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008

Advertencia: ¡Escena un tanto grotesca y bastante violenta! Leer con precaución.

No sé si el ascensor se puso en marcha. Estaba demasiado mareado para descubrirlo.

El señor Ro y el desconocido guardaron silencio en todo el camino hasta que fui empujado hacia afuera. Entramos en una habitación.

— Deme un momento, ¿sí?

— Le dije que no había problema.

— Va a pelearle; quiero que tenga una buena experiencia — el señor Ro insistió.

Antes de que el desconocido pudiera decir nada, el señor Ro volvió a empujarme a otro cuarto. Un baño. Me sostuve de la bañera como pude, mientras el señor Ro tomaba un par de cosas de un gavetero. Me di cuenta que lo que sea que el señor Ro me había hecho, estaba dejando de tener efecto así que analicé la habitación en busca de algo, lo que sea.

Agarré una botella de champú y me giré hacia para encontrar al desgraciado extrayendo una píldora de un pequeño bote plástico. Alcé la botella y me preparé para golpearlo con toda mi fuerza cuando él habló de nuevo:

Deja de ser un iluso.

La fuerza me flaqueó y de pronto la botella se sintió como un pedazo gigante de concreto que no podía sostener. La dejé caer al suelo mientras el pánico volvía a trepar por todo mi cuerpo, dejándome inmóvil. ¿Qué estaba pasando? No podía pensar con claridad.

Tragate la píldora, o todo será peor.

El señor Ro acercó sus dedos con la píldora y abrí mi boca de forma voluntaria. Aunque no era de esa forma. Me la tragué sin más y luego volvió a tomarme, esta vez de las mejillas para empujarme hacia el dormitorio donde pude observar una cama y me lanzó a ella.

— Comenzará a hacer efecto en cinco minutos. Una lástima que yo no vaya a probarte, pero la suma es increíble —él se rió mientras yo intentaba sentarme en la cama con los brazos temblando—. Seguro es horrible bajo esa máscara y por ello tiene que pagar tanto por una simple y penosa cogida. Para reconfortarte; vendré más tarde a darte una buena montada.

Lo observé irse y me di cuenta que mi corazón seguía palpitando con fuerza, pero ahora ya no de miedo, si no... De algo más. Sentía un cosquilleo en mi zona baja, uno bien conocido para mí. Escuché voces amortiguadas mientras llevaba mis manos sin control hacia el lugar entre mis piernas, no pude evitar gemir ante el contacto.

La puerta se abrió de nuevo, el señor Ro entrando con el desconocido detrás. El aroma a menta del señor Ro estaba combinado con uno de rosa amaderada con bergamota, y llenaban mis pulmones hasta ahogarme. Apreté las piernas mientras los dos me observaban y el señor Ro sonrió de forma oscura.

— ¿No es delicioso su aroma? —le dijo al desconocido y luego me miró— Anda, Taehyung, tócate.

No pude evitarlo, me sentía demasiado sofocado. Picaba bastante, todo mi cuerpo. Llevé mi mano dentro de mis pantalones y toqué mi pene, mi cuerpo se sintió electrificado mientras el aroma de ambos alfas me acariciaba con suavidad. Era humillante. Quería llorar, pero mi mano no se detenía; comencé a masturbarme sobre mis rodillas frente a estos hombres.

Las respiraciones fuertes en la habitación me pertenecían y entonces algo salpicó mi rostro.

El líquido caliente se sintió como una quemadura sobre mi rostro y mi mano se detuvo cuando me di cuenta que el señor Ro tenía una cuchilla atravesada de mejilla a mejilla. El desconocido arrancó la cuchilla, pero el señor Ro se giró, sacando una navaja de su bolsillo. Lanzó una estocada que el enmascarado esquivó con facilidad y luego devolvió el golpe con una patada en las rodillas del señor Ro. El hombre trastabilló y cayó boca arriba en la cama, justo frente a mí, entre mis piernas abiertas.

Ni siquiera pude pensar en moverme cuando el desconocido se montó encima del señor Ro y, con su cuchilla, la clavó en su hombro. Y luego la sacó y volvió a clavarla.

El aroma a menta disminuyó y ahora yo solo estaba rodeado del olor oxidado de la sangre y de la rosa amaderada con bergamota. Entonces seguí masturbándome mientras no podía apartar mi vista del enmascarado quien clavaba su cuchilla con fuerza y precisión sobre el señor Ro.

Tuve un momento de lucidez cuando lo observé extirpar su ojo izquierdo y miré el cuerpo ensangrentado antes de mirar la mano del señor Ro y darme cuenta de su navaja.

La próxima víctima sería yo.

