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Capítulo 5. La química de la atracción

— ¿¡Cómo es eso de que no puedo acompañarte!?

Hanji se plantó en medio de la acera, llamando la atención de algunos transeúntes por sus gritos. Levi chasqueó la lengua con molestia. Esa mujer era muy ruidosa.

— Ya me oíste. Si quieres vuelve a la sala forense o vete a casa a descansar. —Hizo un gesto de despedida que molestó más si cabe a la doctora.— Tú trabajo no requiere que me acompañes a las entrevistas.

— ¿Es eso? —Ella preguntó con brusquedad, caminando hasta quedar frente a él. Ambos cruzaron una mirada testaruda.— No puedes simular haberte olvidado de lo que dije. Mis conocimientos pueden servirte para apurar la investigación y no poner en riesgo a otra mujer.

— Lo sé. —Replicó Levi con peor aspecto.

— Entonces no me salgas con estupideces. Me necesitas y soy perfectamente capaz de manejarme en cualquier ambiente para…

Hanji no pudo continuar. Levi le había tomado la muñeca con una fuerza alarmante, arrastrándola por la acera hasta dar vuelta a una esquina. Ella intentó resistirse y plantar los pies en el suelo, pero él tiraba con tanta fuerza que sólo lograba trastabillar si no se movía a su ritmo. Comenzó a quejarse en voz alta, pero aunque llamaban la atención nadie se detuvo a ayudarla.

Desconcertada y un poco asustada, se sobresaltó cuando Levi la metió en un callejón y la apresó contra una pared ennegrecida. Tenía el corazón acelerado por la carrera y la adrenalina que llenaba su sistema, y para empeorar las cosas, las manos de Levi la sujetaban por los hombros muy cerca de su cuerpo.

— ¿Qué estás haciendo? —Preguntó ella, deseando que en su voz hubiera más exigencia furiosa y menos nerviosismo.

Los ojos de Levi eran dos llamas de fuego azules.

— Trayéndote al ambiente en el que te crees tan segura. —Le respondió con furia, su rostro a escasos centímetros del suyo.— Whitechapel es uno de los barrios más peligrosos de Londres, pero no te he llevado al corazón de su inmundicia. —Una de sus manos ascendió a su cuello, presionando su mandíbula con dureza aunque no llegó a lastimarla.— Aquí asesinaron a todas esas mujeres, pero te aseguro que han habido muchas más víctimas. No de nuestro depravado homicida, sino de muchos otros. Hombres que toman a las mujeres, les levantan la falda y las violan de todas las formas que desean antes de matarlas a golpes o asfixiándolas.

Hanji se ponía más nerviosa a cada minuto. La descripción de Levi era explícita y grotesca, pero la presión en su cuello no resultaba tan desagradable como debiera.

Entendió que él pretendía asustarla, y aunque una parte de ella estaba aterrada por la crudeza de su realidad, otra no podía evitar notar el calor que despedía su cuerpo contra el suyo. Incluso siendo una científica, fue difícil reconocer los síntomas de la atracción; las mejillas calientes y el cosquilleo en los dedos por las ganas de enredar las manos en ese sedoso cabello negro.

Cuando el detective cayó en cuenta del brillo en sus ojos pardos, fue muy tarde.

La había acorralado para enseñarle la clase de tratos que recibían las mujeres en aquella área de la ciudad, los cuales eran aún peores durante la noche y al lugar al que debía dirigirse ahora.

Sin embargo, sus rostros estaban tan cerca que podía sentir su aliento contra la boca, una tentación inesperada que le provocó una punzada de deseo.

Era tan… inapropiado e indecente. Por no mencionar lo terriblemente inoportuno.

Y entonces la vio bajar la mirada hacia sus labios y supo que debía alejarse.

— No puedes acompañarme al lugar al que voy porque no podría garantizar tu seguridad. —Le dijo mientras la soltaba y retrocedía unos pasos. El hedor del callejón le produjo una expresión de disgusto, pero ella no parecía notarlo.— Necesito que entiendas que hay algunos lugares donde no quiero que te metas.

A nivel consciente, Hanji seguía creyendo que ella podía hacerse cargo de su propia seguridad, pero algo en las acciones del detective, y en su mirada, calmaron sus ánimos.

