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Verde

Los colores pueden influir en nuestras emociones y percepciones, incluyendo cómo experimentamos el enamoramiento.

El verde puede simbolizar el renacer, la esperanza y el desarrollo, reflejando esos instantes en que el alma se abre a nuevas posibilidades.


El amanecer trajo consigo una luz suave que despertó el jardín con un manto de verdes intensos. Cada hoja, recién nacida, parecía contar la historia de un renacer; de la promesa de que, tras las noches frías, la vida siempre encuentra su camino.

Ryuko Tatsuma llegó temprano al pequeño rincón del barrio donde el jardín de Izuku Midoriya se extendía como un refugio. Caminó despacio por el sendero de tierra, sus pasos resonando con la cadencia de un corazón que, tras tanto tiempo atado a obligaciones y deberes, ansiaba sentir la frescura de un nuevo comienzo.

Mientras avanzaba, el verde de la hierba y los arbustos la envolvían, y en cada brizna encontraba la imagen de su propia transformación.

(Que extraño... ) — Ryuko se cuestionó mentalmente mientras se dejaba embriagar sutilmente por las esporas.

Aquella extrañeza la invadió de golpe. Un susurro inesperado envolvió su ser. Le emocionaba estar ahí, rodeada de tantas flores que pertenecían a aquella sonrisa añorada.

Al llegar a la casa blanca con detalles anaranjados, observó que el jardín había cambiado sutilmente desde la última vez que estuvo allí. El aire se impregnaba del aroma a tierra húmeda y hojas en crecimiento, y en cada esquina se revelaba la promesa de la naturaleza: un incesante ciclo de renovación. Allí, en medio de ese vibrante cuadro, encontró a Izuku.

—Señorita Ryukyu, buen día —saludó él, su voz cálida y serena como el murmullo de las hojas al viento.

La sonrisa de Izuku era sincera, y sus ojos verdes parecían reflejar la vitalidad del entorno. Llevaba consigo un pequeño invernadero portátil, en el que descansaba una maceta con una planta de hojas exuberantes y tiernas, aún en su etapa de crecimiento. El brote era de un verde tan puro que parecía irradiar esperanza.

—Traje algo especial para hoy —dijo mientras le extendía la maceta—. Es una hiedra, símbolo de crecimiento y adaptabilidad. Mi madre solía decir que la hiedra, a pesar de sus raíces humildes, trepa y se aferra a la vida, encontrando siempre la forma de prosperar.

Ryuko tomó la maceta con delicadeza, dejando que sus dedos recorrieran la superficie rugosa de la tierra fresca. La planta, con sus hojas diminutas y vibrantes, parecía un testimonio silencioso de la resiliencia.


—¿Sabes? —comentó ella, con una voz cargada de una emoción nueva y esperanzadora—, siempre pensé que mi vida era como esas flores que cuelgan de la rutina. Pero hoy, viendo este jardín, me doy cuenta de que, al igual que la naturaleza, yo también puedo renacer.

Izuku sonrió, y en ese gesto se leía una complicidad que iba más allá de las palabras.
Mientras juntos acomodaban la nueva planta en un rincón estratégico del jardín, el chico comenzó a contarle una anécdota.

—Recuerdo cuando era pequeño, solía observar cómo mi madre cuidaba cada hoja, cada brote. Me decía que el verde era el color del futuro, del crecimiento, pero también del equilibrio. Que en el equilibrio se encuentra la fuerza para seguir adelante, incluso cuando las tormentas parecen interminables.

La brisa, cómplice silenciosa, jugaba con los mechones dorados de Ryuko y agitaba suavemente las hojas recién plantadas. En ese instante, el jardín parecía un universo en miniatura donde cada color tenía su razón de ser: el amarillo de la amistad, el morado del misterio y la profundidad de las emociones, y ahora, el verde, símbolo de esperanza, cambio y renovación.

—Me pregunto si, al igual que esta hiedra, nosotros también podemos crecer juntos —dijo Ryuko, dejando que sus ojos se encontraran con los de Izuku, buscando en ellos la misma convicción que sentía en su interior.

