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012

El emperador Jungkook no poseía aroma.

Lo noté con rapidez. No había ningún aroma emanando de él y me pregunté cómo podía ser aquello posible. Sin embargo, no era algo de mi incumbencia. Me había hecho una pregunta y no sabía qué responderle. ¿Debía mencionarle de la aparición de mi visitante nocturno?

— Ha sido agradable —respondí, al final.

— Me alegra escuchar eso.

El silencio nos rodeó, su mirada fija en mí y me pregunté si sabía sobre la visita y ya tenía al payaso encarcelado, solo esperando que yo le fuera honesto.

— No me gusta que estés involucrado en este caso, Taehyung —fue su comentario—. No quisiera que sigas involucrado en ello, pero ahora eres una valiosa fuente de información para mí. Necesito que confíes en mí.

Asentí suavemente.

— ¿Por dónde empiezo? —pregunté.

— ¿Cómo llegaste hasta sus manos?

— Desperté en la residencia. Ellos dijeron que quizá me di un golpe muy fuerte, porque no recuerdo nada antes de despertar.

— ¿Nada?

— No recuerdo a mi familia —mentí—. De dónde vengo y a dónde iba.

— Espero que podamos resolver esto pronto —dijo el emperador—. Estamos investigando quién y dónde se encuentra tu familia, para que puedas regresar con ellos.

— Gracias.

Y lo dije con honestidad: apreciaba el esfuerzo, aunque iba a ser en vano. Yo no pertenecía a ese lugar, pero tampoco lo hacía en mi realidad.

— Solo recordaba mi nombre —continué, mirando las decoraciones en la mesa—. La señora P'i se mostró muy amable y comprensiva; le creí todo. Le creí acerca de la supuesta ayuda que les brindaba a los omegas perdidos que encontraba. Había cinco más, aparte de mí, cuando llegué.

— Los otros omegas, ¿tenían la memoria atrofiada también?

— No. Pero ahora estoy seguro que la señora P'i solo les mentía cuando aseguraba que estaba buscando a sus familias.

Entonces le describí a cada omega, sus historias y le mencioné sus nombres y sus edades. No le expliqué los sueños de cada uno, ni cómo o cuánto lo admiraban. Pero pensé de forma profunda en ellos, en cómo sus ojos se iluminaban al pensar en su futuro. En cómo se alegraban y suspiraban al pensar en el futuro matrimonio entre el príncipe Kunwoo y el emperador Jungkook.

Le hablé sobre los trabajadores en la residencial, que no eran muchos y casi no rondaban la casa. Mencioné las personas que yo vi entrar y salir, aún si no sabía sus nombres, describí sus características físicas y sus aromas lo mejor que pude.

Detallé la casa de forma meticulosa: cada habitación, cada decoración, cada mueble y cada alfombra que pisé. Le confesé que se encontraba en Pettcus, en Humham. Y luego...

— Hyonu.

— ¿Quién es?

Era complicado responder esa pregunta. Había estado pensando demasiado en Hyonu cada vez que tenía un momento de paz y silencio. Tenía sentimientos encontrados por él.

Estaba claro que Hyonu sabía toda la situación de la señora P'i. Sin embargo, mientras más lo pensaba y mientras más lo analizaba, no creía que él estuviera a favor de sus acciones. Y por ello también mantenía esa personalidad distante y fría con cada omega que entraba en ese lugar.

Al mismo tiempo, ¿qué era lo que lo detenía de, al menos, huir de esa casa? Quizá él no tenía los recursos ni el poder para enfrentarse a la señora P'i. Pero estoy bastante seguro que podría haber denunciado de forma anónima la situación. ¿Qué era tan poderoso para asegurar su silencio y su voluntad?

— No estoy seguro —confesé, mirándolo a los ojos—. Él... es un omega. Y creo que es el cómplice de la señora P'i, pero al mismo tiempo...

— Es necesario que confíes en mí, Taehyung.

— Lo hago.

Lo hacía. Conocía a este hombre, aunque él no lo supiera. Sabía los sentimientos que desarrollaría hacia Kunwoo, la forma en que lo miraría y se abriría a él. Los retos que enfrentaría al enamorarse y liderar un gobierno. Por supuesto que confiaba en él.

— Es solo que... No sé cómo explicarme, pero no odio a Hyonu.

— ¿Qué quieres decir?

— Creo que quizá fue víctima de la señora P'i. Que tendría el mismo destino que el resto de los omegas, pero algo salió mal.

El emperador Jeon guardó silencio mientras analizaba mis palabras y luego asintió.

— Bien, tendré eso en cuenta.

Creí que iba a pedirme que me retirara, pero entonces hizo la pregunta:

— ¿Qué hay del enmascarado?

Ahora que lo pienso bien, tenía su ventaja que este hombre no poseyera aroma: todo en él era un enigma. Ojalá yo tuviera ese don porque estoy muy seguro que mi aroma me delató, pues su ceño se frunció profundamente cuando no respondí.