— ¿Reconociste la descripción de Eren? —Le preguntó, sabiendo que había dado en el clavo por la reacción huraña del pelinegro.— Levi, él podría ser el asesino…

— ¿Crees que no lo sé? —Le gritó él antes de tomarse un instante para recobrar la calma. Su rostro se serenó y miró a Hanji con mayor cordura.— Hasta ahora es nuestra mejor pista. Sí, también creo que él podría ser el hombre que buscamos, pero no será fácil encontrarlo. Kenny es un criminal con experiencia y tiene un montón de contactos alrededor de Londres. Pasó muchos años en América, así que si no tengo cuidado, podría desaparecer sin dejar huella.

Hanji entornó los ojos. Le costaba reconocer que él tenía razón, pero la brusca charada de Levi le decía hasta donde le desagradaba llevarla con él a su siguiente destino.

Luego de un largo y tenso silencio, la doctora suspiró.

— Así que su nombre es Kenny. —Dijo.— Está bien, volveré a Scotland Yard, pero ni creas que dejaré que continúes tú solo a partir de aquí. Además, me gustaría saber cómo conoces a un asesino serial.

— Hipótesis, Hanji, hipótesis.

Hanji apretó las manos a su espalda, disimulando el estímulo que provocó oírle decir su nombre.

— Te contaré todo cuando regrese a la estación. —Le prometió el detective, moviéndose para mirar fuera del callejón. Después de su repentino arranque, tenía que asegurarse de que no hubiera bandidos afuera esperando para asaltarlos. O peor, algún espía. Últimamente abundaban en Londres.— Mientras tanto, vuelve con Erwin.

— ¿Con Erwin?

Levi volvió la mirada hacia la doctora, dándose cuenta un poco tarde que había mencionado específicamente al Comandante. Se maldijo en voz baja por esa idiotez.

Sin embargo, la curiosidad fue demasiado poderosa para resistirse a exteriorizar finalmente sus dudas.

— Él se preocupa bastante por ti. —Le dijo con una mirada sugerente.

Ella levantó las cejas.

¿Levi creía que Erwin y ella eran amantes?

— Sí, somos viejos amigos. —Hanji apretó más si cabe sus manos, sintiendo que el calor ascendía de nuevo por su cara.

— Tengo entendido que Zacharius también era tu amigo, pero no he percibido la misma complicidad. —Levi apartó la mirada y se encogió de hombros.

Hanji estaba a nada de sufrir una risa histérica. ¿Qué era todo eso?

— M-Mike está casado y su esposa es una de mis mejores amigas. —Replicó con una sonrisa idiota.— Además, no seas tonto. Ninguno de los dos tiene tan mal gusto. Erwin siempre ha sido popular entre las mujeres y te aseguro que podría conseguir cualquier mujer para calentar su cama.

— ¿Cualquiera menos tú?

La pregunta de Levi, lanzada con doble intención, trastornó a la doctora. ¿Qué se supone que debía responder a eso?

Recuerdos turbulentos vinieron a su mente, empujándola al borde de un abismo de emociones violentas.

Usando una técnica de respiración para no decir algo de lo que luego se arrepentiría, Hanji sacó las manos de su espalda y se sacudió el cabello que caía a los lados de su cara.

— No tengo que responder a eso. —Le dijo con dignidad.— Pero ya que te preocupa tanto mi seguridad, volveré a Scotland Yard con Erwin. —No supo por qué lo mencionó de esa forma tan sugerente, pero se sintió extremadamente satisfecha cuando vio una sombra peligrosa sobre los ojos de Levi.— Espero que cumplas tu palabra y me pongas al corriente de la investigación.

— Claro. —Levi se guardó cualquier comentario referente al tema anterior, saliendo por fin del callejón mientras le hacía un gesto brusco.— Venga, te llevaré a una calle segura para que tomes un carruaje.

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Después de asegurarse de que la doctora abordase el carruaje de alquiler y se perdiera en las calles de Londres, Levi caminó en dirección al club de juego más cercano, que casualmente era el Craven's. Como muchos clubes de mala muerte, estaba acondicionado para funcionar sobre todo de noche, cuando los clientes querían divertirse con alcohol, opio y prostitutas.

Lo que caracterizaba al Craven's eran los rumores que hablaban sobre miembros de la aristocracia que acudían a perderse entre la plebe; aunque la mayoría optaba por fiestas privadas en sus chalets y sus departamentos, de vez en cuando algún vizconde o hijo menor de un marqués se tiraba a beber y apostar en las mesas del Craven's, juntándose con los gitanos y las prostitutas para calzar emociones nuevas.

Levi sabía de primera mano que esta clientela obligaba al dueño, Derek Craven, a ofrecer seguridad a los niños mimados de la nobleza, lo que se traducía en informantes y pasadizos secretos.

Lo cierto es que cualquier club podía ser una buena línea de salida para su investigación, pero ya que no quería esperar hasta la noche, supuso que podía hacerle una visita directa al bastardo más rico de Whitechapel.

Como esperaba, el club estaba prácticamente desierto, excepto por un par de mozos que se encargaban de limpiar el lugar mientras las prostitutas dormían en la parte de atrás.

— Lo lamento, señor, pero el negocio abre a las cinco de la tarde. —Se acercó a decirle un joven. A pesar de su altura colosal, le calculaba no más de quince años.

— Estoy consciente de eso. —Con un gesto confiado, Levi mostró la credencial que lo identificaba como detective de Scotland Yard, a lo que el joven comenzó a temblar y sudar como un cerdo.— Me temo que soy muy malo con las apuestas, pero supongo que a su jefe no le molestaría recibirme.

— P-Pero… Y-Yo no p-puedo…

— Berthold. —Llamó el otro mozo, un rubio de rasgos toscos que se acercó con una jerga sobre el hombro izquierdo.— Déjalo pasar. Llamaré al señor Craven.

El más alto se sobresaltó por la decisión de su compañero, pero obedeció de inmediato, tartamudeando mientras acompañaba a Levi al área de las mesas, donde generalmente servían comida y cerveza. Berthold bajó dos sillas de la mesa del fondo y se marchó, todavía nervioso.

Levi pensó que un chico así no debía ser muy popular en un ambiente como Craven's, donde todo el mundo buscaría aprovecharse de su inseguridad.

Él conocía bien ese mundo.

Casi diez minutos más tarde, apareció Derek Craven, un hombre al que muchas mujeres considerarían un Adonis. Alto, robusto y con el cabello color caramelo siempre peinado hacia atrás, con un traje cortado a la medida y bien planchado. Nadie diría que en su juventud había sido un pillo de las apuestas y que ahora dirigía un club de mala muerte.

— Ackerman. —Lo vio detenerse a unos pasos con una sonrisa arrogante.— Sólo me hizo falta escuchar "policía" y "enano" para saber que se trataba de ti. ¿Qué pasó? Creí que eras un runner bienaventurado.

Levi chasqueó la lengua.

Los "runners" eran una versión más antigua del escuadrón especial de la policía londinense. Unos bastardos cazarecompenzas que obtenían más del cincuenta por ciento de su paga en las recompensas que obtuvieran de los criminales detenidos. En otras palabras, eran la élite de la policía, pero sólo los mejores tenían un buen sueldo, lo cual se prestaba bastante a corrupción, extorsión y sabotaje.

Por desgracia, ahí había comenzado su carrera en la policía, hasta que conoció a Erwin Smith y éste lo convenció de unirse a Scotland Yard.

Claro que no iba por ahí echándole flores a su Comandante, así que sólo se encogió de hombros.

— Me cansé de trabajar cada maldito centavo. Tiene sus ventajas eso de vivir del erario público.

Pero Craven era listo como un zorro, de modo que su sonrisa le hizo saber que no lograba engañarlo.

— Claro. —Se sentó en la silla disponible y se cruzó de piernas.— Entonces dime, ¿a qué debo la visita? ¿Es una redada de un solo hombre?

Levi suspiró. No podía hablarle de su investigación, pero sabía que no le ayudaría si no soltaba un poco de información.

— Estoy buscando a alguien. —Admitió, manteniendo una fachada relajada contra el respaldo de la silla.— Pensé que podrías conocerlo, tomando en cuenta la clase de alfiles que frecuentan tu club. —Craven levantó una ceja con ligero interés, pero no le interrumpió.— Rod Reiss, ¿te suena?

El castaño se echó a reír, y de no ser porque estaban ellos dos solos, habría alarmado a una multitud. Su risa era como el acero rompiéndose.

— ¿Estás jugando conmigo? ¿Quién no conoce al maldito Duque de Brighton?

— Supongo que toda Inglaterra podría decirme que está en su chalet en Mayfair ahora mismo, listo para acudir a todas las veladas de la temporada. —Concordó Levi.— Pero escuché que su hermano menor no es tan conocido en sociedad. Un hombre introvertido, me han dicho.

La expresión de Craven cambió a una confusa, llegando a mostrar cierta molestia.

— ¿Para qué demonios necesitas a Uri?

— Sólo quiero charlar con él. —Levi se encogió de hombros.

— Puede que sea el segundo hijo y con la panda de críos que tiene su hermano, no llegaría a heredar el título… Pero no significa que puedas simplemente ir, tocar a su puerta y pedir que te dejen verlo. —Rodó los ojos.— Por muy policía que seas, te echarán a patadas.

— Por eso se me ocurrió que la mejor forma de conocerlo, sería a través de ti.

Derek le sostuvo la mirada al detective con una mezcla de incredulidad y enfado. Así que ese molesto enano había ido a extorsionarlo como en los viejos tiempos para tener una entrevista con el hermano del duque. Vaya tipo más raro.

— ¡Berthold! —Llamó al mozo con un grito poderoso, escuchando que algo de latón caía al suelo. Luego volvió la mirada hacia el detective.— No siempre va a funcionarte ese "le salvé la vida a tu esposa en el '82" ni el "sé lo que hiciste en Hampshire", maldito bastardo.

— Yo sé que no. —Como pocas veces ocurría, Levi mostró una pequeña y maliciosa sonrisa.— Por eso me aseguro de tener material fresco. ¿Qué tal te suena el "supongamos que sé lo que te traes con Adam Nelson"...?

Craven se puso pálido. Y como si quisiera exterminar una cucaracha asquerosa, azotó la mano contra la mesa.

— ¡BERTHOLD, MALDITA SEA!

El joven llegó corriendo con el rostro cubierto de sudor. Si era por el esfuerzo o los nervios de escuchar a su jefe iracundo, Levi no podía asegurarlo.

En pocos minutos, Derek encargó al muchacho que le llevara uno de los tantos libros contables de su oficina. Como cualquier club de apuestas, manejaba no sólo la información financiera de sus miembros sino también parte de su vida personal.

Abriendo el enorme libro verde de pasta gruesa y pasando varias páginas, encontró la información que buscaba.

— Aquí está. Vive en la mansión de su familia en Mayfair, pero registra un gasto mensual en un piso en Westminster. —Derek le proporcionó la dirección y Levi la escribió en su libreta de apuntes.— Viene uno o dos fines de semana al mes. Nunca participa en las apuestas, sólo contrata a una de las chicas y pasa toda la noche con ella.

— Mmm… Qué curioso. —El pelinegro desvió la mirada, pensativo.

— Ya te dije que es introvertido. Un bicho raro que detesta la cerveza y las partidas de blackjack.

Levi podría haberle explicado que lo que realmente le parecía extraño, era que habían rumores sobre la orientación del hermano del duque, que según decían, prefería la compañía masculina. Sin embargo, no era necesario ahondar en chismes.

— ¿Cuándo fue la última vez que vino? —Le preguntó al castaño.

— Unas tres semanas. Tiene tiempo sin aparecerse por aquí. —Derek se encogió de hombros.— Puedes pasarte mañana por la noche, tal vez tengas suerte. Pero te lo advierto, si haces alguna estupidez policíaca, te cortaré el cuello y daré de comer a mis perros con tu cuerpo.

— No es necesaria tanta violencia, me sabré comportar. —Levi ni se inmutó por la amenaza, aún sabiendo que alguien como Craven era capaz de derramar sangre. Con un suspiro, cerró su libreta y se puso de pie.— Eso es todo lo que necesitaba, gracias. Te veré mañana.

— Tráeme un obsequio, maldito chantajista. —Le reclamó el más alto, mientras le devolvía el libro a Berthold.

Levi se marchó sin despedirse, deseando llegar a casa para descansar los ojos.

No había dormido en los últimos tres días, y aunque acostumbraba a dormir más bien poco y durante el día, sabía que estaba llegando a su limite. Se había esforzado para darle una oportunidad al mocoso Jeager, y ahora debía considerar la posibilidad de estar persiguiendo a Kenny.

¿Realmente estaría detrás de esos crímenes tan atroces?

Todo parecía indicar que sí, dado el perfil que Erwin había creado del asesino y el hecho de que amenazara al esposo de la última víctima. Sin embargo, de todas las personas a las que Kenny había matado, nunca había esperado que fueran prostitutas.

