⟨17⟩
Maggi
Una impresionante vista me consternó cuando todavía con mis ojos abiertos y sin haber podido dormir durante toda la noche, me acerqué a la terraza,sentándome sobre una de las sillas que había. El sol destelló en mis claros ojos,pero no me importó.
Últimamente ya nada lo hacía, excepto dos cosas; la venganza y el dolor que irremediablemente sentía en mi pecho. Observé la pequeña piscina situada a mi izquierda, la mitad estaba cubierta como si de una cueva se tratase y, cuando llegabas hasta el final, se descubría por el cielo brillante de aquella ciudad encantada en la que estaba, dando paso a unas respetuosas vistas, pero adorables a su misma vez. Mi teléfono vibró en el bolsillo pequeño de mi bolso, lo saqué y vi que era JungKook.
—¿Sí? —pregunté, a sabiendas de que era él.
—Tenemos trabajo para conseguir un código. ¿Estás dentro?
—Si— Afirmé sin titubear—¿De qué trata?
—Un trato con los rusos. Lo explicaré cuando regrese, mientras tanto continúa entrenando.
—Lo haré.
—¿Estás bien?
Preguntó cuando mi tono de voz se quebró al final y, aunque pude remediarlo a tiempo, lo había notado.
—Sí.
Mentí.
No lo estaba. No lo estaba porque sentía mi pecho rajarse de una manera feroz e irremediable.
—Maggi… — Se detiene— Nada. Olvídalo.
—¿Qué pasa? Dime —le insto con voz relajada, aunque para nada en este momento estoy relajada.
—Recuerda todo lo que te he dicho, sobre la confianza.
— ¿Por qué me dices esto ahora?
—Solo recuerda todo lo que alguna vez te he dicho. Confía en tus instintos.
Líneas de confusión se profundizaron en mi voz.—¿Por qué mis instintos me están diciendo ahora mismo que me estás ocultando algo importante?
—Por que tienen razón. Y espero que nunca te fallen.
Colgó la llamada antes de que pudiera responder.
Escuché unos pasos y no me hizo falta girarme para saber de quién se trataba.
La puerta de la terraza se abrió.
—¿Has desayunado?
Negué sin mirarlo. El silencio se creó y noté sus ojos clavarse en mí. Dió dos
pasos más y se posicionó a mi lado, momento en el que yo seguí contemplando el mar sin llegar a verlo. Notaba mis ojos escocerme y me maldije por ello.
—¿Quieres que te prepare algo?
Volví a negar con los labios sellados, sin atreverme a desviar la vista de mi
punto fijo.
—¿No vas a hablarme?
—Sé lo que está haciendo JungKook—le advierto, cruzando mis brazos y manipulando el interior de mi mejilla con mis dientes.
Me vuelvo al interior de la casa y me siento en el sofá, levantando mis piernas desnudas hacia arriba y sobre el sofá que esconde la pistola. Doblo las rodillas y me pongo cómoda, asegurándome que mis pantalones cortos de algodón no se hayan subido demasiado y estén revelando más de piernas de lo necesario.
—No pierdas tu tiempo siquiera —añado.
Nam me sigue, inclina su cabeza con curiosidad hacia un lado y camina el resto del camino hacia el sofá y sobre la silla de cuero a juego cerca.
—¿Perder mi tiempo haciendo qué? —parece de verdad que no tiene ni idea de lo que estoy hablando.
Se sienta, apoyando su tobillo derecho en lo alto de su rodilla izquierda, sus largos brazos extendiéndose en los reposabrazos de la silla donde la punta de sus dedos tocan los pequeños botones dorados incrustados fuertemente en el cuero.
—Que me rinda—digo—, con todo esto. Quieren que abandone mi loca idea de venganza.
Namjoon sonríe ligeramente, meneando su cabeza sonriente. Un gran suspiro sale de sus pulmones mientras se relajan sus hombros.
—No estoy aquí por eso,preciosa —su sonrisa se acentúa con sus brillantes ojos marrones y sus hoyuelos se hacen presentes—. JungKook simplemente me pidió que te vigilara.
Cruza sus manos sobre su estómago,
entrelazando sus dedos largos y bien cuidados. El silencio nos envuelve por varios minutos hasta que vuelvo a hablar.
—Perdona si esto parece franco…
—Me gusta lo franco —me interrumpe y lanza otra sonrisa—. La franqueza elimina toda mierda.
Asiento con la cabeza.
