8. Una advertencia y una promesa
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Olivia no pudo evitar sonreír cuando Jacob Black le extendió la mano con entusiasmo. El niño tenía una energía contagiosa y, a diferencia de su padre, parecía genuinamente emocionado por conocerla. Billy, en cambio, la observaba con una expresión críptica, como si estuviera analizándola.
—¿Así que eres la nueva vecina de los Cullen? —preguntó Billy tras un sorbo de café. Su tono era neutro, pero algo en su mirada hizo que Olivia se removiera incómoda en su asiento.
—Sí, me mudé hace poco —respondió ella, manteniendo la voz tranquila mientras jugaba con los deditos de Maisie.
Billy asintió lentamente, como si estuviera debatiéndose sobre qué decir a continuación. Jacob, ajeno a la tensión, se inclinó hacia Maisie con una gran sonrisa.
—¡Es muy bonita! —exclamó—. ¿Cuántos años tiene?
—Nueve meses —contestó Olivia con una sonrisa más relajada.
Hope, quien había estado observando la conversación con los brazos cruzados, finalmente intervino.
—Billy, no empieces con tus historias —advirtió, rodando los ojos—. Olivia no necesita escuchar viejas supersticiones de viejos entrometidos.
Billy soltó una carcajada ronca.
—¿Supersticiones? Dime, Hope, ¿acaso nunca te has preguntado por qué algunos prefieren mantenerse alejados de los Cullen?
Olivia arqueó una ceja, intrigada. Desde que había llegado a Forks, parecía que todos hablaban de los Cullen con un aire de misterio. Primero las advertencias en el café y ahora Billy Black insinuando algo más.
—¿A qué se refiere? —preguntó con cautela.
Billy la observó en silencio durante un largo momento, antes de sacudir la cabeza.
—Nada que debas preocuparte —dijo finalmente—. Pero si alguna vez necesitas ayuda, Olivia, recuerda que La Push no está lejos.
Jacob frunció el ceño, confundido por el tono serio de su padre, pero no dijo nada. Olivia asintió lentamente, guardando aquellas palabras en un rincón de su mente.
Pero Hope no lo dejó pasar, la mujer mayor bufó y cruzó los brazos.
—No metas a Olivia en tus problemas, Billy. No todas las personas que llegan aquí están interesadas en cuentos de lobos y monstruos.
—Tal vez deberían estarlo —replicó Billy, sin apartar la mirada de Olivia.
La tensión creció entre ambos, y Olivia decidió que era momento de cambiar de tema. Miró a Jacob y sonrió.
—¿Y cómo es La Push, Jacob?
El niño se lanzó entusiasmado a contarle sobre las playas y los acantilados, logrando que el ambiente se aligerara. Hope, sin embargo, seguía lanzándole miradas de desagrado a Billy.
Cuando la reunión terminó, Charlie insistió en escoltarla hasta su casa en la patrulla para asegurarse de que llegara a salvo. Aunque protestó al principio, ni Hope ni el oficial cambiaron de opinión. La chica Bennett sintió un inesperado calor en el pecho al notar la genuina preocupación de Charlie. No estaba acostumbrada a que alguien más velara por su seguridad, y aunque le costara admitirlo, el gesto la enterneció.
Mientras conducía por la carretera oscura y húmeda, con las luces de la patrulla iluminando el camino detrás de ella, Olivia no pudo evitar lanzar una última mirada hacia Billy Black, quien la observaba desde el umbral del restaurante con una expresión inescrutable.
—No dejes que te asuste —murmuró Charlie una vez que estuvieron en el portón de su casa, notando su mirada ausente—. Billy es un buen hombre, pero tiene sus propias creencias.
—¿Sobre los Cullen? —aventuró Olivia.
Charlie suspiró y asintió con un leve encogimiento de hombros.
—Los Quileute tienen muchas historias. Para ellos, los Cullen son... diferentes. Pero yo solo veo una familia reservada que no le ha hecho daño a nadie.
Después de despedirse de Charlie, Olivia miró por el ventanal de la sala, observando la silueta de los árboles que se reflejaban sobre sus cortinas recortándose contra la tenue luz de la luna. Aún sentía el eco de las palabras de aquel hombre retumbando en su cabeza.