Tenía mucho en qué pensar, y luego estaba Hanji…

Esa mujer que en pocos días le había dado un boceto con el cual trabajar en el caso, que cada vez que hablaba lo ayudaba a inspirarse en ideas e hipótesis, e incluso deseaba acompañarlo a investigar aún sabiendo lo peligroso que era. Podía admitir que la admiraba, aunque fuera un poco, por su trabajo y su inteligencia y su capacidad para soportar el nauseabundo mundo en el que trabajaba… Pero sabía que iba más allá de eso.

La doctora Zöe le atraía.

Ansiaba sentirla entre sus brazos otra vez, tomando sus labios para descubrir cuánto sabía de aquel placer prohibido para mujeres solteras. Deseaba abrirla como un dulce costoso, quitarle las capas de su vestido y devorarla a gusto. Y saber de una vez por todas si ella gritaría su nombre o el de Erwin Smith.

Suspiró.

Como fantasía no estaba mal, pero debía concentrarse. Nada sucedería entre él y la doctora.

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Después de unas horas de vuelta en Scotland Yard, las cuales Hanji aprovechó para detallar sus últimos informes y proveerle un par de copias a Erwin, la forense decidió que era tiempo de llegar finalmente a casa y desempacar sus cosas, las cuales continuaban en un rincón de la sala forense, en su maleta de terciopelo negro.

— Trajiste pocas cosas de Francia. —Observó Erwin, quien deseaba asegurarse que su amiga podía hacerse cargo.— ¿Ahí tienes toda tu ropa?

— Sí. —Le dijo ella con una sonrisa.— Aunque casi todos son libros. No podía perder mi colección en París. Algunas son ediciones originales.

Erwin sonrió. A pesar de los años, Hanji no había cambiado en lo más esencial. Siempre había sido una muchacha curiosa y muy estudiosa, y aunque compartían esas dos características, ella lo potencializaba con una energía que parecía inagotable. Solía tener fascinación por la naturaleza, recolectando anfibios de las fuentes y curando aves heridas.

— ¿Qué te espera en casa, Hanji? —Le preguntó, sin poder contenerse.

La castaña levantó la mirada hacia aquel par de ojos azules, sin comprender muy bien su pregunta.

— Ahora mismo, una cama. Le pedí a Sally que tuviera todo listo para mi llegada, aunque probablemente ya tenga algo de polvo.

El rubio ladeó la cabeza.

— Pero no una chimenea encendida, no tu libro favorito junto al diván ni una taza de té lista para ti. —Susurró, haciendo que ella finalmente comprendiera.

Su expresión se entristeció un poco.

— Mis padres murieron ya hace dos años, Erwin… —Sonrió con desgana.— Si no fuera porque alquilé la casa mientras estaba en París, se habría venido abajo en mi ausencia.

— Sé que trabajando aquí, querrás quedarte en la sala forense durante las noches, pero te mereces llegar a casa después de una jornada con alguien esperándote.

Hanji frunció el ceño, contrariada.

— A menos que te refieras a un perro, me parece que estás alucinando. —Le dijo, un poco a la defensiva.— ¿Qué hombre esperaría en casa mientras su esposa trabaja? ¡Y nada más y nada menos que con cadáveres! No, soy consciente de que mi trabajo es mi mejor compañía.

— ¿Jamás has deseado más? —Insistió él con una mirada que la castaña no supo descifrar.

De pronto volvía a sentir ese cosquilleo en el vientre.

Miró al Comandante por debajo de sus pestañas, observando ese rostro que cualquier mujer consideraría hermoso. Sus pómulos altos y fuertes, unas cejas prominentes y unos ojos serios que escondían una inteligencia peligrosa.

Hubo una vez en que creyó que podía descifrar todos sus enigmas, pero luego descubrió que no era así.

— Tú sabes que una vez fantaseé con esa vida. —Le dijo en voz baja, antes de tomar su maleta en una seña clara de que la conversación había terminado.— Y sabes cómo terminó eso. No me interesa.

Erwin no se movió cuando Hanji pasó por su lado.

Sí, él sabía que Hanji era mucho más que una científica progresista apasionada con su trabajo; sabía que su sonrisa era brillante como el sol y poseía un humor ardiente y un tanto agresivo, que sabía escuchar y consolar en los peores momentos, y que poseía un fuerte instinto materno aunque ella negara querer niños.

Sabía todo esto porque alguna vez ella le había abierto el corazón… Y él lo había roto cuando no fue capaz de ofrecerle lo que ella realmente se merecía.

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