Así que saqué mi mano de los pantalones, agarré la navaja y, sin pensarlo, me lancé hacia el desconocido lanzando un ataque sin precisión. El enmascarado no esperaba mi ataque, al parecer (y yo tampoco), así que la navaja logró herir su pecho y él cayó hacia atrás, conmigo siguiéndolo.

Intenté tomar la navaja para atacarlo de nuevo, pero él me tomó las manos y me giró con facilidad hasta dejarme debajo de su cuerpo.

La píldora era una mierda.

Porque cuando estuvo encima de mí, su temperatura y su peso se sintieron deliciosos sobre mí y gemí sin poder evitarlo. Mis piernas rodearon su cintura y comencé a moler mi sexo contra él. El desconocido se quedó estático, su mirada fija en mí y sus manos presionando mi cuerpo contra el suelo.

Con su mano izquierda se arrancó la navaja y entonces me corrí. 

Mi mente se aclaró, los aromas se suavizaron y el desconocido colocó una mano enguantada sobre mi mejilla.

— ¿Estás bien?

¿Qué?

Se apartó de encima de mí y me levantó por la espalda y las rodillas porque me sentía como gelatina. No quise mirar mis pantalones; sentía la humedad en ellos y miré al desconocido sin entender nada. Miré luego su pecho donde la sangre oscurecía la tela y me di cuenta de que yo lo había lastimado.

Gritos comenzaron a escucharse fuera de la habitación y me pregunté qué demonios estaba pasando.

El desconocido miró hacia la cama y yo también miré hacia ella: el cuerpo del señor Ro seguía inerte. Miré al desconocido de nuevo y su aroma volvió a envolverme. Mi cerebro hizo un cortocircuito y me lancé de nuevo a él. Me aferré a su pecho y clavé mis dientes en su cuello, lamiendo con necesidad. Gemí ante la sensación de su suave piel y comencé a ondular mis caderas de nuevo.

El desconocido me apartó y lo tomé del rostro como pude, pero él inmovilizó mis manos y me lanzó de nuevo hacia el piso.

— Voy a noquearte: tengo que ocuparme de otros asuntos. Estarás bien.

— Déjame... Solo un poco... —solté sin sentido.

— Es la píldora, no me deseas en realidad. Estás drogado.

— Muérdeme —le pedí.

Pero su máscara grotesca negó y entonces perdí la consciencia. 

— No quiero que nadie sepa sobre esto.

Mis ojos estaban cerrados, pero podía escuchar a alguien hablando cerca de mí.

— Había mucho testigo, su Majestad.

— Entonces convencelos de guardar silencio —dijo una calmada voz—. Y tú, dime cuando se sienta mejor.

— Seguro —dijo otra voz, mucho más relajada.

El silencio reinó y traté de abrir los ojos, pero los sentía tan pesados. El colchón debajo de mi cuerpo era suave y cómodo, me sentía durmiendo sobre una nube. Sentí una mano sobre mi sien y pensé en la señora P'i.

¿Realmente me había traicionado? ¿Hyonu lo sabía?

¿Qué pasaría con los otros omegas?

— Oh, vaya, ya despertaste.

Sí, lo había hecho. Mi cuerpo dolía de una forma extraña, y mi visión estaba un poco borrosa. Miré el techo blanco impoluto y luego giré el rostro hacia la persona que me hablaba. Me encontré con un chico con rostro alargado, una sonrisa muy cálida y unos ojos dulces. Sin embargo, me sentía receloso.

— Has dormido todo un día: tuve que inyectarte un calmante para neutralizar la píldora de calor, y eso te noqueó aún más —él explicó sin más—. ¿Sientes dolor en tu cuerpo? Es un efecto secundario, ya se te pasará.

— ¿Dónde estoy? — cuestioné con la garganta arenosa.

— En la fortaleza Elden —él respondió sin dudar.

Detecté que era un omega por su aroma dulzón: olía a canela y a naranjas. Era más delgado y un poco más alto que yo, pero podía tumbarlo si así lo necesitaba. Tenía que volver a Pettcus, a Humham, a buscar a los omegas, salvarlos de este destino. Porque esto era demasiado obvio: el señor Ro no ganaba nada con mentirme; la señora P'i me había vendido al mejor postor. Y Hyonu también lo sabía.

Y aún así me había dejado ir.

— Tengo que ir a buscar a mi familia —le mentí.

— Ya la estamos buscando —y luego frunció el ceño—. Pero... no hemos logrado encontrar nada. ¿Cuál es tu nombre?

— Taehyung.

Él sonrió.

— También necesitamos un apellido.

