The chosen one
69.- The chosen one
Sujeté, con un movimiento ágil, el brazo de Rogers; mi brazo biónico, sin perder el tiempo, dio un golpe certero en el centro de su pecho, logrando que éste cayera al suelo. Sonreí triunfante, posicionándome para recibir su ataque; no tardó en ponerse en pie y defenderse. Sin embargo, nuestra práctica de defensa personal se vio interrumpida por la llegada de Sam.
El moreno daba zancadas por el piso alfombrado, apurado por querer llegar hasta donde estábamos nosotros. Se veía molesto, indignado y alterado. Rogers y yo nos miramos, sabiendo de antemano lo que le aquejaba al moreno.
—Es imposible. —Dijo Sam, frustrado. —Es completamente imposible llegar al corazón de _____________. —Lanzó un gruñido ente dientes y suspiró agobiado. —Lo peor de todo, es que no sólo yo trato de conquistarla, también está Scott tratando de cortejarla, enviando a sus hormigas a darle regalos. —Bufó.
Steve rio por lo bajo.
—Thor también está en el mismo plan. —Indicó Rogers.
—¿Qué? —Exclamó Falcon, alzando ambas cejas. —¿Thor? ¡Bah! pero si él ni si quiera es de este mundo! ¡No es justo! —Batió sus brazos, exasperado. —¿A quién más debo considerar mi adversario? —Cuestionó, enchinando sus ojos al comenzar a escudriñarnos con su mirada. —¿Rogers?
El rubio negó rápidamente.
—No, claro que no. ______________ es como mi hermana. —Aclaró antes de que Falcon dijera algo. — Asique olvídate de mí como posible enemigo.
—Vale, entonces... —Me miró y yo negué de inmediato. —¿Seguro que no la cortejarás? Dicen que los callados son los más peligrosos. —Acotó y yo volví a negar.
—Ella y yo no nos llevamos muy bien, Sam. —Le dije. —No creo posible una relación entre nosotros. —Le aseguré. El moreno pareció respirar más aliviado.
—Bien, entonces debo competir contra Thor. —Suspiró Sam.
—Y Scott. —Le recordó Rogers.
—Scott. —Dijo Sam y lanzó una risotada. —No es competencia para mí. En cambio, Thor, bueno, él es un Dios, digno de un martillo que nadie más ha logrado levantar. Suma puntos, ¿saben? Debo hacer algo para superar esa hazaña. —Dijo y, analítico se retiró de nuestro lado.
Lancé un suspiro cuando Sam abandonó el lugar, denotando alivio, pero también, cierta frustración que a Rogers no le costó percibir y deducir. Me miró con una sonrisa en su rostro, afable y comprensiva. Odiaba que me conociera tan bien, pero me era un respiro a la vez pues, yo no tenía que abrir la boca para confesar que ______________ me encantaba pese a que entre ambos las riñas eran pan de cada día.
—¿Y no piensas hacer nada? —Me preguntó el rubio y alzó una ceja. Me quedé en silencio. Ello respondió la pregunta de Steve. —Ese no es el Bucky que conozco...
—No estamos en los años cuarenta, Steve. Es otra era, diferente a la que vivimos. No me siento capaz de conquistar a una mujer contemporánea, empoderada e independiente. Me aterra la idea. —Confesé nervioso. Caminé hasta mi bolso que reposaba sobre uno de los bancos a metros de nosotros; lo tomé y lo colgué en mi hombro para luego caminar hasta la salida de la sala de entrenamiento. Rogers seguía mis pasos muy de cerca.
—Entonces, no harás absolutamente nada. —Afirmó el rubio para sí.
—Exactamente. —Dije, convencido. Y, es que, en cierto modo, mantenerme alejado de ___________ era lo mejor tanto para mí como para ella. Sabía que no era un hombre cien por ciento equilibrado, pese a que recalibraron mi cognición un cierto porcentaje. Yo, no dejaba de verme como un asesino del cual se debía tener cuidado. Durante las noches las pesadillas me invadían, ocasionando ligeros disturbios que, gracias a la vida, era posible detener.
