
Capítulo 01
|Vertedero|
El viento ondeaba sobre unos particulares cabellos rubios cenizas, que junto al potente sol que atravesaba los cielos de manera natural y a la vez incansable, hacía parecer que cada hebra era del oro más puro.
Sus carmines se veían intensos aún con la enorme capa café oscura que traía sobre su espalda, cubriendo la totalidad de su cuerpo y gran parte de su rostro, dejándose notar solo sus ojos y parte de su nariz.
La gorra de su capa hace unos minutos atrás se había caído debido al viento, lo que generó un chasquido de lengua y que su ceño se frunciera un poco.
Con molestia alcanzó con sus manos aquella gorra para dejarla sobre su cabeza nuevamente, generando pequeños sonidos tintineantes debido al movimiento de su enorme mochila que traía a sus espaldas.
Aquella mochila gigante y vieja, se veía bastante usada y ya malgastada.
De las correas de ésta caían artículos metálicos que estaban amarrados a través de una cuerda, generando sonidos incesantes junto a los choques.
Y sus botas se hundían sin cesar frente a la enorme arena mostaza, provocando una caminata agotadora por cada paso que daba.
Las gotas de sudor caían sin descanso alguno, provocando deshidratación y cansancio en el rubio ceniza.
—Maldición... —gruñó al instante, pasando su mano por la sien, limpiando su rostro empapado en sudor.
Continuó su caminata sintiendo a la enorme estrella solar consumirlo cada vez más.
—Joder... —agregó observando al frente, notando un inmenso mar de arena infinito.
Entonces sus ojos escarlatas se abrieron al instante en que sus oídos captaron un sonido emerger de su cinturón de cuero.
Era una señal de radio que se veía interferida constantemente.
Y el sonido cada vez se hacía más fuerte.
Rodó los ojos con molestia. —Ya sé. —gruñó desactivandola al instante. —Ya me sé el jodido camino de memoria.
Estaba cerca de un vertedero de metales, por lo que la señal en esa zona se lograba captar aún si no había nada humano que hablase en aquel instante.
Solo eran ondas electromagnéticas que emergían y se transmitían a través de su radio.
Siempre solía preguntarse por qué demonios acababa en la misma situación.
Entonces recordaba que se había quedado sin sus jodidos recursos.
...
...
...
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— ¡MENUDA MIERDA! —exclamó el rubio ceniza apagando la televisión de un golpe con su puño. — ¿¡CUANTO JODIDO TIEMPO LLEVA ESA MIERDA DE PUBLICIDAD!? —continuó molesto, pendiente de una pieza metálica sobre sus manos. — ¿¡A QUIÉN DEMONIOS LE INTERESA ESE JODIDO ANDROIDE!? —refunfuñaba con su desatornillador sobre uno de sus tornillos.
Un pequeño robot se le acercó.
Era una pequeña bolita metálica con un par de ojos.
Entonces chocó contra su pie de manera constante.
Bakugou giró sus escarlatas para entonces verlo. —Lo sé, joder. —respondió. —Pero ya estoy harto de esa mierda. —agregó, acabando los ajustes de la pieza. — ¿Quién demonios querría un androide de sirviente? Yo puedo hacer todas las mierdas por mí mismo. —agregó. —Eso es para los estúpidos vagos.
El pequeño robot comenzó a girar en círculos a través de él.
Bakugou parpadeó y le miró con horror. —No me digas... —murmuró. — ¿Se acabó el material? —preguntó temeroso.
El robot detuvo sus vueltas en círculos y entonces comenzó girar en línea recta.
Katsuki se golpeó en la cara con la palma de su mano al instante.
—Ahhhhhhhhhh... —soltó un suspiro pesado desde lo más profundo de su ser. —Mierda, lo que me faltaba. —gruñó.
Dejó la pieza metálica a medio acabar y se levantó para observar el reloj.
19:12
Soltó un suspiro con sus manos en la cadera, observando sus pies descalzos.
