Capítulo 24.- St Bartholomew Hospital
Apenas había anochecido cuando Hanji volvió a casa por insistencia de Erd Gin, quien había sido enviado con la orden de escoltarla por el Comandante Smith y el detective Ackerman. Aunque Whitehall Street se hallaba apenas a unos pasos de la estación, no había forma de que nadie la dejara ir sola con la escena del crimen más reciente justo frente a su edificio. Tanto era así que Mike se había sumado a su escolta, como un peso extra.
Y aunque Hanji normalmente hubiese protestado, harta de tanta sobreprotección, debía admitir que aquel día se sentía inquieta. Su ánimo había menguado luego de tan sombría pesadilla, y aunque Moblit fue una agradable compañía hasta el final de la jornada, nada podía quitarle aquel mal sabor de boca.
Habían terminado la autopsia de Alessa Porter antes de la hora del té, pero no encontró a Erwin por ningún lado para entregarle su reporte preliminar. Un oficial con quien ella se llevaba bien le dijo que el Comandante no había vuelto de Whitechapel aún, lo cual implicaba que Levi tampoco.
No le dio demasiada importancia al principio, pero mientras trabajaba en el siguiente informe, añadiendo información e hipótesis con los datos de las anteriores víctimas, el estrés se fue convirtiendo en ansiedad.
Sospechaba que el destripador había asesinado a Alessa Porter para perturbarla de alguna manera, pero no podía comprender sus motivos sin pensar en la pesadilla que tuvo horas atrás. El esfuerzo de separar su vida personal con su trabajo jamás había sido tan difícil, sobre todo mientras pensaba que Erwin y Levi se hallaban investigando a Porter en el área más peligrosa de Londres.
Ya terminado el día, cuando los oficiales la llevaron hasta la puerta del departamento, ella se volvió hacia Mike con una expresión de desasosiego. Erd entendió que su tarea estaba cumplida y con una reverencia respetuosa, se despidió de ambos.
— ¿Crees que están bien? —Hanji le preguntó a su amigo.— ¿Has sabido algo de ellos?
— Jamás pensé que te vería tan preocupada por dos hombres. —Murmuró Mike, intentando relajarla con una nota desenfadada. Sin embargo, los ojos castaños de la doctora sólo le mostraban congoja y molestia. Él suspiró.— Erd me puso al corriente de los movimientos de Erwin y Levi hace unos minutos. Al parecer, encontraron una pista importante en la iglesia de St Mary.
— Pero ya es de noche, Levi me dijo que esa zona es peligrosa... —Repuso ella, frunciendo el ceño.
Mike no pudo evitar soltar un bufido con humor.
— Se refería a que es una zona peligrosa para que una mujer ande sola por ahí. —Le dijo, ganándose un pellizco en el brazo. Él se sacudió, dolorido, y contuvo una maldición.— De acuerdo, es un sitio peligroso, pero ambos saben cuidarse muy bien, Hanji. Son dos de los mejores oficiales del cuerpo de policía, sin contarme a mí por supuesto.
— Entonces, ¿no corren peligro en el centro de la zona de cacería de Jack? —Preguntó Hanji, escéptica.
Mike no pudo responder convencido, cerrando y abriendo la boca como un pez fuera del agua. Finalmente, suspiró y se puso serio, descansando la mano sobre el hombro de la forense.
— Se tienen el uno al otro, Hanji. Aunque hayan habido... roces —Él la miró significativamente, lo que la sorprendió y horrorizó a partes iguales—, Erwin y Levi confían plenamente el uno en el otro, y siempre se cuidarán la espalda.
Hanji no supo qué decir de inmediato. La preocupación se había convertido en náuseas al pensar que ambos hombres intentaban atrapar a un asesino peligroso mientras eran conscientes del lío en el que ella los había metido.
Incluso si quería racionalizarlo, no pudo evitar sentirse culpable.
Mike debió notar, o cuando menos sospechar, el rumbo de sus pensamientos, así que la atrajo en un reconfortante y fraterno abrazo.
A pesar de la vergüenza, ella aceptó en automático, aferrándose al abrigo de su amigo.
