⟨40⟩
Nápoles, Italia.
Mansión Moretti.
Día 2 : Subasta.
24 horas antes...
TaeHyung
Han pasado cerca de dos horas y el espectáculo está llegando a su fin; no hay nada más por qué pujar, y no he levantado una paleta o la mano ni una vez. Quieren saber por qué, estoy seguro. Porque estaba claro que hicieron muchos esfuerzos por señalar ―sutilmente, claro, de forma que nadie excepto yo supiera lo que estaban haciendo― las cualidades de cada chica que caminaba al escenario: La chica alemana de cabello castaño con la cicatriz en su rodilla; otra chica de cabello castaño de Francia con una extraña marca de nacimiento dejada intacta en el centro de su espalda; había una chica americana de cabello castaño que había tenido labios delgados; todas esas cosas me eran señaladas para que pujara por ellas, o pagara para tener una mirada más de cerca, pero no hice ninguna de esas cosas.
Maggi en todo momento estuvo sentada a mi lado, manteniéndose tan poco afectada como lo estaba cuando entró aquí: miró y escuchó en silencio; su expresión fue tranquila y serena, ni siquiera un ceño fruncido legible en su rostro… pero sólo es cuestión de tiempo.
―El señor Moretti quiere que participe en la reunión―dice la anciana después de descender de los escalones del escenario frente a mí.
Emilio Moretti pasa la salida en el escenario, llevando a las dos chicas sirvientes con él.
―¿Nada de lo que vio se ajusta a sus necesidades? ―inquiere la mujer; su voz está mezclada con censura contenida.
Con mi maletín en mano, camino a su lado hacia otro brillante pasillo iluminado; Maggi siguiéndonos.
―Las chicas eran impresionantes ―digo―. Pero ninguna de ellas tenía lo que busco, desafortunadamente.
―¿Y exactamente qué es lo que busca, Sr. Magnus?
Miro en su dirección.
―Hablaré de eso con Fabricio.
El rostro envejecido de la mujer se agria, pero no responde.
En cuestión de un minuto, entramos a una enorme habitación que parece como tres oficinas en una. Olía a sexo, dinero y poder. La esencia por excelencia de los Moretti, el olor a lujuria y oscuridad impregnaba el aire.
Unas cabinas de color carmesí estaban rodeadas de un pequeño pedestal, redondo y alto, para una estatua o figura.
Unas correas de cuero colgaban del techo.
Unas pesadas cortinas bloqueaban los grandes ventanales, y la espesa moqueta negra silenciaba cualquier ruido.
La habitación era una tumba decadente.
Una mesa rectangular de roble se encuentra en medio;costosas alfombras italianas cubren el piso de mármol bajo el mobiliario, dándole un toque de rojo, marrón y azul a los pisos que de otra forma serían de un blanco cegador.
―Tome asiento. ―Señala la anciana hacia el mobiliario.
Me siento en la silla; Maggi se sienta a mí lado. Escucho personas entrando a la habitación y es cuando noto a Emilio que toma asiento directamente frente a mí; su fría y oscura mirada nunca titubeando; recuesta su espalda confortablemente sobre el respaldo, levantando la pierna derecha sobre su rodilla izquierda a la altura de su tobillo, revelando sus calcetines negros de vestir entre el dobladillo de sus pantalones y el brillante negro de sus zapatos de vestir. Sus dedos se entrelazan casualmente sobre su estómago.
Echo un vistazo a la entrada esperando que Fabricio venga caminando tras ellos, pero no me sorprende ver otros hombres en su lugar.
La anciana entra al final,cerrando las puertas dobles detrás de ella.
―Prefiero hacer negocios sólo con Fabricio ―le digo.
―Estoy seguro de ello ―dice Emilio heladamente, y con una expresión a
juego―, pero mi hermano me dejó a cargo en esta oportunidad. Si no desea estar aquí―Señala con una mano, palma hacia arriba a la puerta―. Ahí está la salida… tómelo o déjelo.
Lamo la sequedad de mis labios lentamente. Podría tener que cambiar las cosas un poco, revelar partes del Sr. Magnus enfrente de esta gente.
Sonrío ligeramente hacia Emilio, solo para medirlo, y por supuesto, él quiere matarme por ello.
―Bianca ―dice la anciana a la sirvienta zurda―. Sé una buena chica y ofréceles a nuestros huéspedes una bebida.
Bianca baja su cabeza, y entonces se aleja de la otra sirvienta, yendo hacia el bar en el lado más alejado de la habitación a hacer lo que le dijeron.
La mujer finalmente se sienta para unirse al resto de nosotros.
―Entonces, Sr. Magnus―comienza Madam―, ¿por qué no empezamos con los particulares de la clase de chica que está buscando comprar? Debo decir, estuvimos todos un poco sorprendidos de que no viera nada que le gustara en la exhibición. ―Mira brevemente a Maggi―. Se nos está haciendo un poco difícil tratar de entender sus preferencias.
—Bueno…
―En realidad ―me interrumpe Emilio, apuntando hacia arriba―, antes de que vayamos más lejos, creo que el señor Magnus debe demostrar que es quien dice ser.―Mira hacia mí, desafiándome.
―Pensé que ya lo había demostrado ―digo, poniendo toda mi atención a Madam sólo para molestar más a Emilio―. Hiciste tu verificación de antecedentes en mi nombre, mi negocio; hiciste tus llamadas telefónicas; rebuscaste en mis ingresos e información fiscal que conozco desde hace diez años por lo menos, ¿qué más puedes demostrar?
―Cualquier persona con los medios ―dice Emilio―, puede falsificar una identidad tan segura como la tuya parece ser, pero eso no significa nada.
Es curioso cómo el más irritante del grupo Moretti también parece ser el más inteligente.
―Podrías ser un oficial de policía ―acusa Emilio. Hace una pausa y agrega―: O un agente encubierto de cualquier número de organizaciones buscando una persona desaparecida que tu cliente cree que tenemos, porque estás buscando una chica en particular, ¿no?.
Realmente sabes algo, Emilio y te doy el crédito por estar demasiado cerca de la verdad para tu propio bien, pero lo siento, no va a funcionar esta noche.
Sonrío y tomo un vaso de whisky de la bandeja que ofrece la criada.
―Esa es una observación interesante, señor Moretti ―digo casualmente, tomo un sorbo y luego añado―, pero si realmente hizo su investigación sobre mí, y estoy seguro de que lo hizo, usted sabría de mi roce con la legislación estadounidense hace unos años, cuando estuve entre cinco compradores atrapados en una redada de esclavas sexuales en Los Ángeles. ―Dejé el vaso sobre la mesa junto a mí.
―Atrapado ―señala Emilio―, pero más tarde liberado por agentes penitenciarios encubiertos siempre siendo atrapado con los verdaderos criminales y luego liberado después. ―Piensa que me tiene.
La criada se acerca a Emilio a continuación; él la mira, asiente, y toma la copa de la bandeja, y luego se mueve hacia Madam sentada al otro lado de la mesa.
―Sí ―le digo con otra sonrisa de confianza―, pero fui atrapado con mi polla dentro de una de las chicas en venta esa noche, vamos, Emilio, tú y yo sabemos que si hubiera estado encubierto, y no fuese uno de los criminales, nunca hubiera llegado tan lejos como para follar en realidad a la mercancía. Los policías, agentes, van tan lejos al hacerse daño encubiertos; inhalando mierda por sus narices, llenando sus venas de drogas, incluso soportar una paliza, pero no van a lastimar o violar a nadie inocente.
Emilio muerde en el interior de su boca.
Sonrío un poco más, me gusta molestar a este tipo; tengo que admitir que ha traído un poco de alegría a mi mal humor últimamente.
—¿Qué hay de ella?—. Pregunta un hombre a la derecha de Emilio, follando con la mirada de ojos cafés a Maggi.
—Li aquí ―digo, estirando mi mano para tocar su cabello dorado, peinando mis dedos a través de la parte trasera―, comenzó vendiéndose a edad temprana; yo fui su último cliente; la saqué de las calles y entonces no fue de nadie más, salvo mía. ―Me detengo y luego agrego como una ocurrencia tardía―. Por supuesto, le he tomado más cariño del que esperaba o quería.
―Te estás enamorando de ella
Sorprendido, mis manos dejan de moverse en el cabello de Maggi; por un segundo no estoy seguro de qué decir en respuesta.
―No ―respondo finalmente, confundido por mi vacilación, y dejo caer la mano de su cabello. Miro a Emilio―. No amo a nadie. Pero le tengo afecto. ¿Nunca antes has sentido afecto por una mascota? ―Sonrío. Y espero que mi intento de desviar la atención funcione porque esta mierda con Maggi me está poniendo incómodo.
―Entonces, eres lo que se llama un
héroe―dice el hombre de ojos café con una sonrisa burlona―. ¿Rescatando putas de las calles, volviéndolas putas respetables? —. Todos ríen ligeramente en voz baja.
—No, jamás sería un héroe. Amo la mierda de ser un villano.
―Bueno vamos a verte demostrarlo ―afirma Emilio, bebe todo el whisky de su vaso y luego lo suelta de golpe sobre la mesa junto a él.
Levantando la espalda de la silla, se inclina hacia adelante y apoya los codos en la parte superior de la mesa, sus dedos entrelazados. Mira primero a un hombre a su izquierda que está frotando su bigote canoso pero luego deja caer sus ojos oscuros sobre Maggi y no me gusta lo que está pensando, no necesito ser capaz de leer la mente para tener una idea general de lo que está pasando dentro de su cabeza.
—Nadie va a tocar mi propiedad—. Anuncio a sabiendas.
Vuelve su atención a la segunda criada que ha estado de pie en la sala en
silencio, esperando tener algún pedido.
―Ven aquí, chica ―le dice Emilio con un gesto de los dedos, curvándolos hacia él.
La chica se acerca a Emilio sin dudarlo.
―Emilio, no creo que… ―dice Madam pero se corta; la mano de Emilio se
dispara, callándola.
―Quítate el vestido.
La chica se quita su vestido y se encuentra desnuda delante de él; cremosa piel morena; suave, flexible, con una cintura delgada y caderas curvilíneas; cabello oscuro cae por el centro de la espalda.
—Tu turno.
Sin mirar a Maggi digo:
— Li, de pie y quítate el vestido.
Maggi se levanta sin dudarlo y se quita su vestido.
Sin mover su cabeza, Emilio mira a Madam. Ella asiente hacia él, y luego él se vuelve hacia mí. Segundos después, está desabrochando el botón en su pantalón de vestir.
Ah, bien, así que quiere jugar sucio, literalmente.
—Nos gusta observar —dice—. Pero no esa mierda de posición de misionero. —Hace una pausa y añade—: Folla a tu chica, de vez en cuando hazle lo que te pida y viceversa, si quieres… y por dinero extra, me pondré de rodillas frente a ti.
Su polla está en su mano, puedo decirlo sin tener que mirarla directamente.
Miro alrededor de la habitación lentamente a cada persona, y entonces encuentro los ojos de Emilio de nuevo y digo:
—Cincuenta mil. —el rostro de Emilio se ilumina—. Y dejaré que te pongas de rodillas frente a mí.
—Es un trato.
Miro a Maggi, todavía de pie en el mismo lugar, en la misma posición obediente de todo este tiempo, y sonrío a pesar de que no está mirándome.
―Ven, Li ―. Maggi se acerca a mí.
La tomo por el brazo, esperando ser capaz de sentir su corazón golpeando a través de la vena en su brazo, pero no lo hago.
Miro a Maggi, suavizando mis ojos, mi manera de decirle a Li que todo va a estar bien.
Los hombres se acomodan en su lugar a la espera de nuestra demostración. Emilio se pone delante de Maggi a través de la mesa.
―Mírame, chica ―manda.
Maggi lo hace. Emilio la observa, inspeccionándola, y, sin duda, probándola, probándome.
―Puedo ver por qué la escogiste―dice Emilio, mirándome brevemente―. Es muy hermosa, a pesar de la cicatriz en su rostro.
Emilio ya sabe que tengo una debilidad por “Li”, pero creo que quiere saber cuán flexible soy; hasta qué punto estoy dispuesto a dejarla ir. Si es demasiado lejos, Maggi podría estar en problemas, pero si no es lo suficiente voy a parecer débil, un coño azotado, y eso es lo mismo que lamer la mierda de las botas de Emilio, y él perdería cualquier respeto que me podría tener.
Ensarto mis dedos dentro de su pelo dorado y empujo su cabeza hasta que sus manos chocan con la mesa.
Colocándome detrás de Maggi, comienzo.
—Si gritas, “Piedad, Amo”, yo… tal vez… te daré un descanso, —gruño asqueado y excitado al mismo tiempo—. Dilo ahora.
—Piedad, Amo, —susurra Maggi.
Froto las manos sobre sus hombros, bajando deliciosamente por su espalda, encantado con el discreto hoyuelo en la base de su columna vertebral.
—Las manos enlazadas detrás del cuello. Abre más las piernas. Ojos sobre la mesa—. Mi voz salia ronca mientras Maggi obedecía mis órdenes,separando los pies ligeramente más anchos que la longitud de sus hombros.
Ella ya conocía la posición pero su experiencia había sido… otra.
Apreté mis dientes.
Empiezo a desabrochar el botón de mi pantalón de vestir, voy tan lejos como
encajan mis dedos alrededor, pero luego me detengo cuando Emilio dice:
—Antes que la fólles, quiero que la beses.
Mi corazón deja de latir de repente.
Levanto mi cabeza para mirar a Emilio sentado en su trono; hombres hambrientos a su alrededor. Emilio mira hacia mí con ojos relucientes, haciéndose más oscuros a medida que descienden a mi cremallera.
Algo tan simple como un beso no debería ser una razón para detenerse, mucho menos cuestionarlo: ya he hecho una pausa, así que sé que no puedo cuestionarlo o Emilio sabrá que estoy lleno de mierda.
Pero besar a Maggi es cualquier cosa menos sencillo, y aunque nunca
esperé terminar esta misión sin tener que abusar de Maggi de alguna manera, un beso es la última cosa que querría. De todas las cosas indecibles que podría haber sido obligado a hacer, besarla es la peor.
Es un acto demasiado íntimo… follarla hasta dejarla sin sentido habría sido más fácil.
La tomo del codo alejándola de la mesa y la volteo hacia mi.
Hundo mi cabeza hacia ella y poco a poco toco sus labios con los míos; mi mano cuidadosamente envuelta a un lado de su cuello. Quiero apretarlo, cómo lo haría con cualquier puta común como Jackie en quien puedo sacar mis jodidas agresiones, pero no puedo. No puedo y no sé por qué. En su lugar, deslizo mi lengua en su boca y encuentro la suya. Y no puedo aguantarlo; siento mis labios aplastándose lentamente contra su boca mientras nos tragamos el aliento del otro. Quiero―necesito―apartarme, pero tampoco puedo hacer eso. La beso largo, profundo y con fuerza hasta que siento como que estoy andando al margen de mis emociones; que están desgarrándome como manos en el Infierno estirándose hacia mí mientras salto por encima de las llamas, tratando de halarme hacia abajo con ellas al pecado, y tan fuerte como trato de escapar, una parte de mí quiere que me tomen.
Quiero pecar.
Quiero besarla.
Y así lo hago.
Y no me detengo.
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