—Más vale vaya ahora antes de que el maldito sol me azote en la cara todo el jodido camino... —murmuró mientras caminaba hacia su habitación en busca de su enorme mochila de exploración.
Luego, avanzó hacia la cocina y obtuvo un poco de agua en una botella para luego sacar sobres de agua artificial en polvo.
Y de comida, sacó galletas altas en carbohidratos como también en proteínas.
Con una que se comiera, tenía para todo el día. Pues estas habían sido creadas especialmente para las exploraciones.
Luego de un par de horas, Katsuki se veía saliendo del hogar con su enorme capa y su gigantezca mochila.
—Bien, me largo. —murmuró acomodando sus botas. —Cuida de la casa mientras no estoy, Toby. Si encuentro un desastre cuando regrese, te mataré.
Toby comenzó a rodar en círculos al instante, notando como Katsuki cerraba la puerta.
.
.
.
15:28
En el ahora, Katsuki continuaba en el desierto.
Caminando incesantemente, ya acostumbrado a ese largo recorrido.
Lo importante es que ya había llegado a su destino.
El jodido vertedero de metales.
En ese lugar, encontraba joyas fantásticas y lo más importante, eran gratis y sin tener que cruzarse con jodidas personas durante el camino.
Katsuki Bakugou odiaba con toda su alma la ciudad.
Odiaba la gente.
Prefería vivir aislado de ésta y arreglárselas a su manera.
Si debía ir a la ciudad, entonces significaba que realmente era una emergencia.
Pero por lo pronto, él vivía de manera tranquila así.
Observó la enorme montaña de metales frente a sus ojos.
Los metales brillaban frente al sol abrasante.
Katsuki sonrió al instante, posicionando sus manos sobre su cadera, rozando sin querer el botón de encendido de la radio.
Entonces, el ruido de la interferencia de la radio se hizo enorme.
Bakugou parpadeó y al instante en que la iba a apagar, una pequeña voz se escuchó.
—A-yu-da...
Bakugou frunció el ceño al instante.
— ¿Qué demoni—
—Pertenezco al número 1-5-8-0-9-2-6-8.
La señal se intensificaba y aquella voz se escuchaba con notoria debilidad dentro de toda la interferencia.
Katsuki observó confundido su radio.
Entonces se inclinó de hombros al notar que esta había cesado, avanzando hacia el interior del vertedero no sin antes apagar la radio.
—No sé qué mierda quiso decir con eso. —murmuró, observando durante el camino todos los metales amontonados. —Bien, veamos que podemos encontrar esta vez... —continuó avanzando por toda la enorme área.
Notó en el suelo ropa rasgada.
Alzó una ceja.
—Primera vez que veo esta mierda aquí. —habló, tocando la pequeña tela verde agua con su bota derecha.
Se inclinó de hombros nuevamente, dejándola en el suelo y pisandola con su bota, restandole importancia.
Entonces notó una pieza brillante.
Sonrió enormemente feliz con sus escarlatas emocionadas.
— ¡Pero qué tenemos aquí! —exclamó contento. —Ahhh... ¿Qué haces tan solo por estos lugares? —preguntaba acariciando el trozo de metal. — ¿¡Quién ha tenido el maldito descaro de traerte aquí!? —continuó.
Negó con sus cabellos cenizas suavemente.
—No te preocupes, conmigo estarás bien. Te daré un buen uso, pequeño bastardo. —agregó contento, sacando de su bolso un pequeño cuadrado.
Bakugou había encontrado una buena cantidad de Titanio, que le era muy valioso.
Ya que una de sus tantas propiedades era la mejor resistencia sobre la oxidación y corrosión a comparación con el acero inoxidable que se encontraba con mayor facilidad.
Presionó el botón del cuadrado negro que había sacado de su mochila y entonces, una potente luz cubrió aquel metal, desapareciendo al instante.
Bakugou lanzó una carcajada contento.
— ¡Sí, joder! —exclamó dando un puñetazo al aire. — ¡Jamás pensé que venir hasta esta mierda sería tan bueno! —agregó.
Continuó con su búsqueda, obteniendo así otros tipos de metales y unos cuantos cachivaches más que guardó en su mochila.
Incluso encontró un peluche, pero este lo desechó al instante.
De un momento a otro, mientras cogía más piezas notó que el sudor que estaba teniendo en esos instantes era excesivo y preocupante.
El sol estaba haciendo de las suyas nuevamente.
Gruñó y chasqueo la lengua mientras abría su mochila y se sentaba en la arena con cansancio, pero a la vez contento por todos los materiales que estaba consiguiendo.
Extrajo su botella con un poco de agua y entonces abrió uno de los sobres de agua artificial, vaciandola sobre ésta.
Los pequeños mililitros de agua se convirteron rápidamente en dos litros de agua al instante.
Bebió con amplia necesidad, recuperándose de inmediato de la deshidratación.
Apoyó su cabeza rubia ceniza sobre una de las estructuras metálicas y soltó un suspiro sonriente.
—Ahh... Hoy sí fue un buen día. —habló satisfecho.
Entonces, su radio nuevamente se encendió.
Esta vez, por sí sola.
Katsuki alzó una ceja y levantó su capa.
— ¿Qué demonios? —Se preguntó, notando cómo la interferencia continuaba.
Trago saliva, levantándose de inmediato.
Y dio un paso dispuesto para irse, notando como la interferencia aumentaba.
El sonido se hacia cada vez más y más fuerte, y no entendía porqué.
—A-yu-da...
Bakugou parpadeó tres veces seguidas, y miró hacia todos lados de manera brusca.
—Pertenezco al número 1-5-8-0-9-2-6-8.
Sus carmínes comenzaron a tornarse algo asustadas.
Entonces pulsó otra vez el botón de apagado de la radio, encendiendose al instante otra vez.
— ¡AHHH, JODER! —exclamó, comenzando a caminar rascándose la nuca con frustración.
Entonces con escalofríos constantes en su espalda, comenzó a avanzar lentamente a través del vertedero.
—A-yu-da...
—Pertenezco al número 1-5-8-0-9-2-6-8.
Bakugou notó que mediante el sonido de la interferencia aumentaba, la voz que emergía del radio también se hacía cada vez más fuerte.
—Ya lo sé, joder. —gruñó, caminando lentamente.
Los escalofríos no cesaron y mediante su caminata, notó que trozos de tela se veían en aumento sobre la arena.
Trago saliva, esto no le daba buena espina.
—A-yu-da...
—Pertenezco al número 1-5-8-0-9-2-6-8.
—Que ya lo s—
Entonces la radio se apagó y Bakugou piso algo blando.
Era una mano.
Comenzó a sudar frío y observó al frente, notando como un enorme metal cubría un cuerpo en su totalidad, sobresaliendo apenas y la mano de éste.
Se rascó la sien y con su voz temerosa y malhumorada murmuró:
— ¿Por qué demonios me tienen que pasar estas mierdas a mí? —preguntó, al instante en que reunía aire en sus pulmones y con fuerza levantaba el metal, dándose a la luz el origen de aquellas continuas interferencias con su radio.
— ¿¡HAH!? —exclamó con sus carmínes abiertos y molestos. — ¿¡UN IZKUMIERDA!?
Ahí estaba tendido en el suelo un Izkumi, el androide del futuro.
Había sido desechado en el vertedero.
En su piel se notaban notables rasguñones y moretones.
Sus cabellos sucios y desordenados, junto a pequeños trozos de metales enredados entre sus rizos peliverdes provocaban leves destellos con el choque de la luz solar sobre él.
Y sus ojos esmeraldas se veían idos y disfuncionales.
Entonces, la radio se encendió por última vez.
—A-yu-da...
—Pertenezco al número 1-5-8-0-9-2-6-8.
Esta vez, se escuchó sin interferencia.
Tal y como si una persona estuviese hablando con la señal perfecta.
Y aquel Izkumi permanecía inmóvil frente a aquellos ojos escarlatas, que le observaban con sorpresa y a la vez molestia, mientras el sol chocaba frente a ambas siluetas.
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