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Capítulo 43: Noche eterna.

La obra de teatro llegó a su fin, y sólo nosotros tres: Gael, James y yo, regresamos al palacio. Pues, en el instante en que salimos del teatro, Ansel se despidió de nosotros, tomando uno de nuestros carruajes. Gael lo llamó, preguntándole hacia dónde se dirigía a tan altas horas, pero sólo recibió un breve destello de mirada antes de que subiera al carruaje, para finalmente irse entre las sombras de las calles empedradas de la ciudad.

Una vez que llegamos, subí en silencio hacia mi habitación. Me encontraba atrapada en mis pensamientos, incapaz de escapar de lo que había ocurrido horas antes entre nosotros. El recuerdo del roce de nuestras miradas y la promesa de un beso que decidí rechazar, me mantenían despierta en la oscuridad de mi recámara.

Decidí entonces, ocupar mi mente en algo más. Aunque la doncella se encargaría de organizar mis cosas al día siguiente, me sentía en la necesidad de hacer algo para distraer mis pensamientos. Así, entre luces titilantes de candelabros y sombras danzantes, me sumergí en la tarea de desempacar, de ordenar mi nuevo espacio, como si ello pudiera también ordenar mis sentimientos.

Sin embargo, al cabo de las horas, el silencio se hizo más notorio en el palacio, sin dudas ya pasaba la medianoche. Y para mi mala la suerte la actividad que había hecho fue insuficiente y el sueño aún se resistía a abrazarme. Fue entonces cuando, en un impulso casi ritual, decidí soltar mi cabello, dejando que las largas hebras cayeran sobre mis hombros. Me senté frente al espejo de mi tocador y comencé a desenredarlo, permitiendo que las ondas naturales se volvieran más amplias, y la paz me envolviera.

   
O eso creí...

—¡Janeeee! —Golpeó mi puerta con fuerza, logrando un gran estruendo  —¡Ábreme por favor!

—¡Vete a dormir, Ansel! —grité sin levantarme del tocador —¡Despertarás hasta a los caballos en los establos!

—Jane, por favor… —Noté algo raro en su voz, algo más que tristeza y cansancio —Dormiré en el corredor si no me abres.

Se escuchaba cierto arrastre en su lengua.

—Jane… quiero hablar contigo, solo un instante y me voy, te lo prometo.

   Dejé mi cepillo de pelo sobre el tocador, y en un intento fallido por arreglar mi cabello suelto, simplemente llevé un mechón hasta detrás de mi oreja. Luego, pasé mis manos por la falda de mi vestido, pues se había arrugado con la actividad que había estado haciendo, y caminé hacia la puerta hasta quedar frente a ella.

Finalmente, con un suspiro resignado, tomé la decisión de girar el picaporte, y en el momento en que la puerta se abrió, me lo encontré de pie frente a mí, con aquella mirada gris sobre mis ojos, y ese aspecto tan…

—¡¿Estás borracho?!

—Un poco sí … —Hipó.

Me crucé de manos, notoriamente molesta por las condiciones en que había venido a tocar mi puerta. Mientras tanto, él me miró sonriente, de arriba a abajo, para finalmente decir:

—Definitivamente el rojo es tu color. Tenía la certeza de que un vestido carmesí realzaría tu belleza, reflejando esa fortaleza que llevas dentro, como un ardiente fuego que se niega a apagarse con facilidad.

—Ansel...

Simplemente no sabía qué decir, ni qué hacer. Nunca había tenido que lidiar con algo como esto.

Ansel se veía realmente horrible. Se balanceaba torpemente frente a la puerta, el brillo de sus ojos no era el mismo, éste era más oscuro y apagado. Su cabello negro, lucía desordenado y rebelde, y caía sobre su rostro con un aspecto descuidado y deplorable, como si hacía tiempo no lo peinara, o como si hubiera pasado su mano incontables veces por su cabeza.

—Ansel… —Lo miré estupefacta, y él hizo un intento por sonreir mientras daba unos pasos adentro.

—El cabello suelto te queda hermoso... —Dijo, y nuevamente se tambaleó, al punto de que se tuvo que sostener de la mesita a su lado, tumbando los adornos de porcelana que habían en ella.

—Ups... —Se limitó a decir entre risas.

En su mano temblorosa traía una botella de brandy casi acabada. Su elegante vestimenta era ahora un desparpajo: su chaleco estaba desabrochado, revelando la camisa arrugada que traía debajo, y lo que más llamó mi atención fueron sus pantalones, los cuales estaban ligeramente rasgados en las rodillas.

—¿Qué te ocurrió? —no pude evitar preocuparme, pues noté algo de sangre en la tela rasgada. En cambio, él volvió a sonreír.

—Me caí mientras trataba de llegar hasta tu habitación.

—¡¡¿Qué?!!

—Tranquila, James me ayudó a llegar hasta aquí.

—¡Ansel…!

Y en ese instante, Ansel se tambaleó y yo instintivamente corrí a hacer un intento por sostenerlo.

  Aún teniendo casi todo su peso encima de mí, le quité la botella de las manos, rodeé su brazo en mi cuello y su mandíbula quedó junto a mi sien. Al instante, sentí un aroma penetrante a alcohol, y noté cómo las velas a nuestro lado iluminaban su rostro demacrado.

—Vamos, te llevaré a tu habitación —Hice un intento fallido por sacarlo de mi cuarto.

—No te vayas, Jane —Habló cerca de mí y ese aliento etílico golpeó mi rostro.

—No me iré, estamos casados ¿recuerdas?

—Discúlpame… no eres ella… —El sueño lo estaba ganando y sus palabras salían en apenas un susurro entrecortado.

—¿Qué? ¿Quién? —Su cuerpo no respondía, él ya no lo hacía.

—Ansel, hay que llevarte a tu habitación. Tienes que ayudarme —Le susurré, pero ya sus piernas se estaban arrastrando y todo el peso de su cuerpo estaba cayendo sobre el mío, por lo que no tuve más opción que tomar fuerzas de donde no había para acostarlo en mi cama.

Casi caigo encima de él cuando lo acosté. Luego seguí a quitarle los zapatos. Cuando finalmente logré quitarle aquel calzado inhumanamente ajustado, subí sus piernas a la cama.

—¿Estás despierto? —Susurré, y cuando no obtuve respuesta, me dispuse a alejarme para irme a dormir a mi antiguo dormitorio.

Justo en ese instante, me sostuvo con una fuerza increíble por el brazo, obligándome a detenerme al momento, y por el impulso, acabé sentada junto a él, casi encima suyo.

—¡Ansel!

—Quédate conmigo, por favor, no me dejes solo —Sus ojos estaban cerrados, pero su voz parecía una súplica, una que acabó convenciéndome.

—Está bien, Ansel, no voy a dejarte solo.

—Te amo… —Susurró entre sueños, y su confesión me provocó una extraña sensación de vértigo en mi estómago, mientras que mi corazón comenzó a latir con fuerza ante aquellas dos palabras inesperadas —Eres mi llama inapagable.

Creo que es obra del alcohol...

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Hola, hola.

Fue un capítulo corto, pero divertido. :)

No les había comentado, pero la historia casi llega a su final :(

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