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Jasmine Flower

¡Gracias a los que decidieron darle una oportunidad a esta historia y a mí! xDD Como les dije, acá va el primer capítulo y en el multimedia les presento a Jasmine. 

Capítulo I: Jasmine Flower

Jasmine Flower estaba sonando escaleras abajo y aunque al común de las personas eso no le supondría ninguna alteración, para ella era muy distinto. La canción se intensificaba en volumen, conforme ella bajaba los peldaños y se obligaba a dirigirse a la sala de música. La señora Powel la interceptó a medio camino, sonriendo como pocas veces e incluso mostrándose hasta jovial. Algo muy poco usual en el ama de llaves.

La señora Powel estaba extasiada.

— ¿No es divino? —inquirió la mujer mayor, deteniéndose el tiempo suficiente como para escuchar la melodía.

Sí, lo era, pensó para sus adentros. Y al mismo tiempo se reprendió por esa muestra de debilidad. En algún momento de su vida aquella canción le había fascinado, lamentablemente ese ya no era el caso. Ahora cada vez que Jasmine escuchaba su canción, entraba en un estadio de alteración nerviosa y la embargaba una inexplicable ira.

Ira hacia el reproductor de dicha música, su esposo, el conde Bastian Hastings.

***

Había un solo motivo para que Bastian se presentara en su finca de Kent, bueno, quizá dos. El primero evidentemente era por falta de dinero, el segundo... Jasmine cerró los ojos incapaz de imaginarse el segundo motivo, pero sabiendo demasiado bien de qué se trataba. Él debía de estar allí por causa de Theo.

Una semana atrás su hermano había abandonado su casa, colérico, decidido a darle una lección a Bastian sin importar su título, su posición como hombre civilizado o siquiera la diferencia de edades y masa muscular que había entre ellos. Theo simplemente no comprendía cómo Jasmine había contraído nupcias con un hombre con una reputación tan manchada como la de Bastian. Y la triste realidad era que ella no podía explicárselo. No quería desilusionar a Theo, podía lidiar con Bastian, con sus amantes, con la sociedad que estaba al tanto de cada sucio detalle e incluso podía lidiar con su autoimpuesta reclusión en Kent, pero no podía admitir a su hermano lo que había hecho.

Así que había optado por mentirle.

Desde que había cumplido los dieciséis años, Jasmine había sido la responsable de Theo. Luego de la muerte de su madre, ellos básicamente se quedaron solos. Su padre vivía, pero habría dado lo mismo si estuviese o no, el hombre se había perdido por completo cuando su mujer falleció. Se había convertido en un reducto del ser que había sido antaño y eso a Jasmine principalmente le causó pena, luego una simple resignación. Estaba sola, tenía una finca, un joven hermano y un padre inútil, pero ella decidió hacer que el mundo de Theo fuera perfecto. Se encargó de enviarlo a las mejores escuelas, de estar con él tras cada logro y de apoyarlo en cada fracaso, le hizo de padre y madre, al tiempo que se encargaba de llevar la casa y las tierras adelante. Todo por sí sola.

Cuando su padre finalmente se rindió y marchó pacíficamente tras su madre, cinco años después, Jasmine casi no lo lloró. No tenía tiempo para sentir pena por alguien que la había dejado mucho tiempo atrás. Hizo lo que tuvo que hacer y eso fue asegurarle a Theo un gran futuro. Cuando su hermanito finalmente tuvo la edad para encargarse de sus responsabilidades, ella lo guió con mano firme pero gentil y lo ayudó a abrirse camino en el difícil mundo de los hombres. Un mundo que a ella como mujer le tendría que ser completamente ajeno, pero que gracias a su padre conocía desde muy temprana edad. Ella había sido la guardiana de su hermano y la mente detrás de cada decisión que había tomado su padre en sus últimos cinco años de vida. Jasmine sabía muy bien cómo administrar una finca, cómo hacer negocios y cómo dejarle creer a los hombres que eran ellos lo que tenían la última palabra.

Su universo se había reducido a cuidar de los demás de un modo tan tajante, que ni siquiera supo en qué momento el tiempo le pasó por encima. A sus veintiocho años y con un hermano listo para salir al mundo en busca de experiencias nuevas, ella se encontró una vez más sola.

No tuvo que pensar mucho a partir de entonces, ella siempre había tenido claro lo que quería para su vida, simplemente nunca imaginó que se quedaría sin tiempo para cumplir dichos propósitos. Por lo que se había puesto en contacto con la única mujer respetable que conocía gracias a la buena de su madre, la señora Geoffrey. Para Jasmine la señora Geoffrey siempre había sido una señora, incluso cuando estaba considerablemente más joven. Era ese tipo de mujer elegante que parecía haber nacido con la inconfundible estela de la gracia y la sofisticación. Y para sus cometidos, era la mujer ideal.

