La invocación [11]
Félix y Fausto recorrían la casa uno junto al otro.
Fausto fascinado por todo lo que veía, aquel mundo de Isla de fantasmas llamaba mucho su atención y despertaba su curiosidad.
Félix fascinado por la perspectiva de no estar siendo rechazado por Fausto y más aún porque de hecho talvez era justo lo contrario.
— ¡Es simplemente genial! — Dijo Fausto sonriendo encantado — Gracias por haberme traído... He escuchado mucho lo difícil que puede ser Isla, no pensé que me dejaría vagar libremente por su casa.
— Es buena... En el fondo — Dijo Félix riendo un poco — Pero ya ves, creo que por el momento está más interesada en tener aquí a Trevor para sus experimentos y si tú merodeando por la casa es parte del trato lo aceptará sin quejarse... Además estás conmigo y ella confía en mi.
— ¿Alguna vez pasaste aquí la noche?
— Nunca.
— Yo lo haría sin dudarlo.
— Esto te atrae mucho... A tu hermano no tanto.
Claro que no, pensó Fausto, por su mente empezaron a desfilar los recuerdos de aquella época en que las pesadillas y el miedo atormentaban a su hermano... No eran buenos recuerdos.
— Cuando Trevor era niño tenía pesadillas todo el tiempo... Compartíamos habitación cuando nuestros hermanos mayores aún vivían en casa, él siempre despertaba aterrado, sudando y a veces incluso gritando.
— ¿Que soñaba? ¿Te lo contó alguna vez?
— Soñaba dos cosas... Que moría ahogado o que se perdía en un laberinto de puertas... Eso le decía a mamá cuando iba a consolarlo a mitad de la noche... Era pequeño, seis o siete años... Luego empezó con lo de la música y las pesadillas se fueron, creo que ya no lo recuerda, a lo menos ya no lo menciona.
— ¿Te asusta que Isla lo haga recordar? — Preguntó Félix siendo conciente que Trevor si recordaba los malos sueños, él mismo se lo había comentado.
Fausto se encogió de hombros.
— Ya está grande... Pero no sé si lo has notado, mi hermano es muy bueno, a veces peca de inocente y la gente piensa que es ingenuo y lo toman por tonto.
— Todos lo hemos notado, Isla no ha sido la más amable con él y sin embargo...
— Él no reacciona como la mayoría lo haría... Así es él.
— Exacto... Aunque hoy se molestó un poco con Isla... Pasan cosas extrañas entre esos dos... Yo digo que se gustan.
Fausto empezó a reír.
— Tú definitivamente eres un romántico... Es una bonita cualidad.
Félix se sonrojó ante la mirada de Fausto.
Entonces Fausto volvió a sentir la necesidad de besarlo.
El problema no era besarlo, sabía que Félix no lo rechazaría, el problema era él... No se sentía capaz de prometer nada, no se sentía preparado para asumir que podía sentir algo más por Félix.
Besarlo sería egoísta, sería darle falsas expectativas a Félix y si algo tenía muy claro, era que no quería lastimarlo.
— Quiero besarte — Confesó.
— Hazlo — Dijo Félix.
Fausto negó.
— No puedo... No sería justo, yo no puedo darte lo que buscas, no ahora.
— Tampoco quiero presionarte, no sería correcto... No te sientas mal por favor, no creas que me debes algo.
— Gracias...
— Pero... Podemos consentir un beso sin compromisos, sin promesas y sin repercusiones... Lo prometo.
Félix recargó su espalda contra la pared, Fausto lo miró un momento y luego cerró el espacio.
Le acunó el rostro una vez más, le rozó los labios inseguro y tembloroso, Félix cerró los ojos y lo dejó ir a su propio ritmo, sin presiones e intentando que la ilusión no lo desbordara, de a poco Fausto se fue sintiendo más como él mismo, Félix le dió seguridad cuando le apoyó las manos en las caderas.
Fausto se dejó llevar.
— Ni en un millón de años pensé que entraría aquí — Dijo Trevor.
— Tampoco yo lo pensé — Concordó Isla — Cosas extrañas que suceden todos los días.
Sin disimulo alguno Trevor miró todo en detalle, la cama era inusualmente grande, de hecho toda la habitación era inusualmente grande... Muy grande.
Las cortinas estaban cerradas, eran negras con flores bordadas en relieve, estaban cerradas y si no fuera porque la lamparita en la mesita de noche estaba encendida, el cuarto hubiera estado en total penumbra.
Todos los muebles en la habitación parecían sumamente antiguos y algo descuidados, justo como se ven las cosas cuando el tiempo les pasa sin que nadie se preocupe por ellas.
Talvez un breve paso por un restaurador y la habitación podría aparecer en alguna revista de decoración pensó él.
