CAPÍTULO SIETE
<UN HERMOSO CANTO>
— TIENEN QUE SUBIR MÁS APRISA —grité desde abajo.
—Voy lo más rápido que puedo —respondió Silvia con irritación—, Te dije que era mala idea traer al Pigmeo.
—Estoy escuchando —dijo Steven no sin sonar apenado.
—Dijiste que sabias algo de alpinismo, idiota.
—Sí, dije que se algo de alpinismo y no mentí pero eso no quiere decir que sea bueno en la práctica.
—Eres un verdadero idiota Steven...
Silvia seguía hablando insultando de mil manera a "manguito", en un comienzo sentí pena por él, sin embargo el no paraba de reírse ante las palabras de Silvia y su vena palpitante de su cien.
La cueva nos había conducido a una especie de cámara que tenía a unos 10 o 15 metros de altura un orificio por el cual la luz solar iluminaba, fuera de eso no había otra cosa que valga la pena mencionar. Decidimos subirla escalando por entre las rocas sobresalientes, la inclinación era de al menos sesenta grados, no fue muy difícil desplazarse por las piedras.
Últimamente no suelo pensar en nada, el solo hecho de pensar en las cosas, ya sean preocupaciones, deudas, fortuna, el mismo amor en si aún son cosas que aunque poseo no me resultan lo más importante de esta vida así ha sido desde hace pocos días, y se bien que se preguntaran porque estoy hablando de esto pero tranquilos, me gusta tomarme mi tiempo. Antes de venir estuve a un paso de tomar esa limonada, entonces me encontraba en la mesa de mi solitaria habitación donde residí el último año pensando si tomarlo o no, que sucedería luego, tendría alguna repercusión verdadera o solo sería un acto cobarde.
Maguito fue el primero en desaparecer por el orificio, seguido de Silvia y detrás de ellas la seguí yo. Lo que parecía ser luz solar no era más que un gran faro que emitía una luz muy similar a la del sol, se encontraba a lo alto de cuatro paredes amarillas apuntándonos directamente, cada pared tenía una puerta frente de las mismas había la escultura de un zorro, un lobo y un coyote hacían parecer que caminaban hacia sus respectivas puertas, la última no tenía nada, era la sola puerta.
— Los Chacales —dije—, somos nosotros.
—Bravo Sherlock, no cabe duda que eres el amo de la deducción y el líder del grupo.
—Intente ocultar un poco su envidia ¡oh amo y señor Lainesker! —le respondió Silvia en tono burlón.
—Debemos continuar —dije.
Antes de abrir la puerta que evidentemente era la nuestra le pedí a Steven que verificara las puertas de los otros caninos, estas si abrían pero solo mostraban un muro de ladrillos, no había acceso.
Lainesker se apresuró a abrir nuestra puerta, un viento soplo y trajo consigo arena delgada, afuera un cielo negro sin estrellas, un viento secante y un mar de arena al que la linterna no le hallaba fin.
Silvia me tomo del brazo y comenzamos a caminar, una vez todos estuvimos fuera la puerta se cerró fuertemente a nuestras espaldas. El viento soplaba y la arena del suelo era levantada hasta nuestras caras, inevitablemente nos tuvimos que cubrir, ignoro que usaron los otros por mi parte me coloqué una franela que tenía en la mochila.
En plena oscuridad desértica, con un cielo completamente negro nuestras linternas nos daban una mezcla extraña de seguridad e inseguridad, lo primero nos tranquilizaba ya que teníamos un radio de luz considerable, lo segundo me preocupaba, la luz tenía un límite.
El suelo era en su defecto de arena, pero firme, plano, extenso y aparentemente ilimitado.
No fue sino hasta 5 minutos después que comenzamos a escucharlos. No era un sonido en sí mismo, más bien un susurro que traía el viento, ecos inentendibles. Me detuve y mire a los muchachos pidiéndole que hicieran silencio con un ademan de mi mano.
Se escuchaba claro, en medio de aquel viento arenoso se escuchaba un canto armonioso de forma muy tenue, lejano, hermoso, hacía cuanto no me sentía así.
Mire a Silvia y esta me sonrió tomándome de la mano y acercándose a mí, mi corazón retumbaba, en mí solo nacía el deseo impetuoso de tomarla, abrazarla... Besarla.
El canto continuaba, mi respiración estaba cerca de la suya, sentía su perfume, su calidez, por primera vez, mis labios tocaron los suyos.
—Siempre quise hacerlo —la escuche decir entre susurros.
El canto continuaba, los besos se tornaron apasionados, la tome de la cintura y la apreté fuerte contra mí, me deshice del bolso, la despoje de su suéter, mis labios se deslizaron por su suave cuello, antes de notarlo ya no tenía mi playera y me encontraba encima de ella mirando el negro cielo al tiempo que ella besaba mi abdomen y desabrochaba mi cinturón.
—¿... haces?—escuché a lo lejos—...ir de aquí!
Nada podía ser más importante, su cuerpo era mi posesión, ella era mía y yo era suyo lo sabíamos y nada más importaba, tome sus vaqueros y comencé a sacárselos, miraba sus movimientos placenteros por todo aquello que hacíamos y que haríamos.
Caí al suelo y un segundo después sentí un indescriptible dolor de cabeza, abrí mis ojos enfurecido, enojado dispuesto a hacer mucho daño a manguito, quien estaba de pie al frente de mi con su linterna manchada de sangre, mi sangre.
Me levanté enfurecido pero Silvia me detuvo.
—No me detengas Silvia, solo ve por tu ropa y vístete.
—¿De que estas hablando Tony?
—¿Cómo que de que...—La miré, estaba vestida, con su mochila mirándome desconcertada.—¿Q... qué sucedió?
Note que yo también tenía colocada mi ropa, mire alrededor, vi un Manguito asustado, una Silvia confundida y un Lainesker de rodillas sollozando inconsolablemente. El canto se escuchaba aún más fuerte que en un principio la diferencia es que esta vez mi cuerpo entero sentía que eso no era bueno. El viento aumentó y consigo la cantidad de arena.
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