—Bueno, ¿te chifla torturar a la gente? —pregunto, exactamente lo que pienso—. O matar a la gente, ya que estamos.
Nam se ajusta su reloj de playa alrededor de su muñeca derecha. Coloca de nuevo sus manos en los reposabrazos de la silla.
—Viniendo de alguien que no puede esperar para degollar la garganta de un hombre—dice, con su sonrisa intacta—, es una acusación fuerte. Al borde de ser hipócrita.
—Pensaba que te gustaba la franqueza —digo, refiriéndome a que evita mi pregunta.
Lo atrapa con rapidez.
—Si te refieres con “chiflar” en un sentido sexual, entonces no, no me chifla. Pero sí, en un sentido retributivo, me chifla mucho—ríe suavemente y añade—. Por supuesto, no soy ningún santo. Y cuando llegue el momento en el que esté yo en esa silla, entonces podré vivir con eso. Pero nadie me hará quebrar jamás… otra vez no.
Solo puedo preguntarme qué significó esa última parte. Y tengo la sensación de que ha sido un comentario no destinado para mí.
Destellos de las agujas y las imágenes crueles de ellos empujándolas bajo las uñas de Aleskie abrasan mi mente momentáneamente. Me estremezco y mi piel se eriza. La parte de atrás de mi cuello se humedece y mis manos parecen pegajosas.
—Pero las… cosas que hace JungKook—intento quitarme la imagen de mi cabeza. Otro escalofrío recorre mi espalda—. ¿Por qué agujas?
Una leve sonrisa aparece en la comisura de su boca, que reconozco de inmediato como un intento de suavizar mi imagen de Jungkook y no para regodearse sobre mi disconformidad por ello.
—El método es bastante efectivo.
—Sí, pero… —busco las palabras—, ¿cómo puede soportarlo?
La sonrisa de Nam se desvanece, reemplazado con una expresión muda mientras mira más allá de mí.
—De verdad que no lo sé —responde, y tengo la sensación de que la respuesta le preocupa de alguna manera.
Su sonrisa regresa y descruza sus manos de su estómago, poniéndose de pie.
—Bien, pues yo tengo hambre.
—¿Cuánto tiempo crees que JungKook estará fuera? —. Pregunto cambiando de tema.
Nam menea su cabeza.
—Hasta que el trabajo se termine. Mientras tanto aquí estoy para cuidarte.
_____________________________
Me voy a primera hora de la mañana, tomando el auto que JungKook dejó en el garaje en caso de ser necesario para alguna emergencia. Conducir hasta el
estudio de Jimin no es exactamente una emergencia, pero no obstante, es importante para mí. Y no puedo seguir quedándome en casa sin hacer nada más tiempo cuando podría estar entrenando.
He estado entrenando con Jimin por treinta minutos. Odio lo fácil que se acerca a mí, pero supongo que al mismo tiempo me arrepentiría de pensar en esa manera si decidiera golpearme con su puño como tronco de árbol.
—Muévete con los hombros —dice Jimin, moviéndose en círculo conmigo, ambos nos encontramos ligeramente inclinados sobre nuestras cinturas, con los brazos extendidos frente a nosotros defensivamente—. Puño. Uno. Dos. Izquierda. Derecha. —Lo demuestra a la vez que habla, proyectando cada uno de sus puños en el aire frente a él.
Hago exactamente como me enseña, una y otra vez, para perfeccionar mi técnica. Y entonces lo golpeo con fuerza, pero me bloquea y se defiende con facilidad de todos mis intentos.
Se acerca e instintivamente me agacho y me muevo alrededor de él, largos mechones de cabello que han caído de mi coleta quedan atrapados entre mis labios y metidos en el puente de mi nariz. El sudor se vierte desde la línea de mi cabello y baja por el centro de mi espalda, haciendo que la delgada tela de mi camiseta negra se pegue groseramente a mi piel.
Jimin vuelve a acercarse y uso algo que he aprendido de él, golpeándolo en el centro de la garganta, un punto vulnerable que instantáneamente lo deja fuera de equilibrio. Lo alcanzo rápidamente antes que tenga oportunidad de compensarse y lo agarro en torno a la parte trasera de su cabeza, empujándolo hacia adelante donde dirijo mi rodilla a su rostro, una, dos, tres veces en rápida sucesión.
Se tropieza hacia atrás, presionando su mano contra la nariz. Si Jimin no quería refrenarse de verdaderamente hacerme daño, nunca se habría detenido. Me habría empujado a través del dolor y el aturdimiento y seguiría viniendo tras de mí hasta que estuviera muerta.
—La madre que te parió...—dice, inyectándole risas a su profunda voz amortiguada detrás de su mano—. Creo que me rompiste la nariz.
Niego con la cabeza hacia él, decepcionada de que se detuviera, aunque he aprendido a aceptar que siempre lo hará, hace semanas.
—Nah, creo que ya estaba torcida —digo en broma.
Se vuelve a reír, y quita la mano de su cara para señalarme en señal de advertencia, su ojo derecho más entrecerrado que su izquierdo.
Camino hasta el borde de la alfombra negra donde mi toalla está tirada en el suelo, y la uso para limpiarme el sudor de la cara. Sacudiendo rápidamente el cuello de mi camiseta, intento darme viento, contenta de que los pantalones ajustados de spandex negros que estoy usando fueran hechos para reducir la sudoración.
Llego a casa y me sorprende no encontrar a Nam aquí. En estos dos días lo tuve pegado a mi como una garrapata. Me extrañó que no me dijera que se iría cuando le mencioné que estaría entrenando con Jimin.
Presiono el botón de encendido en el control remoto y el televisor de pantalla plana en el salón vuelve a la vida con un zumbido. Lo dejo en uno de los canales de noticias nacionales como ruido de fondo y luego tomo una ducha rápida, después, deslizo un par de pantalones negros de algodón y una camiseta negra ajustada. Agarro mi cabello en una cola de caballo y la deslizo entre mis dedos en dos mitades, estirándolas con fuerza contra mi cuero cabelludo.
Me dejo caer en la cama que compartíamos con JungKook y deslizo mi mano sobre ella. Su lado de la cama está vacío y frío. Estrujo la almohada contra mi pecho y la sostengo cerca de mi a la misma vez que notaba una lágrima resbalar por mi mejilla.
La quité de un manotazo sintiendo una rabia desbordante por ser tan débil en ese aspecto, en el mismo instante en el que me pregunté cuándo me había permitido demostrar mis emociones.
Me pongo de pie, decidida a entretenerme con algo. Mientras estoy ordenando los trajes de Jungkook del armario, uno por uno, y asegurándolos en grandes bolsas de ropa con cremallera, siento algo bajo mi mano cuando estoy aplanando una manga cuidadosamente contra el pecho de la chaqueta.
Aparto la manga, poniéndola contra la cama y luego abro la chaqueta. Deslizo mi mano dentro del bolsillo interior y agarro un pequeño sobre con mis dedos. Parece un tanto grueso, aproximadamente de media pulgada.
Antes de sacarlo totalmente del bolsillo, empiezo a ponerlo de vuelta por un momento, mi conciencia diciéndome que no es asunto mío.
Pero miro de todos modos.
El sobre es viejo y está desgastado, con los bordes algo raídos y una decoloración marrón-amarillenta. Es un pequeño sobre, más cuadrado que rectangular, y probablemente tuvo una tarjeta de cumpleaños o una invitación en algún momento.
Hay fotografías dentro. Saco la solapa del interior del sobre y lo abro del todo, tomando el pequeño montón en la mano.
La fotografía en la parte superior es de un hombre, con cabello claro y una fuerte mandíbula. Lleva una camisa
blanca con una corbata granate. Está sentado en una silla de cuero, rodeado de paredes cubiertas de un papel tapiz hortera. Un muchacho joven de pelo castaño oscuro y una niña aún más joven con el pelo cabello claro de pie a cada lado de él, sonriendo ampliamente a la cámara.
La siguiente fotografía es del mismo niño y de la niña, posando con una hermosa mujer con el pelo largo y negro cayendo suavemente, al aire libre en lo que parece ser un parque.
Todas las fotos agrietadas, se extienden a lo largo de los bordes que habían sido doblados con los años. Les doy la vuelta a cada una y leo la parte de atrás.
"Luchar hasta el último aliento"
La frase está garabateada en las esquinas izquierdas y casi ilegibles ya que la tinta ha comenzado a desvanecerse. En las próximas fotos el chico es mayor, tal vez siete u ocho años, y está de pie con el brazo colocado sobre el hombro de la niña.
Mi corazón se hunde cuando me doy cuenta de que todas estas fotos son de
JungKook y una niña y quien creo que es la madre de Jungkook. La chica debe ser una hermana. Pero el hombre no puede ser su padre.
Los rasgos entre el hombre y la niña son muy similares.
Me rompe el corazón saber que lleva éstas con él a todas partes de esta forma. Es una prueba más de que JungKook no está carente de emociones, que en el fondo es un hombre que ha estado escondido del mundo, que se ha visto obligado a llevar a todas partes los únicos recuerdos de su infancia en un bolsillo.
Es la prueba de que él es humano, un humano perdido y dañado emocionalmente al que quiero recobrar tan desesperadamente.
Giro la cabeza bruscamente cuando oigo pasos dentro de la casa.
Dejo caer las fotos en la cama y agarro la Glock 9mm de la mesita de noche, soltando el cargador en mi mano para comprobar que está lleno. Vuelvo a ponerlo dentro de la pistola y corro en silencio al otro lado de la habitación con los pies descalzos, presionando mi espalda contra la pared, y camino junto a ella hacia la puerta.
Mantengo la pistola fija a la altura de la cabeza, agarrada con las dos manos, y me detengo en la puerta a escuchar. Nada. Al menos no escucho nada salvo la maldita televisión que ojalá no hubiera encendido nunca.
Empiezo a pensar que podría ser Namjoon simplemente, pero no voy a correr ningún riesgo.
Todavía con mi espalda contra la pared, me muevo alrededor del marco de la puerta y entro en el pasillo cuando veo que está despejado. Una sombra se mueve contra el suelo de baldosas de terracota en el otro extremo de la sala y me congelo en mi camino.
Siento que mi corazón retumba en las puntas de mis dedos, anhelando poner toda mi fuerza en el gatillo. Me quedo quieta, la parte de atrás de mi cuello estalla en sudor, y observo el suelo durante un largo rato sin permitirme parpadear por miedo a perderme algún movimiento más.
Cuando escucho los pasos de nuevo, más lejos esta vez, me muevo sigilosamente a lo largo del pasillo de puntillas.
Al acercarme al final, detengo mis pasos antes de llegar a la esquina y llevo una respiración profunda a mis pulmones. Dejo escapar el aire lentamente, en silencio, y luego escucho de nuevo. Las voces de gente en las noticias que continúan sin cesar me destroza los nervios, ya que sólo ayuda a ahogar cualquier voz o pasos que podría ser capaz de escuchar y desde qué dirección podrían venir.
Finalmente, sí oigo voces, susurrando.
—Comprueba las habitaciones. —Oigo decir a un hombre—. Probablemente está escondida debajo de una cama o dentro de un armario.
No, imbécil, estoy esperando a que vengas caminando por el pasillo y así puedo poner una bala en tu jodida cabeza.
Un hombre con un traje negro rodea la esquina con una pistola en la mano y pego un tiro en el segundo en que aparece al final del pasillo. Suena el disparo, ruidoso en mis oídos, y el hombre cae contra el suelo, la sangre saliendo de la herida de bala en el costado de su cuello.
Jadea y se atraganta, tratando de cubrir la herida con ambas manos ahora cubiertas de sangre.
Camino alrededor de su cuerpo, ignorando los inquietantes sonidos de gorgoteo que hace y doy la vuelta a la esquina disparando tres tiros más. Me las arreglo para darle a un hombre más antes de que un dolor ardiente queme a través de la parte posterior de mi cabeza. Mientras estoy cayendo, veo al segundo hombre al que disparé caer conmigo por delante. Y veo a Stephens, de pie al lado de su cadáver en toda su altura, con un esplendor amenazante.
Mi arma ya no está en mis manos y estoy tan desorientada por lo que sea que acaba de hacer contacto con la parte de atrás de mi cabeza que me toma un momento darme cuenta de que estoy tirada en el suelo frío con mi mejilla apretada contra una grieta en la baldosa. Me estiro hacia atrás para palpar mi cabeza y no hay sangre en mis dedos cuando me toco el pelo.
Stephens se agacha junto a mí, con una sonrisa amenazadora grabando arrugas profundas alrededor de su boca endurecida. Su pelo canoso parece más oscuro, su altura más alta, la hendidura de un hoyuelo en el centro de su barbilla, más profunda.
Me mira detenidamente, apoyando los codos en la parte superior de sus muslos, sus grandes manos colgando libremente entre ellos, la muñeca derecha lleva un grueso reloj de oro.
Huele considerablemente a colonia y cigarros.
—Eres una chica difícil de encontrar —dice Stephens.
—Se me dan muy bien jugar a las escondidas —le digo con tanta naturalidad como si le estuviera diciendo el buen tiempo que hace.
Stephens sonríe, una gran sonrisa de labios apretados y es lo último que veo antes de que todo se vuelva negro.
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