Capítulo 49: Nomeolvides.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de un cálido tono anaranjado que contrastaba con el bullicio y los colores de la feria. Las risas de los niños se entrelazaban con el tintinear de las campanas de las atracciones, pero en medio de esa algarabía, la atención de Ansel estaba totalmente centrada en mí en el instante en que le dije que podía llevarme cargada.
Con solo sonreír, mis ojos quedaron atrapados en el gris de los suyos. Sin dudarlo ni un instante me levantó en sus brazos, tal como lo hacen los príncipes en las historias de amor, como lo hacen los recién casados que celebran su felicidad.
Fue un gesto inesperado, al punto de que mis ojos se abrieron con asombro, mientras mis manos, casi de forma instintiva, se enredaron alrededor de su cuello. Sentía cómo mi aliento se aceleraba, no solo por la sorpresa, sino también por la emoción que brotaba desde lo más profundo de mi ser.
—¡En verdad lo hiciste! —dije entre risas nerviosas.
Ansel, volteó su rostro hacia el mío.
—¿No fue lo que me pediste? —me dio una sonrisa ladina —Tomaré todo lo que me pidas como una orden inmediata, Jane —sonreímos, sus ojos brillaban con un destello de travesura.
Ansel me sujetaba con firmeza. El contacto de su piel y la calidez de su abrazo, hacían que me sintiera en un universo apartado, donde el resto de la feria a nuestro alrededor se desvanecía.
Luego, comenzó a avanzar hacia el bosque que bordeaba el margen de la feria. Cada vez nos alejábamos más.
—¿Acaso me estás secuestrando?
Él, volvió a verme desde su altura, y con una sonrisa traviesa, respondió mientras avanzaba entre los árboles:
—Tal vez, pero prometo que este es un rapto... inocente.
—Eso suena muy sospechoso, Ansel —protesté, tratando de contener las risitas—. ¿Y si termino atrapada en alguna especie de cabaña oscura, llena de botellas de vino y libros prohibidos?
—No te preocupes. Si hay vino, será para compartir un rato agradable, y los libros estarán llenos de poesía romántica.
—No te imagino recitando poesía —reímos.
—Para ser sincero, odio la poesía, pero por tí leería cada libro que existe y le pagaría a cada poeta que esté cerca para que te recite las mejores prosas.
—Eres todo un caballero. Pero puedes estar tranquilo —su mirada se encontró con la mía —Yo también odio la poesía —reímos. Nuestras sonrisas se mezclaban con los sonidos del bosque.
—¿Sabes qué me encantaría verte hacer? —pregunté emocionada.
—Por favor, no me pidas que cante, también soy terrible en eso —bromeó, sacándome una sonrisa.
—Me encantaría volver a verte tocar el piano.
Por un instante, Ansel arrugó su entrecejo. Parecía molesto, pensativo. Llegué a pensar que reaccionaría como aquella vez que lo encontré tocando el piano en la privacidad de la mansión de su familia, por lo que intenté remediarlo diciéndole:
—Si no quieres, está bien...
—Mi reina de fuego —me interrumpió, con una chispa en los ojos que hizo que mi corazón latiera con fuerza, ya que nunca me había llamado de esa forma —. Prometo tocar para ti las notas más bellas que surjan de mi alma. Cada acorde llevará tu nombre, Jane.
—Eso es hermoso Ansel.
—Hermosas serán las melodías que compondré en tu nombre, pensando en tu sonrisa, y en tus ojos.
En ese instante se detuvo, justo a las puertas de un sendero cubierto por arcos de verdes hojas que danzaban suavemente con la brisa del crepúsculo.
—¿Qué es este lugar? —pregunté ante la perfección de su cuidado. A pesar de estar muy profundo en el bosque, parecía como si alguien lo mantuviese siempre impoluto.
—Es parte de nuestra propiedad, todo a nuestro alrededor nos pertenece Jane... pero si lo que quieres saber es ¿a dónde nos llevará este sendero? Solo tendrás que esperar y verlo por ti misma.
