Morado
Los colores pueden influir en nuestras emociones y percepciones, incluyendo cómo experimentamos el enamoramiento.
El morado puede simbolizar el misterio, la profundidad emocional y la conexión espiritual en el amor.
Algo que Ryuko Tatsuma disfrutaba era el sentir de la brisa del viento besar con soltura su rostro.
En sus días en la academia ella solía salir de allí a disfrutar aquellas ráfagas de viento libre que movían sin desdén las hojas de los árboles a su alrededor y con ello, hacían lo mismo con su cabello rubio.
Un suspiro pesado salió delicadamente de sus labios. — Espero acabar todos los informes el día de hoy —por ello, esos momentos fueron los últimos donde disfrutó de eso.
Los bullicios a su alrededor de la enorme ciudad la hacían sentir pequeña. Perdida.
Observó rápidamente todo a su alrededor y los últimos destellos del ocaso golpearon sus ojos dorados en un destello.
Gente a su alrededor, algunos con prisa; otros, desorientados.
Algunas miradas de asombro sobre ella, otras desinteresadas. Todo era lo mismo y comenzaba a angustiarle que fuera así para siempre.
— Aquel chico...—susurró —, podría desviarme un poco —por eso, al recordarlo, una sonrisita comenzó a dibujarse en ella.
Ryuko procuraba llegar a casa lo más rápido posible para así poder terminar todos los informes y con suerte, obtener un poco de tiempo libre para ella.
Llevar una agencia de heroísmo era agotador y eso le privaba de toda libertad del mundo.
— (Espera un segundo...)
Mientras se dejaba llevar desviando todo camino habitual una duda llegó a ella al instante.
— (¿No sería raro que apareciera sorpresivamente?) —la vergüenza comenzó a invadirla.
Ryuko era una chica de noble corazón que le avergonzaban cosas tan banales como esas. Por lo que comenzó a titubear en sus pensamientos mientras seguía su andar involuntario.
— (Tal vez se piense que soy rara...) —la chica negó rápidamente. — Él dijo que estaba bien...
Y, el estar la mayor parte de su tiempo involucrada en sus deberes como heroína a veces, irónicamente, le hacían olvidabr cómo socializar con gente nueva.
— Oh, señorita Ryukyu.
La suave voz junto a ella logró sacarla de sus pensamientos.
Desorientada, parpadeó un par de veces distinguiendo su entorno; se encontraba en el mismo sitio que el día anterior.
Recordaba aquel árbol gigantesco que daba mucha sobra junto a la pequeña casa blanca con detalles anaranjados que escoltaban ese lindo jardín de colores.
— H-huh... —suspiró intentando ahogar su angustia —, h-hola...
Ryuko se dirigió a él con pasos delicados. Su respiración golpeaba con la comisura de sus labios y al estar cerca, lo observó.
La sonrisa suave debajo de sus pecas adornaban el verde intenso de su mirada que estaba fija sobre ella. El delantal de mezclilla azul que portaba estaba un poco sucio, lleno de tierra y entre los bolsos, algunas herramientas de jardinería.
— Llega en un buen momento —el chico musitó con un suave entusiasmo en su voz y rápidamente cambió su trayecto.
Ryuko lo observó con curiosidad al instante en que se detuvo frente al jardín. Observaba rápidamente toda las clases de plantas y colores que había allí y al instante que el viento sopló le permitió que su gusto se embriagará con el olor de las flores.
— Esta pequeña de aquí acaba de llegar a su punto de madurez...
Ryuko observó frente a ella cuando la voz se hizo presente. Entre los brazos del chico cargaba una par de pequeñas flores azules con destellos morados. Los ojos de Ryuko se llenaron de emoción al observar aquellos colores, quedando hipnotizada por el amarillo intenso que en aquella flor desprendía en el centro.
— Son nenúfares azules, y suelen crecer junto a ríos y estanques, por lo que es difícil verlas en una ciudad tan caótica como esta... —sobre su rostro, una sonrisa inocente se plasmó en su rostro y con ello, la mirada de Ryuko Tatusma se desvió a él—, el azul de esta flor queda opacado por los destellos morados y el hermoso amarillo que nace desde su centro.
El chico movió su mirada hasta chocar suavemente con el rostro de Ryuko. Al instante un fugaz destello los conectó y por brevedad, el chico sonrió un poco más.
— De pequeño me costaba mucho entablar relaciones nuevas, por lo que usualmente me reprimía y abandonaba todo.
Ryuko lo observó de reojo al instante en que una pequeña sonrisita se apoderaba de ella. — Ya somos dos...
Ambos rieron suavemente y guardaron un par de segundos en un silencio donde Ryuko observaba sutilmente aquellas florecillas.
Ryuko lo observaba como observaba su entorno lleno de colores; con una discreción sutil.
Había demasiadas preguntas que quería hacer y ella no entendía el porqué de eso. Si mirada tranquila, su sonrisa suave y su labor tan noble hacían que le rodearan esa aura misteriosa que por algún motivo le incitaba a investigar un poco más.
Ryuko hizo una pausa observando las flores frente a ella — El morado de esta flor... ¿qué significa?
El chico dejó salir una suave risa y observó a Ryuko de manera risueña. — Tiene varios significados, unos más impactantes que otros... —hizo una pausa, bajando un poco la mirada mientras jugueteaba con el tallo del nenúfar en sus manos. — El morado... —comenzó, con una nota pensativa en su voz—, puede simbolizar la magia, el misterio, o incluso la nobleza. Pero mi madre solía decir que el morado en una flor representa un tipo de amor espiritual, algo profundo y duradero, aunque... a veces, también puede ser un amor no correspondido.
