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⟨2⟩


Dahlia y Miller se fueron y no volvieron a la habitación hasta un par de horas más tarde, justo después de la puesta del sol. Me aseguré de ducharme y cambiarme a un par de pantalones cortos y una camiseta y dejar las luces apagadas en la habitación para que pareciera que había estado durmiendo.

Pero que los dos se fueran era exactamente lo que necesitaba. Me había pasado todas las dos horas intentando inventar una excusa para decirles por qué me iba a ir, a dónde iba a ir y por qué ellos no podían venir.

Ellos lo habían resuelto por mí.

Un poco paranoica porque me atrapen, rebusco dentro de mi bolso, tocando casi todo menos la llave de la habitación. Finalmente, me las arreglo para tomarla con mis dedos y me apresuro dentro, deslizando la cadena en su sitio después.

Abriendo mi maleta al final de la cama, saco mi peluca corta negro ébano, cuidadosamente pasando mis
dedos por ella para alisar unos pocos mechones revoltosos, y luego la coloco encima de la cercana pantalla de la lámpara para que mantenga su forma.

Me visto con un corto vestido de Dolce & Gabbana, me pongo maquillaje, oscuro,pesado y perfecto después de pasar un buen tiempo en casa practicando la técnica, y luego me pongo mis tacones de tiras.

Tacones.

Algo más en lo que he gastado mucho tiempo intentando perfeccionar. Mi alter ego, Beth Izével, sabría cómo caminar con ellos y verse bien haciéndolo, muy natural, tenía que ponerme al día con eso.

Luego me mojo el cabello y lo separo en dos partes detrás de mí, retuerzo cada parte y luego las cruzo una por encima de la otra en la parte posterior de mi cabeza. Bastantes horquillas después, mi largo cabello rubio está fijado fuertemente contra mi cuero cabelludo. Deslizo el casquillo de la peluca sobre el cabello y luego la peluca, ajustándolo durante mucho tiempo hasta que me deshago de cualquier imperfección.

«—¿Tienes algo para defenderte?—Preguntó mientras sacaba su arma cargándola frente a mi.

—Gas pi… gas… pimi

— Gas pimienta, bien. La próxima vez un pequeño cuchillo escondido en tus converses, es una mejor opción.»

Miro por unos segundos el cuchillo que descansa sobre la mesada del lavabo.

Finalmente lo tomo y lo ajusto en una envoltura alrededor de mí misma, suelto la tela de mi vestido otra vez ocultandolo.

Dios Jimin, espero que tengas razón.

Me pongo delante del alto espejo, mirando desde todo ángulo posible.

Me siento rara como morocha.

Satisfecha, tomo mi pequeño bolso negro y lo meto bajo mi brazo, la
pequeña pistola escondida dentro haciendo que de alguna forma abulte en el centro. Alcanzo la manilla de la puerta dejando que mi mano vuelva a caer a mi costado.

—¿Qué demonios estoy haciendo?

Lo que se necesita hacer.

¿Por qué demonios lo estoy haciendo?

Porque es lo que debo hacer.  Por mi y por todas las que pasaron por las manos de ese hijo de puta.

                        

―Te daré un precio justo ―le asegura Choi a Jung.

Momentos más tarde, el elevador escala el metal otra vez, casi sin sonido; la parte superior aparece a la vista y entonces los rostros de un hombre canoso, con un oyuelo en el centro de su barbilla y una chica con el cabello largo caoba,aparecen.

Las puertas de vidrio se deslizan abriéndose y el hombre, sujetando el codo de la chica, camina llevándola hacia adelante y hacía Gerald Choi.

Choi se levanta del sofá, endereza su chaqueta, una malvada sonrisa curvando su boca.

―Ven aquí, preciosa ―dice Choi,moviendo su dedo hacia ella.

La chica no vacila, pero camina con rápidas respiraciones y hombros tensos, ascendiendo los escalones de mármol con piernas tan temblorosas que me sorprende que pueda sostenerse siquiera sobre ellas.

«No Jana … no arruines el personaje. Por favor, maldición, no arruines el personaje. »

La chica llamada Sian; suave, inocente, asustada, se apoya en sus rodillas frente a Choi e inclina su cabeza hacia abajo, todo el camino hasta el piso, sus palmas planas contra el mármol. Mi estómago da vueltas cuando otra chica parada junto al mostrador coloca unas pequeñas tijeras de jardín en la palma de Choi.

«No… no jodas el personaje. Aguanta Jana... por favor. »

Jung mira desde la parte inferior del estrado, sus manos también juntas en su espalda, sus hombros tensos, elevándose ligeramente; veo su mandíbula flexionarse  como si estuviera moliendo sus dientes. Cada una de las otras parejas en la habitación se para perfectamente quieta; nadie respira, nada parpadea, pero todos, incluyéndome, desearían estar en otro lugar.

―Siéntate y dame tu mano, Sian. ―Choi extiende su mano y espera.

«No. No puedo quedarme quieta sin decir nada. He aguantado todo tipo de maltrato de alguna forma siento que soportaré más que ella.»

—Yo tomaré su lugar —Digo con calma mi voz saliendo algo temblorosa.  Jung presiona sus largos dedos alrededor de mi codo y me jala con fuerza a su lado.

El rostro de Choi no se mueve, ni siquiera pareciera haberme escuchado. Veo la mano de Jung levantarse en dirección a mi rostro pero su mano se detiene en medio del aire cuando oye la voz de Choi.

―Yo la castigaré ―dice, y por el más breve de los momentos, incluso Jung parece incómodo.

Sian se levanta y se mueve más cerca, ofrece su mano al cerdo en el trono blanco.

El grito espeluznante de Sian pone mis dientes al borde y cada parte de mi cuerpo se tensa cuando la hoja de las tijeras de jardín se desliza a través de carne, tendón y hueso. Puedo oír el metal sobre el hueso en mi cabeza, crujiendo, raspando, cortando a través de mi.

Miro hacia abajo ―no creo siquiera ser capaz de mirar ― las grandes manos de Jung levanta mi mentón y lo sujeta con firmeza obligandome que viera la espeluznante escena.

Oscuro líquido rojo rocía el elegante traje de tres piezas de Choi, manando del dedo separado mientras trabaja las tijeras en su mano, cortando y cortando hasta que el dedo meñique está completamente separado.

Mis dedos están hundiéndose en la muñeca de Jung, deseando que mis uñas se entierren en su piel para que me suelte.

La chica cae sobre sus rodillas en el piso del escenario, sangre manchando sus ropas, el brillo escarlata contra el blanco puro de su vestido. Los gritos de la chica son llevados por la habitación, y por un largo tiempo, es lo único que puedo oír; sollozos ominosamente amplificados por el violento palpitar de mi sangre en mi cabeza.

Choi limpia sus manos y luego mira a Jung quien todavía sostiene mi barbilla mientras estoy a punto de caer.

—Quiero que te la folles sin piedad—Me señala con desprecio mientras toma asiento en su sofá—.  Si logras hacerla llorar, te pagaré el doble Jung.

No puedo quitármelo de la cabeza. Las cosas que este hombre ha admitido, los gritos de Sian. La gente a la que mató por un enfermo fetiche sexual.

Cierro los ojos, veo el rostro de Choi, y esa escalofriante sonrisa que tenía
cuando yo estaba agachada sobre la mesa, expuesta delante de él.
Veo el rostro de Jung, demacrado y enfermizo, con los ojos inyectados de sangre mientras me tomaba con brusquedad delante de él.

Mi pecho se llena de aire y mantengo ahí durante varios segundos largos antes de dejar escapar una pesada exhalación.

No puedo dejarlo ser.

La necesidad de matarlo es como una picazón en el centro de mi espalda. No puedo alcanzarla naturalmente, pero doblaré y retorceré mis brazos hasta el punto de que duelan para rascarlo.

No puedo dejarlo ser…

Y tal vez… solo tal vez consiga la atención de cierto asesino a quien no puedo obligarme a olvidar, mientras estoy en ello.

El momento en que salgo por la puerta dejo a Jana y Maggi atras.

Y me convierto en Beth Izével por esta noche.








            

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