Continuó su camino, sumergiéndonos en lo más profundo del bosque. Los últimos rayos de sol se filtraban a través de las hojas, proyectando sombras danzantes sobre el suelo. La atmósfera se tornaba mágica, casi como un lienzo de ensueño donde nosotros éramos los protagonistas. Y justo al llegar al final del camino, no podía creer lo que mis ojos veían.
—Ansel, es… hermoso —no podía evitar mirar fascinada todo a mi alrededor mientras Ansel me colocaba en el suelo.
—Desde el instante en que comenzó nuestro cortejo lo mandé a preparar, solo estaba esperando a que todas florecieran para mostrártelo.
Y valió la pena cada día de espera...
Nos encontrábamos a la entrada de un claro en el bosque que estaba siendo iluminado por los últimos rayos de sol, que se filtraban entre las copas de los árboles. Pero este, no era un claro cualquiera.
Lo primero que hice fue inspirar profundo aquel aire a frescura y flores silvestres. Luego, sequé una lágrima de felicidad que se deslizó por mi mejilla al ver aquel suelo de hierba esmeralda cubierto en su totalidad por pequeñas flores nomeolvides. Sus pétalos, en un tono azul celestial, formaban una alfombra floral que parecían brillar como estrellas caídas en medio del bosque.
—¿Esto es una táctica para que no salga corriendo lejos de ti? —dije, dejando escapar una risa suave, mientras me agachaba para tocar con delicadeza la suaves flores.
Ansel sonrió.
—Pensé que esa fase la habíamos superado, desde el instante en que aceptaste entrar en mi vida.
—¿Y si me estoy replanteando no formar parte de tu vida? —respondí, llevando a mi nariz una pequeña flor.
—Estás en todo tu derecho —se encogió de hombros —Pero te aseguro que no te resultará fácil. Este lugar solo es una pequeña muestra de lo que estoy dispuesto a hacer para que nunca te alejes de mí.
Pensé en decirle que ni en mis más profundos sueños estaba la posibilidad de alejarme de él. Pero justo en ese instante escuché algo...
Un suave murmullo resonaba en el entorno. Sin pensarlo, me adentré en aquel refugio idílico con Ansel a unos pasos más atrás, para encontrarme con que el sonido que escuchaba era el de un río de aguas cristalinas que serpenteaba por el borde del jardín.
Habían antorchas de bambú, encendidas, dispuestas a lo largo del claro, lanzando destellos cálidos y danzantes que iluminan el paisaje mientras la luz del día se desvanecía. Su luz creaba sombras juguetonas entre las flores, añadiendo un aire de ensueño a todo el entorno.
Justo en el centro, había algo que me hizo sonreír.
—¿No me creíste cuando te dije que el vino nos haría pasar un rato agradable? —dijo, con una sonrisa ladina que era imposible no admirar.
—Debo comenzar a creer más en tus palabras —entrelacé mi mano con la suya, mi gesto repentino lo hizo ver con asombro ambas manos sujetas —¿Y el libro de poesía, también me leerás algunas prosas?
Reímos a carcajadas.
—Lamento decepcionarte, sé cuanto amas la poesía —dijo con ironía, mientras me guiaba al hermoso detalle que había en medio de aquel campo florecido.
En el centro del jardín, había una manta de picnic de color blanco y lindos volantes. Sobre ella reposaba una cesta de mimbre, abierta y rebosante de frutas frescas: uvas moradas, fresas rojas brillantes, unas rodajas de melón jugoso y dulce, panecillos y pastelitos de limón. Una botella de vino y dos copas descansaban junto a la cesta, la cual Ansel sostuvo entre sus manos para abrirla, y luego servirme una copa y ofrecérmela una vez que nos sentamos sobre la manta.
—Está delicioso —dije, saboreando el delicioso licor.
—Es local. Lo preparan los Smith; una de las familias de nuestro Condado —respondió, para luego darle un sorbo a su copa.
—Es maravilloso lo que haces por los pobladores, ayudarlos a prosperar. Estaba pensando en organizar un picnic en el palacio para ellos, ¿te imaginas? —sonreí con entusiasmo—. Los niños corriendo por nuestro jardín, todos compartiendo risas, comida y buenas conversaciones.
—Me parece una buena idea, mi reina de fuego. Podemos organizarlo cuando tú quieras.
Otra vez me llamó así.
—¿Por qué me llamas así?