Mis labios se afinaron y me acomodé en el asiento.

— No... No sé nada más de él... Le di todos los detalles.

— ¿Te amenazó? Puedes decirme lo que sea; estás seguro aquí.

— No, para nada —respondí sin titubear—. Es solo que... No tengo nada más de él.

— Ese alfa —se alejó de la mesa, dándome la espalda—. Es una amenaza para mi gobierno: la gente debe saber que soy el único que puedo protegerlos. Es mi deber, al fin y al cabo.

— ¿Va a encarcelarlo si lo encuentra, su Majestad?

Me miró por sobre su hombro y con una sonrisa dijo:

— Voy a asesinarlo.

Tenía que advertirle.

Era lo único en lo que podía pensar en cuanto el emperador me dio permiso para retirarme. La señorita Yubin me escoltó hasta Momo y ella me llevó fuera del palacio para dirigirnos hacia el edificio Fuego. Me sentía nervioso con cada paso que daba: el payaso se encontraba demasiado cerca del emperador, sobre todo porque dijo que vendría a verme pronto. ¿Acaso no valoraba su vida? ¿O en realidad cree que puede enfrentarse al emperador?

— Joven Taehyung, tengo que hacerle una entrega.

Miré a Momo en cuanto se adelantó para abrir la puerta de mi habitación. Cuando yo entré, ella cerró la puerta y caminó hacia el comedor donde me di cuenta de que había una caja de madera muy elegante sobre él.

— Le hemos traído esto —ella dijo, y tomó la caja en sus manos para extenderla hacia mí.

— ¿Qué es? —cuestioné, tomando la caja.

— Son sus pertenencias. Se estaban investigando.

— ¿Mis pertenencias?

— Sí, las que traía con usted antes de venir aquí.

Los regalos que la señora P'i me había dado.

La caja de pronto se sintió fría y más pesada en mis manos. Momo se quedó expectante, así que le di una sonrisa forzada.

— Gracias. Voy a revisarla, ¿crees que puedo quedarme un rato a solas?

— Por supuesto. Vendré cuando el almuerzo esté listo.

— ¿Hay alguna biblioteca aquí? —pregunté antes de que ella abriera la puerta.

— Sí, joven. Hay muchas, en realidad.

— Quisiera visitar la más cercana, luego del almuerzo...

— Como usted guste, joven.

Ella salió de la habitación y lancé la caja de nuevo al comedor. La abrí con cuidado, como si la caja tuviera vida y fuera a morderme. Lo primero que encontré fueron las prendas de ropa. El traje rojo que la señora P'i me había entregado y el que había usado durante el viaje parecía mirarme con burla. De pronto ya no se veía bonito. Las joyas que me había regalado ahora habían perdido su brillo y me hacían sentir enfermo.

Lo tomé todo y lo tiré al suelo, preparado para decirle a Momo que podía tirarlas o quedarselas. No me interesaba nada.

Debajo de la ropa se encontraban los libros y me entristecí más. ¿Cómo pudo haber sido una farsa? ¿Cómo pudo mirarme a los ojos y fingir que me admiraba? ¿Cómo pudo mentir sin pestañear? Me sentía lastimado. Demasiado herido. No dolía tanto como las brutales palabras de mi padre, como su rechazo y su decepción, pero dolía porque ella cultivaba sueños y esperanzas en omegas que estaban perdidos y vulnerables.

¿Cómo podía vivir sin corazón?

No me di cuenta de que tenía uno de los libros apretados contra mi pecho.

Ni que tenía compañía.

— ¿De quién son estas joyas?

Mi ventanal estaba abierto, y ahí estaba él: se encontraba sentado con una pierna colgando fuera del edificio. Iba a sonar estúpido, pero en la luz del día se veía más aterrador. Como si la oscuridad y lo maquiavélico fueran parte de él. Sin embargo, me sentí aliviado al verle: tenía que advertirle. 

— Me alegra mucho verte aquí.

Él ladeó su rostro.

— Decir eso es peligroso — su voz tenía un tinte de felicidad.

— ¿A qué te refieres?

— ¿De quién son estas joyas? —volvió a preguntar en cambio.

Miré las joyas en cuestión, esparcidas alrededor de mis pies junto con las prendas de ropa y solté un fuerte suspiro cuando el corazón volvió a encogerse.

— Es raro —solté, y lo miré—. Antes no era tan sensible.

— Los omegas suelen ser muy sensibles —él contestó.

— Me hace preguntarme si es por el cambio o si siempre he sido así.

— ¿Qué prefieres?

— No estoy seguro —me acerqué a él y, sin pensarlo, lo tomé del brazo y lo tiré hacia mí—. Entra, cualquiera podría verte.

— Deja de preocuparte por mí, me estás poniendo territorial.

