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Capítulo 48: Feria

Ansel:

   Fue un viaje corto, donde en cada minuto deseaba con más fuerza que llegáramos, para mostrarle a Jane lo hermosa que era feria, y un regalo muy especial que he preparado para ella desde hace unas semanas.

El carruaje se detuvo justo en el centro del valle. Una sonrisa adornó mis labios al ver lo maravillada que estaba Jane con todo a nuestro alrededor.

—Les daremos un poco de espacio —comunicó Lizzy, una vez que bajamos del carruaje.

—¿No pasearán con nosotros? —preguntó Jane.

—No que va, —sonrió —Ustedes también están recién casados, de seguro querrán pasar el tiempo a solas —miró a su esposo, sonriente —Igual que nosotros.

Aunque me agradaba la idea de que mi hermana y mi cuñado pasearan con nosotros, ella tenía toda la razón... moría de ganas por pasar tiempo a solas con Jane y mostrarle todo, junto con mi obsequio al final del recorrido.

—No se preocupen por esperarnos, más tarde vendrá un carruaje de nuestra propiedad a recogernos —comunicó Philips mientras se perdían entre la multitud.

La feria del Condado era un acontecimiento esperado por todos. Este día se reúnen todos los lugareños y muchos visitantes de Condados vecinos, para así poder vender e intercambiar sus productos.

Y mientras descubría qué decirle a la mujer que tenía a mi lado, simplemente me deleitaba con lo hermosa que estaba. Con aquel hermoso vestido, cuyas mangas con bordados de flores caían sobre sus hombros  descubiertos. Unos mechones rebeldes de su deslumbrante cabello rojizo acariciaban sus mejillas, y su sonrisa mientras veía todo a nuestro alrededor, era algo que no podía evitar de contemplar. Cuando me di cuenta, yo también estaba sonriendo al verla tan feliz. Y como si una atracción invisible me lanzara directo hacia ella, a lo único que mi cuerpo respondió fue al deseo de acercarme más para hablarle al oído:

—No había tenido la oportunidad de decirte lo hermosa estás hoy —ella me miró al instante —y ese colgante... realza aún más la belleza que posees.

Ella se sonrojó levemente, sus ojos brillando de alegría. El sonido de las risas y la música a nuestro alrededor parecían desvanecerse, dejando solo ese instante compartido.

—Oh, ¿realmente lo piensas? —respondió, su voz un susurro dulce y melodioso que me hizo perderme en sus ojos. —Este colgante me lo obsequió un duque muy atractivo y de tierras lejanas. —bromeó, mientras que yo sonreí al instante.

—Oh, ¿en verdad es atractivo? —Inquirí y ella asintió sonriente. Con sus mejillas enrojecidas y sus ojos brillantes. —¿Y qué tal besa?

Sus labios se entreabrieron ligeramente, para nada se esperaba que le volteara la broma. Mientras, me quedé viéndola directamente a los ojos, esperando su respuesta. Cuando pensé que ella evadería mi pregunta, su sonrisa se ensanchó, y por un breve momento el mundo exterior se desvaneció, dejándonos sumidos en un círculo de complicidad. Luego, tomó aire, y respondió:

—Besa maravilloso. En lo único que pienso es en sus labios rozando los míos, no veo la hora de volver a probarlos.

—Qué hombre tan afortunado.

Luego, me acerqué a ella, el aire entre nosotros se volvió denso, como una cuerda tensada al máximo. Con un gesto suave, acaricié sus mejillas, sintiendo su piel cálida bajo la yema de mis dedos. Nuestros ojos se encontraron, y por un momento, la distancia desapareció. Me incliné hacia ella, mis labios casi rozando los suyos. La tensión era palpable, y podía notar cómo su respiración se entrelazaba con la mía. Pero, en lugar de dejarme llevar, murmuré suavemente sobre sus labios:

—¿Qué te parece si te muestro cómo es una feria en Whingbury?

La provocación en mi voz era intencionada, y vi cómo un escalofrío recorrió su cuerpo, pero ella aún así respondió:

—Nunca había estado en ninguna feria.

—Pues, permíteme el honor de mostrártela. —le extendí mi mano.

—Espero que seas un buen guía —tomó mi mano, para así entrelazarla con la suya.

  La feria del Condado se celebraba en un parque natural exclusivamente preparado para todo tipo de festividades. Su ubicación queda justo en el centro de donde el bosque se une con la playa.

Frente a nosotros, se extendían decenas de puestos de venta, cada uno decorado con banderines de colores brillantes ondeando al viento y flores frescas adornando los mostradores. El bullicio de la multitud y la música movida se mezclaba con el aroma a sal marina y a dulces recién horneados.

—Duque… —hizo una reverencia —Duquesa… —repitió el saludo —Es un honor tenerlos en mi puesto de venta.

