mismo punto donde antes él la había sujetado y no fue capaz de esconder una sonrisa, cuando su esposo frotó la mejilla contra su palma—. Creo que ya... debería volver a casa.

—Jasmine. —Bastian presionó su mano sobre la de ella, enlazando sus dedos de un modo que hizo que su corazón se apretara en un puño. ¿Por qué le hacía tan difícil el dejarlo?

—Tengo que irme, Bastian, tengo que...

—No. —Él la arrastró hacia sí, comenzando a resquebrajar sus resistencias con esa simple acción—. Si quisieras irte, ya te habrías ido. Pero sigues aquí y no puedo... solo no puedo permitir que tú también me dejes solo.

—Bastian... —Intentó liberarse de su amarre, pero tuvo que ser honesta consigo misma y admitir que no puso mucho empeño en ello.

Él le sonrió, poniendo la cabeza de lado para equiparar sus miradas.

—Para ser la mujer que acaba de proclamarse mi dueña, debo decir que eres bastante descuidada con tus pertenecías. —En contra de su mejor juicio, ella rió pero Bastian se puso serio—. Aunque sabes... —Él trazó una ligera caricia en su mejilla con la punta de su índice—. Voy a entender si decides que no quieres conservarme.

Y allí estaba su opción, se dijo internamente. Estabadejando en sus manos la posibilidad de continuar lo que sea que estabanhaciendo o desistir de una buena vez. Jasmine no se creía dueña de nadie, peroal mismo tiempo sabía que Bastian no iba a forzarla a aceptarlo en su vida.Podían volver a lo que eran antes; no más música a las tantas horas de lamadrugada, no más escapes nocturnos a la cocina, no más planes para apostar eldinero familiar, no más quejas sobre la falta de alcohol o cotilleos sobre losromances de los empleados, no más sonrisas pícaras al pasar, no másinterrupciones en su trabajo, no más clases sobre cómo ser un hacendado, no másbesos... no más de sus ojos color del cielo, no más de sus refunfuños en contradel sol, no más Bastian haciendo reír a Ryan. 

No más Bastian.

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Bueno gente bella, Jasmine tiene una decisión que tomar por acá. Todavía quedan cosas por decirse, pero de momento paro acá porque sino el capítulo se iba a tornar demasiado largo. 

Como dije más arriba este es el principio del final, ¿qué van pensando? ¿Gustó? 

No hago dedicatoria esta vez porque estoy a nada de terminar la historia y me quiero poner en ello sin demoras. Sepan entender, los chicos volverán en la próxima historia. De momento no sé cuál va a ser, tengo las tres empezadas así que... puede ser cualquiera. 

Saludotes y tortugas para todos ^_^     

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