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6. Un futuro, dos nombres

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El camino a la mansión Cullen fue mortalmente silencioso, su Volvo atravesaba la carretera desierta, los árboles que la flaqueaban cubiertos de agua pasaban veloces a más de trescientos kilómetros por hora.

Sentada a su lado, su rubia hermana no despegó la mirada de su regazo, sus perfectas y pálidas manos apretadas en pequeños puños. Ella misma se reprocha una y otra vez el casi haber sucumbido al deseo de tomar en sus brazos a Maisie Bennett. Edward trata de apagar su voz dentro de su cabeza, de respetar la poca privacidad que puede darle.

Él mismo estaba perdido en sus pensamientos, la imagen de Olivia y Maisie Bennett en medio de la casa Barnes se contrastaba con la de ambas en el hospital. ¿Por qué dentro de la casa no podía oír ni un solo pensamiento de las nuevas inquilinas, pero fuera de ella, sus pensamientos eran tan claros como el de cualquier otra persona?

Los bebés de tan corta edad como Maisie eran una buena manera de escapar del ruido mental a su alrededor, pues solían pensar más en imágenes, incluso en sueños solo había colores. Pero Edward tendía a evitarlos físicamente por el inherente frío de su propio cuerpo, además de que era poco común que en el pueblo hubiera niños en estos tiempos, el vampiro cobrizo creía que seres tan pequeños e inocentes no debían ser usados solo para satisfacer sus deseos egoístas de tener un poco de paz. En eso, supuso, podía simpatizar con Rose. Al menos hasta ahora, pensó, recordando la invitación impulsiva que le había hecho a Olivia.

Así que no se preocupó cuando no pudo percibir los pensamientos de aquella bebé rubia, empero al no oír nada que viniera de su madre, como si ella no estuviera ahí, se sintió preocupado. Jamás le había pasado algo así, sus ojos la veían, pero solo recibía más que silencio de la mente de aquella joven.

Estuvo ahí esa mañana, cuando llego el sheriff Swan y si su corazón no latiera ya, en ese momento pudo haberse detenido del shock. En cuanto el hombre cruzo el umbral de la casita dejo de escuchar sus pensamientos, como si hubiera dejado de existir. Antes de que entrara, Edward ya había identificado ciertos problemas para oírlo, como si una televisión estuviera recibiendo mala señal, pero aun así podía captar las cavilaciones del policía.

Por un instante tuvo miedo de lo que la llegada de las Bennett pudiera significar para su propia familia, ¿estaban en peligro? ¿Lo mejor sería que adelantaran su mudanza un par de años de Forks?

Edward conoció a los Barnes, llevaba merodeando aquella casita que parecía sacada de un cuento de hadas desde que la pareja de ancianos vivía ahí, y nunca experimento algo como lo que acababa de pasar.

Cuando la vio en el hospital y escucho su reacción natural al verlos por primera vez, cuando pudo oír su voz mental tan bien como la de todos los humanos y vampiros que conocía, sintió que un peso se quitaba de su pecho. El problema no era su don, era la casa.

¿Por qué? ¿Por qué aquella propiedad parecía ser una especie de fortaleza a prueba de él?

Pero entonces su interés por las Bennett se despertó por otra razón. En la época en la que Edward nació tener un hijo a la edad de Olivia no era un gran escándalo, lo que si hubiera suscitado todo tipo de rumores era que no estaba casada. Supuso que entonces no había cambiado mucho la sociedad, porque seguía siendo de esa manera. Sin embargo, él no era quien para juzgar y no era eso lo que le intrigaba de la joven. Sus expresiones, sus palabras y su mente eran serenas, casi rozando la timidez. Pero había un miedo subyacente en sus ademanes, en la manera en que volteaba por encima de su hombro y afianzaba el agarre en su hija.

Él no fue el único en notarlo, Rose y Carlisle también lo hicieron. Incluso Hope Donovan le dio un buen vistazo a su primer encuentro con Olivia, a su figura tensa y lista para correr ante el enfrentamiento con Mark Newton.