—Sus dulces son realmente hermosos, y huelen exquisito —dijo Jane sin apartar la vista de la gran variedad de panecillos.

—Oh por favor, son bienvenidos a probar todos los que quieran —dijo la señora, y Jane no dudó en tomar uno de masa de limón, con fresas y merengue en su corteza.

—¡Son deliciosos! —me miró al instante, pero mis ojos se desviaron a sus labios, los cuales tenían un poco de merengue en su comisura. No pude detener el impulso de pasar mi dedo lentamente por su boca y limpiarle el dulce con delicadeza, batallando con mi pobre corazón acelerado y mis ganas desenfrenadas de besar sus labios…

Y mientras nos veíamos en silencio; ella, cláramente sorprendida por mi gesto repentino, y yo; tratando de recuperarme de mis deseos desenfrenados, la vendedora nos devolvió a la realidad:

—Aquí tienen, mis señores —nos extendió una bolsa con varios dulces.

—¿Cuál es su nombre, señora? —pregunté.

—Liutmilla, señor.

—Muy bien Liutmilla, de ahora en adelante, le compraremos cada domingo, cuatro docenas de sus mejores dulces para nuestros picnics ¿cree que pueda cumplir con la cantidad? —la señora sonrió emocionada.

—¡Claro que sí, mi señor!

—Pues no hay más que decir, la esperamos este domingo —concluyó Jane y continuamos con nuestro recorrido tomados de la mano.

—Fue muy generoso de tu parte lo que hiciste con la señora —dijo, una vez que estuvimos lo suficientemente lejos de aquel puesto.

—Conozco la historia de Liutmilla… su esposo tuvo un accidente mientras pescaba, por suerte salió ileso, pero el mal tiempo destruyó su bote y ahora el único sustento que tienen son las ventas de dulces. Ellos tienen cuatro hijos pequeños. —en el instante en que Jane iba a decir algo, la interrumpí —Ya mandé a comprar un nuevo bote para ellos. Mañana en la mañana lo encontrarán en la puerta de su casa.

—Eso es muy generoso de tu parte.

—Es mi deber —voltee a verla —Nuestro deber es velar por el bienestar todas estas personas.

Continuamos nuestro recorrido hasta llegar a los puestos de conchas marinas, los cuales exhibían una variada colección de tesoros marinos. Desde pequeñas caracolas hasta enormes conchas de abanico iridiscentes. Algunos puestos ofrecían corales de tonos vibrantes, esculpidos en formas caprichosas que parecían provenir de un mundo mágico bajo las olas.

—Y bien niños, esta concha se la quité a una criatura marina —decía el vendedor y todos los niños que estaban a su alrededor exclamaron sorprendidos —Era un animal enorme y con muchos tentáculos, que guardaba con mucho recelo este objeto mágico en su cueva —el hombre le daba cierto dramatismo a su relato.

—¿Y qué hace? ¿Por qué es mágico? —preguntó una niña, quizás de unos diez años, y tanto Jane como yo nos miramos sonrientes gracias a aquella inocencia.

—Pues, mi querida niña. Con esta concha puedes escuchar el océano aunque estés a kilómetros de distancia de él —el señor colocó la concha en el oído de la niña, como ya sabía su efecto “mágico”, causó en ella gran sorpresa e ilusión, y fue lo mismo con cada niño que se colocó la concha en el oído.

Nos alejamos de aquel lugar sin poder evitar reírnos por las expresiones graciosas que hacían los pequeños, al escuchar el efecto del viento cuando entraba en aquella enorme concha.

—Eso fue hermoso —dijo Jane con una hermosa sonrisa.

—Sin dudas lo fue.

—Casi me siento como una niña nuevamente —reímos.

—¿Casi? —la miré burlón —Yo creía que te sentarías junto a todos esos niños para escuchar las historias de aquel vendedor —reímos a carcajadas.

—Bueno, sí lo pensé —volvimos a reír.

—Ven —entrelacé su mano con la mía —Te va a encantar este puesto.

A medida que nos acercábamos, el aroma embriagador de las flores frescas llenaba el aire, guiándonos sin pérdida hacia los puestos repletos de ramos coloridos y arreglos florales elaborados. Rosas, lirios, margaritas y delicadas flores silvestres, entre ellas las nomeolvides, se mezclaban en un festival de colores y fragancias.

—Esto es hermoso —dijo, mientras observaba cada flor que había en los puestos.

—Pero no es esto lo que quiero mostrarte —sonreí al ver el rostro de sorpresa que ella puso.

A tres puestos a la izquierda había uno muy curioso, y era que éste vendía las flores, pero colocadas en un peinado.

—Duque… —hizo una reverencia —Duquesa… —repitió el saludo.

