017
Me dijo que iba a transformarse en lobo, así que me dio la espalda mientras yo también me giraba para vestirme. Agradecía ponerme de nuevo la ropa porque el frío comenzaba a lastimarme. El viento helado y sus ráfagas al menos secaron con mayor velocidad mi cabello. Me quedé de piedra cuando escuché crujidos y gruñidos detrás de mí, tomó toda mi fuerza de voluntad no girarme para verlo transformarse.
Luego el silencio reinó y una nariz helada acarició mi brazo.
Di un brinco en mi lugar antes de girar y encontrarme a un enorme lobo frente a mí, dos veces más alto que un lobo normal. Sus ojos eran rosas, su pelaje era de un tono rojizo y se veía tan suave y sedoso. Las patas gruesas y fuertes poseían garras afiladas, peligrosas y dolorosas.
No pude evitarlo y llevé mi dedo hacia su nariz, para apretarla como si fuera un botón.
Payasín se lamió la nariz y sacudió la cabeza antes de mostrarme los dientes y me quise reír.
Sin embargo, no teníamos toda la noche. Así que me apresuré a tomar su vestimenta olvidada en el suelo, como solo imaginé que era ropa y las botas, de ella cayeron estrepitosamente el cinturón cargado de navajas y otros artefactos que solo sé que son letales y dos espadas pesadas y largas. Y la máscara.
Recogí todo con tanta rapidez como pude y casi se me sale el aire en cuanto alcé una de las espadas. Dios Santo, tenía que ponerme a hacer ejercicio. Payasín tocó mi espalda y por un momento pensé que me estaba pidiendo que me apresurara hasta que me di cuenta de que yo podía colgar las espadas sobre mi espalda. El traje estaba diseñado para un guerrero.
Cuando terminé, Payasín dobló sus patas. Alguna vez mi padre me pagó clases de equitación, por lo que subí con bastante elegancia y agilidad, luego me agarré como pude con una mano porque en la otra llevaba todo el arsenal de este sujeto.
En cuanto le dije que estaba sujetado, él comenzó a correr.
Apreté mis muslos por inercia sobre sus costillas y me incliné hacia su cuello, para que el viento no me golpeara tanto la cara. Payasín nos llevó por un bosque lleno de animales que poseían unas antenas sobre sus cabezas con luces que iluminaban de forma intermitente los lugares.
Por la velocidad en la que íbamos, no pude apreciar la belleza del bosque como me hubiese gustado. Pronto salimos a un pequeño poblado, donde la mayoría de hogares tenían las luces apagadas. Solo las linternas afuera iluminaban los caminos y algunos locales que mantenían el ruido de las personas dentro. Sin embargo, Payasín me llevó hacia las casas más grandes, evitando a toda costa las zonas donde podíamos escuchar personas.
Algunos guardias caminaban por aquí y por allá, pero Payasín los esquivó con tanta inteligencia que me quedé sin habla. El poblado de pronto se alejó, y las casas grandes disminuyeron hasta que de pronto estuvimos frente a una mansión. No era, por lejos, más grande que cualquiera de los edificios dentro de la Fortaleza, pero sí un poco más que la residencia de la señora P'i.
En lo que parecía la puerta principal estaba una fuente grande y llamativa. Alrededor, había muchos hombres y mujeres caminando de un lado a otro, mirando de forma furtiva por todas partes. Payasín tenía razón: los hombres del señor Ro estaban muy inquietos.
Como estábamos escondidos entre la maleza, me bajé con cuidado y le di la espalda para que se volviera a transformar.
Todavía tenía en mis manos la ropa, las botas, el cinturón y... La máscara.
Si me giraba ahora, podría saber quién era. Salir de las dudas, darle otro rostro, evaluar sus ojos y buscarlo en la fortaleza para encontrarlo sin problemas.
Pero no lo hice.
Porque, por muy mío que él se proclamara, no quería perder su confianza en mí.
— Ten —susurré, extendiendo mi brazo hacia atrás para entregarle su máscara.
— La ropa —él dijo y supe que tenía la máscara, porque esa en definitiva no era su voz. Era la que yo conocía.
Le entregué la ropa y esperé, escuchando los susurros de las prendas.
— No te gires aún —murmuró.
Asentí, y de pronto su mano enguantada se posó sobre mi hombro. Me tomó de sorpresa cuando sentí un toque tibio y suave contra mi nuca. Y luego piel.
Había una piel rozándose contra mi nuca, sentí una respiración y entendí que era su nariz.
— ¿Qué haces? —pregunté con nervios.
No contestó, se alejó de mí y luego habló:
— Lo marcaba con mi olor.
— ¿Para qué? —me giré, porque sabía que tenía la máscara. Le ofrecí el calzado.
— Como premio por mantener mi confianza.
Mi corazón se sintió cálido, le sonreí, pero como era un estúpido le dije:
— Vaya premio de mierda.
Él se rio en voz baja. Mantuve mi sonrisa mientras apuntaba hacia la mansión.
— ¿Vamos?
Esperamos a que un guardia nos diera la espalda antes de bajar cerca de él. Payasín se acercó con tanto sigilo, que me pregunté si realmente se había puesto las botas, y cubrió la boca del vigilante antes de esperar unos segundos mientras el sujeto forcejeaba con él. Luego lo dejó caer con suavidad al suelo y me indicó que entraramos a la mansión usando una llave que le había robado a su víctima.
Antes de abrir, echó un ojo por las ventanas, analizando cada detalle mientras yo miraba a nuestras espaldas. ¿Había armas de fuego aquí? ¿Flechas?
La puerta se abrió y él me arrastró hacia dentro. Nos adentramos a una habitación oscura y me miró.
— Va a entregarle la información al emperador, ¿no es así?
— Te dije que sí —susurré.
— ¿Sabe pelear?
— Una vez golpeé a un sujeto porque estaba molestando a mi hermana —confesé sin pensar.
— ¿Hace cuánto?
— Un par de años...
— ¿Ha matado alguna vez?
Me horroricé con la pregunta, y él pareció notarlo porque asintió sin esperar mi respuesta. De pronto me señaló una de las espadas que llevaba sobre mi espalda, desenvainó ambas y me entregó una.
— Defiéndase con esto.
— Pesan mucho. Mejor dame una navaja.
— No, las navajas requieren que usted se acerque al objetivo. Demasiado peligro.
Asentí y tomé la espada con ambas manos antes de que él me indicara que podíamos movernos. Me quedé detrás de él porque pensé que sería lo más inteligente y me dije a mí mismo que debía concentrarme y no ser un estorbo para él.
Además, podía pelear. Sé que tenía fuerza, podía lanzar un par de puñetazos por aquí y por allá. No tenía mucha experiencia, y no estaba en pro de la violencia, pero algo podría hacer.
Cuando nos movimos entre pasillo y pasillo, me sorprendió que la residencia estuviera tan vacía de gente. Tomé la manga de Payasín para preguntarle sobre ello, una vez volvimos a estar en una zona que parecía muy segura.
— Lo estudié ayer —él respondió—. Yonghwan, la mano derecha de Ro, se reúne con sus socios un piso más arriba, pero no quiere que los guardias escuchen.
— ¿Por qué no?
— Porque aún no sabe cómo pagarles en cuanto termine el mes.
— ¿Matarán a Yonghwan si no les pagan? —cuestioné, con el ceño fruncido.
— Sí.
— ¿No es mejor una demanda?
— Estamos hablando de negocios ilegales, amo. La gente de allá afuera ha perdido la culpa de cometer un crimen o una atrocidad: matar a su jefe para desbaratar esta casa y vender lo que puedan para sobrevivir en lo que encuentran otro trabajo, no sería el peor de sus crímenes.
— ¿No hay lealtad?
— No en todos los negocios —él se encogió de hombros—. Además, la lealtad no sacia el hambre.
Cierto.
Continuamos nuestra movida, y a veces no podía evitar que una sonrisa se me escapara: sentía tanta adrenalina. En mi realidad jamás habría hecho esto, ni siquiera se me hubiese pasado por la cabeza allanar la casa de un criminal en busca de información. Sea la razón por la que estuviese aquí, era muy divertido.
La sonrisa se me borró en cuanto al girar sobre un pasillo, nos enfrentamos cara a cara con un guardia. De pronto, un líquido caliente chispeó sobre mi rostro y el olor a óxido le siguió.
Mi cerebro no procesó cómo lo hizo, pero Payasín estaba de pie frente a mí mientras que su mano izquierda estaba sujetando los dientes superiores y la derecha, los inferiores. Le había destrozado la mandíbula al criminal y, con ello, lo había dejado sin vida. Vi la sangre correr de su boca, como la piel se había desgarrado con tanta facilidad. Payasín lo sujetó del torso antes de arrastrarlo a la primera puerta que encontró.
Se acercó a mí y me miró.
— Hay que apresurarnos: si alguien pasa por aquí, se levantarán sospechas.
— ¿No había otra forma...?
— Si no lo hacía, iba a darle tiempo a atacarnos. En medio de la lucha, habríamos forcejeado y hecho ruido. Solo somos usted y yo contra todos los hombres de Ro.
Me dolía el estómago. Sabía que él tenía razón; sabía que si los hombres de Ro nos descubrieran, no íbamos a salir ilesos. O vivos, en el peor caso. Sin embargo, no estaba acostumbrado a esta violencia. Había visto a Payasín asesinar al señor Ro, pero estaba demasiado drogado y preocupado por mi propio pellejo que no tuve tiempo de profundizar ante esa idea.
Luego estuve resguardado en la fortaleza, y no pensé que iba a enfrentarme a este tipo de escenas de nuevo. Había visto películas violentas con mi familia o solo, pero ¿todos esos efectos especiales? Por muy grotescos que se vieran, verlo frente a tus ojos era una experiencia más horrorosa y oscura que eso.
Quería vomitar, pero tragué saliva lo mejor que pude y me puse de pie para seguir a Payasín. Él me llevó por otras escaleras donde encontramos un pasillo gigante con puertas, todas las habitaciones estaban oscuras, por lo que podía ver. Sin embargo, no todos estaban dormidos.
Escuché murmullos a lo lejos, caminamos lento, aguantando la respiración y entonces los gemidos nos alcanzaron: había gente copulando en algunas habitaciones. El olor a sexo era potente y me encogí un poco ante la mezcla con las feromonas. Había muchos alfas ahí y, con o sin lobo, seguía siendo un omega: me estaba afectando.
Payasín tuvo que tomarme de la mano para que yo no me quedara atrás. Entonces, finalmente, entramos a una oficina y me quedé helado al encontrar a un hombre dormido sobre el escritorio en el centro. Miré con alarma a mi compañero, pero él señaló una botella de vidrio azul junto al hombre y comprendí que estaba muy borracho.
No corríamos riesgo, aún.
— Busca en esa estantería —él susurró.
Asentí y, en puntillas, caminé hacia una estantería llena de archivos. Fruncí el ceño confundido porque no sabía qué debía buscar de forma específica. Sin embargo, comencé a mover carpeta por carpeta, abriéndolas un poco para ver la primera página. Revisé alrededor de siete carpetas antes de encontrarme con una foto que me dejó perturbado:
Hyonu.
Parecía un expediente: su nombre, su apellido, su edad, su fecha de nacimiento, su tipo de sangre... ¿Qué era todo eso?
Tomé la carpeta sin dudarlo, seguí buscando hasta moverme a los de arriba. Payasín se acercó a mí, lo miré por encima del hombro y vi que tenía un libro pesado. Le señalé la carpeta de Hyonu y seguí buscando sin parar. Encontré otros archivos que me parecían relacionados con la situación y luego miré a Payasín.
— ¿Cómo saldremos de aquí con todo esto?
— Aquí —sacó uno de sus artilugios en el cinturón y desenvolvió un tubo de tela en una mochila—. Lo que quepa, el resto lo obtendremos más tarde.
— ¿Más tarde?
— Sí; en cuánto le entregue esto al emperador, él vendrá a desmantelar la casa.
Es verdad. El emperador Jungkook no se quedaría de brazos cruzados y se preguntaría cómo supe acerca de todo esto.
— ¿Cómo le explico que sé sobre todo esto?
— Dígale la verdad, amo —él respondió, guardando los documentos—. Dígale que no se podía quedar esperando como si nada; usted no es un omega que quiera vivir en dudas.
— ¿Y cómo salí de la fortaleza?
— ¿No se hizo amigo del príncipe Jimin?
Se puso la mochila sobre los hombros y señaló con la cabeza hacia la puerta.
— No quiero meter a Jimin en esto... —confesé.
— Yo creo que al príncipe Jimin le encantaría un poco de acción.
Yo sé que debí actualizar el fin de semana, pero me enfermé el viernes por la tarde y estuve en cama todo el fin. Trataré de traerles capítulos estos días, mas no prometo nada.
Besitos.
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