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que es peor



capítulo seis
que es peor, ¿un idiota o un idiota con descapotable?




          Cara nunca había sido buena guardando sus emociones, ese era su problema: cuando sentía, sentía mucho. Ya fuera felicidad, como cuando reía con sus mejores amigos por alguna tontería; tristeza, en la misma muerte de Luke, cuando no pudo salir de su cabaña en medio año; o furia, como estar delante de un sonriente Apolo, que actuaba como si no hubiera ocurrido absolutamente nada.

Simplemente había desaparecido después de obligarla a ayudarle a salvar su trasero.

— Wow— Oliver no parecía compartir el disgusto de Cara, mirando al descapotable y acariciándolo con adoración—. ¿Vamos a ir a ese campamento en esto?

— Lamentablemente— asintió Cara, guardando en el maletero abierto una pequeña maleta con su ropa, para el fin de semana—. Intentaré ir a comprarte ropa, aunque en el Campamento te dejarán algo seguro.

— No suenes como si fuera un castigo— gruñó el niño, sin olvidar la pérdida de su preciada maleta—. Fuiste tú la que la destrozaste.

— Perdón— gruñó con sarcasmo—. La próxima vez te estamparé a ti contra el monstruo

—¡Eres la peor!— chilló el niño, mirando a Apolo enseguida, como si quisiera que el dios lo corroborara

Apolo se encontraba muy entretenido en la puerta del conductor, mirando a los semidioses pelear. Fijó la vista en el pequeño cuando este le instó a unírsele a él contra Cara.

Mmm, bueno, aun recuerdo lo mala que fue conmigo aquellos primeros días de mortalidad— suspiró el rubio, como si verdaderamente le doliera.

Cara apretó las manos con rabia contenida. Encima se atrevía a hablar de ese tiempo como si nada hubiera pasado. No lo soportaba, ni a Apolo, ni al descapotable, ni a Oliver, ni a la misión.

Ignorando a los dos chicos, cerró con fuerza el maletero, ignorando el quejido agudo de Apolo, que enseguida fue a comprobar los daños de su preciado coche.

—¡Ten cuidado!— chilló, mirando la pintura roja con ojos brillantes.

—Bueno, ¡vamos!— exclamó Oliver con emoción, abrió la puerta del copiloto con confianza.

— Oh, de eso nada— Cara se la cerró de un golpe, y Apolo volvió a chillar corriendo a la zona dañada de nuevo—. Tú no vas de copiloto, ¿siquiera tienes la altura?

Las mejillas de Oliver se inflaron, ofendido.

— ¡La hermana Louise me decía siempre que soy alto para mi edad!

— No confiaría mucho en lo que dice un monstruo— Cara lo miró de arriba a abajo—. Si no fuera porque leí tus datos no me creería tu edad, pareces de seis años.

El rostro de Oliver se volvió rojo, empujándola.

—¡Eso no es...! ¡No es verdad! Estoy muy sano, siempre me comí muy bien las verduras.

Un carraspeo por parte de Apolo los hizo frenar su pelea. Al parecer la noche anterior, del cansancio y la adrenalina, no habían tenido oportunidad de molestarse. Pero aquella mañana habían descubierto que sus personalidades chocaban como nunca. Y Cara no se sentía orgullosa de pelear contra un niño de ocho años.

— A decir verdad... si pareces más pequeño— los ojos azules del dios escanearon al chico, que ahora lo miraba con traición. Como si no se pudiera creer que hace un momento estaban en contra de Cara, y ahora se ponía de su lado—. Igualmente no estás desnutrido. Pero no te preocupes, chico, la pubertad llegará.

La ira por los comentarios de Cara pasaron directamente a la vergüenza. Oliver, enfurruñado, sin querer mirar a ninguno de los mayores, abrió la puerta trasera del camaro, cerrándola con fuerza.

—¡Cuidado!— volvió a chillar Apolo, mirando mal al niño que ni le devolvió la mirada— Mira nada más, sois los dos iguales...

Entonces, su ceño fruncido cambió a una amplia sonrisa, abriendo la puerta de copiloto y haciendo una seña a Cara para que se sentara.

— Tome asiento, señorita...

— Como vuelvas a llamarme así le arranco la puerta a tu coche.

Se sentó, abrochándose el cinturón y notando como, con mucha suavidad, Apolo le cerraba la puerta. Sin girarse, le advirtió a Oliver que se pusiera el cinturón. El niño la gruñó, pero enseguida se lo puso, también.

— Bueno, semidioses— cortó el silencio Apolo, arrancando el coche—. ¿Listos para el mejor viaje de sus vidas?

No recibió respuesta.

El coche comenzó a calentarse, aunque realmente no era un fuego abrasador, sino una sensación suave y agradable; como poner las manos en el radiador un día de mucho frío. Cara miró de reojo el perfil perfecto del dios, recordando el fuerte abrazo que compartieron en el final de su misión, cuando Lester ya había recuperado sus poderes divinos. Aquel abrazo se sintió como el calor que el coche les proporcionaba: cálido, como el sol de mayo, después de haber sobrevivido al duro invierno.

Sus manos formaron puños en su regazo. Cualquier sentimiento bueno que alguna vez sintió alrededor de Apolo eran ahora recuerdos, como todos los que poseía: amargos y sin un final feliz.

Desde el retrovisor vio el cuerpo de Oliver apoyado en la puerta, con la cabeza colgando. Se había quedado dormido enseguida. Y normal, con lo poco que durmieron y el ajetreo que vivió.

— Entonces, Carita— la semidiosa aspiró aire, sin girarse a verlo. Su vista se encontraba en el cielo a su alrededor, con Chicago a sus pies—. Hace tiempo que no nos vemos.

¿De quién es la culpa? No dijo nada, claro. Pero el veneno se encontraba en la punta de su lengua. Claro que Apolo no podía simplemente cumplir con el favor que le debía a Hermes y quedarse calladito. No. En cambio, tenía que actuar como el idiota egocéntrico que era.

— Estas más... mayor.

Esta vez no pudo evitar abrir la boca, en un tono seco.

— Eso es lo que pasa después de tres años.

Notó su mirada, intercalándose entre ella y el cielo ante él. No es que Cara hubiera cambiado desde los 16 años; pero por supuesto que estaba más madura. Y por no hablar de que por fin había abandonado la horrorosa camiseta del Campamento Mestizo como prenda diaria y había comenzado a arreglarse.

Al fin y al cabo, ya no era una adolescente. Estaba a punto de convertirse en una adulta, al menos una joven adulta.

— Bueno, déjame decirte que te ves espléndida, querida

Hace unos años se hubiera sonrojado al tener a Apolo delante suya diciéndole lo bien que estaba. Ahora, simplemente quería tirarse por la borda del coche.

Apolo volvió a hablar.

— ¿Sabes? Esto de volver a ser dios se me ha complicado— con tanta naturalidad, el dios hablaba con la mirada al frente. Como si siguieran siendo amigos—. Mira que solo fui Lester por unos meses, pero hecho de menos eso de poner mi vida en riesgo. Ya sabes, las aventuras... contigo y con Meg.

Cara se mordió la mejilla con fuerza. Un dios era el único que tenía el descaro de hablar de las misiones como aventuras emocionantes. No le sorprendía, claro. Siempre supo que cuando volviera a ser inmortal, Apolo volvería a quien fue: los dioses no cambian, son egoístas por naturaleza. Pero le carcomía el cuerpo de furia al oírlo hablar sobre lo que pasaron, como la gente puso en riesgo su vida por él, aquellos seis meses infernales.

Ella puso su vida en riesgo. Literalmente murió. Y él le devolvió la vida— lo menos que podía hacer, la verdad—, le dio un gracias, un beso, y cuando volvió a ser rubio e inmortal, desapareció.

Y encima se atrevía a nombrar a Meg.

— Ni siquiera la nombres.

—¿Eh?— Apolo la miró un momento, con ojos descolocados.

— A Meg— las palabras temblaron un poco, por la furia y las ganas de llorar entremezcladas—. Ni se te ocurra nombrarla, a ella o a la misión...

Personalmente, ella creía que había aguantado como una campeona al no haber explotado antes. Pero cuando Apolo comenzó a hablar, con tanta normalidad, tuvo que soltarlo todo. No se avergonzó al dejar notar su dolor.

— Cara...

— Te fuiste y desapareciste. A mi me da igual. Pero Meg te estuvo esperando por un año... esperando a que aquel amigo que alguna vez tuvo se acordara de ella— rió con frialdad. Aun no le había mirado, seguía con la mirada en el cielo—. La tuve que consolar miles de veces, dándole falsas esperanzas sobre que había posibilidad de que volvieras.

— Quería. Cara, de verdad que...

— La consolé aun cuando sabía la realidad: un dios egoísta que nos utilizó para su propio beneficio— lo cortó con furia, girándose a mirarlo.

Los ojos rubíes chocaron con los azules del dios, que la miraban con pesar, arrepentimiento y dolor. Negaba con la cabeza ligeramente, pero no podía hacer mucho mientras conducía, o mientras Oliver se encontraba detrás de ellos.

— No fue así. No soy así— insistió, Apolo. Por la conversación, había apretado el acelerador, y Cara notaba que ya habían avanzado un buen tramo, con Nueva York debajo de ellos—. El tiempo después de volver a mi inmortalidad fueron raros... pero tú me conoces, Cara.

— No— negó firmemente—. Conozco a Lester.

— Soy Lester.

Cara no le estaba mirando, pero oía el desespero en su voz, ahora convertido en un susurro.

No contestó. No sabía qué decir, ni tampoco quería. ¿Aquel dios que tenía al lado era Lester? Cuando la miraba y recordaba todo, negaba con furia: no había nada semejante entre Lester y Apolo. Pero en su interior sabía que con quién había compartido aquellos seis meses intensos había sido Apolo, en el cuerpo de un adolescente mortal y débil llamado Lester.

Y ante sus amigos siempre dijo que, a sus dieciséis años, se enamoró de Lester. Pero recuerda la misión perfectamente, y en ningún momento lo llamó así: el nombre de Apolo siempre acababa resbalándose de sus labios.

— Cara— volvió a hablar, como si necesitara su respuesta

Un quejido a sus espaldas hizo que ambos frenaran la conversación que estaban teniendo. Oliver se removió en su asiento, bostezando.

—¿Ya hemos llegado?

Sin saber la respuesta, Cara miró la tierra bajo ellos, reconociendo el bosque. Apolo suspiró, agarrando el volante con fuerza y comenzando a descender.

— Justamente hemos llegado

Mientras se acercaban al suelo, Cara comenzó a diferenciar la zona. El bosque de Long Island, el valle que les llevaba directos al Campamento Mestizo. Desde arriba, ya se visualizaba el gran lago, y la torre de lava, de la cual tantas veces se había caído y, mas tarde, vencido.

— ¿Esto es el campamento?

Una leve sonrisa surgió en los labios de Cara, mirando las pequeñas formas de los campistas, que ya señalan al coche.

— Bienvenido al Campamento Mestizo, Oliver.

—¿Eso es...?¡Tiene lava!

— Cuando lo aprendes a dominar es bastante fácil— respondió con desdén, antes de señalar al bosque—. Mira, ahí se hace Captura la Bandera.

—¿El juego? ¿Jugáis a captura la bandera?— la burla se escapaba en la pregunta. Cara rió, recordando las veces que ella había participado.

— Ya te quiero ver intentando conseguir la bandera con una horda de hijos de Ares con ganas de descuartizarte

Apolo, en silencio, se desvió hasta el bosque del que estaban hablando, aparcando el coche en un movimiento suave. Oliver, emocionado, fue el primero en bajar, mirando a su alrededor.

Cara ni siquiera miró al dios, aunque notaba su mirada, y también se bajó del coche. No pudo llegar al maletero porque Apolo ya se encontraba bajando su mochila y entregándosela. Con sus ojos azules ahora mirándola con fuerza; a Cara le costó no devolverle la mirada, y simplemente agarró la mochila que le entregaba.

— Cara...

—¡Sabía que eras tú!— una voz femenina y muy conocida cortó al dios, y ambos se giraron a ver a la chica que tenía sus ojos negros, tras aquellas gafas de pasta roja, fijos en el dios.

— Meg...— Apolo sonrió levemente, sin tener tiempo de agarrar a la chica en sus brazos, pues ya se había lanzado contra él—. ¡Mírate! Quién diría que dejarías de ser una chica ruda con melocotones asesinos para convertirte en esta niña tan adorable...

Apolo rió en una gran carcajada al recibir un melocotón en su mejilla.

Meg Mccaffrey había cambiado, como todos. La hija de Deméter ahora era una chica de quince años en plena adolescencia. Se había dejado crecer el pelo negro hasta los hombros, sus cuerpo se había alargado y estilizado y las curvas de una joven comenzaban a notarse, junto con sus atributos. Aun así, seguía manteniendo esa cara redonda y aquellas gafas que le cubrían la mitad de la cara, con sus ojos negros que siempre prometían una buena pelea, o un buen golpe de melocotones.

Cara no entendía la felicidad en la cara de la joven. Ella misma sabía el disgusto que había sufrido los meses siguientes a no volver a ver a Apolo, incluso le había llegado a coger algo de rabia: quejándose de que el dios siempre había sido un inútil y no le extrañaba que la inmortalidad hubiera aumentado sus defectos.

Pero mirando lo ilusionada que se encontraba, Cara entendía que el enfado que tuvo nunca fue verdadero, y que la espina de esperanza que Meg siempre guardó, acabó llegando.

— ¡Sigues siendo un idiota!— Meg sonreía a lo grande, pero fijó su vista en Cara y corrió a sus brazos—. Cara, ¡No sabía que venías!

— Ha sido algo improvisado— con cariño, la hija de Eros le arregló el flequillo a la joven. Miró a Oliver, que ya les estaba observando con curiosidad, y se separó de Meg—. Oliver, ella es Meg Mccaffrey, una hija de Deméter.

El niño miró raro a la adolescente, la cual también lo estudió con una ceja levantada.

—¿Deméter?

— Diosa de la agricultura y la fertilidad.

— Vaya, ya veo. Los melocotones y eso: ha sido guay— Meg, que como siempre esperaba alguna pregunta como «¿Tú? ¿Hija de la agricultura?», sonrió al niño

— Meg, él es Oliver Castellan.

La boca de la niña se abrió con algo de sorpresa, mirando a Cara y reconociendo el apellido. Los rubíes de Cara no cambiaron su expresión, y Meg entendió la señal de no decir nada.

— Bueno, bienvenido al Campamento Mestizo, Oliver.

— Lo voy a acompañar a la Casa Grande— mencionó Cara a la chica, que no se separaba de Apolo, seguramente con ganas de ponerse al día con el dios—. Nos vemos en la comida, Meggie

—¡Sí, vale! Nico debe estar en el campo de lucha, le tocaba enseñar a los nuevos hoy. Y Will supongo que en la enfermería...

Asintiendo y alejándose, Cara notó como la gran mano de Apolo se encerraba en su muñeca. No le dejó ni hablar, y sin mirarle, se alejó de su agarre, indicando a Oliver que lo siguiera.

— ¿De verdad creías que iba a ser tan fácil con ella?

—¡Cállate, Meg!

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