Y esa curiosidad dio paso a un impulso que Edward no termino de comprender en su totalidad, sentía la extraña necesidad de interponerse entre el mundo y Olivia Bennett, de protegerla de las oscuras maquinaciones de Lily Stanley, de lo que fuera que estuviera allá fuera y que atemorizaba a la joven madre.

Quizás no fuera más que un instinto protector enterrado mucho tiempo atrás: el fuerte por el débil

Como fuera, no importaba. Lo primordial era saber que pasaba dentro de esa residencia, la seguridad de su familia lo ameritaba, ¿Jasper y Alice tampoco podrían penetrar esa aparente barrera? Lo dudaba, al menos con Alice, de otra manera no hubiera saboteado el teléfono de su casa. Edward no estaba seguro de que era lo que planeaba, ella tendría que aclararlo.

Por supuesto, la pequeña bribona ya lo sabía, era por eso que les esperaba en la entrada de la mansión. Edward no necesito del don de Jasper para saber que estaba emocionada, prácticamente su cuerpo desprendía una alegría inconmensurable. Un rápido vistazo a la mente de su familia, a excepción del patriarca del clan, le indico que les esperaban en la sala, el desconcierto revoloteaba en cada uno de sus pensamientos.

—Bienvenidos a casa, ¿cómo les fue? —Su voz risueña hizo que ambos hermanos fruncieran el ceño. Aunque por razones completamente diferentes. Rosalie no sabía cómo decirle a la familia que acababa casualmente de invitar a una humana de compras, y Edward porque se topó con la recitación del himno de Francia al derecho y al revés.

Algo que Alice solo hacia cuando no quería que Edward supiera lo que estaba pensando.

—Como si no lo hubieras visto ya —mascullo Edward, irritado ante la actitud de Alice. Ella solo sonrió ampliamente como el gato de Cheshire

—¿No te jactas de decir que el futuro no está escrito en piedra, hermano? ¿Cómo puedo saberlo todo?

Al lado suyo, Rosalie se erizo, estuvo tan enajenada con el pasado y con la niña Bennett que nunca se cuestionó la rara insistencia de su única hermana de ir a visitar a Carlisle al hospital esta mañana.

—Alice... —gruño Rose.

Jasper, desde dentro de la casa, les envió suaves ondas de calma.

Los rasgos finos de duendecillo de Alice se ensombrecieron ante la advertencia de la rubia. —Vamos, les explicare todo. O al menos, solo lo que puedo —Y sin más se adentró en la mansión, sus pies ni siquiera tocaron el suelo por la rapidez con la que se movió.

El rostro preocupado y amoroso de Esme Cullen les recibió tan solo cruzar hacia el comedor, un lugar que les gustaba usar como sala de conferencias. Los profundos y dorados ojos de la matriarca se enfocaron en sus dos hijos mayores, llenos de preocupación. Sentado junto a ella, Emmett hizo el ademan de levantarse de la silla e ir hacia su compañera, empero una mirada de Rosalie lo mantuvo en su lugar. Alice soltó un sonoro suspiro, lidiar con una Rosalie enojada nunca era sencillo para nadie. Edward arqueo una ceja en dirección a su hermana favorita –aunque en estos momentos no lo fuera tanto–, a la espera de que esta hablara.

Su mente ahora pasó de traducir el himno de Francia al alemán.

—Sé que no me entenderán y no puedo decirles todo, no todavía, pero era muy importante que ambos estuvieran hoy ahí, que conocieran a Maisie y a Liv —El ceño de Edward se frunció aún más ante la mención del diminutivo para Olivia. El modo en que decía el nombre de ambas, como si ya fueran amigas muy cercanas...

—¿Qué fue lo que viste Alice? —cuestionó Emmett. Si bien su familia estaba al tanto de lo que había pasado hace tan solo media hora, estaban en completa oscuridad respecto al porqué la vampira había planificado tal encuentro.

—Solo puedo decir que algún día las vamos a querer muchísimo —Una pequeña sonrisa expectante surco sus labios.