— Probablemente Levi esté aquí en unas horas. —Le susurró mientras acariciaba su espalda, como si ella aún fuese una niña pequeña.— De cualquier modo, habrán varios oficiales recorriendo la calle.
Hanji se llevó la mano al bolsillo secreto de su vestido, donde guardaba el silbato que Levi le había dado antes de separarse. Supuso que si lo hacía sonar, no habría ningún peligro.
Tras despedirse de su amigo y entrar al departamento, Hanji se encontró con Eren de rodillas, fregando el suelo del salón principal mientras Mikasa cocinaba. Un aroma peculiar llenaba toda la cocina, casi despojando a Hanji de sus preocupaciones.
— Hola, chicos. —Los saludó al pasar, pero Mikasa no la escuchó de inmediato. Eren, por otro lado, le lanzó una mirada furiosa.— ¿Qué pasó?
— ¡Sus botas, doctora! —Exclamó, señalando sus pies.— ¡Están ensuciando todo!
Hanji resistió el impulso de burlarse del menor, aludiendo a la obsesión de Levi por la limpieza, algo que sin duda ya el chico había adquirido. En su lugar, se sacó las botas y anduvo sólo en medias, dejando su calzado sobre un cajón de madera cerca de la cocina, donde los niños ya habían dejado sus zapatos.
Aprovechó para echar un vistazo a Mikasa, quien parecía bastante concentrada en su trabajo.
— Hola, Mikasa. ¿Qué cocinas?
La chica se sobresaltó al oírla, lo que sorprendió a la doctora. Generalmente era una niña muy calmada, como si nada pudiera sorprenderla o asustarla. Sin embargo, ahora la miraba con un gesto de lo más curioso.
— Yo... hago soba. —Admitió, como si aquello fuese una travesura infantil. Al ver la expresión en blanco de la doctora, volvió su rostro sonrojado a la estufa.— Son fideos. Mamá me enseñó a hacerlos cuando era más pequeña.
— ¿Fideos? —Hanji levantó las cejas con sorpresa, pero toda la incertidumbre del día dio paso a un pequeño estado de felicidad. No sabía cómo, pero aquellos niños siempre lograban bendecirla con su inocencia, alejando los horrores del mundo exterior.— ¿Cómo los hiciste?
Con lágrimas contenidas en los ojos, Hanji escuchó la historia de Mikasa sobre la odisea para preparar aquel plato típico de Japón. Aparentemente, no había manera de conseguir la masa preparada, y dado que no se podían alejar demasiado de Whitehall, tuvieron que sobornar al portero para que les echara una mano.
— Quiere al menos dos porciones de soba. —Le explicó Mikasa, cuando la cena estuvo lista y todos pudieron sentarse a cenar.
— Dile lo de la harina. —Prácticamente le exigió Eren, aún con mala cara.
Aquello derivó en una larga discusión acerca de por qué uno debe tener mucho cuidado con los costales de harina, pues ensucian bastante. Y por qué el portero no merecía dos porciones.
Hanji disfrutó cada minuto de aquel relato, especialmente cuando probó el soba, encontrando una mezcla de sabores que jamás había imaginado. Mikasa además les explicó que en Japón, no eran de mala educación esos ruiditos que hacían al sorber los fideos, aunque a Hanji se le ocurrió que si Levi estuviera presente, tendría bastante qué decir al respecto.
Pero conforme pasaban las horas, el sosiego producido por los niños y la cena fue desapareciendo. El reloj indicaban las nueve de la noche, pero Levi no daba señales de volver.
Mikasa ayudó a Hanji con su ropa, preparándose todos para ir a la cama. Sin embargo, luego de acostar a los niños, Hanji se marchó a la sala y tomó una lámpara de aceite. Podía ser una ridiculez esperar a Levi como una criatura, con la misma inocente preocupación que Eren y Mikasa habían mostrado la noche anterior, pero sabía que incluso si se iba a la cama, no podría conciliar el sueño.
