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Detalles

Hola... n_n

Capítulo X: Detalles

Bastian tamborileó los dedos en el escritorio, mirando sin mirar los papeles que tenía Jasmine diseminados sin ningún orden o concierto por allí. No le gustaba admitirlo pero era consciente de que su mente no estaba con él en el estudio, sino que parecía haberse quedado escaleras arriba, con ella.

—No seas estúpido —se ordenó en voz baja.

Pero su cabeza parecía tener sus propios planes, porque una vez más se vio ensimismado, reviviendo sus palabras una y otra vez. Le había permitido que lo insultara, se había quedado callado. No había nada que odiara más que su falta de reacción y de todos modos no se imaginaba diciendo nada, haciendo nada. ¿Por qué?

— ¿Milord? —Bastian pestañeó, llevando su mirada hacia la puerta. Humphrey impávido ante su silencio, se aclaró la garganta—. El médico ya está aquí.

Asintió, agradeciendo para sus adentros esa distracción. Pensar nunca se le había dado bien, y no estaba listo para romper aquella tradición. Se puso de pie siguiendo al mayordomo hasta la salita dorada, la cual antes había sido una masculina sala azul donde el diminutivo nunca había tenido cabida. Pero desde la llegada de su esposa, ahora todas sus salas eran "salitas" y todas eran de colores horrorosamente femeninos.

—Milord. —Humphrey volvió a llamar su atención, mientras Bastian cruzaba miradas con el desconocido sentado en un su sofá—. El doctor Hartman.

—Lord Hastings es un gusto conocerlo —saludó el aludido, poniéndose de pie para ofrecerle una cortés reverencia. Bastian frunció el ceño.

— ¿Qué pasó con el doctor Sutter?

—Desgraciadamente murió hace un año, milord —respondió el joven frente a él.

— ¿Y le envió a usted con el recado? —le espetó, enarcando una ceja en gesto altivo.

El crío sonrió, enviándole una breve mirada de soslayo al imperturbable Humphrey, quien ya se mostraba inmune a las ironías de su señor.

—He ayudado al doctor Sutter en sus últimos años, conozco muy bien sus técnicas y sus pacientes me...

Bastian sacudió una mano frente a su rostro para silenciarlo.

—No me abrume con detalles. —Se giró hacia su mayordomo—. Te pedí un médico, no al asistente de su asistente.

—Milord... —comenzó a decir el crío, pero él volvió a callarlo con un gesto.

—Es el único médico disponible —respondió Humphrey con aplomo.

—Pues la llevaremos a Londres.

—Milord —insistió el asistente, dando un paso para colocarse entre él y su mayordomo. Bastian tomó una pequeña bocanada de aire, antes de esgrimir una sonrisa recelosa que no logró amilanar del todo al chico. Al parecer iba a tener que practicar más sus dones intimidatorios, reflexionó con cierta inquietud—. Estoy seguro de que no será un problema para la condesa que eche un vistazo a su herida y en todo caso, luego usted puede trasladarla a Londres para una segunda opinión.

— ¿Una opinión profesional? —le ofreció sin dejar de sonreír socarronamente. El asistente movió la cabeza en un lento asentimiento. Tenía valor o deseos de ganarse un poderoso enemigo.

—Si así lo considera...

—Bien —lo cortó, comenzando a dirigirse hacia la puerta—. Terminemos con esto para poder llevarla con un verdadero médico.

Humphrey se alejó discretamente, mientras él y el asistente se dirigían escaleras arriba hacia la habitación de su convaleciente esposa. Ni bien cruzaron el umbral, Bastian supo que había tomado una mala decisión al dejarlo llegar tan lejos e instintivamente lo agregó a su larga lista de futuros duelos.

Jasmine, completamente ajena a sus pensamientos, desplegó una sonrisa para el invitado al tiempo que el asistente se iluminaba por completo al verla. ¿Qué cara...?

—Doctor Hartman —le saludó ella, efusivamente. El asistente se inclinó en una reverencia, para luego tomar su mano y depositarle un beso en el dorso.

Bastian cerró la puerta del cuarto y cruzándose de brazos, se recargó contra la madera.

—Mi lady Hastings.

— ¿Se conocen? —inquirió él desde su lugar en la puerta. Jasmine pareció reparar en su presencia recién entonces, mirándolo por un breve instante.

—El doctor Hartman me ayudó con un sarpullido que tuvo Ryan hace unas semanas.

—Espero que ya se encuentre mejor.

—Completamente —dijo ella, una vez más esbozando esa sonrisa. Sonrisa que él no había visto nunca antes.

Bastian se aclaró la garganta, logrando que el asistente se irguiera en toda su estatura y al parecer recordara porqué estaba allí.

—Entonces... —murmuró, colocando su maletín junto a la cama—. ¿Cuál es el problema, mi lady?

—Me caí del caballo y mi pie quedó atorado en el estribo.

— ¿Pie derecho o izquierdo? —instó él, tomando asiento a su lado para quedar a la altura de sus pies.

—Izquierdo.

—Veámoslo entonces. —Jasmine dio un tirón a las sábanas, haciendo que éstas subieran hasta dejar sus piernas descubiertas. Alguna doncella inteligente —a la cual iba a tener que darle un aumento—, había sido lo bastante atenta como para colocarle uno de sus camisones más largos y sobre él llevaba su mullida bata de mojigata, aun así cuando ese doctorcillo puso sus manos en el dobladillo del camisón, Bastian no pudo evitar tensarse—. ¿Me permite? —le preguntó, señalando la media de seda que cubría el delicado pie.

—Claro.

—Voy a examinar a su esposa, milord, si desea esperar en el pasillo.

—Esperaré aquí —masculló con una voz que hasta a él se le hizo extraña. El asistente no respondió, aunque pudo ver que los ojos de Jasmine lo examinaron por un segundo de más.

El supuesto doctor, del cual cada segundo tenía más y más dudas, comenzó a subir el camisón hasta la línea de las rodillas, donde Jasmine llevaba enganchada la media con un liguero. En busca de mantener el decoro, el asistente no siguió subiendo el camisón, sino que metió su mano por debajo y eficientemente soltó la media.

En ese mismo segundo, Bastian bajó la vista hacia su propia mano notando que la tenía apretada en un fuerte puño. La aflojó y estiró los dedos, devolviendo su atención a la cama donde se encontró con los ojos de su esposa una vez más fijos en él.

—No lo vi en la iglesia este domingo —comentó Jasmine, regresando su mirada hacia el asistente quien se veía ensimismado en su tarea.

Bastian frunció el ceño, ¿Jasmine iba a la iglesia?

—Finalmente la señora de Harriet ha estado de parto.

— ¡Oh qué alegría! —Ella parecía genuinamente alegre por el parto de una desconocida—. ¿Qué fue?

—Un niño, fuerte y sano.

—Espero que ambos se encuentren bien. —Hartman asintió, al tiempo que examinaba con delicadeza el pie de su esposa. Pero al parecer no fue lo bastante delicado, porque en uno de sus movimientos logró que Jasmine diera un fuerte respingo y golpeara con su mano la bandeja del té que descansaba en la mesilla a su lado. La taza, un plato y la cuchara fueron a parar al suelo en un estrépito, mientras ella era incapaz de ocultar una infantil risilla—. Oh, lo siento tanto —comenzó a decir, aunque la diversión brillaba en sus ojos.

—Fue mi culpa —respondió Hartman al instante, asumiendo la responsabilidad como el buen caballero que era.

Jasmine entonces lo miró a él y Bastian no pudo evitar esbozarle una sonrisa. Poco tiempo después de que se hubiesen conocido, justo antes de que ella le comentara los pormenores de su acuerdo matrimonial, habían paseado por el Row y ella en su torpeza había causado un gran alboroto, sólo para no perder un condenado sombrero. Al final de su odisea, luego de que él recuperara al susodicho del pico de un pato, Jasmine se deshizo en disculpas y acabó por echarse toda la culpa, esperando claramente que él la absolviera. Pero Bastian nunca había sido un buen caballero, por lo que terminó dándole la razón y en contra partida ella le dio una amplia disertación sobre los códigos caballerescos. "Una dama nunca tiene la culpa, lord Hastings" le había dicho, altiva, a lo que él había respondido lanzándole su tonto sombrero de regreso.

