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⟨26⟩

La habitación está llena de silencio mientras los objetivos miran hacia 
nosotras desde una larga mesa colocada horizontalmente a través del fondo de la habitación. Trajes. Relojes Rolex. Bien afeitados. Cabello peinado hacia atrás en una especie de onda color chocolate está Park Jae-sang, el hombre en el centro, nuestro objetivo, como algún jefe mafioso del crimen. 

Me muevo a la derecha mientras Alessia se mueve a la izquierda, ambas dirigiéndonos directamente hacia la mesa con nuestras armas apuntando a los dos hombres a cada lado de Park.

Park se pone de pie lentamente, moviendo las manos, con las palmas hacia arriba, hacia afuera a sus costados a modo de rendición, aunque más tranquilo de lo que esperaba.

—Ahora, vamos a hablar de esto —dice en una encantadora voz relajada, el tipo de voz que ha dominado el arte de seducir a las mujeres—. No hay necesidad de violencia. Qué les parece si bajan las armas y tenemos una conversación civilizada.

Suena un disparo amortiguado. Entonces un escalofriante ruido sordo y un chasquido mientras la bala de la pistola de Alessia se entierra en el cráneo del hombre a la derecha de Park. 

Él cae desplomado contra la mesa, con un brazo colgando sobre el brazo de la silla, balanceándose de un lado a otro como un péndulo por un breve momento antes de que se quede quieto.

—Este es todo tuyo, bambina—me incita Alessia, manteniendo su arma apuntada sobre Park, quien no parece afectado por el hombre muerto a su lado.

Alessia asiente hacia mí en dirección a Park.

Muevo mi arma del hombre a su izquierda y la apunto sobre Park en su lugar, mientras Alessia camina alrededor, pasa a mi lado y va hacia la mesa. Apuntando su arma al rostro del otro objetivo demanda:

—Levántate —y él lo hace sin dudarlo, la mirada aprehensiva en su rostro 
fuertemente arrugado cubierto por la edad y por el daño solar.

Park permanece tranquilo e impávido.

No hay mucho tiempo, sigo diciéndome a mí misma.

Voy directo al punto.

— Desbloquea las alarmas del programa del ordenador— digo a un sonriente Park—, y el tiempo en que tardes en hacerlo, determinará si vives o mueres.

Su sonrisa parece más como una mueca ahora, y gira su cabeza en un ángulo, mirándome de reojo. 

El hombre a la izquierda de Park mira entre nosotros tres, moviendo  únicamente sus ojos —está aterrorizado, a diferencia de su confiado jefe cuya actitud relajada está, lo admito, confundiéndome un poco. Estoy acostumbrada al miedo y a la torpeza, a la súplica en manos y rodillas, diciéndome que ellos me darán todo lo que quiera, que harán por mí todo lo que quiera.

—¿Es por eso que están aquí? —pregunta, ladeando su bien arreglada cabeza hacia el otro lado.

¡Un ruido sordo!

El hombre a la izquierda de Park cae muerto al suelo. Park ni se inmuta. Pero rápidamente comienza a desbloquear las alarmas dando acceso a las cuentas.

Alessia toma un nuevo cargador de su cinturón y recarga su arma.

—Continúa —dice a medida que presiona su trasero contra la enorme mesa, asegurando el cargador en su lugar.

Park y yo entrelazamos miradas.

—Sí —prosigo—, es por eso que estamos aquí.

—Acabo de desinstalar las alarmas del programa pero para ingresar es necesario un código que solo yo sé. Y si piensan que matando a dos de mis hombres de más confianza —dice Park con aplomo—, simplemente les daré el código, siempre puedo contratar más hombres. —Sonríe—. Y ustedes no me matarán porque soy el único que puede darles aquello por lo que vinieron aquí. —Se estira hacia arriba con ambas manos y casualmente tira de la solapa de la chaqueta de su traje como para enderezarla.

—Pero, ¿estás dispuesto a arriesgar lo mismo por tu esposa? —pregunto con 
confianza, sosteniendo todas las cartas.

Él no se inmuta —tal vez sólo un poco, pero de nuevo, eso podría haber sido 
simplemente yo pensando que él debería hacerlo.

—¿Qué tiene que ver mi esposa con esto?

Sonrío, a pesar de que él no puede ver nada de mi rostro además de mis ojos, y doy otro paso hacia él.

—Oh, ya sabes cómo funcionan estas cosas —provoco, él puede no ver la sonrisa en mi rostro, pero seguramente puede escucharla en mi voz—. Sabes que si pudimos llegar a esta habitación sin activar ninguna alarma, no habríamos venido aquí si no estuviéramos preparadas.

—Entonces, estás diciendo que tienen a mi esposa. —Suspira, no con rendición o preocupación, sino como si estuviera aburrido. Entonces se estira y frota la suavidad de su barbilla con la punta de sus dedos—. ¿Ese es el trato: el código por la vida de mi esposa?

