oasis
El piso de Joane había cambiado por completo su naturaleza. Ya no era un lugar frío, solitario y triste, como había venido siendo últimamente. Ahora rebosaba de vida, de felicidad, de comida y de risas, muchas risas. Joane no se había fijado antes en lo gracioso que era Mario, pero tenía que reconocer que tanto esfuerzo por hacer reír a los demás tenía su efecto. También era reticente a reconocer que le gustaba tener a Mario en casa. Al principio, los primeros días en que el chico había dormido allí, Joane se había convencido a sí misma de que sólo era por el sexo oral que Mario le practicaba, pero a aquellas alturas era mentira. Quizás nunca había sido verdad. Mario la hacía feliz y Joane no estaba acostumbrada a que los hombres la hiciesen feliz. Desde que le pidió el favor de ir a buscar a Abigail, Mario y Joane prácticamente no se habían separado. El chico había dormido en el sofá, había invitado a comer a Joane, había planeado cosas divertidas para las dos hermanas... Incluso se había ofrecido a hacer de niñero si Joane tenía que salir. Obviamente ella no había dicho nada, pero cualquier duda que hubiese tenido sobre él había acabado por desaparecer.
Con Abigail todavía dormida en la cama, Joane intentó salir de la habitación sin hacer demasiado ruido. El olor a algo delicioso pero desconocido la había hecho despertarse. Joane no estaba en absoluto acostumbrada a cocinar cosas muy sofisticadas en casa, pero mucho menos si era gastronomía española. Tener a Mario allí estaba resultando toda una experiencia. El chico estaba en la cocina con una sartén sobre la vitrocerámica. Estaba en ropa interior, pero era muy temprano todavía, probablemente no se esperaba que Joane estuviese despierta a esas horas. Había dos cuencos sobre la encimera, uno con leche y otro con huevo batido. El olor a canela hacía que el estómago de Joane rugiese. Fue por eso por lo que el chico se giró, descubriéndola oculta tras el marco de la puerta, cotilleando.
— Buenos días.
Habiendo saludado, Mario se giró y siguió concentrado en lo que estaba haciendo. Joane interpretó el saludo como una invitación a entrar en la cocina como una persona normal, así que eso fue lo que hizo. Observó que lo que estaba friendo Mario eran rodajas de pan, previamente mojadas en huevo y leche. Viendo eso se le quitaron un poco las ganas de probarlo, pero el olor que desprendían era delicioso. La chica se movió hacia un lado, donde Mario tenía el plato en el que estaba poniendo las rodajas de pan que sacaba de la sartén. Cuando vio que Joane alargaba el brazo para coger una, la golpeó con suavidad en el dorso de la mano. Joane lo miró con una expresión de reproche.
— Son para Abigail.
— Perdón, creí que por ser mi casa tendría derecho a coger una.
— Creíste mal.
Joane puso los ojos en blanco y se dirigió a la nevera para coger la leche y prepararse un café, pero Mario la detuvo. En la vitrocerámica también se estaba calentando una cafetera de metal, de esas antiguas que todas las madres tienen por casa. Joane no recordaba haberla utilizado anteriormente. Dado que Mario tenía controlado el desayuno, Joane se decidió a dejar de incordiar y se dirigió al baño para ducharse y prepararse para ir a trabajar a la biblioteca. No tardó demasiado. Por lo general solía tardar, le gustaba tomarse su tiempo y disfrutar de esos momentos de autocuidado, pero las mañanas como aquella en las que tenía que salir a trabajar no se permitía el lujo de perder el tiempo. Cuando salió del cuarto de baño con el pelo húmedo escondido en un turbante improvisado con la toalla, encontró el desayuno servido en la mesa y a Mario junto a una silla, apoyándose en el respaldo y sonriendo.
— Ya está servido el desayuno para la señora de la casa —dijo imitando a un mayordomo—.
— ¿Me acabas de llamar señora? —bromeó ella acercándose a la mesa—. ¿Qué clase de comida es?
— Se llaman torrijas. Son muy típicas en Andalucía. Puede que te parezca un poco asqueroso bañar el pan en leche y huevo, pero tú pruébalas.
Joane cogió una de las rodajas de pan con el pulgar y el índice a modo de pinzas, intentando no llenarse las manos de aceite. No estaba muy segura de querer probarlo, pero el olor que desprendía era delicioso y se lo metió en la boca sin pensarlo. La sonrisa que se dibujó en su rostro hizo que Mario sonriera también. Y así los descubrió Abigail, que se acababa de despertar y salía de la habitación, frotándose los ojos. Cuando Joane se dio cuenta, sus párpados se abrieron de sorpresa y se movió rápido para coger la sábana que había en el sofá para cubrir el cuerpo de Mario, pero la niña no parecía para nada escandalizada. La chica se acercó a su hermana pequeña, arrodillándose frente a ella. No tenía que despertarse a esa hora, aún era pronto, pero Abigail había tenido una pesadilla. Joane la había escuchado hablar en sueños anteriormente. Soñaba con sus padres y no precisamente cosas bonitas. Intentó convencerla de regresar a la cama, pero Joane no era la única a la que le gustaban las comidas de Mario, así que se sentaron a desayunar después de que el cocinero se pusiera algo más de ropa que unos simples calzoncillos.
— Quiero que Mario me lleve al colegio hoy —dijo la niña con la boca llena—.
Él y Joane compartieron una mirada de sorpresa. Mario no la había llevado jamás al colegio, ni siquiera se había mencionado aquella idea.
— Tú tienes que ir a trabajar y Mario también va en moto.
— Pero puede que Mario tenga cosas que hacer.
— No trabaja ni tiene clase a estas horas. Se queda en casa cuando nosotras nos vamos. Que haga estas cosas tan ricas no es suficiente, tiene que ayudar con las tareas del hogar.
Mario y Joane se miraron sonrientes. Eran incapaces de predecir lo que la niña estaba por decir.
— Si quieres ser un buen novio para mi hermana —dijo Abigail apuntando a Mario con su dedo índice—, tienes que ayudarla en las cosas de casa, que tú también vives aquí.
Joane se atragantó con el café hasta el punto de que casi lo escupió sobre la mesa, pero a Mario le resultó muy divertida la ocurrencia de la niña.
— Si lo hago, ¿me apoyarás para ser el novio de tu hermana?
— ¿No sois novios? —preguntó Abigail mirando a su hermana sorprendida—. Creía que sí.
Joane fingió que aquella conversación no iba con ella y siguió desayunando, incómoda, pero a Mario le fascinaba molestarla.
— ¿No somos novios?
— No, somos buenos amigos.
— Pero si dormís juntos —dijo Abigail gesticulando de una manera muy graciosa—.
— Eso —la respaldó Mario sonriendo—. Dormimos juntos.
— Los amigos también pueden dormir juntos, no tiene nada de malo.
— Pero Mario te quiere. Siempre está cuidándote.
— No necesito que me cuide ningún hombre, cariño. Las mujeres somos independientes.
— No se trata de ser independiente o no, se trata de ser feliz con alguien que te quiere y que tú quieres también.
Joane y Mario se giraron para mirar a Abigail sorprendidos. La niña estaba mojando las torrijas en su leche, ignorando que había dejado a dos adultos sin palabras. Joane y Mario se miraron. Incluso él estaba algo incómodo en aquel momento. Joane sintió que el corazón le latía deprisa. Abigail tenía toda la razón. ¿Por qué se hacía eso a ella misma? Mario era distinto, no tenía dudas al respecto, y estaba más que cómoda con el en casa. Estaba tranquila y feliz. En aquel momento en que todo cambiaba a su alrededor y ella no tenía ninguna capacidad de controlarlo, Mario estaba allí. Él no la había decepcionado. ¿Por qué no darse una oportunidad de ser feliz por una vez?
Abigail se levantó de la silla y caminó arrastrando los pies hasta el dormitorio para vestirse. Era una niña independiente, justo como su hermana, Joane sólo tenía que ayudarla a peinarse. Mario y ella se quedaron a solas en la mesa, en silencio y visiblemente avergonzados. Mario había sido sincero muchas veces con ella sobre lo que sentía o dejaba de sentir y en aquel instante en que el chico se levantó para recoger la mesa, Joane decidió ser sincera también. Siempre aconsejaba a Jack que se dejase asesorar por el Universo, que siguiera las señales que el cosmos nos envía, y ella que tenía a Mario recogiendo la mesa después de hacer el desayuno era incapaz de levantarse y comerle la boca en un beso de película.
— ¿Por qué soy tan tonta?
— ¿Dices algo? —preguntó el chico desde la cocina?
— Sí, que te has dejado una taza aquí.
— Ya voy a buscarla, no vaya a ser que la señora quiera ayudarme y la lleve ella a la cocina —dijo él apareciendo de nuevo—. Jo, no hay ninguna taza. ¿Por qué...?
Mario no pudo terminar la pregunta. Joane se levantó de la silla y se echó en sus brazos. Lo rodeó por el cuello con una energía excesiva y le dio un beso que el chico no se esperaba recibir. Mario observó atónito como ella le mordía el labio inferior antes de separarse de él, respirando agitadamente. Se quedó petrificado. Joane suspiró y se cruzó de brazos, nerviosa.
— Si todavía no es muy tarde, podríamos cambiar nuestra respuesta la próxima vez que Abigail nos pregunte si somos novios.
Mario parpadeó varias veces, inseguro.
— ¿Somos novios?
— Que sí, chico, que sois novios —respondió Abigail gritando desde el dormitorio—. Vístete ya, que al final me vais a hacer llegar tarde al cole.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro