Capitulo 2: Aprendiendo a ser humano.
La tierra quería volver a su superficie, anhelando volver a sentir la brisa del viento, los árboles meciéndose y la suavidad del pasto en sus pies. Y no se contuvo, pesé a las súplicas de luna de que no volvería a irse de esa manera lo hizo igualmente, cerró los ojos y se acurrucó en su órbita, poniéndose cómodo para dormir, y volver a ver su vida.
La Tierra, tras despertar en su forma humana, se encontró con un niño solo, llamado Orión. El niño lo miraba con ojos asustados, pero pronto una sensación de familiaridad lo invadió.
"¿Quién eres?" preguntó Orión, con voz temblorosa.
La Tierra sonrió. "Soy la tierra que habitas. ¿Qué te sucede, pequeño?"
Orión suspiró hondo, las lágrimas acumulándose en sus ojos. "Me perdí. Estaba explorando y no sé dónde están mis padres ni la caravana."
La Tierra, confuso sobre la magnitud de la situación, frunció el ceño. "¿Perdido? ¿Qué significa eso?"
Orión, sintiendo la angustia en su pecho, explicó: "He estado llamando, pero no puedo encontrarlos. Me aventuré demasiado lejos."
"¿Aventurarte lejos?" La Tierra repetía, tratando de comprender el concepto. "Yo nunca me he perdido. Siempre he estado aquí."
Orión se sentó en el suelo, claramente abrumado. "Es que cuando estás solo y no sabes dónde ir, es aterrador."
La Tierra, intentando conectar con el niño, preguntó: "¿Qué es una caravana?"
Orión levantó la vista, un poco más tranquilo al hablar de ello. "Es un grupo de personas que viajan juntas, compartiendo historias divertidas y aventuras que me hacen emocionar."
"¿Y tú disfrutabas de esas historias?" La Tierra inquirió, intrigada.
"Sí, eran emocionantes. Pero ahora estoy aquí, solo," respondió Orión, con una mezcla de tristeza y confusión.
La Tierra, aún sin comprender del todo la gravedad del asunto, trató de ofrecerle consuelo. "No estás solo en este momento. Estoy contigo." Se sentó a su lado, ambos mirando el horizonte, donde el sol comenzaba a descender, la tierra no comprendió del todo los miedos del niño, como podía decir que estaba solo si el estaba ahí mismo?
"¿Crees que podre encontrar a los demás?" preguntó Orión, la inseguridad aún presente en su voz.
"Sí," dijo la Tierra, sin realmente captar la profundidad de su preocupación. "Solo debes seguir adelante y explorar. Es simple solo camina y eventualmente tus padres aparecerán"
Mientras el sol se ocultaba, la Tierra y Orión compartieron un instante de conexión. Aunque no entendía completamente el miedo del niño, la curiosidad de Orión y su deseo de descubrir el mundo resonaban en su ser.
La Tierra, sintiendo la soledad de Orión pero sin comprender del todo la magnitud de su pérdida, sonrió y preguntó inesperadamente. "¿Quieres viajar conmigo por el mundo?" le preguntó, deseando compañía en su exploración.
Orión, sorprendido, levantó la vista. "¿De verdad? ¿Podemos ver ríos y montañas?"
"Sí," respondió la Tierra, entusiasmada. "Podremos descubrir lugares hermosos y escuchar las historias del viento."
El rostro de Orión se iluminó. "Me encantaría. Tal vez, en el camino, pueda encontrar pistas sobre mis padres."
La Tierra, sin darle importancia a la búsqueda del niño, solo quería disfrutar del momento. "No te preocupes por eso. Lo importante es que estemos juntos. Vamos a explorar."
Orión, aún un poco temeroso, pero lleno de emoción, asintió. "Sí, quiero hacerlo." Con eso, la Tierra tomó la mano del niño, y juntos comenzaron a caminar.
A la tierra no le importaba si alejaba a el niño de sus padres, la tierra no tenía padres y estaba perfectamente bien. Sin embargo no podía sacarse de el pecho la sensación de un nudo un su corazón ante su acción.
Toda la vida en su superficie era suya, y si el decía que quería llevarse a este niño lo haría, y no había autoridad mas grande que el aquí en su superficie, el toma las decisiones que son lo mejor para todos.
La Tierra llevó a Orion de la mano mientras caminaban por un vasto sendero en la naturaleza. Los primeros rayos de sol iluminaban el cielo, bañando de dorado el paisaje. A su paso, se desplegaban campos interminables de flores silvestres, ondeando suavemente con la brisa. Las montañas al fondo parecían pintadas, sus picos nevados brillaban bajo el cielo despejado.
El niño, con los pies cansados y respiración entrecortada, observaba fascinado el entorno. Aunque estaba agotado, no podía dejar de admirar la belleza que lo rodeaba. A lo lejos, un lago cristalino se extendía ante ellos, reflejando el cielo como un espejo. La Tierra, por su parte, se movía con una energía inagotable, como si cada paso lo reconectara con todo lo vivo que lo habitaba.
Mientras caminaban, Orion se detuvo para recuperar el aliento, levantando la vista hacia un arcoíris que se formaba tras una pequeña cascada. Tierra sonrió, observando cómo la naturaleza dejaba su huella en el alma del niño. Él no se cansaba. Para Tierra, estos paisajes eran como viejos amigos, pero para Orion, cada escena era una maravilla nueva y vibrante.
Tierra bajó la mirada hacia el pequeño, inclinándose levemente para preguntarle: "¿Quieres descansar un poco?" Pero Orion, con los ojos llenos de asombro, sacudió la cabeza. Quería seguir adelante, no quería perderse nada de lo que quedaba por ver.
A medida que avanzaban por el sendero, la suave luz del atardecer comenzó a teñir el cielo de tonos naranjas y rosados. De pronto, a lo lejos, Orion y la Tierra divisaron un pequeño pueblo humano. Las casas de piedra y madera se alzaban como puntos diminutos entre los campos cultivados y el río que serpenteaba a su lado.
El humo de las chimeneas ascendía perezosamente, y las luces de los faroles comenzaban a encenderse, dando al lugar un aire acogedor y tranquilo. Orion, cansado pero aún curioso, tiró suavemente de la mano de la Tierra, señalando el pueblo.
—"¿Son personas?" —preguntó el niño, con una mezcla de fascinación y cautela.
La Tierra asintió, observando el asentamiento con una expresión agridulce. Aunque había visto innumerables pueblos a lo largo de los siglos, cada uno de ellos le recordaba las maravillas y las tragedias que los humanos eran capaces de crear.
—"Sí, son personas" respondió la Tierra en voz baja. "Son parte de mí, y aunque a veces me lastiman, también me cuidan, me aprecian... y me hacen reír con su imaginación."
Ambos se quedaron unos instantes más, contemplando el pueblo desde la distancia. Los sonidos de la vida cotidiana empezaban a llegar a sus oídos: risas de niños, el repicar de un martillo, y el murmullo constante de la naturaleza conviviendo con los humanos.
Justo cuando la Tierra y Orion se disponían a continuar su camino, un grito desgarrador rompió la calma del atardecer. Desde el pueblo, un hombre corría desesperado, sus pasos resonando sobre el suelo de piedra mientras agitaba los brazos en pánico.
—"¡Ladrones! ¡Vienen ladrones!" —gritaba con desesperación, su voz cargada de temor.
Orion, sobresaltado, apretó con fuerza la mano de la Tierra, sus ojos bien abiertos por la confusión y el miedo. Tierra, en cambio, mantuvo la calma, observando al hombre mientras corría hacia el pueblo en busca de refugio. Desde la distancia, comenzaron a escucharse los sonidos de caballos galopando y voces roncas gritando órdenes.
—"¿Qué hacemos?" —preguntó Orion con un hilo de voz, mirando la expresión imperturbable de la Tierra.
Tierra suspiró, su mirada fija en la entrada del pueblo. Aunque era un ser de gran poder, evitaba involucrarse en los asuntos de los humanos cuando podía. Pero al sentir el miedo latente en el aire y la angustia en el rostro del hombre, una chispa de compasión lo recorrió.
—"No puedo ignorarlos," murmuró la Tierra, finalmente. "Estos humanos también son parte de mí."
Sin soltar la mano de Orion, la Tierra dio un paso adelante, su presencia ahora más imponente y decidida. Aunque no le gustaba intervenir directamente en los conflictos humanos, algo en su interior le decía que, esta vez, debía protegerlos.
—"Quédate cerca, Orion," dijo, mientras ambos comenzaban a avanzar hacia el pueblo que ahora se encontraba en peligro.
'Solo sera una vez' se dijo la tierra.
La Tierra, con una determinación renovada, concentró su energía en el aire que los rodeaba. En un instante, un murmullo comenzó a recorrer el ambiente, y de repente, los caballos que montaban los ladrones se detuvieron en seco, como si una fuerza invisible los mantuviera en su lugar.
—"¡Váyanse!" —gritó la Tierra con una voz poderosa, resonando en los corazones de los ladrones. Al mismo tiempo, una brisa mágica hizo que los caballos se inclinaran levemente, como si respondieran a una orden ancestral. Los animales, incapaces de resistir la llamada de la Tierra, comenzaron a moverse hacia atrás, alejándose de los hombres.
Los ladrones, confundidos y aterrados, intentaron aferrarse a las riendas, pero los caballos eran más fuertes que su voluntad. Uno a uno, comenzaron a girar y, con un relincho asustado, se alejaron a toda velocidad, llevando a sus jinetes con ellos.
Los aldeanos, que se habían preparado para enfrentar un asalto, se quedaron boquiabiertos al ver cómo los ladrones eran forzados a huir sin que nadie hubiera levantado un dedo. La tensión en el aire se disipó, y un murmullo de asombro comenzó a extenderse entre ellos.
Orion miraba a la Tierra con una mezcla de admiración y sorpresa. Nunca había visto a alguien con tal poder, y el miedo que había sentido momentos antes se transformó en una profunda gratitud.
—"Lo hiciste," dijo Orion, su voz llena de asombro.
La Tierra, aliviada, sintió cómo su corazón se llenaba de alegría al ver que había protegido a esos humanos, aunque sabía que había intervenido solo una vez. Ahora, el pueblo podía respirar en paz, y la belleza de la vida cotidiana podía regresar lentamente.
A medida que los caballos de los ladrones desaparecían en el horizonte, los aldeanos comenzaron a asomarse cautelosamente de sus casas. Al principio, solo unos pocos se aventuraron a salir, mirando a su alrededor con desconfianza. Sin embargo, al ver que la amenaza se había desvanecido, más y más personas se unieron, llenando las calles con murmullos de asombro.
Cuando la Tierra se hizo visible en toda su grandeza, la multitud se detuvo. Un silencio reverente se extendió entre ellos, y poco a poco, los aldeanos comenzaron a acercarse. Sin pensarlo dos veces, uno tras otro se arrodillaron ante la Tierra, como si estuvieran ante un dios, expresando su agradecimiento.
—"¡Gracias! ¡Gracias por salvarnos!" —exclamó un hombre mayor, su voz temblorosa llena de emoción. Otros comenzaron a repetir sus palabras, creando un coro de agradecimientos.
La Tierra se sintió abrumada por la devoción y el reconocimiento, pero también un poco incómoda. Sabía que había actuado por compasión, no por ser un dios. Sin embargo, la gratitud en los rostros de los humanos era innegable.
—"No se arrodillen," dijo la Tierra con suavidad, inclinándose levemente para mirar a los aldeanos a los ojos. "Solo he hecho lo que debía. Ustedes son parte de mí, y su vida es valiosa."
Pero sus palabras parecieron solo aumentar su admiración. Algunos levantaron la vista con lágrimas en los ojos, sintiendo una conexión profunda con la Tierra, como si su intervención hubiera restaurado algo perdido en su comunidad.
Orion observaba la escena, maravillado por el impacto que la Tierra tenía sobre los humanos. En ese momento, comprendió que su esencia era más que solo un planeta; era un protector, un guardián de la vida que habitaba en su superficie.
Finalmente, la Tierra sonrió y extendió su mano hacia el grupo, con un gesto de calidez. —"Siempre estaré aquí para ustedes, aunque no lo vean," dijo, haciendo eco de su promesa de cuidar de todos sus habitantes tanto como pudiera.
La noticia de la intervención de la Tierra se esparció rápidamente por el pueblo. Los aldeanos, aún en estado de asombro, comenzaron a murmurar entre ellos, y en pocos minutos, se formó un bullicioso grupo. Uno de los hombres, con una gran sonrisa en su rostro, se levantó y exclamó:
—"¡Celebremos! ¡Haremos una fiesta en honor a nuestro Salvador!"
Los aplausos y vítores estallaron entre la multitud, y una energía festiva comenzó a llenarlo todo. La Tierra observaba con una mezcla de sorpresa y calidez, sintiendo cómo la alegría de los humanos vibraba en el aire.
—"¡Sí! Haremos una gran celebración!" —gritó una mujer, moviendo los brazos con entusiasmo. "Comida, música y baile. Merecemos festejar esta victoria juntos y agradecer a quien nos salvó."
A medida que la idea de la fiesta tomaba forma, los aldeanos comenzaron a organizarse. Algunos corrieron hacia el mercado para reunir provisiones, mientras otros se dirigían a sus casas en busca de instrumentos musicales y decoraciones. La atmósfera se llenó de un aire de camaradería y entusiasmo.
Orion, emocionado por la idea, miró a la Tierra. —"¿Podemos quedarnos? ¡Quiero ver la fiesta!"
La Tierra asintió, encantada con la idea. Sabía que momentos como estos eran raros y valiosos, y quería ser parte de la celebración que los humanos estaban preparando en su honor.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, los colores del cielo se reflejaban en el pueblo, y la música resonaba en el aire. Las luces de las antorchas comenzaron a parpadear, y el aroma de deliciosos platillos se esparcía por el ambiente.
Los aldeanos, ahora unidos, se reunieron en la plaza central, decorando el lugar con flores y cintas brillantes. La fiesta prometía ser un evento memorable, no solo para agradecer a la Tierra, sino para celebrar la vida y la comunidad que habían construido juntos.
A medida que la fiesta en honor a la Tierra se animaba, los aldeanos se acercaron con sonrisas y gestos amistosos. Un grupo de ellos se acercó a la Tierra y a Orion, agradeciéndoles nuevamente y ofreciendo un lugar donde pasar la noche.
—"Hemos preparado unas habitaciones para ustedes," dijo un anciano con una voz amable. "Es lo menos que podemos hacer después de lo que han hecho por nosotros."
Orion miró a la Tierra con entusiasmo, y esta sonrió, sintiendo un calor en su corazón por la hospitalidad de los humanos.
—"Nos encantaría," respondió la Tierra, su tono suave y acogedor. "Es un honor quedarnos aquí con ustedes esta noche."
Los aldeanos guiaron a la Tierra y a Orion a través de un camino iluminado por antorchas, hacia una pequeña casa al final de la plaza. La casa, sencilla pero acogedora, estaba adornada con flores frescas y luces parpadeantes que creaban un ambiente cálido.
Al entrar, se encontraron con dos habitaciones acogedoras, decoradas con telas coloridas y muebles de madera. Un aroma a hierbas frescas llenaba el aire, y en la mesa había un pequeño banquete preparado: pan recién horneado, frutas, y un delicioso guiso que prometía ser reconfortante.
—"¿Qué te parece, Orion?" —preguntó la Tierra, sonriendo mientras miraba al niño explorar el lugar con curiosidad.
—"Es increíble," respondió Orion, sus ojos brillando de alegría. "¡Nunca había estado en un lugar así!"
Los aldeanos les ofrecieron agua fresca y aseguraron que podían descansar y disfrutar de la fiesta que continuaba afuera. Antes de retirarse, un grupo de niños entró, emocionados por conocer a sus nuevos amigos.
—"¡Cuéntanos más sobre el cielo y las estrellas!" —pidieron, mirando a la Tierra con admiración.
La Tierra, llena de alegría, comenzó a compartir historias sobre el cosmos, mientras Orion se unía a la conversación, señalando las constelaciones que tanto amaba. Así, mientras la fiesta seguía en el exterior, la calidez y la conexión entre la Tierra, Orion y los aldeanos se consolidaba en el interior de aquella acogedora casa.
Cuando los niños finalmente se marcharon, riendo y prometiendo regresar al día siguiente, Orion sintió el cansancio apoderarse de él. Se acercó a su cama, un pequeño refugio de sábanas suaves y cálidas, y sin pensarlo dos veces, se dejó caer en ella. En cuestión de segundos, el sueño lo envolvió, su respiración se volvió tranquila y profunda.
La Tierra, observando la paz en el rostro del niño, sintió una ola de ternura. Se sentó en la cama junto a él, admirando su inocencia y el profundo descanso que había encontrado después de un día tan intenso. Sin embargo, a pesar de su naturaleza, la Tierra no sabía exactamente cómo descansar de la misma manera que los humanos.
Con suavidad, trató de imitar la respiración de Orion. Cerró los ojos y tomó una respiración profunda, intentando sincronizarse con el ritmo sereno del niño. Inhaló y exhaló, como si cada respiración fuera una conexión entre ellos. La calma del ambiente la envolvió, y poco a poco, comenzó a sentirse más ligero.
Mientras intentaba encontrar ese estado de reposo, la Tierra reflexionó sobre el día. Había intervenido por primera vez en la vida de los humanos, y aunque sabía que lo había hecho por una buena razón, también había una sensación de cambio en su interior.
Poco a poco, la tranquilidad la fue invadiendo, y mientras Orion seguía durmiendo, la Tierra sintió que su propia respiración se volvía más rítmica. La luz de la luna iluminaba suavemente la habitación, creando un ambiente mágico y sereno. Con cada respiración, se sumergió más en un estado de paz, dejando atrás las preocupaciones y el bullicio del mundo exterior.
Finalmente, se dejó llevar por el sueño.
Este capítulo tiene 2864 palabras.
•Cabe recalcar que luna se esta arrancando el pelo de la ansiedad al ver que la tierra no aparece.
•Los padres de orión están en la misma, pero ya se medio resignaron un poco a la posibilidad de que no encuentren a su hijo, o que para empezar no lo encuentren vivo.
Eran tiempos difíciles y los niños mueren seguido.
•Orion tiene 13 años, y estudió cuando viajaba con sus padres.
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