Jasmine nunca había sido presentada oficialmente en sociedad, al menos no del modo en que les ocurría a todas las jóvenes debutantes. Ella conocía a las personas porque había instigado a su padre a que le presentara a la gente con la que debía hacer negocios, nada más. No tenía idea de cómo coquetear con un hombre, ni tampoco sabía nada de la última moda, la delicadeza de una charla informal o la sutileza de un movimiento de abanico adecuado. Ella no sabía nada de cómo ser mujer, pero sabía muy bien lo que quería: Jasmine necesitaba un marido. Y lo necesitaba rápido.

A eso se habían abocado con la señora Geoffrey una vez que fueron a Londres para darle su gran temporada, Jasmine se vio envuelta en la vorágine de los vestidos extravagantes y las fiestas escandalosas, pero nunca con peores resultados. Si en sus tiempos de juventud se la habría podido considerar bonita, a sus veintiocho años y claramente habiendo pasado la primavera de su vida, lo más agradable que se podía decir de ella era que tenía la cabeza bien firme sobre los hombros. E incluso eso le había llegado a decir una vez un caballero a modo de cumplido, alegre de haber conocido a una mujer que pensaba como hombre, para variar.

Todo estaba resultando ser un fracaso, Jasmine estaba casi segura que su vida acabaría de esa forma, solitaria, y no había nada que la atemorizara más. Había comenzado a convencerse de que acabaría regresando a su hogar con el rabo entre las piernas, cuando a la señora Geoffrey se le ocurrió una última posibilidad. Una muestra de arte nocturna. Sólo las personas más exclusivas podrían obtener invitación para el evento y la señora Geoffrey no concebía la posibilidad de que ella, la hija de un duque, se lo perdiera. Jasmine se hizo de sus mejores armas entonces, se colocó el vestido más ceñido y favorecedor que tenía, hizo que su doncella se esmerara en el peinado más bello y se colocó el collar de su madre para infundirse el coraje de sentirse capaz de llamar la atención de un caballero. No estaba dispuesta a admitir el fracaso aún, no estaba dispuesta a volver a su casa con las manos vacías y muchos menos a soportar la cara de decepción de la señora Geoffrey otra noche más. Quería un amor y para su desgracia, conseguirlo significaba tener que adosarse un esposo.

Fue en esa velada, luego de dar vuelta por las enormes galerías del museo observando obra tras obra y sin tener la dicha de impresionar a nadie con su esmerado atuendo, cuando conoció a Bastian. No fue un momento romántico, ni amor a primera vista como le había hecho creer a su hermano, no. Lo que vio en Bastian fue mucho más simple, vio a un hombre impertinente, maleducado y sobre todo desesperado. Desesperado por dinero.

Él había sido parte del gran cierre de aquel evento, acompañado de un violinista y un chelista, Bastian interpretaba grandes canciones en el piano y transportaba a cada persona que cruzaba el umbral a un mundo de ensueño. Ese, además de la bebida, era el único talento que tenía el conde de Hastings. Y en varias ocasiones solía echar a perder sus bellísimas interpretaciones, dejándose ganar por su primer y adorado talento.

Aquella noche, cuando ella y la señora Geoffrey entraron a la galería de música, Bastian se aclaraba la garganta y con esa extraordinaria voz suya le anunciaba a la audiencia la siguiente canción.

Jasmine Flower.

Y fue incluso antes de conocer nada sobre él cuando Jasmine lo supo, él sería su esposo, él le daría a su amor. Bastian Hastings le daría un hijo y ella finalmente dejaría de estar sola.

***

Así que cuando esa melodía sonaba en la casa, sólo significaba una cosa, su "querido" esposo estaba de regreso.

Jasmine disminuyó la velocidad al llegar a la puerta del salón de música y observó por entre la puerta entornada al hombre en cuestión. Vestía de forma impoluta, aunque se había quitado la levita para ponerse a tocar en mangas de camisa. Según él se sentía más cómodo de ese modo y había logrado en más de una ocasión que las personas que lo contrataban para tocar, lo complacieran en su capricho. Era un excelente pianista, nadie podía negar aquello. También era un hombre extraordinariamente carismático cuando lo deseaba y por sobre todo, era extraordinariamente apuesto.

No que eso hubiese influido al momento de escogerlo para sus planes, el hecho de que fuera apuesto en realidad le había jugado en contra. Bastian era muy consciente de su belleza física, rubio, alto y de ojos asquerosamente celestes, era el epíteto del hombre inglés. Tanto su belleza como su talento eran innegables, cualquiera que quisiera decir lo contrario estaría pecando y de forma descarada. Pero no importaba mucho cómo luciera o qué tan bien supiera hacer música, él en pocas palabras era un mal hombre. Era una mala persona de pies a cabeza, era egoísta, superficial y banal, era lo que ella había estado buscando. Alguien a quien ella y su hijo le interesaran un comino. Alguien que cumpliera con el propósito de suscitarle un heredero y desaparecer.

