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ii. Humildad.

Advertencia:  Starker.

Tony llevaba una vida lidiando con la falsa humildad. Se cruzaba gente que fingía no estar interesada en su dinero, con tanto esfuerzo, que casi le daban pena.
Intentaban desenvolverse alrededor como si él fuese una persona más, como si su cuenta bancaria no estuviese a rebosar de números.

Más temprano que tarde, la gente le pedía un favor. Si Tony, por alguna extraña razón escupía algunos dólares, ellos se atrevían a pedirle más. Si se los daba, pedían más. Si decía que no, se ofendían.

La gente era así. Y la verdad era que la decepción reinaba sobre sus pocas ganas de ser generoso. No era un hijo de perra tacaño, pero tuvo que aprender, a la fuerza, a separar sus finanzas de sus seres queridos.

Rhodes jamás en su jodida vida le había pedido nada. Jamás. Era la famosa excepción a la regla, dominado por el orgullo y la terquedad, casi no le había querido aceptar la prótesis que le construyó para que no vaya dando pena con una silla de ruedas.

Pepper y Happy trabajaban para él, así que era obligación pagarles. Quitando eso, pocas veces le habían pedido un favor y siempre era cuando no había otra opción y eran pedidos de suma urgencia. Como Happy pidiéndole casi de rodillas usar el jet privado para llegar a Inglaterra a tiempo aquella vez que su madre fallecía y él necesitaba tomarla de la mano una última vez.

Pero esos eran lazos de años. De gente adulta que había demostrado sus puntos con el correr del tiempo. Una confianza forjada a base de experiencias que a Tony le hacía saber quiénes realmente valía la pena mantener a su lado y quiénes no.

Así que no podían culparle por sorprenderse ante la humildad encarnizada. Algo nunca antes visto. Tan pequeño e ínfimo, pero poderoso, que Tony sentía que de repente era estúpido.

—¿Disculpa? — parpadeó, meneando la cabeza, visiblemente confundido—. ¿Me repites eso? Creo que la cena que cocinó Vision anoche me dejó un efecto secundario y entendí mal lo que acabas de decir.

El chico, el precioso muchacho de dieciocho años, llevaba las manos aferradas a la punta de su abrigo, retorciendo la tela para poder contener en sí mismo las emociones que siempre parecían a flor de piel cuando estaba a su alrededor.

—Una mochila, señor Stark.

Una mochila. Una mundana, para nada fascinante, mochila. Eso le pedía entre todas las cosas.

Una puta mochila.

—¿Me estás diciendo que, para tu cumpleaños, de todas las cosas que puedes tomar de este lugar, me pides una mochila? — por si no quedaba claro, mejor valía preguntar. Tony tenía que admitir que los dos años anteriores apenas y había recordado el cumpleaños del mocoso. Le enviaba un mensaje bastante impersonal, demasiado vago, casi computarizado. Unas felicitaciones tan vacías que Peter tardaba todo el día en responder.

Pero desde que cortó con Pepper y decidió enfocar sus energías en otras cosas (tomar como pupilo al muchacho entre ellas), no pudo evitar el lazo. La dinámica que tenían, lo mucho que reían.
Tony no podía negar lo evidente; quería al chico. Lo adoraba. No sé lo había dicho jamás, no lo demostraba demasiado, pero Tony moriría por él.

Así que ese año quería hacerlo bien. Daría una fiesta de cumpleaños al mocoso, porque cumplir diecinueve, era importante y, joder, ¿por qué no? El chico trabajaba duro, lo merecía. Le dejaría invitar a todos sus amigos de la universidad y los que le quedaban de la escuela para que tiren el complejo por la ventana; lo dejaría adornar todo con las marks si quería. Se tomaría fotos con sus amigos, haría presencia, le regalaría un coche, tal vez alguna cosa más, de verdad, lo que quisiera, lo que le pidiera.

Y el chico, habiendo oído todo eso, se retrajo en el asiento y negó tímidamente ante sus ideas.

"No me gusta festejar mi cumpleaños con mis compañeros de la escuela... y no tengo muchos en la universidad"

"No creo poder mantener un auto ahora mismo, señor Stark, pero gracias"

"No necesita regalarme nada, de verdad. Quiero pasar la tarde en el taller y listo. Si no le molesta."

No sabía si lo hacía adrede o qué. Si le quería ver la cara de estúpido o que tanto. Pero Tony no lo entendía.

Porque Peter muchas veces había insistido en probar uno de sus coches en años anteriores. Le pidió prestado el Mercedes para aprender a manejar y hacer su prueba de manejo, y él se lo concedió solo con la condición de que Happy lo asesorara en todo momento.

Le había visto alucinar por sus trajes, por su taller, por las cosas que tenía. Peter amaba sus lujos. Le brillaban los ojitos cuando se compraba cosas nuevas y le preguntaba con la mirada si tenía permitido tocar o no.

Pero, ahora que lo pensaba bien, además de pedirle prestado el auto, jamás le había pedido nada para él, realmente.

La litera, los libros, el guardarropa nuevo, la computadora última generación y el teléfono, Tony se los había dado luego de la Guerra Civil, intentando compensar los moratones que el jodido equipo del capitán América le había dejado. Los trajes se los daba por seguridad y por su propio bienestar mental, ya que, si el chico iba a estar expuesto al peligro, mejor respaldar su trasero con tecnología de altísima calidad.

Pero el muchacho no le había pedido nada de eso. Se escandalizó cuando llegó del colegio una tarde y vio que su habitación era la fantasía adolescente. Le llamó por teléfono tartamudeando y Tony tuvo que insistir en que se tranquilizara y tan solo aprendiera a aceptar un regalo. Murmurando y probablemente más rojo que un tomate maduro, Peter le agradeció y cortó el teléfono.

Cualquiera, de verdad, incluidos sus amigos, hubiesen tomado todas sus excentricidades y propuestas después de que él insistiera una exacta cantidad de tres veces.

Pero no. Él no solo lo sugirió tres veces. Lo hizo durante una semana entera. Y cuando tenía decidió hacerle la fiesta de todas formas, creyendo que el chico solo tenía vergüenza, Peter le gritó, colorado hasta las orejas, que quería otra cosa.

Más tranquilo y casi aliviado, Tony puso la oreja para escuchar su pedido. Esperaba que le pidiera algo del taller, un auto, hasta se esperó que le pidiera fondos para iniciar los proyectos que recelosamente guardaba en esa vieja libreta garabateada.

Pero no.

Así que ese era él ahora. Un hombre rondando los cincuenta que jamás había escuchado semejantes.

—Sí, señor— Peter rozaba tímido los dedos con la punta de su propio abrigo. Tenía la nariz roja de vergüenza, pero, al mismo tiempo, su mentón estaba levemente levantado y la mirada le brillaba expectante, con cierta determinación que a Tony le desarmaba.

—Mira esto— pero no quería rendirse. Iba a darle una mochila si quería. Le daría una por semana de distinto color, modelo y material. Pero no se sentía conforme y por nada del mundo iba a dejar que le despreciara los millones que tenía—. Mira todo lo que hay aquí. Piénsalo bien, Parker. Oferta de una sola vez.

Ni modos, seguramente para navidad sí le regalaría el jodido auto que, por cierto, ya había comprado. Lo tenía con un jodido moño rojo adornado. Hasta les había puesto un moño más pequeño a las llaves con un llavero de Spiderman que funcionaba como localizador por si el mocoso torpe y olvidadizo como era, lo dejaba aparcado en cualquier jodido lugar de la ciudad.

El chico miró a su alrededor vagamente, sin poner real atención en nada.
La verdad era que con el pasar de los años Peter se había vuelto más avispado. Menos tímido, más seguro de sí mismo y más encantador. Ya no tartamudeaba, ya no se sonrojaba.

Pero cuando se trataba de ellos dos, Peter se volvía una gelatina. Volvía a esos tiernos quince años y no sabía dónde poner la mirada.
Sonreía tímido, se le caían las cosas y perdía fuerza de voluntad alrededor de él.

—Tiene razón, lo siento— admitió, volviéndole a la tierra de los vivos. El chico estudiaba su mesa de trabajo, buscando rápido algo que sostener entre manos—. Esto está bien, gracias.

El chico tomó la manopla vieja de uno de sus trajes y le sonrió, haciendo que nuevamente, Tony se sintiera miserable.

¿Qué demonios? ¿Por qué tratar con Peter era tan fácil y tan difícil? Podía contarle su basura al chico. Podía hacer chistes, referencias y, aún si el muchacho era muy joven para entenderlo todo, se esforzaba, y Tony le daba crédito por ello.
Pero en esos momentos, en los que Peter hacía algo que lo atrapaba con la guardia baja, se quedaba sin habla y Tony se sentía de verdad estúpido.

¿Por qué le haría eso? Peter cumplía años, tenía derecho a elegir su maldito regalo.

—De acuerdo, tú ganas. Deja eso— murmuró sobrepasado, viendo con pesadez como Peter se deshacía rápidamente de su juguete, como si no valiera sus buenos millones—¿Puede ser al menos una fábrica de mochilas?

—¿Qué? ¡No! Señor Stark, no se burle— pero Tony no se burlaba. No entendía dónde estaba la novedad. ¿Peter veía una mochila como una necesidad inmediata y por eso se la pedía? ¿Su trabajo de medio tiempo en ese estúpido diario virtual no le dejaba dinero suficiente para comprarse una? ¿Le daba vergüenza pedírselo a May? Sabía de su historia perdiendo mochilas por toda la ciudad, así que eso podría entenderlo.

Pero Peter ya tenía una mochila y, para corroborar que no estaba entrando en el mundo de las jodidas alucinaciones, Tony la tomó en sus manos y la revisó con la vista.

—¿Qué hay de malo con esta? — el color era oscuro. No tenía detalles llamativos, ni refuerzos en la parte de abajo. Eso le quitaba puntos. Peter estudiaba mucho, cargaba con muchas cosas e iba de aquí para allá todo el tiempo. Esa cosa no le aguantaría mucho.

—No tiene nada de malo, de hecho, está nueva— Tony discrepó en silencio. Esa mochila estaba mal. Era fea, no cumplía sus expectativas a la hora de pagar por un producto, pero no podía juzgar la billetera de su pupilo—. Pero esa la uso para la universidad nada más. Si la vuelvo a romper o perder, May me matará, ella me la regaló. Y créame, es muy incómodo ir sin una.

Y Tony, que se hacía llamar una de las mentes más brillantes de su generación, suspiró, comprendiendo de qué iba el asunto.

—Quieres una para patrullar.

Y ahí, Peter asintió aliviado, feliz de que entendiera. Cuando se trataba de Peter Parker, el chico prometía no necesitar nada. Pero como Spiderman, llegaba corriendo al taller con una enorme sonrisa cuando le decía que tenía actualizaciones pendientes. El chico experimentaba, hablaba hasta por los codos y era una máquina de ideas. Unos mínimos de cinco ideas por semana salían de esa cabecita llena de rizos y Tony siempre estaba abierto a escuchar todas y cada una de ellas.

La idea de una mochila, increíblemente, no se le había pasado jamás por la cabeza. Es decir, ¿para qué la iba a necesitar? Ese traje tenía todo. Peter no necesitaba ni llevar una chaqueta en invierno bajo el brazo porque no había nada que no estuviese cubierto.
Un par de veces pensó en ponerle bolsillos, pero en un traje tan ceñido quedaría fatal.
Y Peter una vez tuvo la jodida brillante idea de pedirle, más rojo que su jodido traje, si no le podía poner un cierre, abrojo, abertura, o lo que sea, para poder hacer sus cosas sin tener que luchar dentro de un baño portátil sacándose y poniéndose el traje como un idiota.
Tony rio a carcajadas pero lo hizo, entendiendo el punto.

La anécdota de Peter intentando ponerse de nuevo el traje dentro de un baño portátil, haciendo gala de su torpeza y viendo cómo la tela de su traje tocaba el agua del excusado, por el cual pasaban decenas de personas al día, le dio el envión para tenerlo terminado en pocas horas.
Que el chico no iba a pasar por esas asquerosidades. Al menos, no de nuevo.

—Tengo algunas ideas, si quiere verlas— murmuró el muchacho a su costado, poniéndole los pies sobre la tierra de nuevo. Tony sabía lo que seguía. Peter sacaría de su mochila esa libreta casi sin hojas nuevas y le mostraría sus dibujos, planos, anotaciones y dudas.
Hablaría rápido mientras le señalaba todo para explicarse y dejaría atrás la timidez.
Sus ojos se volverían dos joyitas enormes y contrastarían perfectamente con su brillante cerebro.

—Trae eso a la mesa— pidió, haciendo lugar en la misma, abriendo un nuevo archivo y cerrando los demás en los cuales estaba trabajando—. Vamos a ver qué tienes en esa cabecita tuya.

Tony de verdad pensó que el chico lo quería para alguna tontería. Tal vez para cargar sus libros y sentarse a estudiar al borde de un edificio cuando terminase de patrullar, donde el ruido de la ciudad no llegaba y le permitía concentrarse mejor.

O tal vez para llevar su almuerzo si uno de esos días se preparaba algo en casa y quería comer a la mitad de sus volteretas. Tal vez para llevar una botella de agua en verano, o vaya uno a saber qué.

Pero además de ser un diamante en bruto, el amigable vecino y un nerd de bolsillo, Peter tenía otro talento; dejarle mudo.
Sin dejar de preguntarse ¿cuándo voy a dejar de subestimar al mocoso? Notó que el chico no la quería para lo que él había imaginado.

La mochila era del mismo material que su traje. La misma paleta de color y la misma resistencia. Como si no fuese un accesorio más, sino un añadido extra. Se conectaba al traje, así que no había forma de que se le cayera mientras iba balanceándose por la ciudad con esa velocidad que a Tony le daba pre-infartos.

El chico había diseñado compartimentos dentro de la misma, y le había añadido diferentes funciones a cada partecita.
Una irradiaba calor. No un suave calor primaveral, sino un calor importante, no exagerado, pero imposible de pasar de largo. Otra irradiaba frío. Luego había otra que absorbía la humedad y una común, que era, increíblemente, la más grande.

—Es una buena idea. Podemos pulirlo y podemos mejorarlo— Peter asentía encantado a todo, sin apartar los ojos de él—. ¿Puedo preguntar para qué lo quieres?

¿Había alguna necesidad que no estaba cubriendo? ¿Había algo que no le estaba dando? ¿Peter había estado sintiendo necesidades a la hora de patrullar de las que no estaba enterado?

No. Esa era la respuesta, porque él hizo las preguntas equivocadas.

El chico le respondió con tal naturalidad y maldita humildad, que Tony quedó mudo. No un momento, no unas horas. Toda la tarde.

Trabajaron codo a codo con música puesta, pero Tony no la escuchaba. Le costaba enfocarse.

Nada más tenía ojos para el chico. El muchacho tarareaba las canciones, entregado al proyecto. Llevaba los ojos achinados de súbita felicidad y una expresión tan suave que Tony sentía que dejaba de existir.

La tecnología que abundaba en el complejo hizo que la bendita mochila estuviese lista para la hora de la cena. Y cuando Peter la probó junto con su traje y se aseguró de que funcionara como debía, se dejó de vueltas y se abrazó a él con tanta fuerza que Tony temió haberse partido la espalda.

—Lo rompes, lo pagas, Parker—Peter ahogó una risa entre los pliegues de su suéter y Tony le envolvió con sus brazos, aceptando el mudo agradecimiento.

El chico balbuceó algunas cosas, rio un poco, se giró a verse en el espejo un total de seis veces y comenzó a llenar la mochila de las cosas que necesitaba.

—¿Seguro no le molesta que me vaya? —el mocoso estaba ansioso por probar su nuevo juguete, y Tony no tenía fuerzas para negarle nada. Se había mantenido taciturno todo el día desde que Peter le comentó sus razones para pedirle esa mochila. Solo podía verlo en silencio, absorber cada momento y sonreír como un idiota.

—Te quiero de vuelta en una hora. Visión preparó un pastel sorpresa y no queremos desilusionarlo— carraspeó, sabiendo que su amigo iba a necesitar tiempo para arreglar el desastre que hizo en la cocina. Una hora sería suficiente para que el chico se quitara las ganas de ir como madre Teresa por los edificios de la ciudad.

—Aquí estaré—Tony sabía que ese regalo parecía ser más para Spiderman. Que parecía más una herramienta de trabajo extra, pero eso solo podría decirlo alguien que no conociera a Peter como él lo hacía.
El chico tenía un concepto muy diferente de lo que uno podía llamar "regalo".
Solía comentar que para él era algo más complicado que una caja envuelta con un lazo brillante.

Para Peter, muchas cosas podían ser un regalo. Y tanto las oportunidades, como la buena fortuna, formaban parte de ello.
Un rasgo muy característico de su personalidad era esa humildad tan brillante, la empatía, la amabilidad. Su poco común carisma y ese brillo sustancial que Tony no sabía de dónde salía.

Peter crecía. Crecía rápido, crecía bien y lo hacía de jodidas maravillas. Se convertía en un hombre inusual, un hombre visionario, un hombre con más corazón que músculos.

Y no podía dejar de pensar en ello. No podía ignorar lo que eso provocaba, la forma en que el chico iluminaba el complejo cuando entraba por la ventana o como le hacía atender el teléfono al primer pitido, ansioso por escuchar su voz.

Así que, aceptando que lo que había frente a él era un hombre que casi le igualaba en altura, acortó los pasos que le separaban y dejó un tenue beso en sus labios, acariciando los rizos de su nuca con la punta de sus dedos tibios y ahogando el suspiro adolescente que casi se le escapa.

—Considéralo un adelanto— murmuró, dejándole espacio para respirar. Claro que de la pálida tez del muchacho nada quedaba. El rojo más brillante le resaltaba el brillo que llevaba en los ojos, mientras una enorme sonrisa comenzaba a formarse en esos labios que alguna vez, en la bahía, le habían dicho que lo amaban—. El reloj hace tic-tac, Parker. Muévete.

Dando un respingo gracioso, Peter parpadeó, despertando del letargo que la sorpresa de ser al fin correspondido, le había dejado.
El chico le dejó un entusiasta beso en respuesta y se alejó de allí, casi brincando de felicidad.

Y Tony le vio partir. Vio cómo se tiraba por la ventana que siempre estaba abierta para él y como Peter se acostumbraba al peso de la mochila en su espalda, donde llevaba comida caliente, agua fría, mantas, y hasta alimento de mascotas en alguna parte, a sabiendas que el chico iba a ir de callejón en callejón llevando comida, agua, abrigo y ánimos a cualquiera que lo necesitara, en su última noche con dieciocho años.

El concepto de humildad no debería ser algo nuevo para un hombre de su edad, pero lo era. Lo era por la forma en que cada día, Peter lograba sorprenderlo, enseñándole que los límites no existían siquiera en un concepto tan cerrado como lo era ser un superhéroe.

Peter siempre quería ayudar. Siempre pensaba en los demás, siempre consideraba sus responsabilidades como un regalo y jamás como una carga. En navidad, en su cumpleaños, en medio del día más caluroso del año. Nada era suficiente excusa para no ayudar.

Así que le dio un último vistazo al cuerpo de su chico balanceándose lejos del lugar para encaminarse a la cocina, a ver que tanto desastre iba a tener que limpiar. Y, bajo la miradaatenta de sus amigos, lo hizo, una vez más, con una sonrisa.


Pequeño Os en honor a nuestro Baby-Spidey que anda de cumpleaños♥

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