Temía dañarla; la veía tan frágil, que me era una tortura imaginar que cualquier día podría dañarla si yo me salía de control. Por lo tanto, mi postura fue la misma desde hace unos años, cuando comencé a sentir algo extraño por ella. Debía alejarme, no prestarle atención y hacer como que la aborrecía.
Fue difícil el proceso de revelación acerca de mis sentimientos para con ella. Peleábamos por cualquier estupidez; porque nos mirábamos o porque no nos mirábamos; porque uno se sentaba en el puesto que el otro quería, o hasta porque respirábamos en el mismo lugar. La relación era la peor, pero, aun así, no pude evitar sentir algo mayor y más poderoso que el aborrecimiento que sentía por ella.
—Por si te interesa saberlo, a _____________ le encantan los chocolates, los libros y los cactus. —Me dijo Rogers de repente, antes de que cada uno se fuese a su habitación. —Ninguno le ha hecho regalos de ese tipo. —Y dicho ello, me dejó en medio del pasillo, dubitativo ante la idea de arriesgarme e intentar algo con la muchacha que, aparentemente detestaba.
******
Scott, Thor y Sam discutían en el living; no entendía muy bien qué era lo que los hombres dialogaban con tanto ímpetu, pero no se me hizo necesario preguntar. A decir verdad, era fácil de adivinar si se encontraban los tres reunidos.
Caminé hasta la cocina y tomé un vaso para depositar el zumo de naranja que yacía dentro del refrigerador. Brinqué cuando vi la anatomía de __________ frente a mí, con el ceño fruncido y un vaso de zumo que sujetaba con su mano derecha.
—Hola. —Saludé.
—Hola. —Saludó de vuelta. Esperé a que me dijera algo utilizando el sarcasmo que sólo ella sabía utilizar. Pero no hizo nada. Cabizbaja miró el vaso con el zumo dentro.
—¿Estás bien? —Inquirí con cautela. Me preparé para recibir, esta vez, un comentario ofensivo. Pero tampoco lo hizo.
—Sí, estoy bien. —Asintió. Dibujó una semi sonrisa en sus labios, tomó el vaso de jugo y sin decir nada, salió de la cocina en dirección, seguramente, a su habitación.
Me cuestioné lo que le podría estar sucediendo. De seguro tuvo problemas con Fury o alguna misión. No era muy extraño que los tuviera pues, ____________ solía ser una muchacha que prefería no cumplir las reglas impuestas por sus mayores, sino más bien, guiarse por su instinto femenino.
Cuando terminé de beber el zumo, me cambié de ropa y salí hacia la ciudad, en busca de algún lugar que vendiera chocolates, libros y cactus.
Recorrí todo el centro en busca de cactus. El libro ya lo tenía, y los chocolates igual. No me fue difícil encontrarlos. El libro sabía sería de su gusto, había escuchado un sinfín de veces su deseo por tener la saga completa de Harry Potter. Más el chocolate, ese lo elegí al azar, esperando que le pudiera gustar.
El cactus, pensé con frustración. Recorrí, nuevamente, la ciudad en busca del cactus perfecto para ella. Lo encontré después de dos horas, cuando el dueño del local estaba a punto de cerrar el lugar.
—Oh vamos, ¿tú qué haces de extraordinario? —Le decía Scott a Falcon, quien frunció el ceño bastante molesto ante el tono burlón que utilizó Lang al hacerle la pregunta. —¿Hablas con las hormigas? —Sam frunció el ceño y negó. —¿Te conviertes en un ser diminuto? —Sam volvió a negar.
A su lado, Thor lanzó una carcajada socarrona. Al Dios le causaba gracia ver cómo dos simples mortales se peleaban el amor de una mujer. Él, viéndolo fríamente, tenía todas las de ganar.