Guardé silencio, sopesando mis opciones. Podía mentir y ocupar un apellido falso o podía decirle la verdad. De cualquier forma, no iban a encontrar ningún rastro de mí.

— Kim.

Él anotó el nombre en una página y asintió antes de mirarme con otra sonrisa.

— ¿Tienes hambre?

— ¿Cuál es tu nombre? —cuestioné y luego vi como la sorpresa pasaba por sus ojos.

— ¿No me conoces?

— ¿Cómo iba a hacerlo? —devolví, frunciendo el ceño.

— Soy el hermano menor del emperador Jungkook: Jeon Hoseok.

Hermano menor... del emperador Jungkook. ¿Qué? ¿Cómo?

Entonces caí en cuenta de algo: la fortaleza Elder es el palacio de Jeon Jungkook. ¿Cómo demonios llegué hasta aquí?

En realidad, ¿realmente estaba aquí? ¿Realmente este era el hermano menor de Jungkook? ¿Y si estaba mintiendo? En el cómic jamás apareció. Ni siquiera mencionaron su nombre.

— Seguramente estás hambriento —él dijo en cuanto no respondí—. Te traeré un buen almuerzo y luego puedes salir de esa cama para estirar las piernas, ¿te parece?

Giró sobre sus talones para irse y me dediqué a analizar la habitación en cuanto me quedé a solas. Parecía una enfermería: había cinco camillas más, con el mismo colchón grueso y cómodo que había en la mía y unos sillones elegantes. Las paredes tenían un par de ventanas con vistas a un lago precioso rodeado de puentes y jardínes bien cuidados. También podía observar otros edificios con ventanas y balcones rodeados de flores. Debía ser un dolor de cabeza ser un jardinero en este lugar.

Hoseok volvió a entrar, esta vez seguido de una jovencita con mejillas regordetas que traía una bandeja en sus manos. La colocó sobre mis piernas y me ofreció unos cubiertos. Luego me dio una reverencia, otra a Hoseok y se retiró.

Hoseok tomó asiento en un sillón y me miró mientras yo observaba la comida: se veía muy apetitosa y realmente tenía hambre, pero...

— Hubiéramos querido llegar mucho antes, Taehyung.

Lo miré.

— Desde hace tiempo, venimos buscando de forma incansable a quien sea que se dedique a traficar omegas. Sin embargo, todos los omegas que logramos rescatar... Están demasiado trastornados para decirnos algo. Logramos capturar a sus proxenetas, pero ninguno de ellos suelta alguna información útil acerca de la mente maestra detrás de todo esto.

— ¿Dónde están ahora esos omegas?

— En un lugar seguro —él miró la ventana a mi lado—. Sé que es difícil para ti, pero necesitamos tu ayuda, Taehyung. Puedes hablar cuando quieras, ¿sí?

— Si les digo todo, ¿la capturarán?

— Es correcto. Mi hermano irá por ella, de forma personal.

Fruncí el ceño.

— ¿Dónde está el asesino del señor Ro?

Él ladeó el rostro, confundido.

— ¿No fuiste tú?

— ¿Qué?

— Tenías una navaja en tu mano cuando te encontramos inconsciente. Supuse que la píldora y la adrenalina de haber asesinado a alguien en defensa te hizo desmayar.

Negué rápidamente.

— No; había otro hombre ahí. Un alfa.

— ¿Puedes describir su físico?

— Era de tu altura, probablemente. Llevaba una máscara roja, muy grotesca... como de payaso. Vestía un mono negro y creo que llevaba guantes. No estoy seguro.

Hoseok se veía más preocupado con cada palabra que yo soltaba y se puso de pie.

— Llamaré a mi hermano; él tiene que saber esto.

No pude decir nada cuando él cruzó la puerta de nuevo. Pensé en lo que le había confesado: ¿era el desconocido alguien bueno o alguien malo? Quiero decir, me había salvado, pero también había asesinado al señor Ro de forma brutal. Sin embargo, podría haber abusado de mí... Sobre todo cuando yo...

Mis mejillas ardieron y las apreté con mis dedos, frunciendo la nariz. Oh Dios, eso había sido tan mortificante. Incluso si todo había por la píldora, me había masturbado mientras él acuchillaba a un hombre entre mis piernas y luego me había molido contra él como un perro en celo luego de haber acuchillado su pecho.

¿Qué demonios con todo?

No sé cuánto tiempo pasó, pero di un par de bocados para evitar pensar en ese acto tan vergonzoso y bizarro cuando la puerta se abrió de nuevo, y me quedé sin aire cuando alcé la vista:

Jeon Jungkook.

¡En carne y hueso!

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