— ¿Estas eran las cosas de tus abuelos? — Preguntó él.
— Así es.
— Apuesto a qué todo aquí tendría una historia interesante que contar.
— Es posible... Si.
Trevor se encontró con la mirada de Isla sobre él.
Cómo si ella estuviera esperando que algo pasara.
— Bien... ¿Que quieres que haga? — Preguntó él.
— Quédate justo ahí un momento.
Ella fue hasta el armario al fondo de la habitación, abrió la puerta y se agachó a tomar un objeto.
Trevor no se hubiera sorprendido mucho si ella tomaba una daga ceremonial para sacrificarlo, pero en realidad ella tenía algún tipo de cuenco de barro en las manos, cuando se acercó vio que dentro había un manojo de hojas amarradas entre si.
— ¿Que es eso? — Preguntó él.
— Salvia — Dijo ella mientras tomaba un encendedor que estaba también dentro del cuenco.
Encendió el ramillete y enseguida comenzó a desprender humo blanco.
— ¿Puedo preguntar?
— Limpia energías... Atrae las positivas y aleja las negativas... Además favorece la conección espiritual lo que nos hará más receptivos con el otro lado.
Él estaba inmóvil mientras ella lo sahumeaba todo, incluyendolo a él por supuesto.
— Voy a dejarla encendida un rato — Dijo ella dejando el cuenco en la mesita de noche junto a la lámpara.
Entonces ella se quitó los zapatos y se metió a la cama sentandose en el medio.
— Ven.
— ¿A tu cama?
Ella rodó los ojos y suspiró cansinamente.
— ¿Volverás con tus tontas insinuaciones?
— No... Lo siento.
— Quítate los zapatos y siéntate frente a mi.
Él obedeció, aunque estaba un tanto incómodo tenía que aceptar que estaba intrigado.
Se sentó en el borde de la cama nervioso e inseguro.
— Ya hemos dormido juntos... Déjate de tonterías de una buena vez.
Era cierto... De hecho ya habían compartido una cama.
Una cama más pequeña que en la que estaban en ese momento.
Él suspiró y se empujó hacia adentro para sentarse frente a ella.
— Bien — Dijo ella mientras extendía las manos — Cierra los ojos y toma mis manos.
— ¿Sabes lo que haces cierto?
— Shhhh... Limitate a hacer lo que te pido.
— Bien — Aceptó él no muy convencido.
Respiró profundo, cerró sus ojos y tomó las manos de Isla, se sentían pequeñas entre las suyas, suaves y delicadas, sin darse cuenta le acarició el dorso con el pulgar.
— No hagas eso — Se quejó ella.
— Lo siento — Se disculpó él.
— Deja de hablar y concéntrate...
— ¿En qué debo pensar?
— ¡En nada! Deja la mente en blanco.
— Entendido.
Las manos de Trevor eran diferentes a las de Jermaine... Bastante diferentes, él tenía las manos finas y delgadas con dedos largos, además estaban muy suaves... Era agradable no lo negaría.
Jermaine... Sus manos eran fuertes, grandes y anchas, siempre se había sentido segura cuando él la tomaba de la mano.
Ella cerró sus ojos esperando sentir a su novio en Trevor.
— Jermaine — Dijo ella en voz baja — Se que estás aquí... Te he buscado tanto, por favor... Si escogiste a esta persona como mediador entre nosotros... Por favor Jermaine, amor hazte presente... Necesito encontrarte... Te necesito conmigo, vuelve a mi... Déjame verte.
Sino lo hubiera sentido en carne propia no lo hubiera creído.
Sin que Trevor la soltará la sensación fue cambiando tan progresivamente que notarlo hubiera hecho dudar a cualquiera, pero no a ella que conocía tan bien esas manos que tanto amaba.
— Jermaine — Dijo ella mezcla de un susurro y un sollozo.
Estaba tan cerca de conseguir lo que tanto ansiaba, era solo cuestión de abrir los ojos y estaba segura que vería a Jermaine frente a ella.
Sin embargo...
En ese momento sintió miedo.
Miedo de no saber que hacer, miedo de que durará muy poco, miedo de volver a perderlo.
Tomó aire mientras sentía las lágrimas rodar por su rostro y su respiración agitándose cada vez más.
Abrió los ojos de golpe.
Lo que vió hizo que soltará las manos de aquel ser inmediatamente.
Trevor estaba aún ahí, más pálido que de costumbre, con los hombros caídos y la cabeza colgandole a un costado... Pero también vió a Jermaine, transfigurandose en Trevor... Aterrado y en pánico, el sufrimiento era evidente en su expresión... La miró por un segundo en que fue conciente de que ella lo miraba, intentó gritar...
Ella retrocedió asustada.
Se cubrió los oídos, no quería escuchar, cerró los ojos con fuerza y se ovilló en una esquina de la cama.
Escuchó el agonico grito y solo un instante después se dió cuenta que era ella quien gritaba.
Abrió los ojos y se incorporó, agitada y terriblemente asustada.
Trevor se hallaba desplomado en la cama, temblaba ligeramente aunque fuera evidente que estaba inconciente, había algo pasando dentro de él.
— No no no — Dijo ella mientras gateaba en la cama para acercarse — Trevor — Dijo sin atreverse a tocarlo — Trevor... Por favor.
No quería volver a tocarlo.
En serio no quería.
Pensó que podría lastimarlo aún más.
Se llevó la mano a la boca cuando lo vió sacudirse violentamente.
Entonces sin pensarlo más lo tomó por los hombros.
— Trevor abre los ojos por favor... Por favor — Suplicó ella.
En ese momento la puerta se abrió chirriando y dejando entrar el frío del corredor.
Se giró de tal manera que puso su cuerpo protectoramente delante de Trevor...
Sintió alivio cuando vio entrar a Félix y a Fausto.
— ¿¡Que pasó!? — Preguntó Félix alarmado mirando la escena.
— Que... ¡Trevor! — Dijo Fausto adelantando a Félix para llegar hasta su hermano.
Isla lloraba sin control, Félix se acercó para poder abrazarla.
— Te escuchamos gritar nena — Dijo él acunandola en sus brazos.
— ¿Que le hiciste a mi hermano? — Preguntó Fausto.
Trevor aún se sacudía ligeramente y no había dejado de temblar, Fausto le tomó la mano y pudo sentir lo frío que estaba al tacto.
— ¿Que le hiciste? — Repitió un aterrado Fausto.
— Lo siento... Lo siento tanto — Respondió ella.
— ¿Que pasó? — Insistió Félix.
— No lo sé... No lo sé — Decía ella cada vez más desesperada.
— Trevor... Hermanito — Le decía Fausto mientras lo movía intentando despertarlo sin ningún éxito — ¡Despierta ya maldición! — Gritó antes de pegarle un bofetón en la cara.
Entonces Trevor abrió los ojos al tiempo que se incorporaba violentamente y tomaba aire como si se hubiera estado ahogando.
Isla rompió en el llanto de alivió más sincero que hubiera sentido en su vida.
Fausto soltó el aire y se dejó caer al suelo.
Trevor se llevó la mano al pecho para intentar calmar su agitado corazón.
— Nos asustaste encanto — Dijo Félix.
— Nos vamos — Anunció Fausto.
Trevor que aún no se había recuperado del todo miró a su hermano... Incrédulo y suplicante.
Negó.
A Fausto le importó muy poco y tomó a su hermano del brazo forzandolo a ponerse en pie.
Intentaba hablar pero aún le costaba respirar y lo único que conseguía era toser.
Estaba demasiado débil para evitar que Fausto lo arrastrara fuera de la habitación de Isla.
— Nooo — Fue lo único que consiguió decir con voz ronca.
Con su hermano colgando de un brazo y el bolso de la cámara en el otro, Fausto comenzó a bajar las escaleras.
En ese momento las luces comenzaron a titular y el frío del lugar se hizo más intenso.
La luz que estaba encendida en el piso de abajo se apagó sin explicación alguna.
— Ve sabiendo que no vas a volver — Advirtió Fausto.
— Isla — Logró decir Trevor con su voz rasposa — No podemos dejarla... Por favor... Por favor...
— ¿Ya puedes caminar?
Trevor asintió.
Fausto lo soltó con cuidado y lo primero que Trevor hizo fue volver a la habitación de Isla.
Ella estaba sentada en el borde de la cama con la mirada perdida en la nada.
Trevor se calzó sus zapatos y luego fue por ella.
— No puedes quedarte — Le dijo tomándola de la mano.
Ella no se movió.
— Casi te maté — Susurró ella mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.
— No fuiste tú...
Ella se atrevió a mirarlo.
Él le estrechó la mano con fuerza.
Félix volvía a la habitación en ese momento, el miedo se reflejaba en su rostro.
— ¿Que esperan? Tenemos que salir de aquí.
Ella negó.
— Es mi casa... No puedo dejarla... Ya vete — Dijo intentando soltar la mano de Trevor.
— No voy a dejarte... Si te quedas yo me quedo.
En ese momento la bombilla de la lámpara reventó y se escuchó un grito desesperado por toda la casa.
— Si te quedas yo me quedo — Repitió Trevor.
— ¡Que esperan! — Se quejó Fausto.
Isla apretó la mano y se puso de pie.