—¿Así como? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza mientras esbozaba una sonrisa sutil —. ¿Reina de fuego?
—Sí.
—¿No te gusta que te llame así? —su tono adquirió un matiz seductor.
—Nunca lo habías hecho antes.
—Siempre hay una primera vez para todo, ¿no crees? —respondió, deslizando sus dedos sobre la manta, acercándose casi a rozar mi mano.
—Así es —nuestras miradas se entrelazaron—. Y no, no me molesta que me llames así.
Por un instante, el silencio nos envolvió. El suave murmullo del río, el susurro del viento entre los árboles y el brillo de las antorchas creaban la atmósfera perfecta para disfrutar de aquel picnic inolvidable en ese hermoso jardín.
—Gracias por mostrarme este lugar —dije, mientras admiraba el suave caudal del río.
—Es un lugar especial, —volteó a verme, sus ojos no dejaban de recorrer mi rostro hasta acabar en mis labios —Pero no de la forma que crees.
—¿Por qué sería especial si no es por lo hermoso que es, por la forma en que me ha robado el aliento debido a la sorpresa? —mis palabras flotaron en el aire mientras nuestros ojos no se apartaban ni por un instante.
—Por esto... —respondió, y por un momento, se sintió como si el espacio entre nosotros se disipara. El sonido del río se desvaneció y solo quedamos nosotros.
Con un susurro sobre mis labios, añadió:
—Y hablando de robar alientos... lo que más he deseado hacer desde esta mañana es... besarte.
Con un movimiento suave, Ansel se acercó un poco más, su pulgar acariciando mi mejilla con delicadeza, como si estuviera seguro de que ese simple gesto podría romper la barrera que nos separaba. Mi corazón latía con fuerza, y en ese momento, una llama se encendió dentro de mí. Podía sentir cómo la calidez de su aliento se entrelazaba con el mío, y el deseo reprimido me envolvió como una ola, obligándome a morderme el labio inferior antes de decir:
—Es curioso... —recorrí su rostro con la mirada —Yo también muero por besarte.
En ese momento, su boca encontró la mía mientras esbozaba una sonrisa. Esta vez fue un beso más profundo, más urgente. La pasión acumulada durante todo el día se desató como una tormenta: nuestros labios que se buscaban, se encontraban y se mezclaban en una danza ardiente.
Cerré los ojos, dejando que esa sensación incontrolable me envolviera por completo. Mis manos se deslizaron por sus hombros, acercándolo aún más a mí para instintivamente desatar su chaleco y continuar con su camisa, dejando a la vista un torso musculoso y bien definido. La calidez de su cuerpo me encendía, y cada roce de sus labios despertaba emociones totalmente nuevas.
En un instante, me fue guiando suavemente, recostándome sobre la manta. En el momento en que mi espalda descansó sobre la tela, sus ojos se encontraron con los míos, y sus labios dejaron de besarme para decirme:
—¿Estás cómoda así?
No tenía palabras, solo podía asentir para darle mi consentimiento. Entonces, se posicionó sobre mí, el peso de su cuerpo firmemente colocado, pero sin hacerme daño.
Podía sentir cada músculo de su cuerpo temblar como los míos bajo mi tacto. Y luego, comenzó a besar mis labios con suavidad y urgencia. A medida que el beso se intensificaba, el mundo exterior se desvanecía.
Sin dudarlo me dejé llevar, sintiendo que no había más barreras entre nosotros, solo una conexión profunda que hacía vibrar cada parte de mi cuerpo. Sus manos surcaban mis senos, desatando a su paso los lazos de mi corsé para dejarlos expuestos ante sus ojos, provocándome miles de sensaciones cuando él decidió besarlos, lamerlos y acariciarlos con apremio. Nuestras respiraciones eran un desastre, pero entonces, él se detuvo para verme a los ojos.
—¿Confías en mí? —preguntó, tratando de recobrar el aliento.
—Permití que me adentraras en lo más profundo del bosque mientras me llevabas en tus brazos, ¿esa no es la mayor prueba de confianza? —respondí, tratando de dejar a un lado ese fuego abrazador que me estaba consumiendo.
Ansel me miró con intensidad, como si buscara en mis ojos la respuesta que necesitaba escuchar.