Yo que tu iba preparando el funeral si decides vivir cerca de los Cullen, niña.
Le molestaba que su cuerpo reaccionara con miedo. No quería que nada ni nadie le hiciera sentir que Maisie y ella no estaban seguras en Forks.
Acunando a Maisie en sus brazos, cerró la puerta con seguro y dejó escapar un suspiro. No podía seguir dejándose llevar por la paranoia.
Puso a Maisie en la cama y la observó por un momento, asegurándose de que estuviera bien arropada y las almohadas a su alrededor estuvieran bien colocadas. Luego se dirigió de nuevo a la sala y se dejó caer en el sofá con un suspiro agotado.
El florero con rosas amarillas volvió a llamar su atención.
Este pequeño pueblo puede ser el hogar de los más insospechados habitantes, solo hace falta saber buscar.
Advertencias por un lado y promesas por el otro... ¿A quién creerle?
La casa estaba en silencio, hasta que un ligero movimiento en su jardín la hizo detenerse. Su corazón se aceleró. Por un instante, creyó ver una sombra moverse entre los árboles. Pero cuando parpadeó, ya no había nada.
Se levantó con cuidado y caminó hacia la ventana. El viento susurró entre las hojas, y un escalofrío recorrió su espalda cuando escuchó un aullido. Olivia cerró las cortinas con un suspiro tembloroso, decidiendo que había tenido suficiente. No estaba segura de si los lobos eran comunes en la zona. ¿Sería solo un coyote? Decidió que no valía la pena preocuparse por algo así y se obligó a relajarse. No escucharía más rumores sobre los Cullen.
El sueño no llegó fácil aquella noche. Olivia se despertó cuando aún faltaban horas para que Maisie abriera los ojos. Encendió el monitor de bebé y lo colocó en la mesa de noche antes de salir al jardín envuelta en una chaqueta gruesa. Mientras caminaba, sus ojos se posaron en un pequeño cobertizo y una sonrisa tierna se dibujó en sus labios.
Desde el primer momento en que había visto el jardín de su nueva casa, sintió que había encontrado un pequeño santuario. La amplitud del espacio, la forma en que las enredaderas trepaban con libertad por la cerca y el aroma fresco de la tierra húmeda le recordaban a los días de su infancia, cuando pasaba horas entre plantas junto a su tío. Él le había enseñado el valor de cuidar la vida que brotaba de la tierra, a observar con paciencia cómo las flores se abrían con el tiempo correcto y no con la prisa de la impaciencia.
Abrió la puerta con cautela y descubrió algunas herramientas de jardinería cubiertas por una fina capa de polvo. La nostalgia la golpeó con más fuerza y tomó unas tijeras de podar, decidiendo ocuparse en algo productivo.
Se arrodilló junto a un rosal descuidado y comenzó a recortar los pétalos maltratados. "Siempre hay que darles espacio para crecer", solía decirle, mientras quitaba las hojas marchitas. Olivia sonrió al recordarlo y continuó, ocupándose después de la hierba seca que rodeaba los arbustos. A cada movimiento, sintió cómo la tensión de los últimos días se disipaba poco a poco.
Para cuando el sol empezó a asomarse entre las nubes, el sonido de un motor la distrajo. Se puso de pie y vio un auto azul estacionarse frente a su casa. Hope bajó de él con una gran sonrisa y una bolsa en la mano.
—Traje el desayuno, mi cielo —anunció con su tono jovial.
Olivia sonrió y los invitó a pasar. Mientras Hope colocaba la comida sobre la mesa, Anthony se ofreció a subir a la recamara, donde el monitor de bebé indicaba que Maisie comenzaba a moverse inquieta.
—Buenos días, pequeña —Le dijo en voz baja Olivia a su hija, mientras Maisie parpadeaba con sus enormes ojos azules en brazos del joven.
Hope se acercó y con suavidad, le hizo cosquillas en la pancita, provocando una risa burbujeante en la niña.
—Al menos alguien está de buen humor esta mañana —bromeó Olivia, tomando asiento.
—¿No dormiste bien, querida? —preguntó Hope mientras servía café.
Olivia suspiró, removiendo la cuchara en su taza.
—Siendo honesta, no. Creo que aún me estoy acostumbrando a los sonidos de este lugar. Anoche juraría haber escuchado algo en el jardín.
Anthony levantó la mirada.
—¿Algo? ¿Cómo qué?
—No sé... podría haber sido un animal, o simplemente el viento. Pero admito que me dio escalofríos —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Hope y Anthony intercambiaron una mirada confundida, pero ninguno comentó al respecto.
Algo pasaba en Forks, y de alguna manera, sin que Olivia lo supiera, ella y Maisie estaban en el centro de todo.
—Entonces, ¿siempre te levantas al amanecer para podar flores? No sabía que eras tan madrugadora —comentó con una sonrisa ladeada.
—Alguien tiene que hacerlo —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Y créeme, prefiero lidiar con las plantas que con ciertas personas a esta hora de la mañana —replicó ella con diversión, aunque el leve sonrojo en sus mejillas la delató.
—Auch, eso dolió —Anthony puso una mano sobre su pecho con fingida indignación—. Y yo que pensaba invitarte a un helado después de esto.
Hope bufó y negó con la cabeza.
—Si invitar a alguien a tomar un helado fuera un deporte olímpico, Anthony se llevaría el oro. —Miró a Olivia con una sonrisa burlona—. Ten cuidado, cariño, que este tiene más citas que yo pares de zapatos.
—¿En serio? —Olivia arqueó una ceja y miró a Anthony con fingida incredulidad—. ¿Y aún así sigues soltero? Qué misterio...
Anthony puso una expresión dramáticamente herida.
—Oye, tal vez tengo estándares altos.
—O tal vez las chicas tienen buen juicio —replicó Olivia con diversión, dándole un sorbo a su café.
Maisie golpeó la mesa con sus manitas y soltó una carcajada, como si entendiera la conversación. Anthony la miró con fingida indignación.
—Incluso la bebé se burla de mí, esto es un complot —declaró, llevándose una mano al corazón.
El desayuno transcurrió en un ambiente relajado. Entre bocados de tostadas y sorbos de café, Hope contó una anécdota de su trabajo en la cafetería, sobre un cliente que había insistido en pedir un café "con un toque de magia". Olivia se rió, mientras Anthony rodaba los ojos.
—Lo que más me sorprende —dijo Anthony— es que intentaste hacerlo.
Hope se encogió de hombros con una sonrisa juguetona.
—Soy una profesional, Anthony. Si el cliente pide magia, al menos le doy un buen espectáculo con la espuma. Además, Cecile siempre decía que la magia era la intención que uno le pone a las cosas.
La complicidad entre todos hizo que la joven Bennett sintiera, por primera vez en mucho tiempo, una calidez parecida a la de una familia. Pero justo cuando Olivia comenzaba a relajarse por completo, un suave pitido rompió el ambiente.
Todos se quedaron en silencio por un segundo antes de que Olivia se levantara y mirara hacia la puerta. Anthony siguió su mirada y frunció el ceño.
—No esperaba visitas —dijo en voz baja.
Hope bebió el último sorbo de su café y dejó la taza sobre la mesa con calma.
—Bueno, pues parece que las visitas te esperaban a ti.
Olivia inhaló profundamente y caminó hacia la entrada. Al abrir la puerta, se encontró con dos figuras de belleza casi irreal. La primera era una mujer menuda, rasgos finos como de hada, ojos grandes y dorados, cabello corto y de un negro intenso. Lo más deslumbrante era su sonrisa, vibrante y llena de emoción, todo en ella irradiaba una energía chispeante. A su lado, con una amabilidad serena en su expresión, estaba una mujer que Olivia ya conocía: Rosalie, quien la observó con calma y asintió con cortesía.
—¡Por fin nos conocemos! —exclamó con entusiasmo la acompañante de Rosalie.
Alice, supuso Olivia.
Alice y Rosalie Cullen habían llegado.
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