hogar dulce hogar
capítulo siete
hogar dulce hogar (agregar trauma infantil)
Volver al campamento era un sentimiento agridulce. Por mucho tiempo, encontró un hogar entre los campistas, un lugar en el cual creció y fue feliz. A partir de sus trece años todo eso cambió y lo único que el campamento representaba era la muerte de Luke.
Cara sabe que no volvió a ser la misma. Era difícil después de que tu vida cambiara tanto en menos de un año. De un momento a otro, pasó de ignorar quién verdaderamente era a explotar su poder. Cronos le enseñó a manifestar sus habilidades y llevarlas a la práctica: dos años de duro entrenamiento en el que Cara aprendió que sentir tanto, era malo.
Un mal entrenamiento derivaba a un mal uso del poder. Cara lo supo tarde, cuando sus habilidades la superaron: la muerte de Luke no hizo más que destrozar su mente y su corazón.
Pasó de sentir demasiado a no sentir absolutamente nada.
Volver al campamento sin la persona que la había traído a él, fue extraño. No había nadie a su lado, la acababan de reconocer, todos se pusieron en su contra: no era más que una traidora que ya no tenía bando, una hija aclamada a la fuerza por el pedido de Percy Jackson. Eros no la quería, como nadie en el campamento lo quería a él.
Aun recuerda a su nueva familia (tíos y tías, de las cabañas 10 y 5), a Clarisse de la Rue aliarse con Valentina Diaz y Mitchell Hope para ayudarla. Cada uno a su manera. Encerrarse en la Cabaña 21 no hizo más que empeorarlo todo, Cara aun recuerda clavarle la flecha a una estatua de su padre. Fueron meses oscuros e inquietos, la hija del amor no podía sentir.
Pasear con Oliver por todo el Campamento fue difícil. Había conseguido salir de aquella infinita apatía, pero después de dos meses lejos de aquel lugar, el apartamento— que por fin había podido considerarse hogar, su primer hogar propio— la había hecho olvidar lo tensa que le hacía sentir el campamento.
— ¿Eso son... espadas?— le preguntó Oliver, agarrando el borde de su jersey para no perderse
Cara fijó la vista en el campo de batalla: dos campistas se reñían en una batalla de espadas, con cinco chicos más que gritaban alentando. Cara se vio un momento a ella, con cinco años y Luke entregándole su primera espada. Era tan pesada que ni la pudo levantar del suelo y el joven se reía de ella a carcajadas mientras seguía animándola con que lo conseguiría.
— Aprenderás pronto— le respondió al niño, viendo la emoción en su rostro—: Aunque puede que la espada no sea lo tuyo.
—¿Hay más opciones?
— El arco, como yo. La lanza, dagas, cuchillos, látigos...— comenzó a enumerar, ensimismada en recuerdos de ella probando todas y cada una de las opciones—. Puedes simplemente no tener, e ir a puños.
Oliver se miró las manos e intentó dar un golpe al aire, con sus delgados y largos brazos. Hizo una mueca y negó.
— Ya... no creo
Siguieron caminando, pasaron por todas las zonas de entrenamiento, los campistas giraban a mirarlos, saludando con la mirada a Cara. A los que conocía de vista, levantaba las cejas como respuesta mientras seguía respondiendo a todo lo que Oliver preguntaba; con los que había hablado alguna vez, como a las gemelas Holly y Laurel Victor— hijas de Niké— sí agitaba la mano amablemente. Pero nadie se acercó a ella, realmente.
—¿Ahí se duerme?— Oliver señaló las cabañas, que en algún momento formaron una U, con 12 cabañas, pero que ahora, por la ampliación que hicieron y seguían haciendo, ya tenían forma de Omega [Ω].
— Depende de tu padre o madre divino— Cara le agarró del hombro y le comenzó a guiar por cada cabaña
Se notaba a leguas a quién pertenecía cada una, y como si fuera un juego, Cara y Oliver comenzaron a nombrarlas (el niño intentando adivinar). Cuando llegaron a la mitad, Cara se paró en la cabaña 11.
— ¿De quién es?