Tomó su teléfono en la mesita de noche y salió a toda prisa siguiendo a Trevor.
De a poco fue perdiendo la conciencia de si misma... Se separó de la realidad y sus pasos eran cada vez más pesados... Se sintió flotar en el espacio de oscuridad infinita, no había nada más, no había nadie más y sin embargo se dejaba guiar mientras sentía que el frío de la casa se le colaba en los huesos y la oscuridad la envolvía.
Se perdió en aquel trance de oscuridad del cual solo la mano de Trevor en la suya la unía a la realidad y la separaba de la nada mostrándole el camino.
Despertó repentinamente cuando se encontró subiendo a la van.
Miró por la ventana de la van en el justo momento en que la última luz se apagaba en su casa.
Isla se había pasado a la última fila de la van... Era donde siempre iba.
Abrazaba su cuerpo mientras veía pasar más luces de la ciudad sin prestarle real atención a nada.
Félix conducía con Fausto a su lado.
Trevor estaba acostado en el asiento de atrás, estaba exahusto pero no sé atrevía a cerrar los ojos, no quería dormir.
Recordó la tarjeta que llevaba en el bolsillo trasero, se movió un poco para sacarla y volver a leerla.
La encontró pero estaba acompañada de otra tarjeta que no había visto antes.
"Ella es... Tan libre que asusta; tan feliz que solo dan ganas de contemplarla; tan inteligente que enamora con su alma; tan valiente que no se rinde a la primera; tan bella que no quieres dejar de mirarla; tan única que dan ganas hasta de querer su desastre y tan loca que solo quieres amarla... J. Wailen"
Trevor suspiró antes de guardar ambas tarjetas... Estaba comprendiendo.
Finalmente creía tener una respuesta a lo que estaba pasando...
Llegaron a buena vista un rato más tarde.
— ¿Aquí vives? — Preguntó Isla cuando Trevor se incorporó en el asiento.
— Si... En la casa gris.
— Es lejos... De mi casa — Dijo ella.
— Un poco.
— Yo... Trevor, lamento tanto to...
— Tranquila — Interrumpió él — Ya tendremos tiempo de hablar de que lo que pasó... Ahora ven adentro.
— Pero... No, yo no...
— No puedes volver a la casa Darkness, tienes que quedarte aquí a lo menos esta noche.
— Puedo llevarla a los Valles a casa de sus padres con sus hermanas — Dijo Félix.
— No... No quiero preocupar a nadie esta noche y si Demarco se entera seguramente querrá ir a ver qué pasó — Razonó Isla — Pero tampoco quiero molestar a tu familia Trevor.
— No molestaras a nadie, lo prometo.
Fausto resopló.
— Fausto es irrelevante — Bromeó Trevor.
Isla sonrió a lo menos un poquito.
A Trevor eso le bastó, además tenía sus razones para querer a Isla cerca esa noche, necesitaba hablar con ella de lo que había pasado durante sus minutos de inconciencia.
Ella asintió.
— Está bien... Me quedo.
— Es perfecto — Dijo él.
Isla bajó de la van detrás de Trevor.
Fausto se quedó dónde estaba junto a Félix que tampoco había dejado su lugar.
— Es buena... No sabemos que pasó pero pongo las manos al fuego por ella, estoy seguro que no estaba planeando lastimar a Trevor.
— Me pone nervioso que la trajera a casa...
— No podíamos dejarlo en la casa Darkness.
— Tiene otra casa según entiendo y padres y hermanas y amigos...
— Por favor Fausto, no seas malo con ella — Pidió Félix al tiempo que se atrevía a acomodarle un mechón del cabello.
Fausto se relajó un poco.
— Lo intentaré — Prometió — ¿Vas a entrar? Quédate a cenar...
— Me encantaría... Pero hoy no puedo, tengo que volver a casa.
— Entiendo — Dijo Fausto desviando la mirada.
— Hey... En serio me gustaría pero...
— Está bien, se que dije que no podía prometer nada, comprendo si prefieres no pasar tiempo conmigo.
— No, no es eso... Entiendo esa parte, no te presionaré...
Félix agachó la mirada un momento.
— Es mi abuelita... Vive con nosotros y yo... Modestia aparte, soy su nieto favorito, lo que significa que ella solo toma sus medicamentos conmigo... Cuando no voy a estar en casa tengo que avisarle y hablarlo con ella para que tomé los medicamentos con alguien más... Ha estado algo delicada, a veces tengo que cuidarla en las madrugadas porque no puede dormir y... Aunque son parte de mis responsabilidades, adoro a esa mujer ¿Lo entiendes?
Sin decir nada Fausto se acercó y la plantó un beso.
— Te escribo mas tarde — Dijo antes de bajar de la van.
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