—¿De qué hablas, querida? —hablo ahora Esme. La confusión se dibuja en sus suaves rasgos. Jasper y Emmett la emularon, su atención estaba completamente enfocada en la menuda vampira de cabello negro.

—Sabía que un cambio se aproximaba, pero todo era borroso, sin definir. Hasta la llegada de las Bennett —No pudo evitar agrandar su sonrisa cuando las menciono—. El futuro, nuestro futuro, esta cada segundo más sólido.

—Enana, me vas a provocar una migraña, se mas especifica —Se quejó Emmett.

—Hermana —Alice se giró hacia la blonda—, sé que estas molesta, pero así era como debía pasar. Tómalo como una prueba de que es posible estar cerca de ellas, formar un lazo.

—¿Entonces me mandaste a estar cerca de una niña por un simple experimento, Alice? ¡Es solo una bebé! ¿Y si hubiera perdido el control?

—Rose —Alice volvió a suspirar—, de todos nosotros tu eres quien tiene un magnífico control, solo comparado con el de Carlisle. Lo que hice, lo hice pensando en la familia. Estará todo bien, lo sé.

—¡Oh, ¿lo sabes?! ¿En realidad pensaste en mí? ¿En cómo pude haberme sentido ahí, frente de esa niña? ¡Por supuesto que no, tú no lo comprendes! ¡No puedes, porque no recuerdas nada de tu vida humana!

—¡Rosalie! —Amonesto Esme. Su tierno corazón se apretó ante las palabras de su hija mayor a su hija menor. Jasper tampoco parecía complacido, si la rubia vampira seguía atacando de esa manera a su compañera, Edward estaba seguro de que se le lanzaría encima.

El rostro de su hermana ni se inmuto. —Puede que no recuerde mi vida humana, pero no por eso soy insensible a la tuya. Solo puedo pedirte que confíes en mí, que todos ustedes lo hagan.

—Alice... —Hablo por primera vez Jasper—. Yo no tengo tan buen autocontrol como Rosalie.

—Lo sé, lo sé, Jazz. Solo... confía en mí.

—Con mi vida —respondió sin dudar. Su compañera sonrió, satisfecha con su declaración.

La irritación de Edward había crecido con cada palabra de su hermana, pero a juzgar por los pensamientos de su familia, era el único. Incluso Rose se había apaciguado, y su madre y Emmett solo pensaban en cuando conocerían a las humanas que habían provocado tal reacción entre los suyos. —No tiene sentido nada de lo que estás diciendo, Alice. ¿Por qué sigues bloqueándome? —inquirió.

Sígueme.

Su barrera mental solo cayo el segundo necesario para dejar escapar ese único mensaje.

Con aprehensión, la siguió fuera de la casa hasta detenerse a una distancia considerable. Nadie hizo un movimiento para detenerlos.

—Es muy hermosa, ¿cierto?

—Es solo una humana —replico el vampiro cobrizo. La molestia era evidente en su voz.

—¿Vas a decirme que no te fijaste en ella?

—En lo absoluto —Pero él sí que se había fijado. Debía de medir cerca de un metro setenta, con el pelo rubio y rizado, seguramente más rizado de lo habitual por culpa de la humedad. Sus ojos azul-grisáceo eran capaces de pasar de la alegría a la más absoluta tristeza en cuestión de segundos. Le había gustado la chispa que había visto en ellos cuando le había respondido a Lily Stanley. Y cuando se había dirigido su hija, había en sus ojos una luz que sugería que era capaz de enfrentarse a cualquier cosa—. Lo que me interesa saber es, porque no puedo leer sus pensamientos cuando está dentro de su casa.

—Eso aún es un misterio para mí, pero sé que no representa un peligro para nosotros.

Solo será increíblemente frustrante para ti.

Esa idea en la cabeza de la vampira le hizo entrecerrar los ojos. —Por favor, Alice, ¿qué es lo que estas ocultándome con tanto ahínco? ¿Por qué no puedo saberlo?

Su hermana se limitó a guiñarle un ojo y susurrar crípticamente: —Es que ya lo sabes, solo hace falta saber buscar, Edward.

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