— Hermes— murmuró Cara. Hacía tiempo que había dejado de vivir en aquella cabaña, pero seguía sintiéndose más cómoda que la cabaña 21, al fin y al cabo había estado más tiempo en esa cabaña que en la suya—. Es donde te quedarás hasta que te reclamen.
—¿Por qué en esta y no en otra?
— Uno de los tantos títulos de Hermes es el dios de los viajeros, por lo que acepta a cualquier que necesita hogar, eso incluye a lo no reclamados— explicó, mientras entraban a la cabaña vacía. Era medio día y los campistas debían estar en medio de sus actividades diarias—. Cuando vayamos a ver a Quiron ya te presentaré a la capitana de la cabaña.
—¿Tú viviste aquí, no?— Oliver miraba todo con ojos curiosos, sonriendo ante el desastre de la cabaña 11: montones de ropa apilados, cojines en el suelo y millones de literas que, aunque ya no estaban llenas como antes, seguían manteniéndose, por si acaso—. ¿Cuánto tardó Eros en reconocerte?
Cara tardó unos segundos en responder, aspirando como si quisiera coger fuerzas. Ni siquiera entendía por qué, después de tanto tiempo, seguía doliendo como si fuera una chiquilla de cinco años.
— Once años.
—¿Qué?— Oliver dejó una mochila ajena en el suelo para mirarla con los ojos bien abiertos—. Eso no es posible.
— Mientras te vayas acostumbrando a este mundo entenderás que hay dioses más cariñosos que otros con sus hijos— respondió secamente
A Eros no se le hubiera ocurrido mandar a ningún semidiós a por su hija. Punto para Hermes.
— Pero... Eros no puede hacer eso.
— Los dioses puedes hacer lo que quieran, Oliver— la cabaña vacía quedó algo fría tras sus palabras. Cara pudo ver la inseguridad en los ojos del niño—. Pero no te preocupes, eso fue antes. Después de la primera guerra, un semidiós pidió como premio que los dioses reclamaran lo antes posible a sus hijos. Ya verás que no tardará.
—¿Pero lo hacen por obligación, entonces?
Cara no respondió. En cambio, lo sacó de la cabaña 11 en silencio, terminando el recorrido de las cabañas y acabando en la última, la cabaña 21.
Era pequeña, no es que se necesitara mucho espacio: Eros solo se equivocaba una vez. Con paredes rojas, del mismo tono que los ojos de Cara, y decoraciones plateadas que hacían un contraste brillante. Una puerta de madera blanca y dos ventanas a cada lado, no destacaba por nada más si no fuera el enorme corazón en medio de la fachada, con una flecha clavada.
— Mi cabaña.
— Está algo sucia...— respondió Oliver, mirando con curiosidad el enorme corazón
— Bueno, soy la única que vive- vivía- ahí. Supongo que nadie la está limpiando
—¿Y estos días te quedas ahí?
— Normalmente— asintió, cogiéndole del hombro y comenzando a caminar de nuevo—. Aunque puedo quedarme en la cabaña de Ares o Afrodita, también. Ya sabes, son los padres de Eros. Se entiende que, al fin y al cabo, somos familia también. Por lo que Quiron no tuvo problemas en dejarme.
— Pero los dioses, entre todos, son familia, ¿no?
Cara suspiró.
— Es algo complicado de entender. Los dioses no comparten ADN porque no tienen, por lo que entre nosotros nadie es realmente familia. Ni siquiera con los de tu misma cabaña— la cara del niño se arrugaba mientras se extendía en la explicación—. Acaba siendo algo más simbólico, para no complicar el asunto. Es decir, imagínate que dos chicos de la misma cabaña comenzaran a salir... sería algo turbio. Entre los dioses pasa igual, acaba habiendo unas relaciones más cercanas a otras, sobre todo gracias a los mitos. Artemisa y Apolo, son un ejemplo. Eros también, suele ser muchas veces unido a Ares y Afrodita. Cosa que, por ejemplo, con Atenea no pasa. Nadie nunca piensa en ella como hija de Zeus. ¿Entiendes?
— No.
— Ya, te estaba pidiendo mucho. Lo siento.
—¡No me trates como tonto! Eres tú la tonta que no se sabe explicar
—¿Me acabas de llamar tonta, niñato? Gracias a mi no estás muerto, para empezar.
De nuevo, Cara no se sentía orgullosa por discutir con un niño de ocho años; y tampoco que le hubiera ofendido tanto que la llamara "tonta"
Oliver la iba a estirar del pelo cuando una voz grave se aclaró la garganta. Enseguida, ambos se giraron.
—¡Es medio caballo!— prácticamente gritó Oliver, olvidándose de la pelea que acababa de tener con Cara y escondiéndose detrás de ella.
El centauro frunció el ceño, ofendido. En realidad, Oliver tenía un don para ofender a la gente.
— Hola, Quiron
— Es una sorpresa tenerte tan pronto, Cara— sonrió como saludo el centauro. Incómoda, la semidiosa asintió.
Sí era cierto que conocía a Quiron desde que llegó al Campamento Mestizo. Llegó un momento que, en realidad, sí le tenía cierto aprecio al centauro. Pero con la primera guerra, su huida, y la vuelta al campamento, su relación había comenzado a tensarse y enfriarse. Fueron unos meses en los que Cara culpaba a todo el mundo por lo que le pasó a Luke, así que no fue una sorpresa que también cogiera manía a Quiron. Desde entonces, Cara nunca volvió a inmiscuirse tanto como antes en la vida y actividades del campamento, por lo que Quiron dejó de atenderla tanto como cuando era pequeña.
— Traigo un paquete— respondió Cara, empujando a Oliver hacia delante.
— No me llames paquete.
— Vaya, ¿un nuevo campista?— la ceja de Quiron se alzó, observando a Oliver de arriba a abajo. No tardó en unir cabos y volver a mirar a Cara, con expresión de incredulidad—. ¿Qué ha pasado, Cara?
Llegaron a la Casa Grande en silencio, Cara no quería que los oídos cotillas de los campistas supieran lo que había ocurrido. La figura e historia de Luke Castellan había quedado en el pasado para todos, pero estaba claro que volver a traer a la mesa aquel apellido activaría los recuerdos del pasado: y li que menos quería Cara era que perjudicara a Oliver.
El señor D se encontraba en su mismo sitio de siempre, sentado en la mesa redonda con cartas encima de la mesa: su Coca-Cola Light a un lado. Al entrar, el dios levantó la mirada con molestia.
— Querido centauro, la próxima vez no me abandones en medio de una partida.
— Lo siento, señor D. Tenía que darle la bienvenida a los recién llegados.
Quiron les señaló, y los ojos de Dionisio se fijaron en el cuerpo de Cara, rodó los ojos al instante, reconociéndola. No es como que la semidiosa estuviera más contenta por volver a ver al dios.
— Y yo que pensaba que ya nos habíamos deshecho de esta— los ojos del Señor D se posaron en el niño—¡Y encima trae a otro niñato! Genial.
Ni Cara ni Quiron hicieron algo de caso a las quejas, pero Oliver lo miró con el ceño fruncido.
— No soy un niñato— con lengua mordaz le respondió. Cara no pudo evitar sonreír al ver el desconcierto del Señor D ante la respuesta—. ¡Me llamo Oliver Castellan!
Los ojos del dios reconocieron al instante el apellido, y con un gruñido, ignoró al chico. Quiron miró a Cara intrigado, alejándose de la mesa de juegos con los dos semidioses.
— Oliver, bienvenido al Campamento Mestizo. ¿por qué no entras a esta sala? Es para ver el video de bienvenida.
Cara dejó salir un sonido de asco, que hizo al centauro sonreír. Oliver la miró, esperando una explicación de su reacción y un permiso para verlo, y hacer caso a las instrucciones de Quiron.
— Es un vídeo inútil, es simplemente Apolo explicando el Campamento y las reglas— Oliver pareció animarse al escuchar el nombre del dios—. Vete, cuando salgas te llevaré a la cabaña de Hermes de nuevo.
Se quedaron solos enseguida, y Cara tomó asiento en el sofá, cansada de aquel día.
— Entonces, querida...¿me podrías explicar lo que ha pasado?
No tardó mas que veinte minutos en contarle la historia, sin muchos detalles, contando lo esencial: desde el momento en el que Hermes se le apareció pidiendo la ayuda, cuando fue a adoptar al niño y huyeron de Ladon, hasta aquella mañana, en la que Apolo les trajo al campamento sanos y salvos.
— ¿Apolo?— levantó las cejas Quiron, observando como la mueca de cansancio de Cara pasaba a una de molestia
— Al parecer le debía muchos favores a Hermes
Quiron asintió, comprendiendo. La volvió a mirar con curiosidad
— ¿Y desde las pruebas no lo habías vuelto a ver?— Cara negó, incomoda con el rumbo de las preguntas—. Eso es extraño
—¿El qué?— en un tono exigente le preguntó
— Meg llegó un día, hace un año, feliz de que Apolo había vuelto
¿Qué?
La mente de Cara comenzó a dar vueltas, y su corazón se estrujó. Apolo había visitado a Meg.
Todo cobraba sentido ahora: la razón por la que Meg dejó de llorar de un día para otro, que dejó de hablar de Apolo o la misión con ella. La manera en la que le había saludado, sorprendida de verlo en aquel momento, no de verlo por primera vez.
Se sintió tonta y traicionada por su amiga, nunca le había dicho nada, incluso después de haberse tragado su malestar para poder cuidarla ante su tristeza por la idea del abandono. Se sintió rechazada e inútil por Apolo, sólo había ido a visitar a la pequeña y en cambio, con ella había desaparecido del todo, sin dar explicación alguna.
Quiron la miró, comprendiendo que Cara no sabía sobre la información que le acababa de soltar. Haciendo una mueca, le posó una mano en su hombro derecho, ignorando lo tensa que se había puesto ante su toque.
— Cara, debes comprender que los dioses son difíciles de comprender...— el centauro habló con una voz suave, como si comprendiera lo traicionada que se encontraba—. Después de lo que vivisteis, tal vez Apolo necesitaba un tiempo para adaptarse a su divinidad de nuevo.
Cara se separó del toque de Quiron, volviendo a su mirada seria. No iba a permitir que aquello le molestara tanto como lo estaba haciendo. Se tragó el nudo de la garganta y negó con la cabeza.
— Da igual. He estado más tranquila desde que terminó toda esa mierda, pero hubiera preferido que no volviera a aparecer.
— Ten cuidado con las palabras, Cara... Sigue siendo un dios.
Cara no le importó la advertencia, sabía que, de todos los dioses, el único incapaz de hacerle algo— daba igual el insulto que le dijera— era Apolo. Y si alguna vez el dios se ofendía tanto como para hacerla daño, Cara recordaría lo miserable que la hizo cuando Eros la reclamó, lo molesto que fue cuando apareció como mortal, la ayuda que le dio cuando más lo necesitó, y le pegaría con todas sus fuerzas un buen puñetazo, o le clavaría una de sus propias flechas en aquellos ojos azules brillantes.
Aquello que vivió con Lester, aquellos seis meses en dónde tuvieron que luchar hombro con hombro para no morir, habían permitido que actualmente, si tuviera que confiarle su vida a algún dios, ese era Apolo. Y lo odiaba. Odiaba sentir que aún después de abandonarla, como todos en su vida lo habían hecho, seguía confianza ciegamente en él. Odiaba que incluso cuando aclamaba que no lo conocía, que nunca fue aquel chico del que se enamoró, sabía perfectamente que era una mentira y que, al único que conoció en profundidad fue a Apolo, aquel dios torpe, egocéntrico y inmaduro.
Odiaba que incluso cuando se acababa de enterar que Apolo había visitado a Meg, no le dolía tanto el hecho de sentirse apartada por sus compañeros de misión, sino no sentirse suficiente para que el dios la tuviera en cuenta, para que la fuera a visitar.
Odiaba no poder odiarlo del todo, y simplemente sentir que todo lo que le envolvía era tristeza, rechazo e insuficiencia.
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