Sintiendo que tal vez él no nos cree, Alessia se empuja de la mesa y camina a lo largo de ella hacia él. Sacando una fotografía de su bota, la arroja sobre la mesa frente a Park.

Él baja la mirada hacia ella, entonces la levanta nuevamente hacia nosotras, antes de tomarla en sus dedos. La analiza por un breve momento para confirmar que la mujer, golpeada, ensangrentada y atada a las tuberías de agua en el sótano de un edificio abandonado, es de hecho, su esposa.

Baja la fotografía, todavía inquebrantable, y cuanto más estoy aquí de pie con este pedazo de mierda que parece como si no se preocupara por lo que le hemos hecho a su esposa, más quiero dispararle por principio.

Pero tengo que recordarme que él probablemente está tratando de mantener la calma, evitando mostrar su verdadera preocupación.

Park sonríe suavemente y entrelaza sus manos en su trasero.

—Ahora, te lo preguntaré de nuevo —digo—. ¿Cuál es el código de la cuenta?

Park sonríe.

Aprieto los dientes.

Alessia me mira desde la corta distancia a través de la habitación, pero no dice nada —esta es mi misión, mi contrato, mi blanco y, por lo tanto, mis decisiones.
Por no mencionar parte de mi entrenamiento, y sé que todo lo que haga y todo lo que diga no sólo tendrá consecuencias, sino que será juzgado. Por JungKook. Por todos.

Pongo una bala en el muslo derecho de Park.

Él cae contra la alta silla de cuero detrás de él, una mano involuntariamente agarrando la mesa para mantener el equilibrio; la fotografía de su esposa deslizándose lejos debajo de sus dedos mientras él se hunde más profundamente en el cuero.

—¡Mieerda! —gime con los dientes apretados.

Y entonces se ríe.

Mantengo mi arma apuntada sobre él, nunca rompiendo mi determinada 
disposición.

—Adelante —desafía, haciendo una mueca bajo la tensión de su herida—. Puedo comprar nuevas piernas también si tengo que hacerlo… no vas a conseguir la información, sin importar con la vida de quién me amenaces. —De alguna manera nunca pierde su sonrisa, a pesar de que está fuertemente manipulada por el dolor.

—¿Ni siquiera tu esposa? —Lo presiono, empujando el arma en el aire hacia él con énfasis—. ¿Tu dinero es más importante para ti que tu esposa? —La rabia dentro de mí está creciendo, saliendo a la superficie.

Él se ríe ligeramente, haciendo una mueca mientras trata de ajustarse dentro de la silla, ambas manos agarrando su muslo por debajo de la mesa. En el segundo en que me doy cuenta de que ya no puedo ver sus manos, salto sobre la mesa delante de él, extendiendo mi pierna y plantando la suela de mi bota en su pecho, pateándolo lejos. 

La silla patina hacia atrás sólo unos centímetros, y se tambalea precariamente sobre sus dos patas traseras antes de quedar horizontalmente sobre el piso.

Con mi arma todavía apuntando a su cabeza, estiro mi mano libre y palpo 
alrededor por el arma que instintivamente sabía que estaba fijada en la parte inferior de la mesa. Todavía agachada sobre la superficie de la mesa, deslizo el arma de Park a lo largo de la mesa donde Alessia la detiene con la mano.

Park simplemente me mira desde la silla todavía sonriendo, negando con la cabeza. La sangre empapa la pierna de su pantalón y gotea en un pequeño charco debajo de él sobre el caro mármol.

—Responde mi maldita pregunta —exijo, bajando la mirada hacia él desde mi posición en cuclillas sobre la mesa, con mi dedo en el gatillo.

—Mi dinero es más importante para mí que cualquiera —dice sin dudar, sin arrepentimiento—. Incluso que mi esposa.

Aprieto los dientes.

—¿JungKook?

Espero su respuesta.




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JungKook

Apartando la vista de la pantalla de la computadora instalada en el cuartel de los rusos, miro a Elena de pie en la habitación con una molesta boca contraída abrazando a Suk, su hija. Su cabello castaño claro se encuentra fijado en rizos por encima de sus hombros. Lleva un vestido largo color crema con un pañuelo color cobre alrededor de su cuello. En sus furiosos ojos esmeraldas hay una mirada de venganza. Y en los de su hija, dolor. He visto esa mirada antes, en mujeres cuyos maridos las han reemplazado por una más joven y más vibrante compañía. Y en su caso, la avaricia.

—Lo tengo—. Dice Hoseok desde otro ordenador.

Miro a los rusos satisfechos con mi trato con ellos. El código a cambio de la niña. Todos estamos aquí observando las cámaras.

—¿Elena?

Ella traga, de pie con los brazos envueltos en su hija mientras mira sólo a la pantalla con la imagen en directo de su marido siendo alimentada a través de la cámara oculta en el rostro enmascarado de Maggi.

—Mata al bastardo —lo sentencia con ácido en su voz.

Asiento y me giro nuevamente hacia la pantalla.


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Maggi

 —Elimínalo—. Escucho a JungKook decir.

Sonrío y me empujo para ponerme de pie antes de bajar de un salto de la mesa. 

Los ojos de Park siguen todos mis movimientos.

El reloj está corriendo, me recuerdo.

—¿Seguro que no quieres reconsiderar tu respuesta? —pregunto, aunque sé que no lo hará.

—Puedes irte a la mierda —escupe las palabras—. Y dile a Daimon que quien sea su cliente, pueden hacer lo mismo.

Mi sonrisa se vuelve más amplia y deseo que él pudiera verla.

Presionando el cañón de mi silenciador en su frente, digo con satisfacción:

—Tu esposa es nuestro cliente —y soy testigo de cómo su sonrisa cae antes de apretar el gatillo y salpicar sus sesos contra la pared.

Andiamo—dice Alessia detrás de mí con urgencia.

Irrumpimos al pasillo y nos dirigimos por la escalera cercana al ascensor.

—Dos minutos —digo mientras ella balancea la puerta abierta—. No creo que vayamos a lograrlo.

—Lo haremos.

Espero que tenga razón porque si no lo hacemos, si no logramos atravesar la 
puerta de la azotea antes de que la alarma automática se active, saldremos y los hombres de Park estarán estacionados en la planta baja probablemente esperando por nosotras afuera para el momento en que bajemos por un costado del edificio.

—Tal vez deberíamos haber tomado el ascensor —digo entre respiraciones 
forzadas a medida que hacemos nuestro camino rápidamente hacia arriba por los escalones de concreto.

—No, los ascensori son demasiado lentos —dice Alessia; el sonido de nuestras botas golpeando el concreto hace eco por la escalera detrás de nosotras, mucho más fuerte esta vez—. Conté quanto tempo le tomó al ascensori llegar al noveno piso cuando el guardia de la sala de vigilancia llegó arriba, así como il tempo que nos tomó en las escaleras bajar, somos más veloci.

Ella nunca deja de sorprenderme. Y me hace sentir como una aficionada.

Sólo unos pasos más. Sin saber cuántos segundos tenemos de sobra, cuando llegamos al techo, empujo ambas manos sobre el pomo de la puerta y aprieto los dientes, empujándola para abrirse con todas mis fuerzas, haciendo una mueca mientras me preparo para el sonido de la alarma.

No se dispara. 

Lo hicimos.

Alessia cierra la puerta rápidamente y al instante se bloquea desde adentro. Una pequeña luz roja aparece en el panel de la puerta, una luz que no había estado allí antes cuando estaba cerrada, lo que sólo puedo significar que la alarma acaba de ponerse.

A pesar de que sin duda hemos ganado algo de tiempo al no activar la alarma, no nos detenemos ni por un segundo para descansar, hay un rastro de cadáveres que quedan en el edificio y es sólo cuestión de tiempo antes de que alguien tropiece con uno y de aviso. Me gustaría descansar, más que nada, porque esta estúpida máscara pegándose a mi cabeza como un grueso par de medias está haciendo que mi cabeza pique como loca, pero tendré que soportar la picazón por un poco más de tiempo.

Alessia y yo recuperamos nuestras mochilas negras escondidas en un rincón oscuro en el techo.

—Nunca he hecho esto antes —digo a medida que balanceo la mía en mi espalda y la fijo en su lugar mediante las correas cruzando mi pecho.

Hai detto que no le tenías miedo a las alturas. —La mochila de Alessia está asegurada a su espalda antes que incluso la mía lo estuviera.

Agarra el artefacto de metal del cable desde donde voy a descender y lo sujeta a mi arnés, fijándolo firmemente en su lugar.

—No le tengo miedo a las alturas —le digo y trago nerviosamente—. Es sólo que es un maldito largo camino hacia abajo.

Ella me sonríe y tironea una última vez de mi arnés para asegurarse de que es seguro.

—Entonces no te caigas—dice con una sonrisa.

Sonrío y la sigo al borde de la azotea.

Y sin tiempo para tener ningún tipo de dudas, agarro mi apretado cable en mis manos enguantadas, doy un paso por encima de la pared del tejado y empiezo a impulsarme hacia abajo.

Por el quinto piso, bajando por un costado del edificio, esa pequeña pizca de miedo que tenía se ha drenado completamente de mi cuerpo.

Seguimos hacia la fachada del edificio, manteniéndonos fuera de la vista de 
cualquier ventana mientras escalamos cuidadosamente el resto del camino hacia abajo, llegando a una parada segura en el suelo de la parte trasera del edificio donde no hay tráfico ni gente; sólo una fila de contendedores malolientes de basura y un callejón oscuro que nos llevará de regreso a nuestro carro estacionado a un costado de la carretera.

Después de liberarme del cable, lo primero que hago es quitarme esa maldita máscara y meterla en la parte delantera de mi body, entre mis pechos. Al instante siento alivio a medida que el aire inunda mi picante y sudorosa piel.

Alessia se deja la suya puesta.

Llegamos al carro en menos de tres minutos y estamos en nuestro camino de regreso sin ninguna complicación.

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