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Instinto

advertencias: mención de ataques de pánico y fluff.

sí, amo el fluff adjnsjdn

—¡Hueá buena! —gritó Bestia con los brazos extendidos hacia el techo, bien emocionado por el hecho de ya estar en el teatro donde harán su primer podcast en vivo con público. Aquel grito se hizo eco en todo el lugar.

Jaime sonrió, también emocionado. Si amaba lo que hacía actualmente, lo que más le contentaba era hacerlo junto a sus fanáticos, recibiendo el feedback de ellos en persona.

Además, estaba haciendo todo esto también con el omega que amaba. Nicolás, al igual que Edgar y Bestia, eran sus compañeros de vida, una pequeña manada, con la diferencia que con el moreno llevaba una relación de pareja desde 2012. Aún no se habían enlazado ni tampoco lo anunciaban como oficial a sus fans, pero de que el amor cada vez florecía más, era cierto.

De hecho, hablando de él...

—¿Hai' visto al Nico? —preguntó el beta con gorro, teniendo una sonrisa tonta y seguramente una cerveza escondida. Así era él, celebrando antes de tiempo—. Tengo que preguntarle algo.

—Debe estar en el camerino, igual... —Jaime paró de hablar, sintiendo algo fuera de lugar en su interior.

Justo cuando Bestia iba a hablar nuevamente con la confusión puesta en su rostro, el teatro se inundó de feromonas de pánico, un olor agrio, de desesperación.

Jaime supo de inmediato de qué –quién– se trataba. Con toda la velocidad que no sabe de dónde salió, partió corriendo al camerino. Mientras más se acercaba, aquel aroma se intensificaba con ganas. En eso, su preocupación también lo hacía.

Con prisa y sin pedir permiso, el alfa entró al camerino, encontrando a Nicolás en el suelo, sentado, con su rostro pegado a sus piernas. Estaba cubierto por sus brazos, que se encontraban con rasguños, balanceándose hacia adelante y atrás erráticamente. No salía ningún sonido lastimoso de su boca, sólo su respiración más que agitada, como si hubiera corrido una maratón sin descanso. El omega no paraba de emitir feromonas agrias, de pánico y angustia inexplicable, muy desagradables al olfato ajeno, pero Jaime no le importó ni repugnó, no cuando no era la primera vez que los olía.

El alfa, con cuidado y tratando de calmarse a pesar de todo ese ambiente pesado que rodeaba a su pareja, empezó a caminar hacia el moreno. Justo escuchó unos pasos entrando al camerino, dándose vuelta y divisando a Edgar a la entrada, con una tablet en mano.

—¡Oye, Jaime! Hay un olor raro por aquí y me preguntaba... —su voz salió animada, pero al ver la escena frente a sus ojos, detuvo abruptamente todo su cuerpo y sus palabras.

El alfa no pudo descifrar el rostro de Edgar, este último intentando no mirar fijamente al omega en crisis, incómodo pero también preocupado. Jaime, con su instinto de alfa de mayor rango, soltó un leve gruñido y mostró sus colmillos, en señal de que no lo quería aquí. Él sabía cómo manejar la situación.

El alfa de lentes hizo un mohín y levantó las manos en señal de paz, yéndose sin hacer ruido, casi ignorando haber estado ahí. Jaime le restó importancia, porque lo importante ahora era el estado de su omega.

A pesar de que Jaime sabía desde hace años sobre estos ataques de pánico que le sucedían a Nicolás de vez en cuando, tenía que admitir que este no lo pudo ver venir, tal vez por la excitación por el show. El omega tenía una personalidad muy única –que el alfa encontró extraña la primera vez que lo conoció–: su extroversión, confianza y escándalo desmedido en eventos públicos como el que tendrían era su cara al mundo, pero en su intimidad era casi contradictorio. Como cualquiera, tenía inseguridades, miedos y una ansiedad que llegaba a ser dolorosa, y desde adolescente, cuando estas emociones rebalsaban, le provocaban ataques de pánico como estos.

A Jaime le costó comprenderlo al principio, pero con ayuda profesional y familiar, pudieron salir adelante. Ahora él sabía lidiar con situaciones como esta, cuando aparecía ese aroma característico y sentía un lazo con Nicolás (ya que llevaban muchos años juntos, se construyó un leve lazo sensorial, a pesar de no estar marcado) que le avisaba su estado. Más estaba el hecho que, como alfa, tenía un instinto bastante protector –tomando un rol cuidador–, tanto con su omega como con el resto de la manada. Esta vez menos sería la excepción.

Suspirando y con la mente en blanco, Jaime se acercó donde Nicolás se encontraba, hincándose a su altura y pasando su mano por su cabello y luego su hombro. El omega, de forma lenta y sintiendo ese tacto y presencia, elevó su cabeza y miró al alfa, que le brindó una pequeña sonrisa, apacible. Lágrimas salían sin control y su respiración todavía se encontraba errática, pero cuando sintió a Jaime dándole un abrazo y emitiendo feromonas de calma hacia él, le recorrió una sensación muy cálida de pies a cabeza.

Durante los siguientes minutos, en aquel abrazo, Jaime le acariciaba la espalda y de vez en cuando le hacía cariños en el pelo, sin dejar de emitir esas feromonas que Nicolás le hacían sentirse mejor. Poco a poco, la respiración del omega se calmó, su cabeza dejó de dolerle, las lágrimas casi desaparecieron y su aroma se convirtió en uno bien dulce. Cuando el sosiego llenó todo su organismo, el moreno rompió el abrazo y juntó su frente con el del alfa, teniendo un estrecho contacto visual.

—Gracias —habló el omega con la voz pendiendo de un hilo, porque su garganta estaba algo rasposa y su fuerza se gastó todo en ese ataque de pánico—. No sé cómo lo haces, pero gracias.

—Todo estará bien, Nico —le sonrió y le limpió una lágrima que caía de su mejilla derecha—. Este show va a ser la raja.

Nicolás esbozó una sonrisa, dándole un beso en la mejilla.

—Así será.

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