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Capítulo extra

¡Buenas, gente! Tal y como prometí, les vengo a dejar un capitulin extra con el que cual cerramos definitivamente esta historia. Como les dije, yo quería contar una parte que me parecía importante de remarcar en la historia y bueno... llegó el momento. 

¿Me acompañan a despedir a Bas y Jas? 

Capítulo extra

Bastian hizo galopar al caballito de madera por la superficie de la mesa, imaginando que lo hacía correr por interminables bosques e ignorando el hecho de que una de sus patas se había roto hacía un tiempo y que su avance parecía más un lamento que un trote hacia la libertad.

La puerta se abrió. Lentamente apartó la mirada de su juguete, distinguiendo en la penumbra la silueta de un hombre y por un segundo más que largo, su corazón se detuvo.

—La comida, señor —musitó uno de los lacayos que normalmente le subían cosas.

El conde no permitía que ninguna sirvienta lo atendiera, lo mantenía alejado de cualquier mujer que pudiera tener algún gesto de cariño con él y Bastian ya casi se había acostumbrado a no escuchar voces femeninas cerca. Las pocas veces que lo hacía, era cuando se aventuraba a abandonar el tercer piso y recorría el resto de la casa como un vulgar ratero. Esas ocasiones solo eran posibles cuando el conde se marchaba a la ciudad. Y eso no era algo que ocurriera muy seguido, para su desgracia.

Sin decir una palabra, observó cómo el joven lacayo caminaba hacia la humilde mesa donde él estaba sentado y le dejaba la bandeja con su cena. No era algo muy elaborado, un tazón de gachas, un mendrugo de pan y un vaso de leche con miel. Rara vez recibía algo más que eso, pero no se quejaba. Siempre y cuando el plato continuara llegando con algo para comer, a él poco le importaba qué fuera.

—Gracias... —susurró con una voz seca y monocorde.

—Lo vendré a buscar en diez minutos —anunció, antes de cerrar la puerta tras sus espaldas.

Bastian elevó la mirada de forma automática, mientras las palabras del lacayo cobraban sentido en su mente y el miedo le cerraba el estómago en un fuerte nudo. ¿Diez minutos? Suspiró con pesar, tomando la cuchara con las manos apretadas en puños. Tratando de no pensar, comenzó a empujarse las gachas por la boca, mientras alternaba con mordisco al pan y se obligaba a bajarlo todo con la leche. Solo tenía diez minutos para comer luego lo vendrían a buscar, lo cual solo significaba una cosa: el conde lo quería en el ático.

Había tenido la esperanza de que no fuera a ser molestado esa noche en particular, ya que durante toda la tarde el conde había estado atendiendo a sus visitas. Bastian los había escuchado riendo en el jardín, jugando algún juego con cartas o algo similar. Cuando el conde tenía visitas normalmente lanzaba la misma mentira de siempre, que él estaba estudiando en el extranjero. ¿Para qué lo haría subir entonces? No podía imaginarlo. Solo podía esperar que no lo dejara allí aguardando por días, eso solía ser más horroroso que lo que finalmente le hacía. La espera en la completa oscuridad, dejándolo sin nada más que un mísero retrato de su madre como compañía, con la cadena asegurada en su tobillo y con un solo metro de libertad. Odiaba estar allí. Al menos en su pequeña habitación podía moverse, tenía cosas con las que jugar y podía salir al balcón durante la noche para respirar aire puro.

Sacudió la cabeza.

Negándose a poner el peor escenario en su mente, siguió comiendo con ahínco aun cuando ya no tenía hambre. No podía estar seguro cuándo se le ocurriría alimentarlo otra vez, las reglas del ático no eran iguales a las reglas de la casa y él sabía que lo primero de lo que debía despedirse, era de la comida.

Una vez que hubo limpiado su cuenco y comido hasta la última migaja de pan, se puso de pie rápidamente y se quitó la camisa con cierta renuencia. En el ático solo podía llevar pantalones, eran las reglas. Con un último suspiro, se paró en el centro de la habitación y aguardó a que el lacayo regresara.

No pasó mucho tiempo.

—¿Listo? —instó el joven cuando volvió a abrir la puerta.

Bastian dio un ligero asentimiento, para luego caminar con cierta dificultad en dirección al ático. ¿Habría valido la pena discutir? No lo habría valido. Con los años se había dado cuenta que luchar, llorar o quejarse, solo hacía las cosas incluso peores. Y el lacayo no iba a hacer nada por él, nadie iba a hacer nada por él. El conde se había asegurado de tener personal que le fuera fiel en todos los aspectos, aquellas personas tenían sus propios secretos oscuros y el conde los conocía al dedillo. Nadie hablaría porque nadie quería que hablaran de ellos mismos.

Una vez que estuvo en el diminuto y sucio cuarto, el lacayo esperó a que él se acomodara en el inmundo catre y luego le cerró el grillete en el tobillo. Bastian estaba atrapado, pero mantuvo los hombros rígidos y una postura solemne cuando escuchó el sonido del candado al trabar. Por mucho tiempo había fantaseado volverse lo bastante fuerte como para romper las cadenas de un tirón, soltarlas de la pared y escapar de ese lugar. Pero a sus diez años aún seguía sin ser fuerte, era relativamente pequeño, estaba delgado y su cuerpo siempre dolía. Podía ignorar el dolor, pero eso no le daba fuerzas y con ese descubrimiento supo que estaba destinado a morir en ese sitio.

Solo esperaba que fuese rápido. ¿Por qué la muerte no podía ser algo rápido? Él sentía que llevaba muriendo durante demasiado tiempo, cada vez que la puerta de ese ático se cerraba con él dentro, una parte de sí mismo moría. Pero para su desgracia cada mañana seguía despertando, no importaba cuánto le pidiera a Dios que lo dejara dormir para siempre, él seguía despertando. Y estaba harto.

—Solo quiero descansar... —musitó con voz apenas audible, mientras se hacía un ovillo en el catre y lentamente se dejaba vencer por el sueño—. Solo déjame descansar...

Entreabrió los párpados cuando el sonido de las trabas de la puerta hicieron eco en la cavernosa habitación, no estaba seguro de cuánto había dormido pero no había sido suficiente. Tenía mucho frío, cansancio y todavía le escocían las plantas de los pies por la golpiza que había recibido con la vara dos noches atrás. Al conde no le gustaban los golpes que dejaban marcas, por eso cuando quería verlo sangrar le azotaba las plantas de los pies con una varilla, hasta que su piel quedaba en carne viva. Él hasta prefería los puños en la espalda o el estómago, al menos esos no le impedían caminar luego.

Fingiéndose dormido, permaneció con el cuerpo vuelto hacia la pared mientras luchaba por controlar los temblores productos del frío y el eterno miedo que le tenía a ese hombre. Entonces sintió una mano en su hombro que le dio un ligero sacudón.

—Despierte, señor. —Bastian frunció el ceño con confusión. Esa no era la voz del conde—. ¿Señor?

Se volvió. El lacayo que le había llevado la comida esbozó una pequeña sonrisa y Bastian automáticamente se tensó. No, pensó en su fuero interno, por favor no me hagas daño tú también.

Instintivamente intentó echarse hacia atrás, lejos de su alcance, pero la cadena jugó su parte y apenas pudo apartarse unos centímetros contra la pared antes de caer desmadejado en el piso. El lacayo alzó las manos en un pedido de calma.

—Tranquilo —le dijo, sacudiendo una llave que destelló tenuemente con la luz que llegaba desde el pasillo—. No voy a lastimarlo. —Bastian no respondió, esa no era la primera vez que escuchaba una frase por el estilo y no era tan estúpido como para creérselo—. Le prometo que no he venido a hacerle daño.

Lo consideró por un largo minuto, mirando los ojos de ese hombre que era poco más que un extraño para él y finalmente asintió, dándole permiso para que se le acercara. Si planeaba hacerle daño, pensó, lo haría con o sin su consentimiento. Así que qué más daba.

El lacayo se inclinó hacia su pie, utilizando la llave para liberar el candado del grillete y luego se enderezó, tendiéndole una vieja pero limpia levita negra que llevaba doblada en su brazo. Bastian no hizo ningún movimiento hacia la prenda de ropa, si el conde llegaba y lo veía cubierto lo golpearía, lo obligaría a hacer las cosas que más le desagradaban y él no iba a caer en eso. Negó.

—Tiene que vestirse, fuera hace mucho frío.

—¿Fu...fuera?

El lacayo asintió, colocándole la levita sobre los hombros con gentileza.

—Fuera.

¿Se iba? ¿Por qué? ¿Acaso el conde se había cansado de él? ¿Eso significaba que lo iban a dejar morir en el bosque? Ni siquiera conocía esas tierras, nunca había salido más lejos que el jardín. ¿Cómo sobreviviría? Y entonces... ¿para qué quería sobrevivir? ¿Para qué más personas se aprovecharan de él? No, se dijo resueltamente, era mil veces mejor morir. Muerto no le sería de utilidad a nadie, muerto no sentiría ni dolor ni repulsión, muerto ya no sería atractivo. «Mi pequeño príncipe» así lo llamaba el conde, siempre se lo repetía «es como follar a un príncipe». Si se moría al menos nadie querría follarse al príncipe.

Dejó que el lacayo le abotonara el abrigo y luego lo miró con curiosidad.

—No tengo zapatos, no encontré ningún par suyo. —Claro que no tenía zapatos, ¿para qué los usaría? No es como si diera paseos diariamente—. Tendrá que ir así, ¿le molesta?

—No.

—Bien. —Entonces el joven se acuclilló frente a él, equiparando sus miradas—. Tome... —le colocó una bolsa de cuero con monedas en su interior—. No es mucho, pero puede servirle hasta que encuentre a alguien que le ayude. —Bastian miró la bolsa con confusión, ¿qué le decía ese hombre?—. Escúcheme —le insistió, tomándolo por barbilla para obligarlo a enfrentar su mirada—. Es importante que me escuche, ¿de acuerdo?

—Sí —aceptó sin saber qué más decirle.

—Lo voy a sacar de aquí, ¿me oye? —Bastian comenzó a sacudir la cabeza en una negación. No, no podía irse sin que el conde lo autorizara, si intentaba irse él lo encontraría y entonces... él no podía imaginar qué le haría entonces, pero sabía que no sería nada agradable—. Míreme, no tenga miedo. —El lacayo volvió a intentar una sonrisa que no llegó muy lejos, parecía triste y cansado, y Bastian no pudo evitar preguntarse por qué—. No puede quedarse aquí, ya no más.

—El conde...

—El conde planea matarlo esta noche, ¿me escucha? —¿Matarlo? ¿Finalmente iba a matarlo? Quizás Dios si había atendido sus súplicas—. Lord Bastian, ¡escúcheme! —Lo miró ante su insistencia—. Esas personas que están con él... vienen a lastimarlo, ¿entiende eso? —¿Entenderlo? Desgraciadamente lo entendía demasiado bien—. Van a... lastimarlo hasta que usted muera. Por eso tiene que irse de aquí.

Iba a morir, pero no iba a ser una muerte pacífica, no. Iba a morir pero antes debía de sufrir un poco más, porque al parecer no se merecía el perdón de nadie, porque su castigo no había hecho más que comenzar. Iba a morir, pero antes iba a ser ultrajado, manoseado y humillado por hombres que nunca había visto en su vida, por hombres a los que él no había hecho daño alguno. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué simplemente no lo dejaban descansar? Tan solo quería salir de ese infierno, ¿no iba a tener nunca un poco de paz?

—¡Lord Bastian! —El lacayo lo sacudió por los hombros—. No hay tiempo para pensar, debemos sacarlo de aquí mientras ellos sigan distraídos.

