Huesos Verdes
Escupió. Deseaba quitarse la sensación de tener tierra entre los dientes. Una mirada molesta por parte del hombre mayor fue todo lo que necesitó para enderezar la espalda.
—Me traé la cosa que 'tá del fondo y te doy el pan —le dijo cuando llegaron a una gruta. Jura contempló el otro lado, donde pilas de cosas rotas y sin mucho brillo acaparaban todo lo visible. Volvió a ver al hombre. Su cola se sacudió inquieta.
—Me va 'perar, ¿no?
—¡Que te meta'! —gruñó el hombre. Sus pupilas se ensancharon peligrosamente y Jura no dudó más. Con el corazón en la garganta, entró en la grieta. Las paredes le arañaban la piel, obligándolo a retorcerse de todas las formas posibles, vanamente intentando no sufrir más heridas. Sus manos y brazos ardían, las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos y un sollozo tembló en sus labios. Cerró sus pequeñas manos en puños contra su pecho y caminó. Arrastraba sus pies, dejando marcas con sus garras sobre el suelo. Miraba los costados con los ojos abiertos de par en par.
Tubos que doblaban en tamaño al hombre mayor acaparaban las paredes. Algunos tenían manchas rojizas que caían desde los vidrios rotos hasta el suelo, otros parecían tener todavía alguien dentro. Quería dar media vuelta y decirle al hombre que no podía, quizás le perdonaría y le daría el pan... «No, él dijo que quería lo que 'taba en el fondo», sacudió la cabeza, ignorando un esqueleto que sacaba la mano de su contenedor.
Bajó por unas escaleras de metal que rechinaron cuando apoyó sus pies en los peldaños. Miró en todas las direcciones, los ojos de los esqueletos se enfocaban sobre su persona. Temblando, bajó rápido, chocando contra la baranda de vez en cuando. Sus manos le dolían con cada impacto. Aterrizó en el suelo sobre sus cuatro extremidades y los ojos cerrados. El corazón palpitaba con fuerza en su pecho. Olía a encierro, a podrido y algo que no pudo definir. El hambre le retorció el estómago y, apenas distinguiendo las siluetas en la penumbra, se sentó. Notó el piso inusualmente frío en su trasero, pero le importaba poco, no había mucha diferencia con las calles de Imp durante el invierno. Abrazándose, se acomodó en el lugar, tiritando. Enroscó la cola alrededor de sus piernas.
—Jura... —Lo llamó una melodiosa voz. «¿Mama?» Las lágrimas se asomaron a sus ojos al recordarla y un nudo apareció en su garganta—. Ven, Jura...
Al alzar la vista, se encontró con una luz verdosa más adelante. Era tenue, pero marcaba un pasillo. Sintiendo la esperanza de al fin salir del lugar, se levantó y comenzó a correr hacia allí.
—¡Mama! —El sollozo se escapó de sus labios cuando distinguió una sombra al final del corredor. Miró sus manos, las heridas sucias... Limpió las manos en la tela del pantalón y corrió hacia el final—. ¡Mama! —Llamó de nuevo. Un frío aterrador le acarició la espalda, pero lo ignoró, su mama podría cuidarlo, ¿no?
Llegó a una sala bastante grande, la luz venía del centro, de una especie de columna pequeña con una pelota encima. Buscó con la vista a la figura de su mamá, seguro que lo estaría esperando detrás de alguno de los tantos tubos y ella movería su cola para que la encontrara. Dio unos pasos vacilantes, sus ojos buscando aquella vista.
—Jura... —dijo de nuevo la voz. El niño giró sobre sus talones, empezando a sentir que el pánico le iba a arrancar la vida. No había nada detrás de sí, nada más que negrura. El frío le comía las piernas, podía sentir cómo los vellos de sus brazos se erizaron—. Por aquí, mi niño.
Sintió la mano sobre su hombro y sus pantalones se humedecieron de golpe. Miró los huesos que se apoyaban sobre él, emitían un brillo verdoso. Lentamente y con las mejillas mojadas, subió la vista. Abrió la boca para gritar, pero nada salió de allí. Un rostro bonito lo miraba. Labios pequeños y ojos inmensos. El cabello caía sobre los hombros y pecho, las únicas partes que parecían tener carne aún.
—Mi niño... ¿po' qué llora? —la mano lo obligó a girar y limpió sus mejillas. Jura quería salir corriendo, huir de allí en ese instante, pero sus piernas estaban como muertas. El rostro se acercó hasta que sus narices se rozaron. Tenía unos ojos que carecían de blanco y sólo una pupila fina dividía los pozos negros—. No llore, todo 'tá bien... mama 'taquí.