Y hasta el momento Bastian había cumplido a rajatabla su parte del trato, le había dado un bebé que acababa de cumplir los seis meses de vida, le había entregado el dominio absoluto de la finca y nunca se retrasaba en firmar los papeles que ella le enviaba para avalar todas sus decisiones —un mero formalismo que dejaba a los hombres tranquilos—, se había marchado a hacer su vida en Londres y nunca le había exigido que le cumpliera con cualquier deber de esposa. Él tenía a sus amantes, ella tenía a su hijo y la finca, él tenía su dinero, ella le aseguraba un futuro a Ryan. En suma, su vida era perfecta.

Al menos hasta que Theo regresó del extranjero y descubrió lo que estaba pasando.

— ¿Puedes dejar de tocar esa horrible canción? —espetó, entrando finalmente a la sala.

Bastian se detuvo de forma inmediata, volviendo el rostro en su dirección. Jasmine le observó con recelo, incapaz de no reaccionar por completo a él y a esa mirada casi translucida. Era guapo, ella ya lo sabía, pero nunca dejaba de impactarla lo mucho que podía pasar por una obra de arte viva.

—Lo lamento, querida, no era mi intención ser una molestia para tus dulces oídos.

— ¿Qué haces aquí? —Una parte de ella realmente esperaba que fuera el dinero lo que lo había llevado allí, la necesidad de dinero, claro.

—Todavía estoy intentando determinarlo —murmuró él, comenzando a tocar irritablemente dos teclas del piano. Ella dio un paso al frente y bajó la tapa de sopetón, casi atrapando sus dedos en el proceso. Bastian presionó los ojos, echándole una insolente mirada de soslayo—. ¿Cómo está Junior?

—Su nombre es Ryan y no es de tu importancia —aclaró, molesta de que insistiera en llamar a su hijo como le venía en gana—. Márchate —le ordenó sin titubear, Bastian sonrió con sorna.

—Con gusto, mi señora. —Se puso de pie, para luego tomar su levita de la parte superior del piano y echarse a andar hacia la puerta. No acababa de llegar allí, cuando Jasmine escuchó la leve maldición que dejó salir por lo bajo.

— ¡Oh, veo que ya estás aquí! —Ella se giró al instante, notando que Bastian se había quedado quieto a medio camino de la salida con la vista clavada en su nuevo invitado—. Me gustaría hablar con ambos.

Ella forzó una sonrisa, mirando alternativamente entre Bastian y su hermano. El primero hizo una mueca desdeñosa al observarla y con una reverencia burlona hacia ambos, pasó junto a Theo como alma que lleva el diablo. Ella cerró los ojos y obligó a su corazón a ralentizarse, no podía hacer mucho por el mal humor de Bastian pero iba a dejarle en claro que no pensaba permitirle esos desplantes. No mientras estuviese en su casa.

—Theo... —comenzó a decir ella, pero su hermano se adelantó.

—Dímelo —le urgió, tomándola de las manos con infinita paciencia. Jasmine tuvo que hacer un doble esfuerzo para no dejar salir una de las coloridas palabrotas que había aprendido de los hombres con los que trabajaba y portarse como la dama que era. Más o menos—. Dime que te libere de él y no descansaré hasta conseguirlo. Pídemelo.

Enfrentó los ojos verdes de su hermano, viendo lo mucho que había crecido en ese tiempo, notando lo decidido que estaba y cuánto en realidad deseaba ayudarla. No quería hacerle daño, no podía explicarle porqué había escogido a Bastian, ni tampoco admitir que eso era lo que ella quería. Ya se había resignado a que no tendría un matrimonio con amor, pero no quería que su hermano fuese igual. Maldición, si ella se divorciaba la reputación de toda la familia se iría al garete.

¡No! Ella no iba a permitirlo, había sacrificado mucho por Theo en el pasado, no iba a dejar que eso se arruinara sólo porque tuviese un arranque de hermano protector. Tenía un hijo en el cual pensar ahora.

Jasmine sabía que no tenía más alternativas, iba a tener que convencerlo de que amaba a Bastian lo bastante como para soportar sus indiscreciones y con suerte Theo comprendería que ella estaba tal y donde debía estar. El único problema sería convencer a Bastian de que se quedara lo suficiente en Kent como para perpetuar aquella pequeña charada. Sí, nada que no pudiese solucionar con uno o dos licores finos.

No había otra solución, iba a tener que comprar a Bastian Hastings una vez más. Y algo le decía que en esta ocasión, el coste no afectaría únicamente a su bolsillo. 

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Espero les haya gustado el inicio, ya pronto va ir tomando forma esto y vamos a poder conocer mejor a los personajes. Gracias por pasar ^_^

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