— El emperador Jeon quiere matarte —le solté mientras trataba de mirar mejor sus ojos ahora que la luz del sol nos rodeaba.

Los encontré debajo de la máscara rodeados con largas pestañas, oscuras y sedosas. Pero aquello no era lo más sorprendente o lo más fascinante, no; sus ojos eran de un rosa melocotón.

— El emperador Jeon no puede tocarme —murmuró, dando un paso más cerca.

—- Eres solo un hombre contra los miles que él tiene.

Lo vi encogerse de hombros y tomó mi mano que seguía posada sobre su brazo. La llevó a su estómago firme y la mantuvo ahí.

— Me estás subestimando, amo.

— No soy tu amo.

— La marca en mi pecho no dice lo mismo.

Solté una risa sin poder evitarlo, sintiendo mi cuerpo liberarse de la tristeza que lo rodeaba.

— Te lastimé en defensa y tú lo tomas como un regalo.

Su mano libre sujetó mi barbilla y cuando mi mirada se posó en la suya, sus dedos enguantados acariciaron mi mejilla. Buscaría esos ojos, me prometí, buscaría esos ojos rosas en todas partes. Nadie más que él podría tener esos ojos.

— Es exactamente eso: defensa. Ibas a matarme en defensa, o solo tratarías de huir.

— Lo que cualquier persona haría —me encogí de hombros—. No sé dónde se encuentra lo fascinante. En ese caso, el señor Ro también debería gustarte.

Él se ríe, con mesura y luego niega con suavidad. Alcé la barbilla, para desafiarlo por reírse.

— Crees que no eres fascinante, y de pronto sueltas comentarios así.

— Supongo que es porque no sé quién soy. No importa. Lo que importa es si vas a cuidarte.

— Te preocupas por mí.

Cuando lo miré de nuevo caí en cuenta de cómo su aroma me envolvía; de cómo sus guantes se sentían rasposos, pero la intención suave; de cómo mi mano estaba sobre su estómago; de cómo nuestras mirada no se separaban. Así que di un paso atrás y tomé un fuerte suspiro.

— Por supuesto que me preocupo por ti: estás arriesgando tu vida por mí.

Él se encogió de hombros antes de borrar el paso que yo había dado.

— Jeon Jungkook vive una ilusión —susurró—. Ni siquiera duerme por lo aturdido que pasa día y noche.

Yo sabía eso. A pesar de que era emperador, él estaba consciente que la mayoría de sus tierras y riquezas eran gracias a su padre. Todas sus hazañas, por muy suyas que fueran, estaban levemente manchadas por el nombre de su padre. Sabía a la perfección que la gente esperaba más de él al ser el hijo del gran Jeon Jungwoo. A Jungkook le aterraba ser solo la sombra de su padre, no poder marcar su nombre en la historia.

Así que se esforzaba día y noche. Y quizá por eso estaba tan enfrascado en desmantelar el negocio asqueroso de la señora P'i. Quizá pensaba que eso lo llevaría a brillar un poco más, un paso más cerca de superar a su padre.

Sin embargo, no dije nada.

No porque no confiara en este hombre, si no porque las inseguridades del emperador no eran de mi incumbencia.

— Yo tampoco dormiría tranquilo sabiendo que tengo un país en mis hombros —respondí.

— No debió tomar el mando, entonces —él argumentó.

Negué con la cabeza y le mostré el libro que tenía aún aferrado a mí.

— Si el emperador fuera alguien incapaz, no habría logrado todo esto —-abrí el libro y pase las páginas—. El resto de este libro tiene sus hazañas. En la mayoría, su padre no se encuentra ahí. Se encuentra solo el emperador Jungkook. Y por supuesto que son menos que las de su padre, pero él es joven, todavía le falta camino por recorrer.

— ¿Quieres que me ponga celoso del emperador? —cuestionó con un tono burlón.

— Quiero que entiendas que, si el país no ha entrado en las ruinas durante estos años, es porque él está haciendo bien su trabajo.

— Entonces deberías ir esta noche a consolarlo.

— ¿Así que sí te pondrás celoso del emperador? —me burlé y luego me tomé el atrevimiento de palmear su cabeza—. No te preocupes, payasín.

Él se quedó inmóvil, como una estatua y me pregunté si me había pasado de la raya. Estaba a punto de decirle que olvidara de "payasín", pero entonces mi puerta fue llamada. Giré asustado (como un idiota, porque no iban a entrar sin mi permiso), para encontrarme la puerta cerrada, pero la voz de Momo detrás de ella, anunciando el almuerzo.

El aroma a rosa amaderada con bergamota se esfumó y supe que no tenía que girarme para descubrir que él se había ido.

En el capítulo anterior lo dejé sin la imagen del edificio Tierra y donde Jungkook y Taehyung se reunieron porque usé eso de la programación de publicación JAJAJAJA, pero aquí están:


La sala de recepción:

La sala donde se reunieron:

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