Decidida a esperar, tomó uno de sus libros favoritos y se echó junto a la ventana, subiendo los pies al sillón y cubriéndose con una manta. Aquel ejemplar era el más nuevo que tenía, habiéndolo traído desde París. Hablaba acerca de los nuevos descubrimientos sobre la sangre, pues recientemente se había teorizado que no toda la sangre era igual, sino que existían diversos tipos, siendo similar la de los parientes.
Cada pocos minutos echaba un vistazo por la ventana, encontrando a un par de oficiales recorriendo la calle de arriba a abajo. Desde aquella ala del departamento no podía atisbar la calle donde Alessa Porter había sido degollada frente a sus ojos, pero el recuerdo era demasiado fresco para no pensar en ello.
Una parte de ella se alegraba de no haber podido identificar los rasgos del asesino, pues aunque resultaba imprescindible detenerlo, dudaba poder tener una noche de sueño tranquilo en caso de descubrir que se trataba de alguien conocido.
Eso la llevó a bajar su libro un momento, recordando la conversación con Erwin aquella mañana.
Él le había asegurado que debía ser determinada a la hora de defenderse, a tal punto que le había cedido una de sus armas. Hanji aún la llevaba encima, ahora dentro del bolsillo de su bata, pero seguía dudando.
Si Erwin Smith entrara por aquella puerta e intentara extraerle los órganos, ¿ella tendría el pulso para dispararle?
¡Ah, que tontería! Si Erwin estuviese involucrado en los homicidios, no se habría molestado en darle un arma para defenderse.
Pasadas las diez de la noche, el cansancio del día comenzó a hacer mella en la doctora, cabeceando ya sin poder atender su libro.
Sin embargo, un ruido en la puerta la hizo pegar un brinco.
Sorprendentemente, su primera reacción no fue tomar el arma que Erwin le dio, sino el silbato de Levi. Estuvo a punto de hacerlo sonar cuando escuchó unos golpes moderados en la puerta, seguidos por la voz de un joven.
— ¿Doctora Zöe? —Preguntó quién, después de un instante, identificó cómo el portero, Marlo.
El siguió tocando con insistencia, tal vez creyendo que ella estaba dormida, pero la frecuencia de sus golpes sólo elevó el nerviosismo en Hanji.
Con un mal presentimiento, ella se acercó a la puerta y la abrió con cuidado.
Marlo debía ser aún más joven que Moblit, con algunos rastros de su última infancia aún suavizando sus rasgos. Sin embargo, ya era un muchacho alto, de piel tostada y cabello negro, no apuesto pero sí agradable.
Hanji se habría sentido feliz de recibirlo de no ser por el semblante lamentable en su rostro.
Ese simple gesto le hizo un nudo en la garganta, deseando de pronto no tener que oír lo que tenía que decir.
A pesar del miedo, Hanji tragó sus inquietudes y se sobrepuso, volviéndose mucho más sería.
— ¿Qué pasó?
.
.
.
A esas alturas del partido, Moblit tendría que haber estado harto de escolar a la doctora Zöe incluso fuera de su horario de trabajo. Sin embargo, era todo lo contrario. Él disfrutaba con su compañía y bebía ávidamente de su conocimiento, orgulloso de que ella le considerara un asistente eficiente y una pieza indispensable en la resolución del caso del destripador.
Ahora mismo, sentado junto a ella en un carruaje de la policía, sólo quería reconfortarla de algún modo, pero sabía que era imposible.
Había recibido la fatídica noticia del incendio en Flower Street, donde el Comandante Smith y el detective Ackerman se habían visto involucrados. Sólo había dudado un momento, pues no quería dejar de nuevo solos a los niños, pero Marlo le aseguró que el vigilaría el departamento tal como siempre lo hacía. Dejando seguro ese asunto, Hanji se vistió con un vestido cómodo y tomó el primer chal que encontró, trenzándose el cabello en el camino.
Aunque había poca información al respecto, Abel Galloway compartió con Moblit el rumor sobre que uno de los policías había resultado gravemente herido. El castaño no había querido preocupar a la doctora con esto, pero Abel no había sido lo bastante cuidadoso cuando le transmitió el mensaje.
