007
El señor Ro vino a verme un par de días después para hablar de forma más detallada acerca de nuestra futura asociación.
Era un alfa muy alto. Soy un chico alto, así que me sorprendió bastante tener que alzar la cabeza para poder mirarlo a los ojos mientras hablaba, hasta que tomamos asiento. Olía a menta y tenía una sonrisa muy marcada por sus colmillos un poco torcidos. A excepción de eso, todo en él era impecable y perfecto: su forma de hablar, la elegancia de sus gestos y ademanes, su porte, y su vestimenta.
La señora P'i parecía muy orgullosa de verme interactuar sin titubear contra él.
Su aroma era bastante fuerte, pero supuse que era porque estoy rodeado de omegas la mayoría del tiempo. Luego estrechamos nuestras manos y dijo:
— Te veré en cuatro días, hijo.
— Será un placer trabajar con usted — dije, sonriendo.
Luego se despidió de la señora P'i y se retiró. Ella me abrazó en cuanto él se fue y me dio palmadas en la espalda.
— Te compré un bonito traje para cuando vayas a iniciar tu camino al éxito.
Ella me llevó hacia mi habitación donde un traje rojo me esperaba: poseía mangas largas con detalles dorados, un corset en el centro y unos pantalones entallados, pero que parecían cómodos. Acaricié la suave tela con los dedos y observé que había una cápsula colgando del corset.
— Son unos aretes —ella explicó.
— Oh —la miré, apenado—. No tengo perforaciones, señora P'i, así que será mejor que los deje aquí.
— Oh —ella se veía un tanto triste, pero parecía no querer obligarme a nada, así que lo dejó de esa forma.
Despedirme del resto no fue fácil. Había convivido con ellos casi tres semanas y todos me habían recibido con los brazos abiertos. Sin embargo, traté de reconfortarme con que vendría a visitarlos cada que pudiera.
Chunja me acompañó a comprar un par de maletas. Paseamos por la plaza un poco y comimos algunos dulces típicos del pueblo antes de regresar a casa. Luego de la cena, comencé a guardar una gran parte de la ropa que la señora P'i había mandado a confeccionar para mí. También guardé la joyería que me había dado, al menos las pulseras y los anillos. Dejé todos los aretes.
El resto de los días, lo pasé con los omegas paseando por los jardínes de la residencia y la tarde antes de irme, la señora P'i se acercó a mí con un par de libros en mano.
— Quiero que te los quedes: este ni siquiera terminaste de leerlo.
Ella me mostró el libro de la historia de los gobernadores de Yathor y uno de historia que tenía planeado leer más adelante.
— Pero son suyos...
— Casi nadie los lee —ella sonrió, extendiéndolos hacia mí—; eres el único muy fascinado con nuestra historia.
Tenía las maletas detrás de mí y estaba esperando a que los carruajes del señor Ro llegaran por mí, como habíamos planeado. Ella me vio titubear así que se acercó a las maletas para guardar los libros por sí misma y estaba a punto de decir algo cuando Hyonu entró a la habitación.
— Los carruajes del señor Ro ya están aquí.
La señora P'i le sonrió y luego me miró, su sonrisa tambaleando un poco.
— Así que... Es hora — solté.
Ella asintió rápidamente y miré sus ojos cristalizarse.
— Sí, es tiempo que extiendas tus bellas alas, querido.
La señora P'i me tomó por los hombros y, no pude evitarlo, la abracé fuertemente sintiendo mis propios ojos llenarse de lágrimas. Ella acarició mi espalda y luego besó mis mejillas y mi frente.
— Ven a verme cuando puedas, ¿sí?
— Lo haré —aseguré.
— Bien —ella sonrió en grande y se limpió las lágrimas que se le escaparon con su pañuelo—. Bien, es hora. Te veré abajo, ¿sí?