—Interesante disputa la de ustedes dos. —Le dijo Thor, sin borrar la sonrisa de su rostro. —Pero de los tres, ¿quién es alto, rubio y tiene la facultad de levantar un martillo proveniente de otro mundo? —Cuestionó triunfal.
—Insisto. —Le dijo Sam. —Tú ni si quiera deberías estar aquí.
Los tres hombres siguieron hablando, sin percatarse que yo había cruzado el living con una bolsa de regalo. Me dirigí a su puerta y quedé de pie frente a ella, comenzando a dudar si arriesgarme a confesarle mi atracción por ella o no.
Todos sabían que nuestra relación se basaba en riñas estúpidas, por lo que, imaginar que uno de los dos sentía algo por el otro, era prácticamente una utopía para los del equipo. Pero ahí estaba yo, de pie frente a su puerta, con toda la intención de hacer tregua y comenzar una amistad nueva. Sin discusión alguna.
Toqué la puerta cuando percibí movimiento dentro de su habitación. Los muchachos aún discutían entre ellos, y me pregunté si ______________ se había dado cuenta de eso.
Me recibió con su ceño fruncido, pero con una ligera sonrisa dibujada en sus labios. Ello me dio la motivación para entrar y hacerle entrega de mi regalo.
—Veo que también estas en plan de conquistarme. —Dijo cuando recibió mi regalo.
—N-no, claro que no. —Dije rápidamente. —Vine a hacer las paces. Nada más.
___________ alzó una ceja y rio. Abrió la bolsa y hurgueteó en ella. Ahora su semblante era distinto al que tenía horas atrás. Pude, con triunfo, notar que curvaba sus labios en una mueca que denotaba felicidad.
—Bueno, de todos los regalos que me han dado, debo admitir que esto me impresionó más. —Dijo, observando el cactus con detención. —¿Seguro que no estas compitiendo con los otros?
—Seguro. —Afirmé. —Yo, de verdad quiero comenzar desde cero contigo. Y mi forma de hacer las paces es esta.
___________ no dijo nada. Observó los regalos y volvió a sonreír, encantada, haciendo brillar sus ojos. Hojeó el libro y olió algunas páginas mientras cerraba los ojos para intensificar el bienestar que le producía al olerlo. Luego tomó el chocolate, lo abrió y me ofreció un pedazo.
—De todos los regalos que recibí, siempre tuve la esperanza de que uno de ellos fuese tuyo, Buck. —Confesó, cohibida. Miró el suelo y comenzó a jugar con sus manos. —Te odio, ¿sabes? Me pareces un sujeto petulante, pero también me atraes. ¿Acaso es posible que exista esa dicotomía?
Parpadeé atónito, sin saber cómo decirle que a mí me sucedía lo mismo.
—M-me alegro que te haya gustado. —Murmuré. Ella sonrió. Dejó el regalo a un lado para acomodarse junto a mí y mirarme fijamente. Tragué saliva, nervioso al no tener contemplado lo que estaba sucediendo. Era yo quien debía dar el paso, no ella. Pero ______________ no se hacía problema alguno en ser ella quien iniciara el acercamiento entre los dos.
Tampoco tuvo miedo de dar inicio al majestuoso beso que nos dimos. Sin temor, se acercó a mí, acortando la distancia, dándome la oportunidad de tomar su rostro y acercarlo al mío.
El supuesto odio, de repente se convirtió, mágicamente, en afecto; era recíproco, era como si ella, hubiese utilizado la misma técnica que yo: El fingir aborrecer al otro para mantenerlo a salvo de nuestra actitud y, respectivamente demonios con los que debíamos vivir.
Se sentía extraño, pero no menos agradable.
Sonreímos dichosos. Más yo, sonreí sin siquiera poder dar explicación a lo que sentía pues, acababa de dar el paso que siempre temí dar por temor a su rechazo y, por otro lado, dentro de todos los que trataban de conquistarla, yo, Bucky Barnes, le había ganado a un ser de otro mundo, alto, rubio y digno de un martillo que por nombre llevaba mjolnir: a Thor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro