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Nudo

advertencias de capítulo: Mafia AU, con smut bien cochinote al final.

También se narra un Chile más conservador, donde los omegas hombres no tienen ningún privilegio y son más que maltratados.

Tengo que decir que realmente le puse trama a este capítulo cuando no debería, porque básicamente el concepto del nudo es un Porn Without Plot DNSJSNDJK, pero esto salió. Son más de 4k de palabras. Disfrútenlo <3.

Nicolás no pensó alguna vez que estaría en una situación como esta.

Haber terminado como bailarín y gigoló en un club de élite en la gran capital a los dieciséis años luego de que su madre lo echara de casa porque lo descubrió teniendo sexo con su pareja –padrastro del omega– no era cosa... habitual. De hecho, fue la gota que rebalsó el vaso, y es que desde que su padre biológico los abandonó sin razón aparente cuando Nicolás tenía cuatro años, su madre siempre lo culpó por ello, sin piedad alguna. Había días que no le daba de comer, no lo llevaba al médico cuando se enfermaba gravemente, a veces le agredía de manera física, y dejó de asistir al colegio, ya que su propia mamá decía que era algo completamente innecesario. Básicamente su crianza fue una mierda.

Al momento de la aparición abrupta de su padrastro, cuando llegó a vivir con ellos en la misma casa, realmente Nicolás se le hizo muy indiferente. De hecho hasta le convenía, así su madre no le prestaba atención –la poca que le daba a veces–. Eso sí, se daba cuenta con los meses que el alfa de gran edad tenía una obsesión clara con el omega: le tiraba indirectas de toda índole, le regalaba cosas preciosas y caras, le hacía insinuaciones sexuales, todo esto a escondidas de su madre. Nicolás, como un resentido de primera –y también porque la mayor parte del tiempo tenía el libido alto–, aceptó tener sexo con él. Aquellos encuentros de gran placer, donde Nicolás disfrutaba con ganas como el adicto al sexo que era, cada vez se hicieron más recurrentes, hasta que pasó lo inevitable: fue un fin de semana, cuando su mamá fue a comprar al supermercado, y justo en aquella ronda, donde Nicolás era embestido rudamente por el alfa mayor, gimió como nunca, alcanzando el orgasmo. Justo la omega, entrando al hogar con una sonrisa, lo escuchó, y corrió sin duda a la habitación de su hijo, viendo aquella particular escena.

Fue una locura, y tampoco fue de novedad que su madre lo echara a la calle sin ninguna pilcha y al otro alfa le perdonara todo. De hecho, el último grito que oyó de su madre cuando lo arrojó a la calle con todo el dramatismo del mundo fue:

—¡Omegas culiaos! ¡Lacras de mierda!

Porque eso era. Él, como omega hombre, nació para esto. Para no tener una vida digna.

Era recurrente ver omegas hombre viviendo en la calle, así que su situación no era algo nuevo. Nicolás pensó que habría alguna solidaridad con los otros omegas que se encontró viviendo en la intemperie, de apoyarse entre sí para buscar comida y cobijo, pero fue todo lo contrario. Cuando hablaba o les pedía ayuda, le gritaban y hasta agredían a veces para que se alejara. Ahí, Nicolás se dio cuenta que cada uno vivía en su burbuja de soledad y miseria.

De todas maneras, él no se quedó de brazos cruzados. Por días, pasó caminando y cruzando de comuna en comuna –de las más pobladas–, buscando aunque sea un trabajo informal como lavador de autos o atendiendo en algún local de comida rápida, pero siempre le rechazaban, diciendo que se necesitaba experiencia en el área. Nicolás los insultaba con creces en su mente, pensando en cómo mierda se ganaba experiencia en el contexto en el que estaba.

Bueno, también estaba el hecho de que su apariencia no era la mejor. Sus ropas estaban rasgadas, sucias y malolientes, andaba descalzo y tenía signos de desnutrición. Pero de igual forma, seguía siendo injusto.

Fueron meses difíciles, con el invierno azotando la ciudad, pasando hambre y frío gigantescos, pero con la más grande sinceridad, Nicolás preferiría morir así que en el lugar que llamó hogar, con una mujer inhumana que antes llamaba madre.

El moreno, con eso siempre en su mente, seguía luchando por sobrevivir. Fue así, como un día, sin ninguna maldita fuerza, decidió hacer un viaje más largo hacia los barrios más adinerados de Santiago en busca de nuevas oportunidades. Igual, lo más probable que los de mejor situación económica fueran hasta más hostiles que el resto. Era un hecho: su crianza tradicional y conservadora, como la mayoría de la sociedad chilena, era en base a que los omegas hombres, del suelo de la jerarquía, eran seres sucios, mundanos, débiles, y sin futuro próspero alguno. Que no eran más que objetos que servían para procrear.

¿Tenía algo que perder? Para nada, por lo que fue realmente una decisión desesperada, ya que en las comunas donde se quedaba empezó a escasear la comida y la solidaridad de la gente, y quería probar suerte en algún lugar más lejos. Fueron tres días de cruzar la ciudad de una punta a otra: desde Puente Alto a Vitacura a pie.

A duras penas pudo llegar a Vitacura, con recogimientos de restos de comida desechada en los basurales y agua contaminada de platos para perros callejeros en casas de acogida durante el camino en los días del viaje como suministro, además sumándole la poca fuerza llevada por su estado físico. Con eso, a su arribo a la comuna al creciente atardecer, no tardaron en aparecer las miradas despectivas de las personas que veían al omega moribundo. Nicolás hasta podía lograr escuchar los abucheos insultantes que soltaban los demás. Palabras llenas de ácido.

—Omega culiao ordinario.

—Sucio asqueroso, eso es lo que es.

—Aberración del demonio, tal vez qué haya hecho para terminar así.

Y no terminó ahí, pronto comenzó el siguiente nivel rápidamente: una riña.

Fueron cuestión de minutos cuando varias personas lo terminaron emboscando en un círculo cerrado, insultándolo ahora con más fuerza y ganas, con risas sin parar, dedos apuntando y que algunos se atrevieran a darle empujones, para nada suaves. El omega no lograba defenderse, porque andaba con poquísima fuerza y energía. Con eso, no pudo prevenir lo siguiente: que un alfa fornido viniera con un cuchillo a amenazarlo. Se abrió el círculo, y aquel caminó hacia el moreno minuciosamente, hasta acercarse a su oído y sentenciar:

—No permito que omegas inmundos como tú estén acá, así que te advierto por primera y última vez: te veo por acá deambulando una vez más, y te mato, conchetumadre.

Nicolás no pudo aguantarlo más, con la cabeza dándole mil vueltas, los latidos bombeando los oídos, la potente piel de gallina, y sin casi equilibrio y respiración: antes de siquiera haber sentido un golpe –o hasta una puñalada– de aquel alfa, terminó por desmayarse. No pudo tampoco sentir el retumbar del piso y escuchar el grito a continuación.

—¡Salgan de acá, ronda de conchas de su madre! ¡Voy a llamar a los pacos!

Fue aquel peculiar omega que salvó su vida.

Nicolás abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a las luces difuminadas neón que se visualizaban afuera de la habitación en la cual estaba. Cuando pudo salir del estado somnoliento, de forma inmediata se tocó el cuerpo para ver si tenía una puñalada, hematomas o sangre, que no encontró. Eso sí, sentía hasta su interior adolorido, con un ligero dolor de cabeza aún persistente.

Se levantó pausadamente de la cama donde yacía, y justo cuando quería pararse y caminar, entró un omega de cabello miel y de baja estatura.

—Despertaste, menos mal —le dijo, sentándose en el pequeño sillón frente a él y mirándolo de pies a cabeza.

Nicolás se mantuvo con el rostro neutro, casi sin fuerzas de poder articular una palabra. Sentía su cuerpo pesado y la garganta terriblemente seca.

—Llevas dos días inconsciente. Ya estaba pensando en cómo deshacerme de tu cuerpo —volvió a hablar aquel omega, vacilando un poco para aminorar el ambiente.

Con el mal chiste, Nicolás a duras penas hizo una mueca parecida a una sonrisa.

El otro omega decidió traerle un vaso con agua, y cuando se lo tendió a Nicolás, se lo tomó de una pasada. Pasaron unos segundos, y ahí recién pudo hablar.

—Gracias. Por salvarme —agradeció, adolorido aún.

El contrario sonrió, enternecido. No era cosa de todos los días salvar un omega indigente de una riña en uno de los barrios más ricos de la ciudad.

Cuando Nicolás se dio cuenta que el otro no hablaría –como esperando que él en verdad lo hiciera para dar explicaciones o algún contexto–, se le ocurrió preguntar lo crucial.

—¿Dónde estoy?

—En el local más demandando de Santiago —respondió, y Nicolás arqueó una ceja, confundido, esperando por una respuesta más completa—. Un club nocturno, un burdel.

Nicolás hizo una mueca extraña, sin demostrar ni disgusto ni sorpresa. De alguna manera, le gustó la idea.

—¿Eres prostituto? —no pudo evitar preguntar, para estar seguro.

El omega contrario se rió por el título, terminando por asentir. Nicolás creyó que era su momento. Ahora, o nunca.

—¿Y pagan bien?

El otro murmuró algo inentendible, comprendiendo dónde quería llegar el recién despertado.

—Sí, y mucho —le afirmó luego de unos segundos—. Realmente complacer a los alfas es todo un negocio.

Nicolás asintió, haciéndose una idea de aquello. No sonaba para nada mal. No era algo que se imaginaba en dedicarse algún día, pero si verdaderamente era un negocio factible... le creía.

—Hm, ya veo para dónde vas... —empezó a inquirir, interesado por el camino donde iba esta conversación—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis.

Él sabía que no era ético que contratara a un joven de dieciséis, pero según las leyes chilenas, a esa edad ya era un ciudadano mayor de edad, con el mote legal que eso conllevaba. ¿Estaba bien? No, pero así se dictaba en el país.

El otro omega terminó por suspirar, sin darle muchas vueltas a su decisión.

—Mira, no sé si me causaste pena o algo, pero sí necesitamos más trabajadores aquí, se ha disminuido el personal —explicó—. Tendré que hablarlo con el dueño, que es mi jefe, pero yo... te quiero aquí. Eres bonito, tal vez hay que trabajar en tu cuerpo, pero te veo potencial de alguna forma. Hay que dar oportunidades, ¿no?

Nicolás asintió, ya emocionándose y proyectándose en el club. Quería hasta darle un abrazo, pero sentía que sería tratar con mucha confianza a alguien que acababa de conocer.

—Gracias, otra vez. De verdad, yo... —de pronto sintió los ojos húmedos y la voz a punto de quebrar, sin poder evitarlo—. Chucha, no sabes cuánto lo-

—No es nada, y no llores, por favor —interrumpió, soltando una pequeña risa para amenizar el ambiente—. Entre omegas hay que apoyarnos ¿no? El mundo nos quiere ver sufrir, pero no hay que darles en el gusto.

Nicolás lo sabía, y esa sería su venganza al mundo.

Fue así que este omega, que se presentó Manuel, pudo hablar con el dueño, y le dio el visto bueno, aceptando que trabajara en el club. Nicolás no supo si fue por lástima u otra cosa de esas, pero no le importó, porque sentía que era la mejor oportunidad de todas.

Eso sí, se decepcionó cuando le dijeron que primero trabajaría como bartender del club, antes de entrar de lleno al negocio de la prostitución. La razón de ello fue que, como alguien nuevo e inexperto, necesitaba entrenamiento, ya sea bailar, transmitir sensualidad, cómo satisfacer bien a cada alfa, los códigos del negocio, los posibles escenarios en los que se enfrentaría, etc. Básicamente un manual completo de ser un gigoló de buena calidad, y así ganar su buen dinero.

Fueron dos años completos de mucho aprendizaje, y Nicolás se dio cuenta que tenía un talento innato para esto. Al parecer ser adicto al sexo y al erotismo podía sacar muchos puntos. Además, tampoco era malo bailando; era sensual y pudo trabajar bien en mejorar su cuerpo y belleza exterior (¿Qué importaba el interior en este negocio?). El omega sentía que se transformó en la mejor versión de sí mismo. Se sentía vivo y con un propósito en la vida.

Cuando llegó el día definitivo, a los dieciocho años recién cumplidos, se sentía ya completamente listo. Ahí, con también la aprobación de su jefe, pudo entender sus deberes como alguien nuevo en el negocio.

—Esto funciona así —le empezó a explicar aquel día Manuel, que era su instructor principal (a petición de él mismo)—: vendes tu cuerpo al mejor postor. Cada semana se hace una subasta de todos nosotros, y los alfas van apostando su dinero por cada uno, eligiendo a alguno para pasar una noche.

» Los primeros meses te llevarás el veinte por ciento de las ganancias, porque estamos invirtiendo harta plata en ti. Ahí, viendo cómo te va, pasarás a contrato indefinido y nos dividimos más equitativamente el porcentaje.

Nicolás sonrió y asintió, entendiendo las condiciones.

—Los alfas adoran la carne fresca. Te irá la raja —terminó por decir Manuel, guiñandole un ojo y depositando su suerte en Nicolás.

Quién diría que años después, sería una de las principales estrellas del lugar.

A los veintitrés años, le llegó una noticia, que cambiaría su vida por completo. Esta vez, bien diferente a las demás coyunturas de ella.

—¡Nico, adivina! —Manuel llegó corriendo hacia el nombrado, gritando emocionado e incrédulo por lo que acababa de enterarse—. Una persona peculiar compró una noche contigo.

El moreno ni se inmutó, desinteresado. Manuel era realmente dramático; siempre exageraba con en abundancia estas noticias.

—Espero que sea harta plata no más —le dijo Nicolás, rodando los ojos—. Si no es menos de dos palos, no me interesa.

—Bueno, en verdad son ocho —le respondió Manuel, y ahora Nicolás le dio toda su atención a su compañero, mirándolo fijamente—. Es cliente habitual que financia el club para mantenerlo siempre a flote, no ha dado ningún problema. Viene de vez en cuando. Y... —ahora bajó la voz—. Es un mafioso. Él más buscado del país, de hecho.

El omega abrió los ojos, sorprendido.

Okey, esto podría ser peligroso, pero...

—Nunca lo había visto tan emocionado con otros, realmente te quiere a ti, y con ganas —siguió hablando Manuel, ya que Nicolás seguía en silencio, asimilando toda la información de golpe—. Yo aceptaría altiro, Nico. Ya he estado con él un par de veces y no te imaginas cómo-

—¡Ah, cállate! —lo calló, sin querer escucharlo más. No necesitaba más detalles.

Si lo pensaba a fondo, no podía sorprenderse tanto, porque, como una de las estrellas principales y rostro público más demandado –y caro– del club, le venían un montón de alfas, y de todas los tipos. Nicolás hacía su trabajo espléndidamente, pero tenía que pensar los pro y los contra.

Pros: era harta plata que nunca recibió antes; era cliente habitual que no daba problemas, hasta era financiador del club. Contras: era mafioso, algo turbio y muy peligroso, ¿quién sabe qué cosas tan ilegales hace? Además, no sabría cómo lo trataría, en cómo era, y...

A la mierda. Era adicto al sexo, y sobre todo, al dinero. No desaprovecharía esta oportunidad.

—¿Cómo se llama? —preguntó el omega más joven, bastante interesado y decidido.

—Alfredo, o eso dice llamarse —respondió Manuel. Podría ver sus ojos brillando—. Entiendo que digai' que no, no es cualquier persona.

—Hay que aprovechar estas oportunidades, Manu —exclamó Nicolás suspirando. Se paró del tocador donde estaba, teniendo una actitud muy audaz—. No va a cambiar nada.

Mentira total. Se había metido en la boca de los lobos más intensos.

Todo esto comenzó una noche buena.

Alfredo había conseguido el teléfono privado de Nicolás –anda saber cómo, pero no le sorprendía–, diciendo que estaba teniendo un día de locos, con mucho estrés e irritabilidad encima, y que lo necesitaba urgente. No podía más con su trabajo.

Bueno, trabajo... Si podría llamarse así.

Primero, el omega le dijo que se juntaran por primera vez en el club, ya que quería conocerlo mejor ahí, y tenía más seguridad en ese lugar, ya que, el dueño –su jefe– y sus compañeros de trabajo tenían la precaución por si pudiera pasar algo grave. Como violencia física, actos sexuales sin consentimiento, o hasta alguna violación.

Era recurrente en algunos clientes alfas, pero a nadie le interesaba que los omegas hombres fueran maltratados y abusados, menos si eran trabajadores sexuales. Así funcionaba el sistema. Por ello, entre todos en el club se cuidaban. Era una fraternidad casi de sangre.

Segundo, quería dejarle claro quién tenía el control, porque ni por el alfa (hasta teniendo un gran título encima), ni por nadie, se dejaría amedrentar. Era su filosofía desde que llegó a trabajar de lleno al club.

Él ponía las reglas y condiciones. Había que recordarlo siempre: si el mundo lo maltrataba, Nicolás lo haría de vuelta con uñas y dientes si se daba la oportunidad. Su pasado no se borraría, no, pero pudo aprender fuertemente por ello.

Cuando llegó nochebuena, Alfredo se presentó a las diez en punto. Venía con un elegante traje azul marino, una corbata con parecido tono y zapatos bien lustrados, casi saliéndole brillo. Su cabello no estaba completamente peinado, sin gel alguno, con sus rizos bien marcados, pero no dejaba lo refinado de su apariencia. Hasta en su caminar lo demostraba.

Nicolás lo divisó de forma inmediata, analizándolo de pies a cabeza. Manuel estaba a su lado dándole consejos –que Nicolás no necesitaba para nada–, y cuando también dirigió su mirada al alfa, sonrió atontado. Manuel le dio un codazo y le movió las cejas, sugerentes. Nicolás le dio un pequeño golpe en la nuca con el ceño fruncido. Realmente su compañero era todo un caso. La mayor parte del tiempo le hartaba.

Alfredo, sin ninguna prisa, se acercó a los dos omegas apoyados en el borde del escenario. Llevaba una pequeña sonrisa y tenía un aroma bien cítrico, que no era desagradable. Se notaba en cómo los demás del club lo miraban. Creía que por poco no se arrodillaran frente a él.

—Manuel —saludó al alfa, estrechando su mano hacia el omega llamado. Manuel sonrió y juntó sus manos, moviéndolo con prisa. Sus nervios y embobamiento hacia él era tan notorio que le sudaban las manos y le brillaban los ojos.

Nicolás miraba la escena, casi queriendo salir corriendo. Más le dieron ganas cuando Alfredo le clavó su mirada. Era una mirada profunda, un color de iris bien intenso. El moreno podía hasta perderse en ellos.

—Nicolás, me imagino —lo saludó cordialmente, la voz ronca. También estiró su mano, esperando que la tomara con la misma cordialidad.

El recién llamado sólo bufó, negándose a estrecharle la mano. Sentía todo esto innecesario. No usaría su cordialidad, porque no le nacía.

Él estaba acá solo para una cosa.

—Es por acá —le habló Nicolás de vuelta, haciéndole señas a las salas privadas detrás del club.

Alfredo levantó las cejas, sin sentirse ofendido. Era interesante ese omega, y mucho.

Lo siguió, hasta que llegaron a la última sala, la más lejana a la salida. Nicolás tenía todo preparado: la luces rojas atenuadas iluminaban desde las esquinas, dándole un ambiente íntimo; el sillón en forma de U era de terciopelo rojo, uno más oscuro, casi un burdeo, para que contrastara con lo demás, y había un aroma bien característico que salía de los rociadores ambientales escondidos detrás, suave al olfato, que producía relajo. Estas salas privadas mayormente se usaban para bailar a los clientes, pero Nicolás tenía otras ideas aparte de eso. Claramente, esos ocho millones tendrían que valer la pena.

—Siéntate —el moreno lo tuteó descaradamente, para ver si así le provocaba y completara su plan—, voy y vuelvo.

Alfredo obedeció, sentándose lentamente en el sillón, que era muy rico al tacto. Ya sentía un bulto grande en sus pantalones.

Casi un minuto después, el omega volvió con un babydoll de encaje negro, bien ajustado a su cuerpo. Daba a conocer su prominente trasero, también trasluciendo sus partes bajas y sus tetillas erectas. Alfredo casi podría correrse con esa imagen frente a él.

Nicolás cerró las cortinas detrás de él, ya comenzando a soltar feromonas muy fuertes de deseo para embriagar con locura al alfa. Se acercó suavemente a él, y sin poder evitarlo, Alfredo intentó poner sus manos en su cadera, pero el omega las retiró.

—No —le hizo una seña con el dedo índice, moviéndolo de un lado a otro, también con una sonrisa coqueta—, sin tocar.

Jaime arqueó una ceja, casi haciendo ojos de cachorro, porque deseaba con muchas ganas tocar su piel y sentirlo encima suyo.

—Yo pongo las reglas —le dijo Nicolás, deslizando sus manos por los muslos del otro sobre la ropa, que hasta este punto quemaban—. Bailaré para ti.

Sin perder más tiempo, el omega, sin dejar de transmitir las fuertes feromonas de excitación, empezó a bailar con la música que se escuchaba de forma tenue desde afuera. Sus caderas no paraban de menearse, dando vueltas de forma lenta, también masajeando todo su cuerpo, de arriba a abajo. A veces se ponía de espalda, rozando su trasero con el bulto de Alfredo. El alfa cada vez sentía sus pantalones más apretados, teniendo una erección bastante notoria y dura. Le llegaba a doler hasta sus huesos por el hecho de no poder disfrutar tocándolo. Quería masajear y apretar sin descaro todo el cuerpo del omega; arrancarle ese oscuro babydoll de encaje y follárselo ahí mismo. Ni le importaba si era incómodo.

Sus feromonas lo delataron, mezclándose todos los aromas del cerrado lugar y tornando el aire más espeso. Era sofocante a más no poder, y eso lo volvía más excitante. Por eso, no pudo aguantarlo más: Alfredo desabrochó con prisa su cinturón de cuero refinado, tirándolo a cualquier parte de la sala, se bajó su pantalón de tela liso y calzoncillos, mostrando su pene erecto. Llevó su mano al glande, empujándolo hacia abajo, para luego dirigirse hacia el tronco y masturbándose, cambiando velocidades cada cuanto. Los gemidos y jadeos no se hicieron esperar, hasta derramaba saliva de lo descontrolado y sediento que estaba.

Nicolás también perdió el control, lo sabía, sobre todo al ver ese falo bien duro, por lo que no dudó en parar de bailar, sin dejar esa coquetería en los demás movimientos, y se hincó de rodillas.

—Supongo que tampoco pude aguantar —le habló el omega, sus pupilas dilatadas y con su agujero lleno de lubricante debido a que también se encontraba muy excitado—, así que te lo ganaste.

Sin esperar ni un poco, Nicolás tomó el pene del alfa con sus manos y lo llevó de lleno a su boca, sintiendo aquella longitud en su paladar y al inicio de su garganta. Jugaba con su lengua desde el glande hasta todo su tronco, al mismo tiempo también masajeando sus testículos.

Ahora Alfredo soltaba gemidos más roncos y jadeos resonantes. Llevó su mano al cabello del omega y empujó su pelvis, follándole la boca sin parar. En un punto, podía sentir la corrida, por lo que decidió parar, porque también tenía una idea.

Nicolás vio aquella señal, por lo que clavó su mirada al alfa, expectante a los siguientes movimientos que haría. Igual, seguía masturbándolo, pero más suave.

—No eres el único con ideas —le habló Alfredo, con la voz tan profunda que sentía la vibración de sus cuerdas vocales—. Móntame. Ahora.

El omega sonrió, satisfecho, ya sintiendo la conexión con aquel alfa.

Todo el acto fue con rapidez, quitándose el babydoll –que casi lo rompe por desesperado– y sentándose en el regazo del alfa. Alfredo chupó dos dedos y los llevó al agujero del omega, sintiendo cómo lubricaba de forma brutal. Luego el alfa dirigió sus dos manos a las nalgas de Nicolás, apretándolas, para luego separarlas e introducir su miembro, completo y de una. Las embestidas fueron rudas, cayendo también algunos azotes por Alfredo y hundiendo su rostro al cuello del omega, para hacerle alguna que otra cosquilla en su glándula de feromonas. Quería que sintiera placer por todas las partes posibles.

Nicolás estaba vuelto loco, sin reprimir ningún gemido, tan alto que no le importaron los demás afuera de la sala. Tenía el oído agudizado por el choque de la pelvis del mayor, más los saltos que realizaba sobre su miembro, disfrutándolo a más no poder. Su respiración llegaba a ser entrecortada, sintiendo golpes a su próstata sin descanso.

Finalmente el orgasmo le llegó junto con choques eléctricos en todo su cuerpo, sus piernas temblando por la fuerza para sostenerse y su trasero rojo por los azotes y choques de pelvis. Seguido de eso, eyaculó, tanto que hasta Nicolás se sorprendió. Hace tiempo no sentía esa sensación tan placentera con ninguna follada con otro alfa.

Alfredo tampoco tardó en eso, derramando su esencia dentro de él, espesa, que llegó a escurrir por los muslos del omega. El nudo se formó, muy ancho, sin poder siquiera acomodarse. Aquel nudo se sentía diferente, tanto que su glándula de feromonas se hinchó por la cantidad de excitación que sentía –que no recordaba si la tuvo alguna vez como ahora, Nicolás piensa que no–.

Mientras el nudo seguía hinchado, Alfredo se acercó al oído del omega y susurró con esa voz ronca por el sexo:

—Te mereces más que ocho millones.

Nicolás rió, complacido, y siguiendo teniendo placer por el nudo, respondió:

—Esperaré lo demás con hartas ganas.

Ahora fue el turno de Alfredo por reír, una risa que hasta parecía carraspera. De verdad gastó toda su fuerza vocal en la follada. La mejor que tuvo en estos años que venía al club.

No pudo contar cuantás más rondas de sexo y nudos cada vez más potentes hubieron en toda la madrugada. Eso sí, al final del último round, Nicolás se excusó diciendo que iría al baño, pero nunca más apareció. El alfa, un poco decepcionado de que no se hubiera al menos despedido, decidió que ya era hora de irse.

A la seis de la mañana de Navidad, Alfredo salió del club con una sonrisa que no le quitaba nadie.

Ni menos a su chofer, que lo esperaba afuera.

—Feliz navidad, jefe. Se nota que la pasó súper bien —le dijo su chofer, que estaba en el asiento de copiloto mientras veía a Alfredo por el retrovisor.

El alfa de traje suspiró, pero no borró esa sonrisa.

—Edgar, sólo llévame a mi casa. Gracias —contestó borde, como siempre lo hacía.

Edgar asintió, llevando sus manos al volante y prendiendo el auto para partir.

Alfredo, ignorando al otro alfa, llevó su atención a su teléfono, donde envió un mensaje, que fue leído inmediatamente.

¿Cuándo nos volveremos a ver?

Ni siquiera te despediste.

Cuando tenga esos otros millones ;)

¿Era parte del plan despedirse? No sabía.

Bueno, no importa.

Te espero en año nuevo, y en mi casa. Por supuesto, tendrás más.

Ahí estaré.

Sí, definitivamente este alfa pondría su profano mundo patas arriba.

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