Él asintió lentamente, y su mirada se volvió seria por un momento:

—El crecimiento implica riesgo. Hay días en que el sol no parece alcanzar ni calentar lo suficiente, y uno se siente frágil, como una hoja al viento. Pero también es en esos momentos cuando el alma se fortalece, y cada pequeño brote se convierte en una victoria sobre la adversidad.

El chico se agachó para ajustar un pequeño letrero junto a la nueva hiedra, escrito a mano con letras simples: "Crecer es amar sin miedo". Ryuko lo observó, conmovida por la sencillez y profundidad de aquellas palabras.

—¿Y tú? ¿Sientes que estás creciendo, Izuku? —preguntó con timidez, como si al hacerlo admitiera que también llevaba sus propias dudas y miedos.

El chico se quedó en silencio unos segundos, dejando que el murmullo del viento y el susurro de las hojas hablaran por él. Luego, con una sonrisa que mezclaba nostalgia y determinación, respondió:

—Cada día es una lección. Cada flor, cada brote, es testigo de que, a pesar de las dificultades, la vida nos regala la oportunidad de reinventarnos. Yo, que solía sentirme atrapado en mi propio miedo, he aprendido que el verdadero coraje está en confiar en el proceso de crecer. Y ahora, me alegra poder compartir este jardín, y este camino... —el chico hizo una pequeña pausa para regresar sus ojos verdes en busca de los suyos. — Tu fuiste una inesperada coincidencia que me hace feliz.

Mientras las palabras flotaban en el aire, Ryuko sintió una calidez nueva en su interior. El verde, con su quietud y vibración, le recordaba que cada experiencia, cada encuentro, era parte de un ciclo interminable de transformación. El jardín no solo era un lugar de encuentro, sino un espejo en el que podía ver reflejada su propia evolución.

— Me alegra estar aquí —finalmente desnudó su alma. El miedo, la angustia de lo desconocido lo dejaría para el regocijo que la expectativa llenaba esta vida. — Me alegra estar contigo... —y aquel último susurro cargado de timidez escapó de sus labios, que bajo el sonrojo de sus mejillas le dejó la tarea al viento de hacerlas llegar a un corazón fortuito.

El día transcurrió entre risas, silencios cómplices y el constante cuidar de cada rincón del jardín. Juntos, regaron, podaron y, sobre todo, dejaron que el tiempo hiciera su magia. Con cada acción, el significado del verde se hacía más palpable: la esperanza de un futuro compartido, el crecimiento conjunto que nace de la confianza y la voluntad de dejar atrás viejos miedos.

Al despedirse al caer la tarde, el cielo se tiñó de un azul profundo que contrastaba con el vibrante verde del jardín. Ryuko miró una última vez la hiedra que ahora se integraba armoniosamente en el conjunto, y en ese momento, comprendió que ella también había comenzado a florecer.

—Hasta mañana, Izuku. Gracias por mostrarme que siempre hay una oportunidad para renacer —susurró, dejando que sus palabras se mezclaran con el susurro del viento.

Una simple sonrisa fue la única respuesta óptima para la situación que la luna presenciaba con júbilo.
Unos breves segundos los envolvieron en un silencio a ambos, donde sus suaves miradas y las tiernas sonrisas mutuas eran el mejor regalo que podrían experimentar.

Ryuko dio medio vuelta en un sutil
movimiento y se encaminó con un corazón danzaste.
Y así, mientras la noche se cernía sobre el pequeño paraíso de verdes esperanzas, ambos sabían que el amor y el crecimiento, como la naturaleza, eran procesos en constante evolución, llenos de desafíos, pero también de infinita belleza.

Ya quiero que sea mañana... —Ryuko dejó escapar como hoja que cae con una emoción inocente.

La suave luz de la luna que besaba su rostro presenciaron el abrir de sus ojos dorados con asombro. — ¿Será que esté bien esto?

Negó rápidamente. Cuestionarse eso no debía ser un problema, por ahora.

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