La vi partir y comencé a tomar mis maletas. Hyonu seguía en la puerta, en silencio observando lo que yo hacía. Cuando estuve listo, él salió de la habitación, liderando el paso. Ninguno de los dos dijo nada hasta que llegamos a la recepción. Los chicos estaban ahí y se acercaron a abrazarme mientras Hyonu tomaba mis maletas y las llevaba hacia los carruajes afuera.
Los chicos se pusieron sensibles y sentí como cada uno parecía impregnar un poco sus aromas en mí. Me reí ante cada acción, y luego me di cuenta que estaba llorando un poco. En cuanto pudimos soltarnos de ese abrazo tan cálido y reconfortante, seguí el camino de Hyonu.
Afuera se encontraban dos carruajes con sus Ostapis correspondientes. Acaricié con cuidado a los que tirarían de mi carruaje. Bueno, suponía eran mi carruaje porque Hyonu estaba guardando mis maletas en él. En cuanto terminó, me dio espacio para subir. Tomé asiento y estaba a punto de abrir la ventana cuando Hyonu entró de golpe y cerró la puerta detrás de sí.
Lo miré, sorprendido al verlo tan cerca de mí.
— ¿Qué te....?
— Sea lo que sea que hagas, Taehyung — él me calló con la dureza de sus palabras— No dejes que te marquen o te embaracen.
— ¿De qué estás hablando? — solté, hundido en la confusión.
Hyonu salió del carruaje sin explicar y luego cerró la puerta detrás de sí. Por la ventanilla de la puerta, vi como la señora P'i y el señor Ro salían de la residencia. La señora P'i se quedó en la entrada, con Hyonu dirigiéndose hacia a ella mientras el señor Ro caminaba hacia mi carruaje.
A través de la ventanilla él dijo, con una sonrisa:
— ¿Listo?
— Sí.
Aunque ya no estaba tan seguro.
Llevamos un par de minutos en el viaje. Las calles me son desconocidas y hay muy pocas residencias en el camino. El carruaje del señor Ro sigue delante de mí y estoy pensando una y otra vez en las palabras de Hyonu, intentando darles sentido.
¿Acaso el señor Ro quiere convertirme en su omega? ¿Será este su plan para conquistarme?
Sin embargo, de ser así, ¿por qué Hyonu se veía tan serio con respecto a eso? El señor Ro no es un hombre feo y, quizá, si lo llegara a conocer mejor... Tal vez podríamos...
Agité la cabeza ante esos pensamientos y dirigí mis ojos hacia las calles. Fruncí el ceño al darme cuenta que nos estábamos acercando a un edificio muy extraño: tenía muchísimas ruedas girando sobre él y el resto estaba hecho de cristal. Los carruajes se detuvieron en la puerta y mi chófer se acercó para abrir mi puerta.
— Sus maletas, joven.
Le di mis maletas sin pensarlo y bajé del carruaje con su ayuda. El señor Ro se aproximó a mí y me indicó el edificio con un ademán.
— Vamos dentro; llegaremos antes de esta forma.
Asentí y luego él extendió uno de sus brazos. Pensé en lo que dijo Hyonu y entendí que el señor Ro estaba, muy probablemente, cortejandome. Tomé su brazo para no ser descortés, subimos las escaleras y un guardia nos abrió las puertas de vidrio. Al entrar descubrí un cartel de piedra que decía: Estación Pettcus.
¿Trenes? ¿Aviones?
El señor Ro nos dirigió hacia la recepción donde una mujer elegante y hermosa nos extendió dos tickets con una sonrisa amable.
— ¿Ya te has teletransportado antes? —el señor Ro me cuestionó mientras caminábamos por un pasillo indicado por la vendedora.
— ¿Teletransportado? —solté, sin creer nada de lo que decía.
— ¿Oh? ¿Es tu primera vez? —él me miró sorprendido y luego se río—. No te preocupes, no sucede nada malo. Es muy efectivo.
¿Teletransportación? Nunca leí nada sobre eso en el cómic, pero claro... Todo en el cómic giraba en torno a Kunwoo y a Jungkook.