Sacudió la cabeza, dejando el recuerdo de lado y se dispuso a escuchar lo que el asistente tenía que decir sobre la herida. No estaba fracturado, lo cual era una buena noticia. Debía de vendarlo ajustadamente y mantener el reposo por unos dos o tres días.

— ¿Dos o tres? —lo increpó él, quien no gustaba mucho de ese tipo de imprecisiones.

Hartman lo observó por sobre el hombro con una pequeña sonrisa.

—Tres para estar más seguros. —Bastian asintió y el doctorcillo comenzó a vendar el pie de Jasmine, manteniendo con ella una conversación inofensiva. Una vez que hubo terminado se puso de pie, tomando su maletín—. Si respeta el reposo, mi lady, la hinchazón debería de bajar pronto.

—Muchas gracias, doctor Hartman. —La sonrisa volvió a iluminar sus facciones, causando distintas reacciones en sus destinatarios. Hartman pareció extasiado, Bastian simplemente irritado.

—Estará excusada de su asistencia a misa este domingo —agregó Hartman a modo de broma. Jasmine rió, Bastian siseó una maldición entre dientes—. Si surge algún problema...

—La llevaremos con un médico —lo interrumpió él, tocando el límite de su paciencia.

—Hastings —lo censuró Jasmine desde la cama.

—Asumo que conoce el camino, doctor —continuó Bastian, haciendo caso omiso de su advertencia.

—Sí, por supuesto.

—Entonces me disculpara que no lo acompañe.

— ¡Bastian! —gruñó su esposa en un intento de llamarle la atención.

—Pierda cuidado —dijo Hartman, tanto para él como para ella. Y con una rápida reverencia, aceptó su pedido tácito de marcharse sin importunar a sus padrinos. Imbécil.

— ¿Qué es lo que pasa contigo? —lo increpó ella, ni bien la puerta se hubo cerrado a espaldas del asistente.

Bastian caminó hasta los pies de la cama, mirándola con total inocencia.

— ¿Qué? Le pedí que me disculpara...

—Sabes a lo que me refiero —lo cortó, enderezándose en su lugar en una vaga imitación de su pose de institutriz—. Fuiste innecesariamente grosero con él.

—Me sorprende que lo hayas notado, parecías demasiado ocupada en no dejar de sonreírle.

Ella presionó los ojos con suspicacia al oírlo y al instante notó su desliz.

—Ten cuidado, Bastian. Eso casi sonó como el comentario de un esposo celoso —replicó, haciendo eco de sus propias palabras.

Bastian chasqueó la lengua, desmereciendo aquello.

—Vaya acusación más infame, esposa.

—Fuiste tú quien lo sugirió —añadió ella, arrellanándose en sus almohadones con total tranquilidad. Bastian enarcó una ceja, mirando brevemente hacia la puerta cerrada y una vez más a Jasmine.

— ¿Hay motivos? —preguntó al cabo de un momento de silencio. Jasmine hizo una mueca de molestia.

—Vete, por favor. —Ella agitó una mano indicándole la salida, pero él la ignoró.

—Dímelo —masculló, dando unos pasos para situarse a su lado—. ¿Todas esas bromas sobre la misa significan algo más?

— ¿Y si lo hicieran? —replicó ella, elevando el mentón retadoramente. Él frunció el ceño, más molesto con su molestia que con la posibilidad de que fuera cierto. ¿Y si lo fuera? No debía de importarle—. Tú no eres quien para...

—Te equivocas —la cortó, tomándola por la barbilla con más fuerza de la necesaria. Quizá, después de todo, si le importaba. Era su esposa, no la dejaría hacerlo el hazmerreír del pueblo, ni mucho menos se arriesgaría a tener que cargar con el bastardo de alguien más. No se sentía celoso, sólo era lógico—. En lo que a eso se refiere, esposa, yo soy tu todo. ¿Me entiendes?