—¿Sophie, podrías hacer tu magia con la duquesa? —La joven; nieta de uno de los mozos de mis caballerías, sonrió y le indicó a Jane que tomara asiento.

Mientras que Jane estaba sentada en aquel asiento improvisado, me miraba sin saber qué hacer. Su sorpresa fue mayor cuando notó que Sophie comenzó a liberar su cabello de aquel recogido complicado para dejarlo completamente suelto. Dios, amo su cabello, amo lo hermoso que es, tan largo que acaricia sus caderas, tan rebelde y lleno de ondas que parecen olas del mar, y ese color, es el mismísimo fuego que hay en mi interior.

Sophie comenzó a trenzar su cabello y a la vez lo entrelazaba con pequeñas flores silvestres de color blanco, para finalmente dejar un hermoso jardín en su peinado que la hacían ver como una ninfa del bosque.

—¿Le gustó? —preguntó mientras la ayudaba a verse en un pequeño espejo.

—¡Es hermoso, Sophie! La verdad, nunca había visto mi cabello tan hermoso —la abrazó —Gracias.

—Su cabello es hermoso, señora, es realmente único.

—Gracias —hablé, y luego de pagarle, continuamos el recorrido tomados de la mano.

Los niños correteaban entre los puestos, riendo y jugando, mientras los adultos exploraban las mercancías con entusiasmo y curiosidad. Y nuestro recorrido fue interrumpido cuando una música embriagadora nos guió hacia un espacio donde habían varias parejas bailando, aquel baile que se me hace tan difícil, pero a la vez tan divertido y único.

—¿Qué baile es ese? —dijo Jane y volteó a verme con esa hermosa sonrisa que tiene el poder de derretirme por completo —Se ve divertido.

—Es un baile típico de aquí, se llama: The ocean dance.

—¿No es un nombre obvio?

—Lo es, pero su objetivo es celebrar todo lo que el océano nos ha dado. Una parte de las ganancias del Condado y el sustento de todas estas familias viene del océano.

—Duque, duquesa —Una jovencita corrió hacia nosotros y nos tomó por las manos sorpresivamente —Por favor, bailen con nosotros.

—No, no —dije nervioso. La jovencita hizo un puchero y Jane me miró burlona.

—¿Qué sucede, su excelencia? ¿Tienes miedo a quedar en ridículo? —era increíble la expresión de satisfacción que tenía su rostro, tanto que logró dañar mi orgullo.

—Un duque nunca queda en ridículo —respondí serio, aunque en mi interior lo estaba disfrutando, y ella igual lo notó, pues su respuesta fue una de esas sonrisas que logran consumirme.

—Muy bien pequeña, muéstranos cómo se hace —dijo Jane, y en un abrir y cerrar de ojos estábamos junto a todos los pueblerinos que bailaban, tocaban música y cantaban.

  Mientras que yo no sabía cómo proceder al baile, Jane observaba sonriente los enérgicos pasos que daban los demás, para al instante copiar los movimientos y unirse a ellos.

—Vamos —tomó mi mano al instante, y su rostro no podía estar más iluminado —Es fácil, es como una cuadrilla, o el Jitterbug.

—Jane, no creo que… —mis esfuerzos fueron inútiles, pues Jane ya me estaba arrastrando
hacia la pista de baile improvisada.

La melodía rápida y juguetona invadía el ambiente y se apoderaba de nuestros cuerpos. Y cuando copié todos los movimientos, más el poco conocimiento que ya tenía, tomé la mano de Jane con firmeza, guiándola en giros y vueltas rápidas, mientras que ella seguía mis pasos con destreza y gracia.

—¡Esto es divertido! —gritó ella entre risas mientras saltábamos y girábamos con sincronizados pasos.

   Sin saber el momento exacto, nos encontrábamos bailando en el centro de las parejas. Aquella hermosa sonrisa no sólo iluminaba la pista de baile, sino también todo mi ser. Nuestros ojos no dejaban de encontrarse, y nuestras manos nunca estuvieron alejadas.

Pero ya era el momento de llevarla al mejor lugar de todos. Por eso me detuve, y la saqué de la pista de baile.

—¿Qué sucede? —preguntó, su pecho subía y bajaba por la energía del baile.

—Hay algo que quiero mostrarte, algo que sé que amarás.

—¿De qué se trata?

La miré, sonriendo porque lo que ahora era curiosidad, sin dudas se convertiría en maravilla.

—¿Me dejarás sorprenderte, o tengo que llevarte cargada?

Jane, con una sonrisa ladina en sus labios, una mirada retadora y los brazos cruzados sobre su pecho, dijo:

—Puedes llevarme cargada.

🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀🥀

Hola, hola.

Segunda actualización del día, como compensación por demorar tanto en actualizar.

¿Qué creen que sea esa sorpresa que Ansel tiene preparada? Con él nunca se sabe.

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