El señor Ro me encaminó por una puerta hasta que entramos en unas salas con sillas de espera y al fondo una cápsula de metal, del tamaño de una persona muy alta. Al lado de esta había un joven uniformado y con una sonrisa amable. El señor Ro me invitó a ir primero y le entregué el ticket al joven quien lo leyó rápidamente y tocó un par de botones que no había visto a un lado de la cápsula. La cápsula se abrió y me di cuenta de que era muy espaciosa. Di un paso hacia ella cuando el joven me lo indicó y se cerró detrás de mí.
Mi corazón comenzó a palpitar de forma rápida porque ¿cómo funcionaba esa cosa? ¿No iba a morir?
Entonces, un parpadeo después, seguía en la cápsula y esta se abrió de nuevo, pero el chico que me extendió la mano no era un chico, era una chica y me sonrió de forma amable.
— Bienvenido a Naktang, joven.
Naktang... La capital de Yathor.
Acepté su mano y ella me dirigió a la salida. Le comenté que venía acompañado y ella me indicó que esperara en las sillas. La sala se veía exactamente igual a la anterior, pero el señor Ro no estaba así que... realmente había sucedido.
Un segundo después, el señor Ro apareció de la nada en la cápsula antes vacía. La sorpresa estaba ahogándome. Era increíble. Él se acercó a mí en cuanto salió y comentó que nuestras maletas llegarían en un momento. Cuando salimos de la sala, el edificio era una réplica exacta al anterior, con la diferencia de que el cartel de piedra decía "Estación Naktang".
Al salir del edificio, nos encontrábamos en otras calles ahora un poco más urbanas, pero aún así la naturaleza predominaba demasiado, en armonía con la ciudad sin parecer abandonada. Un carruaje se posó frente a nosotros y subí con el señor Ro.
Me quedé fascinado mirando las calles de piedra, las flores salvajes y coloridas creciendo en enredaderas en los muros. Las personas que caminaban con estilos interesantes y muy diferentes a los que yo conocía. Había demasiado color en Naktang, ni siquiera sabía si mirar primero los locales, la gente o las plantas.
— El rojo se te ve muy bien.
El señor Ro interrumpió mis fascinación y me giré a verlo.
— Muchas gracias, la señora P'i me regaló el traje.
— Muy buena decisión por parte de ella. ¿La extrañas?
— Sí, ya lo hago —dije con una sonrisa un poco apenada.
Él asintió y luego guardó silencio, aunque no apartó su mirada de mí en todo el camino. Me hizo sentir incómodo, muy consciente de mí mismo y muy consciente de él. Mantuve mi mirada en la ventanilla aunque no podía concentrarme en las vueltas que dábamos por la forma en que sentía su mirada.
— Eres muy bonito, Taehyung.
Lo miré de nuevo y le sonreí, aunque un poco incómodo.
— Te adaptarás muy bien a Naktang.
— Eso espero...
Salimos un poco de la ciudad, al parecer, y llegamos a un edificio alto y azul que tenía las ventanas con madera roja. Había un par de guardias fuera del lugar y miré al señor Ro.
— ¿Es aquí?
— Sí; abajo está mi negocio. Los pisos siguientes son los hogares de mis empleados y el piso de arriba es una bodega.
— Oh... ¿Viviré aquí? —cuestioné.
Su rostro sonrió de nuevo, aunque algo en esa sonrisa me inquietó.
— Sí, para siempre.
Una alarma se disparó en mí.
— ¿Qué?
El señor Ro se abalanzó sobre mí y mi primera reacción fue poner mis manos como defensa. Sujeté sus brazos que trataron de sujetarme e intenté salir debajo de él. Él era un alfa, mayor que yo, pero yo era un hombre en mi realidad, podía defenderme si lo necesitaba. No me dejé intimidar por su fuerza, ni su altura. No podía dejar que me dañara.
