⟨28⟩
"Seguimos pensando que un hombre poderoso es un líder nato
y una mujer poderosa
es una anomalía".
~ Margaret Atwood ~
Maggi
Los pasos atravesando el pasillo son débiles mientras los invitados van de
aquí para allá cada cierto tiempo. Zapatos de tacón alto. Zapatos de vestir de buen gusto. Profundas voces fingiendo estar intrigadas, exagerando las cosas insignificantes de la vida. Risa artificial. Música clásica —Bach, creo— sonando en la planta baja, tan nítida, elegante y distinguida que me hace sentir como si estuviera asistiendo a una fiesta de la Reina de Inglaterra en lugar de sentarme pacientemente en una habitación oscura con mi navaja en la mano.
Esta habitación no huele diferente a como lo hacía la última vez que estuve aquí, como a demasiada colonia, a sudor, a popurrí rancio y a sábanas de secadora.
Una pesada mesa cuadrada de mármol yace al otro lado de la habitación.
Recuerdo esa mesa.
Nunca olvidaré la manera en que Jung me inclinó sobre ella, o al asqueroso cerdo que observaba mientras mis bragas se agrupaban en torno a mis tobillos.
Está oscuro afuera, justo después de las nueve, y la luz de la luna baña gran parte de la habitación desde el balcón detrás de mí. Me he asegurado de dejarlo abierto para poder sentir el aire de la noche en mi piel. Esta ropa ajustada es increíblemente caliente.
Negro del cuello para abajo.
Unas botas visten mis pies, muy parecidas a las que Alessia prefiere usar salvo que las mías tienen dagas envainadas en el cuero.
Un arma está enfundada en mi cadera, pero sólo está ahí en caso de que la necesite. Me gusta mi navaja.
La llamo Jezabel.
Me siento en una silla cerca del centro de la espaciosa habitación, justo fuera de la suave luz gris vertiéndose desde el balcón.
Mi pierna derecha está cruzada sobre la izquierda. Mis manos descansan cuidadosamente en mi regazo, con el mango de perla de mi navaja ajustado firmemente en mi puño. Golpeteo la delgada hoja plateada contra mi muslo.
Han pasado veintiséis minutos desde que me senté. Pero soy paciente. Soy
disciplinada. Tanto como puedo serlo, supongo. Le prometí a JungKook que lo sería.
Que me sentaría aquí justo así, prácticamente sin moverme, hasta que fuese el momento. Le dije que podría hacerlo, que podría pasar por ello sin marcharme el piso de abajo y hacerme cargo de los negocios allí.
Tengo la intención de probarlo. Sin
embargo, debo admitir que es difícil.
Le echo un vistazo a Jimin de pie en una oscura sombra cerca de las puertas del balcón con las manos juntas dobladas frente a él. Me está sonriendo, regodeándose con mi creciente frustración.
En respuesta, le sonrío con suficiencia y miro hacia la puerta del dormitorio a través de la habitación.
Treinta y dos minutos.
Escucho las voces de los dos guardias siempre apostados en el exterior de la
habitación. Están hablando con Gerald Choi.
Segundos después, la puerta se abre y una ráfaga de luz del pasillo brilla dentro de la habitación. Pero no me toca. Y así de rápido, la luz se apaga cuando el guardia cierra la puerta después de que Choi entra. Él no me nota cuando pasa junto a la gran cama y luego la mesa de mármol.
—¿Todavía quieres verme llorar? —pregunto.
Choi se detiene en seco.
Me inclino hacia adelante en la silla, empujándome a mí misma en el camino de la luz.
—¿Me pagarías el doble si lo hago?—pregunto tan casualmente. Estiro mi mano libre y toco cuidadosamente una gota de mi mejilla para exhibirla con orgullo.
Las luces del techo de la habitación se encienden cuando Choi dice: luces
encendidas.
—¿Cómo entraste aquí? —pregunta desesperadamente, con su mirada rebotando por la habitación, buscando la respuesta y signos de alguna otra persona.
Cuando se da cuenta de Jimin y Yoongi ambos de pie cerca de la entrada balcón detrás de mí, con las armas en sus manos abajo a sus costados, comienza a llamar a sus guardias. Pero entonces un fuerte sonido suena fuera de la puerta. Y luego otro.
Gerald se detiene a menos de un metro frente a la puerta, ya no tan confiado de que sea seguro abrirla.
Voltea a mirarme.
Sonrío y golpeteo la hoja contra mi pierna un poco más.
La puerta detrás de él se abre y JungKook está de pie allí con dos cuellos blancos apretados en sus manos. Arrastra los cuerpos de los guardias por el suelo de mármol, libera su agarre y sus cabezas golpean el mármol con un ruido escalofriante.
Choi mira fijamente a JungKook, con los ojos bien abiertos como un pez, su
cuerpo congelado en el mismo lugar, sus dedos apenas moviéndose contra sus pantalones, con nerviosismo, como si distraídamente estuviera buscando un arma que normalmente carga encima y que no quiere creer que no está ahí cuando más la necesita.
JungKook cierra la puerta y la asegura.
Camina de regreso a los cuerpos, agarrándolos por los cuellos de nuevo y arrastrándolos a través de la habitación. No hay rastro de sangre en ellos. Debe haber utilizado su arma de preferencia, una aguja llena de algo mortal e imposible de rastrear.
Miro a Choi.
—Da... daimon —dice con inquietud—. ¿Po…por qué estás aquí? Se...se supone que Stephens...
JungKook sonríe e inclina la cabeza hacia un lado.
—Oh,no te preocupes por él. Está muerto—dice JungKook con total naturalidad.
Choi mira detrás de mí a Yoongi. Y luego a Jimin. Y de nuevo otra vez a mi.
—Mira, yo… yo le dije que te dejara en paz —continúa tartamudeando—. Yo no lo envié. Mi hermano… yo le dije específicamente que no buscara a ninguno de ustedes.
El sudor perla su rostro, brillando en su barbilla. Las axilas de su camisa blanca de vestir están mojadas con manchas, la humedad extendiéndose rápidamente a través de la tela. El cuello de su camisa cambia de color a medida que absorbe la humedad como una toalla de papel barata.
Me pongo de pie.
—Eres un mentiroso. —Camino lentamente hacia él—. Pero eso no importa. No estoy aquí por Stephens. Estoy aquí por ti.
Choi da la misma cantidad de pasos hacia atrás que yo doy hacia él, con su arrugado rostro retorcido por la agitación, sus gruesas manos tanteando detrás de él en busca de una puerta o una pared.
Yoongi avanza y da un paso frente a la puerta, bloqueando la ruta de Choi y éste se detiene. Observo cómo su garganta se mueve cuando traga. El miedo está siempre creciendo en sus ojos.
Él sigue mirando detrás de mí a Jimin y enfocando su atención en JungKook al final.
JungKook da un paso lejos de la puerta y se para a mi lado.
—Mira,yo no tengo nada que ver con lo del restaurante ¡maldita sea! —grita Gerald, con las líneas alrededor de los ojos profundizándose. Apunta su dedo hacia JungKook, cubierto con un grueso anillo de oro—. ¡Nunca fui a buscar a ninguno después de que mataste a mi sobrino! —Ahora apunta directamente a mí—. ¡Tú fuiste la que vino buscándome a mí! ¡Tú…! ¡Tú empezaste todo esto!
Niego con la cabeza, sonriéndole, por cuán desesperado y asustado está. Nada más eso me da cierta satisfacción, el verlo retorcerse, la forma en que está rogando por su vida sin rogar directamente.
Me acerco un poco más.
Choi no se mueve porque no puede.
Yoongi está detrás de él.
—Oh, esto no tiene nada que ver conmigo —le dice JungKook a Choi—. Yo cumplí con mi palabra cuando llegaste a un acuerdo con Hye Lee. Pero por el contrario —se burla JungKook en su distintiva manera despreocupada—, bueno, no hiciste ningún trato con ella, por desgracia para ti. Yo no soy su dueño. Nunca lo fui. Yo no soy Jung. Ella está aquí por su propia voluntad y no hay nada que yo pueda hacer al respecto.
Gerald me mira directamente, la ira en su rostro cambiando a algo más patético.
—Po… por favor... haré lo que quieras —suplica—, te daré cualquier cosa que quieras. Mi dinero. Mi casa. Sólo pídelo y es tuyo. Valgo millones.