Apartó la cara justo antes que los labios de ella rozaran los suyos. El cuarto se había oscurecido considerablemente, algunos huesos pelados parecían brillar entre los escombros. «Mama murió», se recordó una y otra vez. «Tonto, tonto, tonto Jura». El corazón amenazaba con salir por su garganta cuando una risa entretenida lo envolvió. Los brazos esqueléticos lo soltaron y cayó al suelo. Retrocedió un poco, mirando al cuerpo que se alzaba con una sonrisa en sus pequeños labios antes de tomar asiento.
—Así que, pequeño Jura, ¿qué haces en mi prisión?
Sacudió la cabeza de lado a lado. Por más que quisiera hablar, no podía con la lengua pegada al paladar.
—¿Te gustan los juegos? Juguemos a la mancha, si logras salir de la caverna antes de que te toque, ganas —sonrió saliendo de su asiento para flotar hasta quedar a unos pocos centímetros del niño que estaba a punto de correr derecho hacia la salida—. Si yo gano, serás mi recipiente.
—No... no quiero —logró tartamudear mientras caminaba lentamente hacia atrás. La sonrisa de la mujer dejó al descubierto los colmillos.
—Oh, nunca dije si querías o no jugar, pero te daré una pequeña ventaja: contaré hasta siete antes de empezar a perseguirte.
Jura inmediatamente comenzó a correr. «Uno», recordaba el camino. «Dos». Chocó contra las paredes que ya no podía ver tan bien. «Tres», el sonido metálico hizo eco por todo el lugar cuando cayó sobre la escalera. «Cuatro». Saltó cuantos escalones pudo, intentando no perder la baranda. «Cinco», alcanzó el último rellano. «Seis...». Corrió en línea recta por el pasillo lleno de tubos que de la nada empezaron a caer frente a sí.
—¡SIETE!
El grito arañó su garganta. Repentinamente, imaginó la cara de la mujer justo detrás de él, con los brazos estirados para alcanzarlo. Saltó el primer obstáculo, apenas se dignó a soltar un quejido por el dolor de la caída. Pasó por debajo de otros cuantos. Un esqueleto con algo de carne cayó justo frente a sus ojos. Chillando, retrocedió un poco.
—Jura —la mano lo sujetó por los hombros. Estaba frío. Los dedos verdes se cerraron sobre sus muñecas. El aliento fantasmal le acarició la oreja—. Gané.
El mundo se volvió loco. Dejó de saber dónde estaba el suelo o el techo, derecha o izquierda. Rodó por el suelo, haciendo que su ya de por sí adolorido cuerpo se quejara más. Apenas podía abrir un ojo. No sentía. El aire entraba con dificultad a su cuerpo, la cara le ardía, pero no tenía la fuerza necesaria para mover un brazo. La luz verde de la mujer apareció frente a sí, apenas podía distinguirla, pero notaba el vapor helado que calaba su ser.
—Come esto, te curará —le pareció escuchar a lo lejos, sintió que le acercaban algo a los labios. No pudo ni siquiera mover la mandíbula para morder. Unos dedos helados lo movieron.
Al final, sí tenía algo de energía. Un quejido abandonó sus labios. Parecía que la mujer fantasmal decía algo, pero el dolor que recorría todo su ser le impedía entender las palabras. La cabeza le daba vueltas, tenía frío, sudaba, olía a algo podrido, pero no sabía qué era. Un jugo agridulce se abrió paso por su garganta. Estaba fresco.
Poco a poco, empezó a estirar las manos y tomó la fruta de cáscara lisa. Su piel dejó de sentirse helada y el hambre le invadió. Sentándose, continuó comiendo la manzana que ya casi había desaparecido de sus manos.
Suspiró de satisfacción cuando no quedó más que el cabo. Lo tiró, sin preocuparse mucho por en lugar dónde caía. Se puso de pie, dispuesto a irse de una buena vez. Ni bien dio un paso, líneas de un color blanquecino empezaron a brotar desde su pie hasta formar un círculo. Cadenas luminosas disparadas hacia su cuello y manos, aprisionándolo contra el suelo.
—Serás mi portador hasta que la lujuria abandone tu cuerpo por el amor a la castidad —dijo la voz en su cabeza.
Jadeando, apoyó las manos sobre el suelo helado. No había nadie más en los alrededores. Dio vueltas sobre sí mismo, buscando cualquier rastro de la mujer, sin éxito. «Puedo robarle al panadero Creig», pensó sacudiendo la cabeza y marchándose del lugar con prisa.
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