Él alzó la mirada, sus ojos verdes encontrándose con los dorados de Ryuko, buscando algún rastro de reacción en ella. Ryuko sintió un pequeño nudo en su estómago ante esas palabras, como si las capas de significado empezaran a entrelazarse dentro de ella.
— Entonces... —dijo Ryuko, con una sonrisa nerviosa, intentando romper el peso de esa última frase—, regalar una flor como esta podría ser arriesgado, ¿no? Podría malinterpretarse.
Izuku se encogió de hombros con una ligera risa, devolviendo el ambiente a su tono suave y amistoso.
— Tal vez, pero no si se hace con la intención correcta. Al final, lo que importa es lo que sientes cuando la ofreces, y lo que la otra persona siente al recibirla — sonrió. —, o tal vez todo esto que te dije es un invento mío, tendrás que averiguarlo.
La chica frunció suavemente el ceño mientras dejaba que la duda le carcomiera por dentro.
Ryuko observó la flor en sus manos, sus pétalos de un azul profundo con sutiles matices morados, y el vibrante centro amarillo. Algo en su simplicidad le resultaba hipnótico.
— Es... es hermosa —murmuró, casi para sí misma.
Izuku asintió, satisfecho al ver su reacción. — Sí, lo es. Por eso pensé que te gustaría.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, compartiendo una de esas pausas cómodas que empezaban a volverse comunes entre ellos. Izuku, de repente, se agachó, colocando la flor en un pequeño recipiente con agua que había traído consigo.
— Siempre es mejor mantenerlas hidratadas —dijo, con una sonrisa—. Aunque estas flores son bastante resistentes, el agua les da fuerza para mantenerse vivas por más tiempo.
Ryuko, mirándolo en su tarea con una mezcla de admiración y curiosidad, decidió que había llegado el momento de aprender un poco más sobre él.
— Parece que sabes mucho sobre flores... —dijo, intentando no sonar demasiado ansiosa—. ¿Tu madre te enseñó todo esto?
Asintió. Su expresión se suavizó con el recuerdo.
— Sí, solía pasar mucho tiempo con ella en el jardín cuando era niño. Era su manera de enseñarme sobre la vida, sobre cómo cuidar de algo que necesita atención y dedicación... —hizo una pausa, su mirada perdiéndose un poco—. Era algo que podíamos hacer juntos, incluso cuando las cosas se ponían difíciles.
Ryuko sintió un pequeño toque de tristeza en su voz, algo que le dio ganas de saber más, pero también le hizo querer no presionarlo demasiado. Ella no era la única con una vida compleja, y ese pequeño atisbo de vulnerabilidad en el chico la hizo sentir más cercana a él.
— Eso suena maravilloso —dijo ella, genuinamente—. Debe haber sido muy especial.
Izuku la miró y asintió, su sonrisa volviendo a aparecer, aunque con un toque de nostalgia.
— Lo fue. Y... me alegra poder compartir un poco de eso contigo.
Ryuko sintió su corazón latir un poco más rápido ante esas palabras. Había algo en la manera en que él hablaba, en la forma en que trataba las flores con tanta delicadeza, que hacía que sus defensas se desmoronaran poco a poco. Le emocionaba poder desprenderse por un momento de todo y comenzar a sentir de nuevo aquel viento libre que golpeaba su rostro que le hacían sentir libre.
— Gracias... —dijo finalmente, dejando caer la formalidad de "Ryukyu" por primera vez. Ella quería que ese agradecimiento fuera algo más personal, más significativo.
Él sonrió ampliamente—. De nada, señorita Ryukyu.
— Ryuko... —irrumpió abruptamente —. Ryukyu lo relacionó cuando tengo obligaciones, ser heroína y esas cosas.... —resopló con cansancio mientras desviaba su mirada al cielo —. Mientras estemos aquí llámame Ryuko —mencionó suavemente, como si quisiera no ser escuchada por la vergüenza que eso le podría hacer arder su rostro.
El chico sonrió con una pequeña sorpresa. —. Encantado de conocerla, señorita Ryuko —le sonrió suavemente —. Mi nombre es Izuku Midoriya.
Otra ráfaga de viento pasó por el jardín, levantando algunas hojas y haciendo que los pétalos de las flores se agitaran levemente. El sol estaba comenzando a descender, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados, y tanto Ryuko como Izuku se quedaron allí, disfrutando del momento, dejando que el peso de las palabras no dichas se quedara en el aire, con la promesa de que había más por venir.
— Tal vez podríamos... —comenzó Ryuko, con una mezcla de timidez y decisión—, podríamos regar las flores juntos de nuevo mañana, si te parece bien.
Izuku la miró con una chispa en los ojos, asintiendo rápidamente. — Me encantaría.
Bajo el gélido cielo azul, la chica disfrutó de aquella última ráfaga de viento que, sin su permiso, llenó de libertad cada facción de su rostro. Su cabello dorado libre se mezcló con la sonrisa afilada de sus dientes y la tierna mirada que dejaba caer sobre Izuku.
Ryuko Tatsuma no era muy buena entablando relaciones nuevas, pero haber conocido aquel jardín colorido de Izuku Midoriya le hacían sentir una flor más que comenzaba a redescubrir la libertad.
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