—El burro hablando de orejas —dijo con una sonrisita burlona—. Vete de mi habitación.

—Como gustes —aceptó, empujándole el rostro hacia un lado con desdén.

No estaba celoso. No lo estaba.

***

Jasmine despertó unas horas después, con una molestia que nada tenía que ver con su pie herido. Se llevó una mano al pecho, notando la humedad en su camisón y soltó una pequeña maldición entre dientes. Con todo el ajetreo se había pasado la hora de comida de Ryan y su cuerpo se lo estaba haciendo saber.

Se estiró para tocar la campañilla del servicio y luego echó una mirada hacia la ventana, tratando de adivinar qué hora podría ser. El sol todavía brillaba en el cielo, pero era claro que la noche estaba a momentos de caer. Sabía que Nancy se encargaría de alimentar a su bebé, pues para eso tenía una nodriza, pero a ella no le gustaba fallarle a Ryan en nada. Esos momentos eran casi los únicos que le podía dedicar por completo y sólo una situación muy particular le haría aplazarlos.

La puerta finalmente se abrió y Jasmine se preparó para comenzar a dar las órdenes pertinentes, cuando notó que la persona que ingresaba no era nadie a su servicio.

— ¿Qué haces aquí?

—Llamaste —respondió él, sin más.

— ¿Ahora cumples deberes de doncella? —le espetó de regreso, sin lograr que se inmutara.

— ¿Qué necesitas?

—A Ryan, haz que lo traigan.

Bastian asintió, saliendo de la habitación en silencio y después de unos minutos estuvo de regreso con su hijo en brazos. Jasmine sintió que debía desconfiar de esa actitud tan inofensiva, pero decidió no comenzar a una discusión sin motivos. Como había estado ocurriendo cada noche desde su regreso, Jasmine tomó a su hijo sabiendo que Bastian se quedaría allí para observarlos. Él ocupó el lugar de siempre a los pies de la cama y ella simplemente hizo de cuenta que no estaba allí, dedicándole su atención completamente a Ryan.

—Digamos que... —Alzó la mirada interrogante al oírlo hablar. Bastian se aclaró la garganta—. Digamos que tuviste algo con ese médico, ¿puedo suponer que lo dejarás?

— ¿Otra vez con eso?

—Sólo responde —pidió, sin dejar de observarla con fijeza.

Quizá fue por el hecho de que no le estuviese gritando o exigiendo nada, o quizá se trataba de la presencia de su hijo. Sin saber muy bien por qué, ella decidió darle una respuesta honesta.

—Nunca tuve nada con el doctor Hartman.

—Tú le atraes —añadió él, sondeándola con sus profundos ojos celestes.

—Soy consciente de eso —aceptó, devolviéndole el escrutinio.

—Él no te atrae —sentenció sin la menor vacilación. Jasmine asintió, pues no veía motivos de contrariarlo en tonterías. Hacía un tiempo que se había dado cuenta que el doctor Hartman le dedicaba miradas y sonrisas que nada tenían que ver con una inocente amistad. Pero, más allá de sentirse halagada, nunca siquiera había puesto un pensamiento sobre esa situación—. ¿Y si lo hiciera?

—No lo hace —respondió con aplomo.

—Tal vez no él, pero otro.

Se encogió de hombros, pasando de forma ausente una caricia por el cabello rubio de Ryan. No tenía tiempo para pensar en sentirse atraída por alguien, su mente estaba siempre en la finca y cuando no, lo estaba en su hijo. Pero algún día logaría un equilibrio en su casa, Ryan comenzaría a ser más grande y a necesitarla menos... ¿y entonces?

—Supongo que llegado el caso, tendré que meditar qué hacer.

—Jasmine...

—No eres mi todo —le espetó, cortando lo que fuera que estuviese por decir—. Así como yo no soy tu todo, no puedes esperar que tú lo seas para mí. Si alguien aparece, procuraré ser discreta... algo que evidentemente tú no sabes hacer.

Él bajó la mirada y ella siguió ese movimiento sin darse cuenta, notando que la mano de Bastian se cerraba en un fuerte puño sobre el edredón. Se miraron al mismo tiempo.

—Podría —musitó en voz baja. Ella sacudió la cabeza sin comprenderlo.

— ¿Ser discreto?

Él negó.

—Ser... —se silenció, esbozando una tirante sonrisa—. Debería de ser así, Jasmine: tú para mí y yo para ti. Estamos casados.

— ¿Ahora vas a mostrarme tu ética matrimonial? —Él fue a responder, pero ella lo acalló—. Por favor, Hastings, sólo te has sentido amenazado por la presencia de otro hombre a quien le atraigo. —Sonrió sin ganas—. No digas ridiculeces. No somos un matrimonio real, ¿no fue eso lo que me dijiste? Sólo estamos fingiendo.

Bastian se pasó una mano por el cabello, arruinando el perfecto peinado que llevaba hasta el momento, y entonces se puso de pie en un exabrupto. Jasmine siguió sus pasos hasta la ventana con suma atención e, instintivamente, abrazó a Ryan. Si él quería discutir al menos que no lo hiciera con su hijo presente, pensó, a punto de expresar su temor en voz alta.

—Mi ética matrimonial —susurró, enviándole una mirada por sobre el hombro—. Tengo muy claro lo que un matrimonio debe ser Jasmine y esto... esto no tiene ningún sentido.

—Tenemos un acuerdo —le recordó, siguiéndolo en su recorrido por la habitación con los ojos—. Te he permitido tener tantas amantes como quieras...

— ¡Pero tú no puedes! —exclamó entonces, logrando que ella diera un respingo. Aun así no fue capaz de guardar silencio sumisamente.

—Yo no soy una de tus pertenencias.

Bastian se detuvo en su paseo, anclándola con una mirada de advertencia.

—En ninguna parte del contrato decía que podías tener amantes, condesa.

—En ninguna parte decía lo contrario.

Él gruñó una maldición por lo bajo.

—No lo permito.

—No te estoy pidiendo permiso —le recordó y un brillo de malicia cruzó por sus ojos.

Bastian se movió tan rápido que cuando Jasmine pudo reaccionar, ya lo tenía delante de sus ojos y su mano acababa de pasar a escasos centímetros de su rostro, estampándose contra el cabezal de su cama. Ella se heló, esperando que él se apartara o dijera algo, pero su esposo sólo se limitó a intimidarla con la amenaza de su cuerpo cerniéndose sobre el de ella. Ryan, ajeno al conflicto, comenzó a gimotear porque su fuente de alimento se había escapado de su boquita y Jasmine a regañadientes, apartó los ojos de Bastian para centrarlos en su hijo.

—No quiero discutir —dijo él, tras un largo minuto de silencio. Ella le obsequió un gesto irónico.

—No, sólo quieres que todo se haga según tú lógica. —Sin darse cuenta de lo que hacía, acercó su rostro hacia el suyo de un modo desafiante—. Cuando te ofrecí nuestro acuerdo, fui consciente de tus necesidades. Te otorgué completa libertad para que hicieras lo que te viniese en ganas... ¿pero tú no puedes aceptar que la situación se invierta? Yo debo sonreír como tonta ante cada chisme que me llega de ti, ¿pero no puedo suscitar mis propios chismes?

—Eres mi esposa.

— ¿Y eso qué significa para ti, Bastian? ¿Debo renunciar a toda posibilidad de sentirme apreciada, bella o deseada, sólo porque hice un trato contigo? Tú no renunciaste a nada por mí.

—Te equivocas.

—No —dijo, convencida—. Tú te equivocas al creer lo contrario.

Su mano se movió y ella cerró los ojos como respuesta instintiva. Entonces sintió que él deslizaba un dedo por su mejilla y Jasmine se obligó a tranquilizarse. No estaba ebrio, quizá molesto, pero debía confiar en que no le intentaría hacer daño con Ryan en medio.

—No me lo pediste —murmuró, arrastrando un bucle de cabello detrás de su oreja. Ella parpadeó sin entender—. Explícitamente pusiste en tu contrato que debía tener amantes, no había una opción más allá de eso.

—Porque seguramente no ibas a buscarlas cuando estuviésemos casados, ¿cierto? —instó, irónica.

—Cierto.

Jasmine rodó los ojos, sin creerlo ni por un segundo.

—Bastian no soy estúpida.

—Dudo de ello. —Ella no necesitó responder con palabras a eso, logrando una pequeña sonrisa en su interlocutor—. Los votos matrimoniales exigen fidelidad por ambas partes...

—Y tú pensabas respetarlos —le arrojó, casi riendo ante la mera idea.

— ¡Sí!

—Bastian tú no reconocerías la fidelidad ni aunque te golpeara en la cabeza.

—El hecho de que tenga amantes, no significa que no tenga una concepción clara sobre el matrimonio, Jasmine. O lo que esto supone para los implicados. —Hizo una pausa, a lo cual ella solo negó con la cabeza. Quizá si estaba ebrio, si intentaba hacerle tragar aquella mentira—. Cuando aceptaste casarte conmigo, implícitamente aceptaste serme fiel. Dado que en tu contrato no había ninguna clausula que negara lo anterior y partiendo desde el valor original que supone esta unión, tú estarías incurriendo en una falta si decidieras tener amantes.

Jasmine abrió la boca, sorprendida, mientras buscaba asimilar todo lo que acababa de decir.

—Si te lo pensaste, ¿no?

Él sonrió, dejando que su mano cayera casualmente por el arco de su cuello.

—He tenido un buen ejemplo —respondió, arrastrando la mirada hacia el punto que acariciaba. Jasmine elevó su propia mano y capturó sus dedos dentro de su palma, obligándolo a retroceder. Bastian finalmente la observó, al tiempo que aprovechaba la libertad de su pulgar para acariciar el interior de su muñeca. Y sin decir nada, alzó sus manos enlazadas en ese extraño apretón y le depositó un beso en el dorso, antes de soltarse.

Jasmine suspiró temblorosamente para luego volver su atención hacia Ryan, que llevaba largo rato solo jugueteando con su pezón, y se lo pasó a Bastian para que hiciera su parte. Eso era mucho más seguro que dejarlo que se le aproximara demasiado a ella. Luego de arreglarse el camisón, volvió sobre la conversación reparando tardíamente en su última afirmación.

—Dudo que puedas tomar de ejemplo el matrimonio de tus padres, hasta donde sé sólo fue un arreglo comercial.

—Estás en lo cierto —aceptó él, comenzando a pasear con Ryan por el cuarto. Lastimosamente a su hijo le gustaba tanto como a Bastian andar de aquí para allá en sus brazos. Era evidente que había heredado de él ese condenado espíritu inquieto—. Y si bien el matrimonio de mi madre fue un error garrafal para todos. —La miró de un modo que ella no supo comprender, antes de agregar—: Intento tomar alguna enseñanza de todo ello. Pero en definitiva me refería al matrimonio de mi padre.

Jasmine presionó los ojos con desconfianza.

—No me quieras ver la cara de tonta, Hastings, el conde sólo se casó una vez. —Podía no estar enterada de muchas cosas, pero de eso estaba completamente segura. Los cotillas del pueblo la habían puesto al corriente de todos los pormenores de la familia Marset.

—Lo sé. —Ryan soltó un elocuente eructo y Bastian se aproximó a la cama, para sentarlo a su lado—. Pero yo no dije el conde, dije mi padre. 

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Bue... hoy escribí  bastante y me quedé sin combustible espiritual para una dedicatoria.

En fin, llegamos oficialmente a los diez caps con esta historia. ¿Qué les va pareciendo?

¿Me lo van queriendo más al muchachos? ¿Menos? 

Estimo que no va a ser una historia muy larga esta, porque la pensé como algo corto. Así que nada, en realidad espero que les esté gustando. Si me siguen en twitter habrán visto la foto de todas las historias que vendrán en esta serie, no estamos más que empezando, gente! 

Un beso, nos estamos leyendo ^_^ 

pd: Este fue el pago para 

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