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Pluma, Ojo y Espada

La pluma de un Feng y la de un Huang. Eso era todo lo que se necesitaba para salvar a la emperatriz. Las sostenía en mi mano derecha, la cual estaba llena de callos viejos y nuevos. Mi alma soltó un suspiro. Sonreí, finalmente tendría mi oportunidad para entrar al Imperio después de tanto tiempo. Alcé la vista, admirando el campo de batalla que me rodeaba. Quise reír al ver a los ingenuos humanos incapaces de entender que nadie más que los dioses podían contra mí, todos muertos bajo el filo de sus propias armas. El dao continuaba descansando al costado de mi cadera, sin haber salido de su funda ni un momento en toda la batalla. Sin cambiar mi expresión, me puse de pie, sintiendo una ligera presión en mi frente, allí donde una tira de cuero cubría desde mis cejas hasta el nacimiento del cabello.

Algo me agarró del tobillo. Un soldado imperial, incapaz de moverse siquiera, jadeaba mientras clavaba su único ojo sano en los míos.

—No permitiré que entres al palacio, Xun-Da —escupió entre jadeos.

—Oh... —dije agachándome hasta alcanzar su altura sin dejar de enseñar los dientes—. Déjame adivinar, gran héroe, tendré que pasar sobre tu cadáver, ¿verdad? —inquirí ampliando mi sonrisa a la vez que me erguía y llevaba una mano a mi frente. La expresión del sujeto cambió de desafío a pavo en cuestión de segundos. En cuanto la tira de cuero salió, el mundo cambió, la dao pronto estaba en mi mano libre.

Zas, zas.

La cabeza del soldado dejó de estar unida a su cuerpo y la hoja afilada estaba limpia. Los hilos de la vida del hombre lo abandonaban, pasé sobre su cadáver, riéndome a carcajadas ante ello. Continué avanzando con la medicina entre mis ropas.

—Sigues siendo incapaz, Xun-Da.

Todo mi cuerpo se congeló ante aquella voz. Los recuerdos fluyeron por todo mi ser, cambiando la sonrisa por una mueca molesta. Lan-Zhen. Estaba detrás de mí, con su hanfu negro con bordados verdes. Lamenté sentir aquella chispa de cariño que consideraba extinta.

—Si te refieres a matar...

—De entender —me cortó. Avanzó hacia mí, sus pies no se movían, pero la tierra debajo ellos sí—. Vas a terminar perdiendo si sigues actuando de esta forma.

Arqueé una ceja y, sonreí de medio lado. Pasé un brazo por la cintura de ella y la acerqué a mí, dejando que mis labios rocen los suyos cuando hablé. Sus dos manos salieron de las mangas de su atuendo y se apoyaron en mi pecho.

—¿Y qué harás para impedirlo, Lan-Zhen? —Disfruté ver que sus mejillas se coloreaban de repente y sus ojos chispeaban. Tal como siempre lo hacían desde la primera vez que la llevé de paseo. Las palabras abandonaron a la bella dama, quien apartó la mirada, buscando ayuda en los alrededores—. Quizás debas aceptar mi propuesta de antaño.

Me aparté, dejándola donde estaba con los ojos desorbitados. Reí entre dientes al imaginar su expresión perpleja.

—No lo entiendes... por favor, detente —sollozó. La miré sobre mi hombro, odiando el temblor que recorrió mi pecho al verla sola, parada en medio del camino. Ignoré la sensación de inmediato, no tenía tiempo para sentimentalismos. Chasqueé la lengua y retomé mi andar sin saber qué decir.

No había dado muchos pasos cuando noté que los hilos de magia se movían a mi alrededor. Gruñí y saqué la dao, cortando la mayor cantidad posible antes de saltar lejos para empezar a correr. Me negaba a pelear contra Lan-Zhen, sabía lo que acarreaba pelear contra alguien de la Corte. Moví el mango de mi arma de tal forma que pronto la textura pasó a la de un callado. Lo giré en el aire, ordenando a los hilos que se movieran bajo mis órdenes.

—Ríndete Lan, tú y yo sabemos quién ganará.

Lan-Zhen torció los dedos, desviando mi ataque de regreso a mí. Tracé un círculo a mi alrededor y una onda de polvo salió en su dirección. Sin desaprovechar ni un segundo, lancé el callado hacia adelante y de un salto me subí, logrando que no chocara contra el suelo. Con una rápida mirada sobre mi hombro, supe que quizás debería haber tomado otro camino antes, pero era Xun-Da.

«Jamás me arrepiento de lo que hago».

Sacudiendo la cabeza, aceleré mi vuelo. Sabía que llegaría a la capital en poco tiempo.

Caí.

Gruñí al dejar de rodar por el suelo. Me dolía la cabeza por el golpe y el aire me resultaba escaso. Sentándome con cuidado, llevé una mano a donde me dolía. Dejé salir un suspiro resignado al sentir el conocido líquido rojo. Lan-Zhen apareció frente a mí, sus manos como garras a cada costado de su cuerpo. Vi la expresión en sus ojos y quise soltar una carcajada amarga.

—Con que te iniciaste —chasqueé la lengua, un nudo en la garganta me invadió y casi me impidió hablar—. Hazlo.

—Puedes hacerlo de otra forma Xun-Da, no tienes que hacerlo así...

El nudo de la garganta fue reemplazado por una furia que conocía. ¿No tenía que hacerlo de aquella forma? Esa vez sí me eché a reír sin poder creer lo estúpido que sonaba aquello. Repetí varias veces las primeras palabras que había dicho ella mientras me incorporaba. La magia fluía a mis alrededores, descubrí mis brazos y los alcé ante la horrorizada mirada de ella.

—La otra forma que dices... no es posible querida —dije a la vez que las marcas negras de mis brazos se extendían a gran velocidad hasta alcanzar mi frente. El dolor era insoportable y no pude contener el grito que me perforó la garganta. Sentí el callado regresar a mi mano y me marché haciendo que las sombras que me rodearan me separaran del suelo.

Lan-Zhen movía los hilos a su alrededor desesperada, intentando alcanzarme. Sin prestarle atención, esquivé todos y cada uno de sus ataques, marchándome hacia donde debía llegar.

La Ciudad Imperial se alzaba frente a mí con sus estructuras ostentosas. Agradecía que llegara de noche, pero también me arrepentía de las marcas que, replegadas, teñía mis manos de negro. Con un último esfuerzo volé hacia la habitación de la Emperatriz, donde el Emperador se encontraba sentado a su costado, con la mirada simulando estar ida. Al oírme, su cabeza volteó hacia la ventana y le extendí las plumas.

—Te dije que nadie debía saber sobre tu existencia —me recriminó en cuanto las tomó y dejó a un costado de la cama.

Crují los dientes, sintiendo que me dolía el pecho y la cabeza.

—Las brujas son más intuitivas que los magos, Su Alteza Imperial. Ahora, cumpla con su parte, yo ya cumplí con la mía.

La mirada severa del emperador me dejó en claro todo lo que significaban aquellas palabras para él.

—Todo suyo, Lan-Zhen —dijo y lo último que vi fue la lágrima de ella cayendo por su delicada mejilla antes que la oscuridad me invadiera por completo. Por extraño que sonara, aquella muerte me pareció más piadosa.


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