Ahora, ella se hallaba tensa a su lado, sentada con tanta rigidez que cualquiera diría que llevaba una barra de hierro en la espalda. Miraba insistentemente por la ventanilla, contando cada manzana para llegar al hospital, como si pudiera hacer que los caballos avanzaran más rápido sólo con su fuerza de voluntad.
— Doctora... —Moblit la llamó con delicadeza, pero ella no contestó. Seguía aferrándose a su maletín médico con ambas manos, con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos.— Doctora Zöe, discúlpeme... No pretendo importunarla, pero... Quiero decirle que creo que ellos están bien.
— ¿Por qué lo piensas? —Ella respondió, para su sorpresa, con una dureza muy poco frecuente en su carácter animado. Ni siquiera le devolvió la mirada.
— Yo...
Moblit se intimidó. No quería molestarla, sobre todo debido a su propia preocupación. Hasta ahora, ella había sido una excelente amiga y prácticamente su nueva mentora.
Sin embargo, tras un breve silencio, ella volvió su rostro. Debajo de aquel gesto severo, había una poderosa necesidad de consuelo.
— Dímelo, Moblit. —Le ordenó en voz queda.— Dime por qué crees que ellos están bien.
Esta vez, el policía dejó de dudar. Su semblante se suavizó y asintió con un gesto tranquilo.
— Erwin Smith es un hombre inteligente, sabe sortear los obstáculos y tiene un sentido de reconocimiento que todos en la comisaría envidiamos. Ha sabido escurrirse de situaciones letales en el pasado, circunstancias que habrían sometido a cualquiera. —Hablaba calmado y serio, sin demeritar la gravedad del asunto, empleando una voz que Hanji encontró relajante.— Levi Ackerman, por otro lado, no es tan impulsivo como muchos podrían creer. Observándolo detenidamente, he llegado a descubrir que él siempre piensa en las consecuencias antes de actuar, y jamás se arrepiente sin importar el resultado. Sé que él sí ha sufrido mayores percances que el Comandante, pero sea suerte, habilidad o pura voluntad, nunca le ha dado la bienvenida a la muerte.
Hanji escuchaba en silencio, digiriendo cada palabra y haciéndole eco en su mente para guardar calor. Valoraba que el oficial no fuese condescendiente con ella ni intentara ignorar el peligro que realmente estaban corriendo sus superiores, pero que pudiera reconfortarla a partir de las virtudes de estos mismos.
Ella conocía a Erwin. Sabía que no era inmortal.
Pero Levi... de algún modo, él le preocupaba más. Su fuerza parecía estar jugando en su contra y él no era consciente de ello.
Dado que habían trasladado al Comandante y al detective al St. Bartholomew Hospital, el camino más rápido y conveniente desde Whitehall era por los muelles. El carruaje se movía veloz y Hanji podía sentir el gélido hedor del Támesis golpeando la cortinilla de su ventana, pero más que asqueada se sentía agradecida de que algo pudiera mantener centrados sus sentidos.
Llegaron en menos de veinte minutos, una proeza tomando en cuenta que de día, el viaje hubiese durado más de la mitad.
St Bart era uno de los primeros hospitales en instalar las medidas sanitarias impuestas por Florence Nightingale, siguiendo el ejemplo de St Thomas, pero eso no le eximía de ser tan escalofriante como cualquier hospital durante la noche. Sus luces intermitentes y sus extensos corredores barrocos no hacían más que darle el aspecto de un castillo embrujado, maldecido por el egoísmo petulante de Enrique VIII.
Hanji había trabajado muy brevemente en el área de maternidad de St Bart, unos meses antes de irse a París, pero su experiencia con los jefes de cirugía no había sido en absoluto placentera.
El espíritu rebelde de la doctora fue resurgiendo conforme ella y Moblit recorrían los pasillos, siendo guiados por Abel Galloway y otros dos oficiales que Hanji no conocía. Hablaban en voz baja, sin que ella pudiera alcanzar a oír nada importante, pero no tuvo tiempo de interrogarlos cuando llegaron a una sala privada en el ala de traumatología.
