Isla caminaba tranquilamente por los pasillos de la casa de las mil puertas.

Tarareaba y una sonrisa se asomaba a sus labios.

¿Jermaine?

Ah sí...

Finalmente había aprendido cómo funcionaba el bucle.

En esos momentos él debía seguir intentando escapar de aquel pequeño laberinto que ella habia diseñado para él como dedicatoria personal.

Algo así como el laberinto de un hamster.

¿Ella?

Ella viajaba cada noche a montones de universos preciosos, llenos de color y de vida.

Se había convertido en una de las guardianas del sueño y de vez en cuando una niña pequeña se aparecía por ahí y le hacía compañía.

Una pequeña viajante.

Tan fuerte y con un poder tan grande que había podido romper todos los sellos que ella misma se había asegurado de poner al cerrar definitivamente la puerta.

— ¡Hola tía Isla! —escuchó en ese momento.

Se giró sonriendo ampliamente y enseguida extendió los brazos para que la pequeña la abrazara.

— ¡Hola muñequita! —dijo en cuanto estrechó a la niña.

—Tenía muchas ganas de verte.

—Yo a ti ¿Cómo vas? ¿Estás creciendo?

—Mamá aun no sabe que estoy aquí.

Isla sonrió.

Lo entendía... Después de todo la niña llevaba su sangre... Y la de Trevor.

La hija de Kitty ya estaba viajando e incluso lograba materializar una versión de quién sería en algunos años.

—Tu mamá va a amarte muchísimo cuando sepa que te está esperando —le aseguró Isla.

La pequeña sonrió encantada.

Isla le tendió la mano y empezaron a caminar por los pasillos de la casa, había mucho que aún no entendía del universo onírico y de como se podía cambiar la realidad.

Y talvez solo talvez, su pequeña sobrina la devolvería la vida en algún momento.

Mientras tanto, viviría en un sueño y lo pintaría con los colores de ese atardecer que aun llevaba en el corazón.