Le di un rodillazo en el momento de forcejeo y él se tambaleó un poco, fue ahí cuando aproveché ese momento de vulnerabilidad para empujarlo contra la pared del carruaje contraria a la puerta y lanzarme hacia a ella para salir de ahí y correr hacia cualquier parte. Mi mano se acercó a la manecilla.
— No te atrevas a irte, inútil.
Me quedé quieto como una estatua.
La voz del señor Ro sonaba igual a lo que conocía, y al mismo tiempo diferente. Mi estómago se hundió, el corazón comenzó a latir con fuerza y mi instinto de supervivencia me rogaba que me hundiera en el piso y rogara por piedad. La ansiedad comenzó a rodearme en cuanto me di cuenta de que seguía sin moverme.
— Eres muy tonto. ¿Enfrentarse a un alfa? ¿Siendo un simple omega?
Mi mano soltó la manecilla y mis rodillas flaquearon hasta que caí en el suelo, apoyándome en cuatro puntos. La mano del señor Ro cayó sobre mi cabeza, acariciando con falsa dulzura mi cabello.
— Supongo que es un rasgo común en los omegas. Tu primer error fue confiar en la señora P'i.
La respiración se me atascó y los labios comenzaron a temblar, no podía dejar de escuchar mi corazón retumbar acompañando las crudas palabras del señor Ro.
— ¿Quieres saber cómo mantiene sus joyas y su casa tan decorada? Sí, eso es, vende a los omegas que rescata. O que secuestra en algunos casos.
Tenía que ser una mentira.
Su mano se movió hacia mi cuello y luego hacia mi espalda.
— Te ves muy bien así. A mis clientes les encantará tenerte en esta posición. Eres virgen, ¿verdad?
Mi cuerpo temblaba con dureza.
— Te hice una pregunta.
— Por favor.... —rogué en contra de mi voluntad—. Soy virgen... Por favor...
— ¿Quieres que te monte yo? Nunca suelo probar mi mercancía, pero si me lo pides... — escuché su risa—. Dilo, Taehyung. Pide que te monte.
— Mon... —traté de evitarlo, pero mi garganta estaba empujando las palabras— Mon.... Mónteme, señor...
— Eso es —su mano acarició el largo de mi espalda y descubrí que estaba llorando cuando sentí mis manos humedecerse por pequeñas gotas que caían—. Pero voy a darte una píldora: el miedo no moja a los omegas, no me gusta tomar las cosas en seco. Te necesito preparado.
Entonces él abrió la puerta, o eso es lo que imagino porque las lágrimas no me dejan ver, el pánico y la ansiedad enturbian mi vista y lo escucho bajar del coche, sus manos en mis hombros y me arrastra hacia afuera. Me coge de la cintura y me ordena ponerme de pie. Lo hago, aunque a duras penas y él me lleva al interior del edificio, quiero gritar por ayuda, pero mi cuerpo me grita que obedezca.
El señor Ro nos adentra en un ascensor. Ni siquiera puedo fijarme en la decoración del lugar, demasiado abrumado por el terror.
— ¿Cuánto por ese omega?
El señor Ro se detiene en su sitio, apretándome con fuerza hacia él.
— ¿Qué clase de lunático es usted? —le pregunta a la otra persona.
No puedo observar el rostro del desconocido: lleva una máscara y solo me genera más ansiedad. Porque la máscara es completamente roja, pero es la de un payaso: las cejas son negras, la nariz blanca y la boca está llena de dientes grotescos y desordenados que sobresalen y están manchados de amarillo.
— ¿Es virgen?
Decidí que lo mejor que podía hacer era mirar mis pies, aunque comencé a marearme.
— ¿Quién lo dejó entrar?
— Tengo mucho dinero, ¿cuánto por el omega?
Escuché un ruido sordo, como una tela pesada golpeando el suelo. El agarre del señor Ro se suavizó en mi cintura.
— Lamento mis malos modales, señor —el señor Ro dijo—. Es virgen; mi nueva adquisición. Deje que lo prepare y se lo entregaré.
— No es necesario; lo tomaré así.
— Está bien. Suba entonces.
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