Una enfermera los detuvo en el acto, al mismo tiempo que Mike Zacharius arribaba desde otro pasillo. El Teniente compartió una mirada urgente con la doctora y se movió a su lado.
— ¿Qué pasó? —Él le preguntó sin aliento. Claramente había salido corriendo de Marylebond apenas escuchó la noticia.
— No lo sé, acabamos de llegar. —Le dijo Hanji, reconfortada con la presencia de su amigo en escena. Luego señaló a la enfermera, una muchacha baja de cabello claro y cara de pocos amigos.— Dice que no podemos entrar.
— En este momento el doctor Larson está en medio de una cirugía. —Les explicó la joven, todavía con aquella expresión de reticencia.— No pueden entrar, de lo contrario la sala podría contaminarse y eso pondría en peligro al paciente.
— ¡Tengo derecho de ver a mis camaradas! —Exclamó Mike.— Soy el Teniente Mike Zacharius del escuadrón de homicidios de Scotland Yard y exijo entrar a esa sala de inmediato.
Para sorpresa de los demás, la enfermera no se amedrentó. Ni siquiera cuando Mike le sacaba casi dos cabezas de altura.
— ¿Ah, sí? —Ella puso los brazos en jarras.— Pues yo soy Hitch Dreyse, la bendita enfermera de sus camaradas, bendecida por el bendito Papa y si yo digo que no entran, es que no entran.
A pesar del terror que estaba experimentando, y la furia natural que sentía por no poder alcanzar a Erwin ni Levi, Hanji tuvo que reconocer que aquella enfermera le gustaba. Cualquier médico necesitaba una asistente como aquella, firme y profesional, mejor capacitada que muchos hombres para el cuidado de sus pacientes.
Sin embargo, por más que respetaba su trabajo, no tenía intenciones de quedarse esperando ahí afuera.
— Enfermera Dreyse. —La llamó con una cortesía profesional, ganándose una mirada recelosa.— Discúlpenos. Soy Hanji Zöe, doctora en medicina forense. Créame cuando le digo que comprendo su labor y la importancia de mantener la sala estéril.
Esto pareció ayudar a que la enfermera cuanto menos bajara la guardia, dedicándole un segundo chequeo evaluativo. Sin duda, no había esperado encontrarse con una colega y que además ésta fuese mujer.
— Si usted me permite, quisiera colaborar con la intervención. Podría lavarme con jabón carbólico y...
— No. —La enfermera levantó una mano, frenándola con tanta severidad como al principio. Sin embargo, esta vez Hanji detectó un matiz de empatía en su mirada.— Si tiene una relación personal con el paciente, no puede ser parte de la intervención, ni siquiera como auxiliar. Sin embargo... —Añadió al percibir la desesperación de la forense—, puede observar la cirugía, siempre que se esterilice adecuadamente y se mantenga a una distancia razonable de la mesa de operaciones.
En toda su vida, Hanji jamás pensó que se sentiría tan contenta con ser relegada a un rincón de una sala de cirugía, pero lo único que deseaba era poder estar presente con cualquiera de los dos policías que hubiera sido herido en Whitechapel.
Luego de asegurarle a Mike que le entregaría noticias del procedimiento tan pronto le fuera posible, se fue con Hitch a una antesala del quirófano, donde habían dispuesto mucha agua limpia y jabón carbólico, con el cual se lavó a conciencia hasta los codos, cuidando de no dejar ni un rincón de sus dedos y uñas sin lavar. Luego se cubrió con un delantal de lino blanco, el cual aún olía a planchado.
Cuando finalmente ingresó a la sala de operaciones, su corazón casi se detuvo al ver a Erwin recostado de lado sobre la mesa. Apenas escuchaba a Hitch explicando a los médicos su presencia, pues el horror la había petrificado.
No sabía qué había esperado ver, pero sin duda, no era esto.
Erwin se hallaba rodeado por varios médicos y un par de enfermeras, iluminado por grandes lámparas y espejos que reflejaban la luz al área de operación. El médico encargado de la operación diseccionaba el brazo derecho del Comandante... o mejor dicho, lo que quedaba de él.