—Hay más en juego ahora, Jane.
Fruncí el ceño, y luego pregunté:
—¿A qué te refieres?
—A lo que podría suceder si decidimos avanzar más allá de este instante —se acercó un poco, su voz se volvió un susurro —¿Entiendes eso?
Con sus palabras, recordé lo que tía Margaret me dijo.
—Tía Margaret me explicó que, entre un hombre y una mujer recién casados, llegaría el momento en que la falta de ropa no sería sinónimo de vergüenza.
Ansel sonrió.
—¿Sólo eso te explicó?
Negué lentamente. Mi tía me había explicado, pero aún no entendía cómo dos personas podían sentir semejante placer.
—¿Puedo preguntarte algo? —realmente sentía curiosidad. Besarnos despertaba en mí nuevas sensaciones, pero existía algo más que besos. Ansel asintió, y yo inspiré profundo para calmar la vergüenza.
—Tú ya has estado casado... y quería saber qué se siente...
—¿Hacer el amor? —me miró directamente y yo le aparté la mirada, entonces él colocó su dedo en mi barbilla para que volviera a verlo.
—No sientas vergüenza. Es algo totalmente normal y natural.
Volví a verlo a los ojos, esos ojos grises que me penetraban el alma.
—Es placentero, carnal. Pero si es con la persona correcta, es un encuentro de corazones que trasciende el mero contacto físico. Las caricias, —comenzó a acariciar con suavidad mi brazo, desde mi hombro hasta mi muñeca —Son una expresión de devoción que se manifiestan en el roce de las pieles y en la profundidad de las miradas. Cuando se hace el amor, se experimenta una mezcla de sensaciones: una excitante vulnerabilidad y una cálida conexión que entrelaza las almas. El corazón late con fuerza, como si cada latido estuviera coreografiado por la danza del deseo, mientras la piel se eriza al contacto. Es un instante en el que el tiempo parece detenerse, solo para centrarnos en el extasis del momento.
—Entiendo... —dije, pero aún así me resultaba difícil de creer que dos personas podían llegar a sentir tantas cosas. Yo he experimentado algunas cuando lo beso pero, ¿hay más?
—¿Quieres que te muestre un poco de lo que se siente estar con una persona?
—¿Qué quieres decir?
—No voy a tocarte en lugares que nunca han sido tocados por alguien más que no seas tú, y te juro que mantendrás tu ropa puesta... solo si es lo que quieres.
—¿Cómo sería? —me sentía intrigada.
Ansel desabrochó su pantalón, lo bajó un poco, dejando a la vista su ingle, cubierta por su ropa interior. Luego se acostó a mi lado y me miró.
—Levanta tu vestido y siéntate encima de mí.
Me levanté lentamente e hice exactamente lo que me pidió. Luego colocó su mano entre los dos y se acomodó su miembro, para pedirme que buscara la mejor posición encima de éste. De solo hacerlo, noté un punto más sensible en mi intimidad y fue ahí que supe que estaba en la posición correcta. Luego, llevó sus manos a mis caderas y comenzó a moverlas lentamente de alante hacia atrás. Y sucedió.
—Si cierras los ojos, las sensaciones serán más fuertes —dijo desde abajo.
Lo hice. El roce era estimulante, placentero. Sus manos me agarraban con firmeza, guiando el movimiento en busca de mi placer. Mientras más me dejaba llevar sentía la dureza y el tamaño de su miembro y la humedad en mi ropa interior, sintiendo palpitaciones en mi intimidad que jamás había sentido.
Él me movía, pero yo también lo hacía. En un instante, busqué apoyo en su pecho desnudo. A este punto, Ansel ya no me guiaba, yo sola lo hacía, hacia adelante, hacia atrás, persiguiendo el placer. En ese instante, Ansel gimió, fue un sonido ronco y varonil que me erizó la piel y me hizo detenerme.
—Esto es... —murmuró con los ojos apretados.
—¿Te hice daño? ¿Quieres que me detenga?
—Por Dios, no. No te detengas ni aunque te lo pida. Es solo que yo también siento ese placer ¿entiendes?
Asentí.
Comencé a moverme lentamente, hacia adelante, hacia atrás. Esto era totalmente nuevo para mí. Ni siquiera todas la explicaciones de tía Margaret llegaban a los talones de lo que estaba sintiendo en ese momento.
Ansel volvió a cerrar los ojos. Sus jadeos se mezclaban con los míos. Se movía inquieto debajo de mí, aferrándose a mis caderas, empujando su intimidad hacia la mía, como si quisiera meterse dentro de mí.
—Bésame —sin dudarlo ni por un segundo fui hacia sus labios sin dejar de moverme.
Ambos nos movíamos. Sus gemidos de placer se mezclaban con los míos. Ni siquiera sé cómo explicar lo que estaba sintiendo. Su boca me tomaba con fuerza mientras mis dedos se enredaban en su cabello negro porque no quería que se alejara.
—Ansel... —mi voz no era más que un suspiro.
—Me enloqueces Jane.
Sus palabras fueron energía para mis movimientos, cada vez más fuertes, constantes. A este punto ya había creado mi propio ritmo, recorriendo toda su extensión. Cada vez iba más rápido, ansiosa, sintiendo la dureza, la humedad en mi ropa interior. Ansel apretó mis caderas con sus fuertes manos, sentía la presión de sus ojos. Estaba concentrado en mi rostro, en mis expresiones, en la forma que obtenía mi propio placer.
—Ansel...
—Sí, dilo, siempre di mi nombre.
Mi cuerpo estaba en llamas. Todo lo que sentía en ese instante era imposible de explicar. Una oleada de gemidos me envolvió, mientras unos espasmos recorrieron mi cuerpo, obligando a mi espalda arquearse.
—Ansel... —dije, moviéndome cada vez más lento, sintiendo mi cuerpo relajado y libre de tensiones.
—Te ves hermosa encima de mí.
Su voz me devolvió a la realidad, encontrándome con esa mirada gris y con una hermosa sonrisa. Sin pensarlo me dejé caer sobre su pecho. Podía escuchar el acelerado latir de su corazón, su agitada respiración.
—¿Te gustó?
—Sí —me yergo para verlo —No te imaginas cuanto.
—Imagina cómo será cuando la falta de ropa no sea sinónimo de vergüenza —. Dijo, y ambos volvimos a reír.
En ese instante, se escuchó el relinchar de unos caballos, acompañado del ruido de un carruaje acercándose por el camino irregular.
—¿Quién podrá ser? —pregunté, y sin dudarlo me bajé de encima de Ansel para colocarme bien el vestido.
A lo lejos quedó a la vista un carruaje con la bandera del ducado. Ansel se puso de pie al instante, expectante de quién podría ser.
La puerta del carruaje se abrió y no me fue difícil reconocer a Daniel; el encargado de la correspondencia del palacio.
—¡Señor, señora! —comenzó a caminar apresurado hacia nosotros. En sus manos llevaba una carta.
—¿Qué sucede, Daniel? —preguntó Ansel caminando hacia él.
—Disculpen mi interrupción, pero es que llegó esta carta con carácter urgente del palacio real.
Tanto Ansel como yo nos miramos. Luego, él tomó la carta entre sus manos, dejando a la vista un sello que era conocido para ambos. Mi esposo tensó su mandíbula mientras rompía el sello para leer el contenido de la carta.
Con cada palabra que leía, se notaba la rabia en su rostro tenso, en sus manos, las cuales iban estrujando el fino papel.
—¿Qué sucede, Ansel? —pregunté al fin.
—Landon… —volteó a verme con los ojos oscurecidos por la rabia —El príncipe de Inglaterra, nos exige que celebremos un baile para la corona dentro de tres días.
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Hola, hola.
¡Hasta que al fin pude traerles un nuevo capítulo!
Disculpen la demora. Pero en verdad fue un capítulo algo complicado de redactar, más que he tenido mucho trabajo fuera de Wattpad.
Espero y les gustara. Muy pronto les traeré el otro (prometo no demorar)
Este capítulo va dedicado a mis fieles lectores. A la chica que siempre me pregunta cuándo actualizaré beabonino73, y a mi amiga cubana virtual GichelyG que me cayó del cielo, y bendigo la hora en que la conocí.
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