Doy un paso justo frente a él y puedo oler el hedor de su sudor. Me mira fijamente a los ojos por debajo de una mirada retraída, una llena de odio y horror. Su enorme cuerpo tiembla a centímetros de mí y sé que si él creyera que podría salirse con la suya, me agarraría en este momento y me asfixiaría hasta matarme.
De repente, su expresión cambia para ajustarse mejor a sus mordaces palabras.
—No vas a hacerlo —se burla, hablando con frío desdén mientras me mira directamente a la cara—. No lo tienes en ti, el matar a sangre fría. No vas a matarme. No de esta manera. —Hay humor en sus ojos.
Permanezco ecuánime frente a él, con mi dedo índice fijo contra la hoja de mi navaja presionada contra el costado de mi pierna.
No digo nada, sólo lo observo, sonriendo con leve pero obvia diversión, ante sus inútiles intentos por salvar su propia vida.
Da un paso a la izquierda y comienza a alejarse. Lo dejo.
—Les conseguiré a todos algo de beber —dice en voz alta, levantando su dedo a su lado. Se quita la chaqueta de su traje demasiado grande y la deja en el respaldo de la silla de cuero junto a la mesa de mármol. Entonces comienza a desabotonar los botones de su camisa de vestir.
Estoy detrás de él como un fantasma, deslizando la hoja por su garganta antes de que tenga la oportunidad de alejar sus dedos del último botón. Un escalofriante sonido de gorgoteo llena el espacio, seguido de Gerald Choi ahogándose en su propia sangre. Sus dos manos se elevan como si estuviera tratando de luchar para salir de una bolsa de plástico. El rojo salpica por un lado de su garganta, y él cae de rodillas con las manos presionadas sobre el corte. La sangre brota entre todos sus dedos y empapa su camisa.
Lo observo.
Lo observo no con horror, ni arrepentimiento ni tristeza, sino con justo castigo. Mis ojos se sienten más amplios a medida que el aire proveniente desde el balcón golpea la parte de atrás de los mismos. No puedo dejar de mirar. No puedo darle la espalda.
Pero puedo sentir los ojos de JungKook, Jimin y Yoongi en mí, viéndome deleitarme en el momento de mi primer asesinato oficial a sangre fría.
Choi se asfixia y llora, con lágrimas goteando de sus ojos mientras me muevo en frente de él y me agacho a su nivel.
Lo analizo, el modo en que su rostro se contorsiona, la forma en que el color rojo sangre se contrasta tan pronunciadamente contra el blanco de su camisa.
Miro el terror en sus ojos, el miedo a lo desconocido ensombreciéndolo tan rápidamente.
Una pequeña sonrisa se acerca sigilosamente a un lado de mi boca.
Choi cae hacia adelante sobre el suelo, su pesado cuerpo sacudiéndose y
convulsionando sólo unos segundos hasta que queda completamente inmóvil. Yace con la mejilla presionada contra la baldosa de mármol, con la boca abierta al igual que sus ojos. Éstos miran fijamente a la nada, llenos de nada. La sangre se acumula alrededor de su cabeza y su pecho, absorbida por su ropa.
Aún agachada frente a él, me inclino en la punta de los pies hacia él, con mis antebrazos apoyados en la parte superior de mis piernas.
—¿Y ahora quién llora?—le
susurro a su cadáver.
Me pongo de pie y retrocedo un paso antes de que la sangre acumulándose en el piso se mueva lentamente hasta mi bota. Uno por uno miro a Jimin a Yoongi y luego a JungKook y todos me dan la misma aprobación silenciosa. Pero es en los ojos de JungKook que veo mucho más.
Un vínculo eterno entre nosotros que no fue creado por este momento, sino por la noche en que nuestros caminos se cruzaron en Sans Soley.
Introducido en la vida de ambos por un giro del destino y mantenido allí por nuestras raras similitudes y nuestra necesidad de estar juntos.
Somos uno mismo.
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Antes de comenzar con el salseo, necesitaba ponerle fin a una parte.
Voy de apoco, queridos lectores, así como ustedes soy lectora y trato de escribir lo que me gustaría leer pero sin pasar por alto algunos detalles.
Gracias a las personas que se toman el tiempo en leer, votar y comentar.
¡Nos leemos pronto!
Ciao|•
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