No dijo que sí, pero tampoco dijo que no. Bastian miró el lugar en donde estaba y pensó que si iba a morir, prefería hacerlo en un sitio que no guardara tantos recuerdos amargos. Prefería morir de frío en el bosque o en cualquier otro sitio, prefería matarse. Con esa idea en su mente, dejó que el lacayo lo guiara por las escaleras de servicio, atravesando la cocina hacia la puerta trasera que desembocaba cerca de los establos. Una vez allí un mozo que él no conocía, salió del interior con un imponente caballo negro y el lacayo lo alzó sobre la montura sin darle tiempo a pensarlo.

—¿Dónde están ellos? —le preguntó éste al mozo de cuadra.

—Están en la sala de caza bebiendo, tendrá algo de ventaja.

—Bien. —El lacayo se volvió hacia él—. ¿Sabe montar?

Negó.

—Bueno tendrá una instrucción de cinco minutos —masculló el mozo con una mueca, para luego comenzar a señalarle cómo debía hacer avanzar o detener al caballo—. Si tira de esta forma lo hará girar, depende de a qué lado quiera ir jala la rienda y él obedecerá, ¿entendido? —Asintió—. No jale fuerte, pero sea firme y mantenga los muslos bien apretados a la montura...

—Suficiente —lo cortó el lacayo—. Aprenderá en el camino, es hora de irse.

—¿Dónde? —inquirió, abriendo la boca por primera vez desde que habían salido. Ambos hombres lo miraron con exactas muecas de pesar.

—A cualquiera lado, lord Bastian —respondió el lacayo—. Tiene el mundo entero a su disposición, pero haga lo que haga... no vuelva a este lugar, ¿de acuerdo?

Echando una breve mirada sobre su hombro hacia la fachada de la casa, Bastian supo que no iba a volver nunca a ese sitio. Iban a tener que arrastrarlo para hacerlo entrar, iban a tener que matarlo, nada en el mundo lo haría regresar. Nada.

—De acuerdo —masculló, volviendo su vista al lacayo. Éste le regaló un rápido guiño antes de comenzar a mover a su caballo hacia el camino empedrado.

—Cuando llegue a los portones externos, gire hacia la izquierda y pase el pueblo de largo. No se detenga hasta que haya dejado muy atrás Dover, ¿entendido?

—Sí.

—Mucha suerte, milord. —Entregándole las riendas, el mozo se colocó detrás del caballo para azuzarlo pero Bastian se giró una última vez, clavando sus ojos en el lacayo.

—¿Cómo te llamas?

—Silas... Silas Humphrey, milord.

Bastian asintió, esbozando quizá la primera sonrisa real en tres largos años de puras tristezas.

—No me olvidaré de ti, Humphrey.

*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*—*

20 años después, Hampshire.

—¿Y bien? —inquirió Bastian con las manos enlazadas a la espalda en actitud solemne—. ¿Qué te parece? ¿Está a tu altura?

Humphrey le envió una divertida mirada de soslayo.

—Es una bonita casa, milord —aseveró con tranquilidad y aplomo.

—Lo es —concedió él del mismo modo—. Pero le está haciendo falta un mayordomo, ¿qué piensas? ¿Estás disponible para el puesto?

Frente a su pregunta, el viejo Humphrey no intentó esconder una complacida sonrisa. Su señor había atravesado por mucho para llegar donde estaba y no podía evitar sentirse feliz por él, finalmente lord Bastian estaba comenzando a darse una oportunidad real de vivir.

—Sería un honor poder trabajar en su nueva casa, lord Hastings.

—Entonces está todo dicho —prorrumpió dándole una palmada en el hombro—, eres el nuevo mayordomo de Jasmine Park.

—Ese nombre —lo cortó una voz femenina, entrando en la sala con la confianza y naturalidad de una reina—, no está definido aún. Buenos días, Humphrey.

—Mi lady —respondió el aludido, haciendo una reverencia para la señora.

—¿Qué tiene de malo el nombre? —inquirió Bastian, volviéndose hacia su mujer mientras con suma cautela y sigilo Humphrey se retiraba del cuarto—. A mí me gusta.

—Es muy presuntuoso, Bastian. ¿Te gustaría que se llamara Bastian Park?

Él sonrió, burlón.

—No, porque suena ridículo —respondió, cruzándose de brazos—. Todo el mundo usa nombres de flores para las casas, es una tradición milenaria. A mí me gustan los jazmines, así que pienso que debería llamarse así.

—No —aseveró ella haciendo un gracioso mohín—. Me niego a vivir en una casa que lleve mi nombre.

—¿Le llamamos Eythorne II?

La respuesta de su mujer fue fruncir el ceño, claramente sin encontrar simpático su comentario, y él intentó suavizar las cosas con una sonrisa que no logró más que una regañona mueca por su parte.

—No me parece gracioso —le espetó al cabo de un segundo de silencio. Bastian se acercó con calma, para luego enlazar sus brazos alrededor de su cintura y atraerla para robarle un ligero beso.

—Perdón.

Jasmine rodó los ojos, apartándose lo suficiente como para que sus miradas se encontraran y entonces, con absoluta lentitud, trazó su labio superior con el índice, abstraída en algún íntimo lugar de su mente. Bastian tomó una necesaria bocanada de aire, al tiempo que la dejaba juguetear con él como un animalito recibiendo las caricias de su amo.

—No quiero que pienses en ese lugar —susurró finalmente, esbozando una triste sonrisa.

Él lo sabía bien, lo primero que le había dicho ella cinco meses atrás, luego de su reconciliación, era que no lo quería de regreso en Eythorne. Bastian se había sentido bastante confuso entonces, pues no comprendía por qué Jasmine lo quería dejar en Londres mientras ella regresaba a la finca. Pero no le tomó mucho averiguarlo, Jasmine simplemente le quería ahorrar la mala experiencia de tener que volver y en cuanto llegó a Eythorne, ella comenzó a hacer los arreglos pertinentes para que se instalaran en Londres hasta que consiguieran un nuevo lugar. Un lugar solo para ellos, sin recuerdos de ningún tipo, ni buenos ni malos. Empezarían su vida, la vida de su familia, en un lugar donde las cicatrices del pasado no estuvieran presentes en cada esquina. Hallar la casa no había sido tan trabajoso como encontrar un nombre con el cuál bautizarla.

—¿Entonces vas a considerar Jasmine Park?

Ella se mordió el labio para no reír, al tiempo que sacudía la cabeza en una contundente negación.

—Piensa otra cosa —le dijo, deslizándose fuera de sus brazos casi al mismo instante en que la puerta que comunicaba al conservatorio se abría.

Ambos se volvieron para observar como una acalorada Nancy ingresaba con Ryan en brazos, agitándose en busca de libertad para explorar su nuevo hogar.

—Ah mi señora, mi señor... —Hizo una sutil reverencia con lo que Ryan aprovechó su distracción y de un manotazo se apoderó de la cofia de la joven—. ¡Señorito Ryan! —se quejó ella al tiempo que el muy granuja estallaba en risas.

—Déjamelo a mí. —Jasmine se aproximó a ellos y con una de sus miradas de institutriz hizo que Ryan renunciara a la posesión de la cofia, entonces tomó al pequeño en brazos murmurándole un intento de regaño que ambos sabían no tendría ningún efecto—. Está bien, Nancy, puedes ir a tomar un té o a descansar un rato.

—Gracias, mi lady. —La muchacha hizo otra reverencia, saliendo por la misma puerta que había ingresado más que agradecida de poder tomarse un descanso de sus deberes. En los últimos meses su hijo había crecido bastante y se había vuelto cada día más inquieto, más despierto, más juguetón y travieso.

Tras la partida de Nancy, Jasmine se acomodó con el niño en el gran sofá que coronaba la habitación, mientras trataba de inculcarle las ventajas de saber conservar la calma a su pequeño torbellino de once meses. Bastian los observó un rato, divertido, para luego tomar asiento a su lado y comenzar a jalar los piecitos de Junior que no dejaba de sacudirse como un pececillo fuera del agua. Ryan no quería conservar la calma, estarse quieto sin hacer alguna travesura simplemente no era el estilo de su hijo pero Jasmine no se rendía en la tarea de hacerlo un correcto niño de bien.

—Hola niño feo —se inclinó para besar una de sus regordetas mejillas y Ryan reaccionó tomándolo del cabello al instante, manteniéndolo en un apretado abrazo. Afortunadamente Jasmine tuvo algo de piedad por él, ya que abrió la manito del niño para que lo soltara—. ¿Quieres venir conmigo? —le preguntó tendiéndole los brazos, Ryan respondió con un chillido entusiasta—. ¿Con quién quieres venir?

—No te cansas, ¿eh? —dijo Jasmine con cierto aire burlón, él la ignoró sin apartar los ojos de su hijo.

—Junior, ¿quieres venir conmigo? —La insistente pregunta solo logró que el niño se alborotara más y quisiera saltar del regazo de su madre hacia los brazos de su padre, pero Bastian se alejaba al instante en que sus manos se tocaban—. ¿Con quién quieres venir? ¿Junior? ¿Con quién quieres venir?

—Ríndete, Bastian, lo dirá cuando quiera decirlo.

Él suspiró, sabiéndose derrotado en ese aspecto y finalmente se apropió de Junior, el cual sólo soportó unos segundos de amor paternal antes de reclamar el piso y comenzar a buscar la superficie del sofá para incorporarse en sus pies. Estaban seguros de que sería cuestión de semanas para que el niño finalmente diera sus primeros pasos y ni Jasmine ni Bastian querían perderse dicho acontecimiento.

—Si consigo que diga papá primero, me dejarás nombrar la casa como yo quiera —ofreció, despegando su mirada del niño para posarla en su esposa.

Las comisuras de los labios de Jasmine se curvaron sutilmente hacia arriba, mientras mantenía la atención en Junior como si él no hubiese hablado.

Carraspeó, ella le echó una rápida mirada de soslayo.

—Querido, si consigues eso, hasta te dejaré nombrar a nuestro siguiente hijo.

No que él necesitara un incentivo de ese tipo, pero el trato le pareció más que suficiente como para que se pusiera en acción de inmediato. Sin molestarse en responder, se puso de pie y levantó a Junior en brazos, ganándose un manotazo en el rostro en protesta.

—Bua puuur...

—Tú y yo tenemos trabajo que hacer —le explicó al niño que lo miró, curioso, al ser alejado del preciado sostén que le ofrecía el sofá. Jasmine rió, incorporándose también.

—No lo molestes, tiene que ser natural.

—Solo le daré un poco de instrucción. —Ella se acercó con intención de rescatar al pequeño, pero Bastian le dio la espalda al instante y comenzó con su paciente tarea de repetir sílabas como un idiota—. Pa... pa... pa... vamos, pa... pa...

—Puuuurr... —Pero el pequeño solo parecía interesado en soplarle el rostro.

—Bastian Hastings, deja de molestar a mi hijo —le advirtió ella, clavándole un dedo en la espalda. La ignoró categóricamente.

—Pa... pa... —continuó repitiendo, esperando que el niño se diera por aludido tarde o temprano. Aun así lo único que obtuvo a cambio de su esfuerzo fue una mirada brillante y confusa, llena de inocente ignorancia. Bastian sonrió, haciéndole cosquillas en el cuello y Ryan reaccionó con una alegre risa—. Ayuda a papá, Ryan.

Al verse relegada de la escena, Jasmine lo abrazó por la cintura posando la frente en su espalda en un gesto de rendición y él lentamente se volvió para acobijarla contra su pecho. Aturdido por el modo en que su madre abrazaba a su padre, Ryan colocó su mejilla contra la de ella como si intentara animarla o hacerla que le prestara a él su atención. Jasmine sintió una fuerte emoción creciendo en su pecho, al tiempo que giraba el rostro para sonreírle a su bebé. Automáticamente Ryan le acercó la boca para presionarle un húmedo beso en la barbilla y ella solo pudo sonreír para no estallar en lágrimas de felicidad. Lo amaba tanto, que cada cosa nueva que hacía la dejaba sin palabras.

—Gracias —le dijo intentando contenerse—. Eres un verdadero caballero, mi amor.

Bastian le frotó el brazo con su mano libre, entendiendo perfectamente cómo se sentía ella pero Jasmine no fue capaz de enfrentar su mirada para responder su amable gesto. Aun cuando el tiempo seguía pasando, todavía le costaba acostumbrarse a eso: ellos tres, juntos. Como una familia. Dos años atrás su único propósito había sido concebir a su hijo, en aquel entonces Bastian le había parecido un candidato tan aceptable como cualquier otro. En ningún momento se había permitido fantasear con la idea de más, con la posibilidad de que él en realidad tuviera sentimientos hacia ella o que ella tuviera sentimientos hacia él. Aquella Jasmine le parecía una total extraña en ese instante, mientras abrazaba a Bastian y a su hijo, y la simple posibilidad de pensarse lejos de ellos le dolía en lo más profundo de su ser.

Suspiró.

—Vaya suspiro, esposa —comentó él de forma repentina, bajando la mirada hacia ella—. ¿Quiero saber a qué se debió?

Jasmine se empujó en la punta de sus pies para robarle un casto beso.

—Pensaba —explicó, mientras se distraía a sí misma haciéndole muecas a Ryan.

—¿En qué?

Se encogió de hombros.

—En el día en que te conocí —respondió con indiferencia. Bastian afirmó el brazo con que rodeaba su cintura, apretándola un tanto más cerca de su cuerpo.

—Mientras tocaba el piano —dijo él, haciendo mención de aquella noche durante la exposición nocturna del museo.

—No... —lo corrigió, para luego sonreírle—. Es decir, sí, aquella vez te conocí. Pero me refiero a la vez que en verdad te conocí.

—Oh, vaya, ¿hay más de una vez? —inquirió medio en broma, acomodando mejor a Ryan que comenzaba a buscar su hombro para descansar.

Jasmine aguardó un instante en silencio, escuchando los ruiditos de succión que hacía su bebé con su puño para hacerle saber a todos que estaba con sueño y que pensaba tomar su siesta. Él era todo un artista, igual que su padre. Hasta exigía un público atento cuando se proponía dormir.

—¿Recuerdas aquella vez que...? —comenzó a decir en voz baja, esperando no molestar a Ryan—. ¿Llegaste ebrio y me pediste que me quedara contigo durante la noche? —Bastian presionó los ojos como si le costara recuperar ese recuerdo, pero al cabo de un instante asintió con suavidad—. ¿Recuerdas qué otra cosa me pediste?

—Mis recuerdos de esa noche están algo difusos —confesó él con algo de reticencia. Ella le sonrió.

—Bueno... esa noche me pediste que te consolara, me pediste que me quedara contigo y te consolara. —Bastian no respondió pero ella vio en la expresión de sus ojos, lo mismo que aquella noche—. Y es gracioso porque hasta esa noche yo podía jurar que te conocía perfectamente, estaba segura de poder predecir cada cosa que harías o dirías. Creía saber cuáles eran tus intereses, tus fortalezas y tus debilidades, sabía con qué palabras reaccionarías de forma más agresiva o con cuáles te sosegarías, sabía que te sentías curioso por Ryan y que eras incapaz de bajar la guardia mientras estabas en la casa. Te observé... durante el tiempo que vivimos juntos, siempre te observé por el rabillo del ojo. Y estaba segura de que sabía quién eras... —Sonrió sin ganas—. Y entonces me confiaste tu sueño...

—Mi sueño de borracho —añadió él en un susurro.

Jasmine negó.

—No, Bastian... no era la primera vez que te veía ebrio, créeme. Y estabas enfadado, lo cual solo sumaba más dificultades. —Él frunció el ceño al parecer poco feliz con traer esos momentos a colación, pero era necesario—. Habría esperado cualquier cosa de ti en ese momento, cualquiera.

—Jasmine...

—Pero me abrazaste y me pediste que te consolara. Estabas herido por lo que había pasado con Ihan... y me pediste que te consolara. —Bastian clavó sus ojos celestes en ella, diciéndole todo lo que necesitaba saber sin enunciar palabra alguna. Jasmine asintió, acariciando su pecho con gentileza—. Me dejaste que te sostuviera y velara tu sueño aquella noche... y no tenía idea, Bastian, en ese momento no tenía idea de todo lo que estabas haciendo para sostenerte en una pieza. No tenía idea de cuánto me estabas dando en ese instante... me diste tu confianza. Y sé que contigo eso no se puede dar por sentado.

—Jas...

—Mientras dormías esa noche, supe que había cometido un terrible error al pensar que te conocía. No sabía nada de ti, Bas... —dijo, haciendo énfasis en el apelativo cariñoso que rara vez se permitía usar—. Y maldito fueras, pero después de ese momento lo único que quise fue saber más.

—¿Maldito fuera? —le preguntó colocando la cabeza de lado—. ¿Por qué sería maldito?

—Porque entonces captaste mi curiosidad —explicó sin más. Él rió con suavidad, caminando hacia el sofá para depositar a un dormido Ryan en él y entonces la enfrentó.

—¿Y no era ese mi propósito desde el principio? —pidió saber, al tiempo que se detenía frente a ella—. ¿Hacer que mi hermosa mujer me mirara?

Jasmine sonrió, dejándose arrastrar de regreso a sus cálidos brazos.

—Pues vaya métodos más apestosos tienes, Bastian Hastings.

Él la miró con gesto serio.

—Tienes razón, supongo que simplemente no me sentía merecedor de nada de lo que me estabas ofreciendo. —Se encogió de hombros—. Maldición, todavía no me adapto a esto.

—Lo sé —concordó ella, alegre de no ser la única—. A mí también me cuesta adaptarme... me cuesta pensar que estás aquí y que...

—No me voy a marchar.

—Y que no espero que te marches. —Bastian le sonrió justo antes de inclinarse para tomar sus labios en un lánguido y prolongado beso, Jasmine le respondió con entrega, hundiendo la mano en su cabello para atormentarlo y dejarla que lo atormentara con las caricias de su boca. Entonces Bastian se apartó de forma repentina, desconcertándola por completo—. ¿Qué...?

—¡Lo tengo!

Jasmine parpadeó, estupefacta y él le sonrió ampliamente.

—¿Qué tienes?

—El nombre, cariño. ¿Te has olvidado? —Desde hacía un buen rato que Jasmine había dejado de pensar en el nombre de la casa, pero sabía que aquel no era lugar ni hora para lo que en realidad tenía en mente.

—¿Y cuál sería?

Él le ofreció un rápido guiño.

—Bueno, dado que ya he pasado por el infierno y di buena cuenta del purgatorio, creo que estar aquí contigo es lo más cercano a llegar al Paradiso[1].

Jasmine no pudo ni quiso ocultar su alegría al escucharlo, al final de cuentas su esposo había resultado tener una vena romántica que ella nunca habría imaginado.

—Me gusta.

—¿Sí? —Ella asintió efusivamente, Bastian enarcó una ceja con cierto aire coqueto—. ¿Y qué más te gusta?

—Bobo...

—Jas... —insistió, tomándola del rostro para acercarla hasta que solo una pulgada la separaba de su boca—. ¿Qué más te gusta?

Ella cogió aire, sin apartar su mirada de aquellos profundos y esperanzados ojos celestes.

—¿Es que no lo ves, Bastian? —le dijo con el fantasma de una sonrisa cómplice tirando de sus labios—. De ti deseo todo... no solo tu cuerpo, estúpido.


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[1]-Hace referencia al libro La divina comedia, donde el protagonista atraviesa el infierno y el purgatorio para llegar al paraíso (paradiso en italiano). 


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Yo no tengo más para decir que gracias por darle una oportunidad a la historia. Espero que hayan disfrutado del viaje y de este último vistazo a la vida de nuestros protagonistas. 

Abrazos y nos vemos en "Objetivo: Esposa" la segunda parte de esta serie cuyo prólogo ya está publicado en mi perfil. 

Para seguir en contacto, me pueden seguir en mi nuevo IG: tammytfaraoz (juro que es el último ig que abro) o por twitter o por fb o por la calle, si me ven por ahí xDD


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