una cara desconocida, conocida
capítulo dos
una cara desconocida, conocida (ah, pero que de verdad estoy adoptando)
La conversación con Hermes la había dejado fría, y no era únicamente por el hecho de que había estado media hora fuera con un simple top. Cuando Cara salió del callejón y volvió a la calle principal, la mayoría de los jovenes que estaban fuera ya habían decidido entrar, y ahora únicamente quedaban parejas sueltas que se encontraban decidiendo si ir dentro o volver a casa y divertiste.
Al pasar Cara al lado de una de las parejas, ambos comenzaron a besarse intensamente, cortando la pequeña conversación que estaban teniendo. La semidiosa los miró de reojo y sonrió, no había nada mejor que una pareja enamorada mostrando la pasión que sentían.
Jake se encontraba en la puerta del bar con su teléfono, seguramente enviándole mensajes. Pero como siempre que salían, Cara lo solía dejar en modo avión evitando atraer más monstruos de los necesarios. El moreno levantó la vista en cuanto ella se acercó.
—¿Dónde estabas? Te he llamado miles de veces.
Cara se sintió culpable al notar la preocupación que Jake desprendía, y le pasó la mano por el triceps en modo de disculpa, y para nada por aprovechar.
— Lo siento, me dolían los pies así que me he sentado un rato
— La próxima vez avisa— murmuró él, posando su mano en la cintura de Cara y apretando levemente—. Lina ya ha sobrepasado su límite y está haciendo una batalla de baile con un chico.
Riendo levemente, Cara se acercó al cuerpo de Jake, permitiendo que su calor la abrazase un poco. Más como medio de consuelo, que otra cosa.
Era injusto.
Había conseguido huir de la vida de semidios: dos meses perfectos. Cara amaba estar en la universidad, vivir en su pisito de estudiante, salir con sus amigos y, en general, vivir una vida normal. Había estado en un sueño desde agosto, y aquella noche la vida le había dado un golpe de realidad. Siempre tendría a monstruos persiguiéndola, siempre tendría que tener sus libros traducidos al griego, siempre se despertaría cada noche entre gritos por sus pesadillas, y siempre tendría a dioses pidiéndole favores, que se reducían a misiones.
— ¿Cara? Te has vuelto a quedar colgada— rió Jake, devolviéndola a la realidad.
Oh, y su TDHA tampoco se iría, claro.
Sintió las manos de su amigo apretar su cadera, moviéndola un poco para terminar de llamar su atención. No es que fueran algo serio, ni que hubieran hecho algo, pero desde un primer momento Cara había notado la atracción que Jake desprendía en cuanto la veía, y a Cara se le hacía muy difícil ignorar lo caliente que Jake se ponía en situaciones así.
Tuvo que concentrarse y separarse de él. Tenía un niño que adoptar, al fin y al cabo.
— Igual, me tengo que ir— el ceño de Jake se frunció, y su mano la acercó de un empujón de nuevo a su pecho. Cara soltó una carcajada negando—. De verdad.
—¿Qué tienes que hacer a estas horas?
— Me acabo de acordar que tengo que entregar un trabajo de última hora— se excusó, soltando lo primero que se le ocurrió
— ¿Trabajo? ¿De qué?
— El de sociología
— Me dijiste que lo tenías que entregar la semana que viene
Cara le giró la cara, notando la mirada inquisitiva de Jake.
— Tengo que volver a casa mañana— murmuró rápido, volviendo a retomar la mentira. Su vida era así, siempre acababa mintiéndole a sus amigos—. Mi padre me ha llamado, este fin de semana lo paso en casa
Al menos había algo de verdad ahí. Es decir, su padre no le había llamado, ni lo iba a hacer nunca. Pero sí tenía que ir su hogar, y seguramente aprovecharía para quedarse unos días en el Campamento Mestizo, solo para ver a sus dos mejores amigos, que por alguna razón que ella desconocía habían decidido seguir quedándose en el campamento y convertirse en mentores para los recién llegados.
—¿Así de repente?¿Es que ha pasado algo?
— Nada en especial. Solo que ya me echa de menos
Cara quiso reír: Eros nunca la había echado de menos. Aun así, Jake finalmente asintió convencido de su excusa y la soltó, como si le costara realmente hacerlo. La semidiosa le sonrió, antes de entrar en el bar, con la intención de coger su bolso e irse inmediatamente de ahí. Eran casi las dos de la madrugada, aun ni si quiera sabía si el orfanato al que debía ir iba a estar abierto, pero si Hermes la había molestado a esas horas, de alguna manera (mágica o normal) lo estaría.
Costó casi 20 minutos a que lograse despedirse de una muy borracha Lina, que al parecer se había olvidado del flechazo por la chica rubia y ahora tenía a un joven asiático colgado a sus hombros, muy pegado a ella. Soportó regaños por parte de su amiga y suplicas de que se quedara, pero en cuanto Cara le recordó que aquella noche iba a tener una gran compañía, Lina le besó la mejilla como despedida. Y cuando Cara volví a salir del bar, la morena ya se encontraba comiéndole la boca a su conquista de aquella noche.
Jake fue más fácil. No se había movido de la puerta en todo el rato que ella fue a por sus cosas, y en cuando la volvió a ver simplemente la sonrió, antes de asegurarse que cuando llegara a casa le mandara un mensaje para quedarse tranquilo.
Entonces, Cara comenzó a caminar. Activando los datos móviles de su teléfono, utilizó la aplicación de mapas para ubicarse en Chicago. Solo conocía el camino a los bares que frecuentaban, la universidad y el mercado, así que llegar a un orfanato necesitaría ayuda de la tecnología. Por suerte, no tardó más de quince minutos en llegar, claro que a paso rápido y firme, siempre alerta de la oscuridad y con la mano que tenía libre del teléfono tocando siempre su anillo.
Las puertas metálicas de su destino la aliviaron, Cara comenzaba a notar sus brazos enmudecidos por el frio y sus pies adoloridos por las botas de tacón. Recordó en enviarle un mensaje a Jake, tranquilizándolo de que ya había llegado a su apartamento. Guardó el movil en el bolso y se lo colocó bien, antes de tocar al timbre del Hogar del Niño, y esperó pacientemente rezando a que estuviera abierto a estas horas y que no tuviera que volver al día siguiente.
La puerta de metal se abrió, dejando paso a una pequeña cabeza femenina.
—Se ha equivocado, señorita. Esta no es su casa— la vieja señora la miró de arriba a abajo, y Cara casi se maldijo a ella misma.
Ese era el problema de las misiones inesperadas. Los dioses aparecían, a la hora que quisieran, dónde estuvieran, esperando a que su pedido se cumpla al momento. Hasta ahora, Cara no se había fijado de lo raro que iba a ser simplemente pedir adoptar a un niño a esas horas, con las pintas que llevaba.
Solo era una chica con ropa de fiesta, maquillaje seguramente arruinado, delante de un orfanato intentando engañar a una vieja. Hasta se sentía culpable.
Solo pudo utilizar la niebla, rezando a los dioses a que fuera igual de fuerte que antes y sus habilidades no se hubieran oxidado esos meses.
Chasqueando los dedos, sonrió a la señora.
— Perdón pog estas hogas— con un acento francés (falso), la semidiosa hizo uso de sus encantos—. El viaje ha sido laggo, hasta ahoga no he podido llegag.
La señora abrió la puerta, ahora con una gran sonrisa.
—¡Señora Delacour! Perdón por haberla confundido...¡pase, pase!— se alejó de la puerta, y con toda la elegancia que Cara podía tener, taconeó entrando—. La estábamos esperando
Caminaron por un camino de piedra desgastada, con unos pequeños jardines a cada lado de las piedras que asustarían a los hijos de Deméter por lo poco cuidados que estaban. El orfanato, en realidad, no era como Cara hubiera imaginado, o como las películas los plasmaban. No se trataba de un castillo tenebroso que parecía torturar a los infantes, o un edificio desgastado que se notaba de mala calidad, seguramente porque ahí dentro los huérfanos sufrían miles de abusos.
En realidad era un edificio casi parecido a un colegio católico, con una cruz en la entrada y una frase que, en otro momento, la hubiera hecho reír: «Nací para el cielo» le dio la bienvenida, con la señora caminando delante de ella hasta abrirle la puerta de cristal de lo que parecía una recepción.
En el camino, la señora no dejó de hablar. Ahora sabía que, en verdad, era una monja. La Hermana Louise no había dejado de sonreír, explicándole a Cara lo buen niño que era Oliver Castellan y lo misericordioso que era. Cara llegó a pensar que iba a ser difícil explicarle al niño que un dios era su padre, pero que no era ese Dios.
Ya en el calor de la recepción, otra mujer las esperaba detrás de un largo mueble. Con una sonrisa igual de grande que la de la hermana Louise, pero mucho más espeluznante. Aunque tal vez era por el cuadro de Jesús crucificado detrás de ella, que hacía todo más tenebroso para el ateísmo de Cara.
— El pequeño Oliver está durmiendo, pero ahora le despierto. Mientras, la hermana Esperanza completará todos los datos que aun faltan por comprobar y firmar— siguió hablando con velocidad la hermana Louise. Cara hasta llegó a creer que en realidad no eran las dos de la mañana, por lo animado que parecía el orfanato—. ¿Dices que te lo llevarás a París...? ¡Qué felicidad! Oliver se lo merece todo...
Y desapareció, mientras exclamaba lo feliz que estaba.
Entonces, sin la alegría de la mujer, la recepción quedó en un silenció casi brusco. La hermana Esperanza, no irradiaba esperanza, que se dijera. Era más joven que la hermana Louise, pero la miraba con una expresión seria. Aunque en realidad Cara no sentía del todo que era una expresión borde, sino más bien juzgadora.
— ¿Señora Delacour...?— Cara asintió, soltando un firme "oui"—. Ya veo...parece más joven de lo que tiene.
— ¡Que alagadog!— la semidiosa agitó la mano un par de veces, actuando modesta—. Mi madge dice que son los... ¿gènes?
Entrando en el papel y utilizando el poco francés que había aprendido gracias a estar enamorada de un actor de televisión francés, se tranquilizó al ver que la mirada de la hermana Esperanza se había suavizado.
Así que, como si supiera lo que hacía, dando todos los datos y tarjetas falsas que Hermes le había proporcionado, Cara estuvo un buen rato firmando todo el papeleo necesario para adoptar al niño.
— Bueno, ya está todo— Cara suspiró con alivio cuando la hermana Esperanza le entregó el ultimo papel para firmar y leer—. El niño debe estar en camino...
Y como si la hermana lo hubiera invocado, una pequeña sombra apareció del pasillo por el que, anteriormente, la hermana Louise se había ido.
El corazón de Cara Rowland se encogió al ver a Oliver Castellan, con ropa unicolor y una pequeña maleta de ruedas detrás de él.
Los ojos azul eléctrico que alguna vez la habían mirado con amor fraternal, ahora la miraban con curiosidad y confusión. Tenía el pelo más largo que su hermano, y aun así, parecía una copia exacta de él. O al menos, de lo que fue alguna vez Luke Castellan.
Cara ni siquiera podía hablar.
— ¿Tú me vas a adoptar?— preguntó en tono juzgador el niño de 8 años.
— Oui.
El francés sonó pocho, de lo asombrada y tiesa que seguía Cara, mirando al hermano de su mejor amigo. Pero seguía recordando que, para la hermana Esperanza, que miraba todo el encuentro con emoción, seguía siendo una mujer francesa de clase alta.
—¿Y tienes treinta años? Ni siquiera parece que tengas veinte
Cara soltó una larga carcajada falsa, queriendo irse de ahí lo antes posible. Dando largas zancadas con sus botas de tacón, se acercó a Oliver Castellan, que seguía mirándola extrañado y casi con miedo. Con una mano agarró la maleta, y con el otro brazo le agarró los hombros.
—¡El dinego hace miracles!
— Señora Delacour, no se quite el mérito. Usted es preciosa— la hermana Esperanza la alagó, haciendo que Cara volviera a soplar fingiendo bochorno. Al parecer, hasta había conseguido la aprobación de la monja malhumorada—. Oliver, ella es Melanie Delacour, te ha adoptado.
—¿Eres francesa?— es lo único que dijo el niño. Y Cara quiso matarlo.
Ya mucho estaba haciendo para que ahora el niño le arruinara la misión.
— Oui. Una pgeciosa casa en Pagis. ¡Te va a encantag!
El niño la miraba como si tuviera un tercer ojo, como si en su cabeza ya estuviera maquinando el huir de ella en cuanto pudiera.
—¿Paris? ¿Ahora viviré en Paris?
—¡Sí, Oliver!— exclamó con una sonrisa la hermana Esperanza—. Te encantará, no te preocupes.
— Ni siquiera se francés.
—¡Apgendegas!
Aun con su brazo en los hombros de Oliver, y con una sonrisa enorme, Cara se despidió con muchos merci's de la hermana Esperanza, que no dudó en ofrecerle ayuda en caso de necesitarlo. La mujer se despidió con muchos besos en la mejilla de Oliver y se marchó con prisas, antes de que salieran de la recepción, excusándose de que le tocaba vigilar los pasillos.
— Bueno, hora de largarse de aquí.
—¡Ey!— se quejó Oliver, queriendo separarse del brazo de Cara, mientras esta le forzaba a caminar hasta la puerta—. ¿Y tu acento francés?
— Eso, Señora Delacour. ¿Y su acento francés?
Una voz aguda la hizo frenarse, en camino de abrir la puerta. Se giró con prisas, viendo una sombra delgada conocida en el mismo pasillo del que Oliver había salido.
—¿Hermana Louise?
— Pensaba que iba a poder tenerte por fin, mestizo. Pero no me quejo de esta llegada inoportuna. ¿Y quién más que el error del amor?
El cuerpo delgado comenzó a deformarse: engordó hasta que la barriga se pareció más a la de un enorme dragón, su cuerpo menudo se alargó como si fuera el cuerpo de una serpiente y de su cabeza se estiraron un montón de cabezas, específicamente cien, cada una con dos ojos rojos que se posaron en los dos semidioses.
Antes, la hermana Louise ni siquiera era más grande que la encimera de la recepción. Ahora, la monja llenaba la enorme sala, con un calor desprendiendo de su cuerpo y humo de sus cien bocas.
—¿Qué...?¡Hermana Louise!— el grito agudo de Oliver hizo a Cara maldecir en todos los idiomas que conocía: inglés y griego.
En un potente giro de su anillo, tuvo en menos de un segundo un enorme arco plateado, con decoraciones y bordados rojos burdeos. Pero sabía que en un sitio cerrado como aquel no iba a poder hacer nada contra el monstruo que se cernía encima de ellos y menos con las flechas que le quedaban.
— Y yo que pensaba que si iba a haber un monstruo iba a ser la hermana Esperanza...— murmuró con pena.
Un potente rugido, multiplicado por cien enormes bocas, hicieron a Cara abrir la puerta y comenzar a correr, llevando de la mano al pequeño Oliver, que solo podía gritar.
—¡Tú no eres francesa!
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