Algo le había arrancado la extremidad, pero a juzgar por los cortes limpios en el músculo, debía haber sido hecho con un cuchillo bastante afilado.
La cirugía debía haber llevado más de una hora, pues la carne se veía limpia y fresca, y el hueso había sido cortado con una sierra para permitir una amputación saludable. Alejándose sólo unos pasos de la mesa y los médicos, Hanji observó el resto del procedimiento, que consistía en cortar cualquier posible carne contaminada y finalmente cerrar el muñón con suturas.
Si bien antes había pensado que su mente se hallaría peor que una colmena furiosa, con ideas inconexas y sentimientos fulminado el sentido común, a decir verdad, sólo podía ser consciente del método de amputación. Recordaba cada paso a seguir en la cirugía, verificando a la distancia que los médicos no metieran la pata.
Aquel era su ambiente, y por egoísta que fuese, se manejaba mejor ahí que en una sala de espera, llorando en la ignorancia.
Cuando Erwin finalmente fue llevado a una sala de recuperación, Hanji agradeció a Hitch, recibiendo de la enfermera una sonrisa satisfecha.
— Siempre es un placer apoyar a colegas del sexo femenino, aunque seamos tan pocas. —Le dijo, mientras volvían a lavarse en la antesala de operaciones.— Debo admitir que me sorprendió saber que era doctora.
— Sí, bueno... —Hanji bajó la mirada.— Si te soy sincera, creo que las enfermeras son injustamente minimizadas en la comunidad médica, lo que es una estupidez.
Hitch silbó con la alegría de un marinero.
— Vaya, ahora sí que me cae bien.
Hanji le dirigió una sonrisa un tanto cansada.
— Igualmente. —La doctora miró a las puertas que daban al pasillo.— Iré a decirles a mis compañeros que todo ha ido bien en la operación. Será difícil para todos asimilar que el Comandante Smith ha...
— Imagino que perder el brazo derecho, siendo diestro, no es la mejor noticia para un policía. —Suspiró la enfermera.— Pero está vivo, doctora Zöe. No olvide recordarle eso. Muchos soldados han perdido la cabeza tras perder una extremidad y olvidan que han podido volver a casa con sus familias.
La mirada de Hanji se perdió un instante, acompañada de un silencio melancólico, el cual la enfermera rompió luego de algunos minutos.
— Por cierto... —Murmuró.— El otro policía...
— ¿Levi? —Hanji levantó la cabeza, como si hubiese sido devuelta a la tierra con una poderosa cinta elástica atada a su corazón. Miró a la enfermera a la expectativa.— E-El detective Ackerman... ¿Él está bien?
— ¿Así se llama? —Hitch frunció la nariz con un gesto hastiado que seguramente era frecuente en ella.— Vaya, y además detective. Tal vez por eso tiene una personalidad tan horrible. Ha estado vociferando desde que llegó con el Comandante Smith, gritando que nos matará si no le dejamos verlo.
Esas palabras le arrancaron a Hanji una sonrisa temblorosa, deseando tener una manera de disimular su emoción.
— Sí, definitivamente es él. Pero dígame cómo está, por favor. Él es capaz de maldecir y amenazar incluso en su lecho de muerte.
— Oh, él está bien. —Le aseguró la enfermera, acompañando a la doctora a la salida.— Sufrió algunas quemaduras y se ha magullado bastante el cuerpo, pero más allá de darle agua helada para que se refresque, no nos ha dejado tocarlo.
Oh, dios bendito.
— Yo me encargaré de él. —Le aseguró Hanji, justo cuando Mike y los otros llegaban corriendo a su lado.— No se escapará de mí.
.
.
.
N/A: Si se preguntan por qué ni Hanji ni los médicos usan mascarillas quirúrgicas durante la operación, me temo que es porque aún no existían como las conocemos hoy en día, ni mucho menos estaba todavía esparcida la costumbre de cubrirse la boca durante las intervenciones.
Eso podemos agradecérselo al médico chino Lien-the Wu, quien además descubrió que la Peste no se transmite por las pulgas en sí sino a través de pequeñas gotitas en el aire.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro