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⟨34⟩

Capitulo narrado en omnisciente













—¿Dónde está ahora mismo?—preguntó a uno de sus hombres poniéndose de pie. 

 —En el local donde trabaja. Eduar y Fedeei están preparando el coche—le confirmó su mano derecha.

 —Ese pequeño hijo de puta… —gruñó mientras abría el tambor de su revólver asegurándose de que no le faltara ninguna bala—. Vámonos. 

Salieron por la puerta trasera de la cocina. Para cuando llegaron al callejón, que daba aquella salida
usada en exclusiva por los empleados, su SUV negro con los vidrios tintados estaba listo.

Dejaron sus automóviles en el parking privado del Charlotte, para pretender que seguían estando dentro del local. Eduar ejerció de copiloto mientras que Fedeei y Anton se sentaron en la segunda fila de asientos. 

Condujeron hacia el restaurante donde trabajaba Bruno.

Estacionaron el coche cerca del de él y,
a continuación, apagaron todas las
luces. Era cuestión de tiempo hasta que Bruno apareciera.




Después de cincuenta minutos
vieron su silueta a través del espejo
retrovisor. Lucía tranquilo, confiado
de que se libraría de la situación,pero aquello estaba muy lejos de la realidad.

Salieron del SUV sin hacer ruido. 

 —¿A qué viene tanta prisa? —
preguntó tras él.

Bruno dió un brinco. Su cara perdió todo rastro de color; volviéndose tan blanca como la nieve.

—Se… Señor...Di… Dimitri, me ha dado un susto de muerte. —Envolvió con un brazo alrededor de los hombros del joven.

—Así que has conseguido su ubicación, ¿no? —Bruno intentó negar, pero lo único que consiguió fue que un violento temblor le recorriera todo el cuerpo—. Cabrón con suerte. Y ¿por qué no me lo has dicho antes? Venga,vamos.

—¿Adónde? —inquirió con recelo.

Fedeei abrió la puerta trasera del automóvil, con una sonrisa siniestra en los labios. 

 —A celebrar tu triunfo por todo lo grande. —Bruno se paró en seco y negó vehemente con la cabeza— .Sí, maldito—insistió, Dimitri—. Te mereces una buena fiesta. Siéntate. Fedeei y Anton te atenderán como a un rey.

Bruno usó su cerebro, podía mentir y lo haría, así que tomó asiento,seguido de Fedeei. Todos permanecieron callados durante el lento trayecto y cuando detuvieron el coche frente al edificio, Dimitri miró a Fedeei y a Anton por el espejo interior. Ellos sabían qué hacer en escenarios como aquellos. Las palabras eran innecesarias.

Salieron cautelosos al exterior,creyendo que Bruno correría despavorido; sin embargo, no lo hizo.

Él había estado en varios eventos en aquel edificio, pero, aun así, desconocía el lugar donde pasaría sus últimas horas.

Caminando por el pasillo de la derecha había una diminuta habitación, que parecía ser un simple armario para guardar trastos.

Pero en realidad había otra puerta
oculta que daba al sótano; un lugar
frío y lúgubre. Allí era exactamente dónde se dirigían. 

Bajaron por un corto tramo de escaleras, abrieron la puerta blindada y,a continuación, apretaron un interruptor para dar vida a dos simples bombillas. El espacio estaba vacío, huérfano de adornos.

Los únicos componentes de la habitación eran dos armarios
blancos, una silla con reposabrazos y
correas y un par de toallas.

Tomó la silla y la colocó en el centro de la habitación.

—Siéntate. Vamos a charlar un poquito tú y yo. —Cuando Bruno no se movió, Anton le propinó un brusco empujón por la espalda.

Bruno, experimentando ridículas sacudidas, hizo lo esperado por él.

—Señ…

—Shhh… Aún no te he dado permiso para que abras la boca. Dime, Bruno, ¿Pensabas que dándome una ubicación falsa te librarías de mí? Puedes hablar.

—No, no, no… ¡Claro que no,señor! ¡Yo..yo nunca haría eso!

—Puto mentiroso.

—Pensaba en llamarlo cua...cuando estuviera seguro. Solo fue un error de...

 —¿Sabes qué piensan mis hombres? Que siempre tuviste su ubicación. Te di un voto de confianza, ya sabes, por los viejos tiempos y toda esa cursilería,
pero…, pensando en frío, creo que mis hombres tienen razón. Gracias a ellos que te han estado siguiendo a una casa que visitas con frecuencia, así que no logro entender por qué mierda no me diste su ubicación cuando debías hacerlo.

—Se las di—lloriqueó—. No estaba seguro en ese momento...

 —¡Mientes!—gruñó Dimitri no pudiendo controlar su sed de sangre. Al no obtener respuesta,suspiró—. Bruno, Bruno…, no has aprendido nada, ¿verdad? —Señaló con el dedo que Fedeei le había amputado hacía no mucho tiempo atrás.

Sin emitir otra palabra, buscó debajo del mueble hasta encontrar un pequeño juego de llaves. Abrió las puertas del armario, dejando al descubierto algunos instrumentos bastante útiles para torturar, y luego tiró unas cadenas gruesas en dirección a Fedeei, quien las alcanzó al vuelo.

Bruno, al sospechar lo que estaba a
punto de suceder, gritó e intentó huir. Pero Eduar lo detuvo agarrándolo por el cuello. 

Una vez que estuvo bien amarrado, lo ataron de las manos a los reposabrazos y Eduar tomó una toalla para taparle la boca. Dimitri empuñó el hacha más grande que halló en el mueble y lo levantó a la altura de los ojos de Bruno.

 —Te lo preguntaré una vez más: ¿Dónde?

 —¡No lo sé! ¡Se lo juro! —exclamó con miedo. 

Eduar le cubrió la boca con la toalla, y, sin más preámbulos, alzó el hacha y le cortó cuatro dedos de un solo golpe. Los chillidos y gimoteos de Bruno fueron ahogados por la prenda. Su cuerpo sufrió frenéticos espasmos a causa del dolor.

Dimitri levantó el hacha otra vez. 

 —¿De nuevo? Tengo toda la puta noche, Bruno.

—Por fav… favor, se lo su…suplico.

Dimitri chasqueó la lengua contra su
paladar.

 —Respuesta incorrecta.

El segundo corte no fue tan limpio como el anterior. El hacha se le quedó atascada entre el hueso de la muñeca y parte de la inerte extremidad permaneció colgando,pero no se molestó en arreglar aquel desastre. Dejó la herramienta encima del mueble, apoyó su peso contra la madera y, a continuación, buscó un cigarrillo.

 —Patético hijo de perra. Te has meado —murmuró al tiempo que exhalaba el humo por la boca. Oyó a los demás reírse de la vergüenza de Bruno—. Puedes hacer que esto termine ahora mismo y todo se quede en un mal recuerdo, o podemos seguir así hasta que me aburra. Tú decides.

—Ellos… está en… —Bruno tragó saliva—… Están en Nonsan 

 —¿Qué parte?

—Calle Larried 769, pero, por favor… ¡Espere, por favor! No le digan que fui yo... mi hermana, ellos van a matarla—suplicó Bruno, temiendo por la vida de su hermana.

—Vayan—Dimitri miró a Fedeei y Anton inclinando su cabeza en dirección a la puerta y ellos abandonaron con prontitud la habitación—. ¿Qué tan difícil ha sido hablar, Bruno? —indagó Dimitri a la vez que encendía otro cigarrillo. Fue hacia él, liberando la única mano que le quedaba y se lo entregó—. Toma.

Fuma un poco.

—Gracias… 




Después de treinta minutos de espera, Anton entró silbando en el sótano con una bolsa de deporte en la mano.

Fedeei traía un sobre en sus manos, éste le entregó el sobre a Dimitri y al abrirlo, descubrió unos papeles que llamaron su atención.

Dimitri frunció el ceño mientras observaba los papeles, pero los gritos de Bruno hicieron que volviera a centrarse en él.

Por el suelo rodaba la cabeza de una mujer; la cabeza de su hermana.

—No paraba de chillar como una loca —comentó Anton encogiéndose de hombros.

—¡No, no! ¡Mi hermana! —sollozó Bruno, desconsolado—¡Amelia!

—¿Qué significa esto? —le preguntó Dimitri con brusquedad, pero él continuó lloriqueando. Impaciente,
lo zarandeó con fuerza—. Contesta
de una puta vez. 

—Ya tienen su ubicación. ¿No es eso lo que querían? —gritó Bruno.

—Escúchame bien pedazo de mierda: cuando te haga una pregunta, quiero que contestes sin rechistar. ¿Qué carajos planeabas hacer con estos boletos? Huir ¿Tal vez?—Dimitri, al percibir que Bruno no iba a decirle nada, cambió de actitud. 

Los cobardes siempre preferían que las torturas acabaran rápido, pensó Dimitri.

—Responde, y haré que todo esto termine.

—¿Lo prometes? —Bruno preguntó con cansancio.

—Te doy mi palabra.

Bruno se humedeció los labios.

—Lo mataron… mataron a uno de ellos por traición…el que protegía a mi hermana —dijo con los ojos entornados por la pérdida de sangre—. Solo que... quería sacarla de esa casa.

—¿Quién es el líder? —Estaba al tanto de una organización, matándose unos a otros, pero Dimitri nunca se molestaba cuando estaban fuera de su territorio.

—Jeon JungKook, alias «Daimon» o «El chacal»... —Una risita diabólica escapó de los labios de Bruno—. Él fue…quién mató a su hermano...a Lucca.

—¿Y los Tarasov?

—Están con ellos.

 —Me desilusionas, Bruno.¿Cómo dejas esta gran información sin decírmelo? —se burló—. ¿Sabes qué es lo que más odio en esta vida? La traición. Detesto las puñaladas traperas. Ellos dejaron que ese hijo de puta lo matara y tú al ocultar todo esto querías huir con la zorra de tu hermana.

—¡Me diste tu palabra!

—¿Dónde tienen su almacén?—preguntó Dimitri con rabia.

—No tienen un lugar fijo. Eso es todo lo que sé. ¡Ahora termina con esto!—Volvió a duplicar Bruno.

Dimitri sacó su revólver.

Bruno cerró los ojos al ver el arma
en sus manos—. Gracias… —susurró aliviado.

Dimitri le disparó dos veces en la
cabeza, poniendo fin a su vida.

Recogió los papeles y unas fotografías que Anton  había obtenido de la casa de Amelia.

 —Busquen todo tipo de información sobre Jeon JungKook y la puta que lo acompaña—ordenó con firmeza y, a continuación, miró de nuevo las fotografías—. Y también maten a los ancianos. 


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