Una cena con el ricachón
Una potterhead en el mundo cuántico
Capítulo 8: Una cena con el ricachón
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El trueno de tormenta no reverberó con rayos de sangre ni la muerte se carcajeó en la calle que daba al banco del poblado. Los restantes asaltantes salieron, metieron prisa para subirse a los caballos. Atento a los vozarrones, aquel que encañonó a la jovencita bajó el arma, se dio media vuelta y subió al caballo para emprender la fuga.
En ningún momento cerró los ojos, levantó la vista y vio como los jinetes se alejaban a pleno galope, los cascos de los caballos no levantaron ningún polvo a diferencia de las escapatorias que observase en los viejos VHS de su abuelo.
—¿Ya todo pasó? No estás herida, ¿verdad?
—No lo estoy, que tu color chocolate no se vuelva gris.
—¿Segura que estás bien? Estás temblando —dijo Marco.
—¡No lo estoy! —dijo con aplomo para vencer las ganas de ponerse a llorar—. Lo que pasa es que la posición de cuclillas es muy incómoda y me hizo temblar. —Marco ladeó la cabeza, no muy seguro de lo que dijo Ana.
«Qué lindo, hasta parece Arnold Swarzenneger de Conan el Bárbaro, tiene una mirada de que no cree ni una palabra de lo que le dije».
—Descuida, estoy bien. Soy de latam, ¿recuerdas?, ya estoy acostumbrada a que me encañonen.
—Ese lugar del que vienes suena muy rudo, más que aquí y eso que tú le llamas el salvaje oeste. Mi mundo no es salvaje, de lo contrario, los gatos cuánticos no viviríamos aquí.
—No fui yo la que me inventé ese término, fueron las películas de Hollywood, creo. En fin, miren, la policía, tarde como siempre, aunque, pensándolo bien, es un buen tiempo de reacción.
En efecto, el sheriff del pueblo y sus ayudantes llegaron a todo galope al frente del banco. Algunos clientes salieron y, agitando los brazos, llamaron su atención; los que parecían ser funcionarios del banco no hicieron aspavientos, pero se acercaron a la autoridad del orden para darle un reporte oral de lo acontecido. Uno de ellos, señaló a Ana y compañía. El sheriff, diligente con su trabajo, ordenó algo a uno de sus hombres, el resto fue al galope tras la pista de los delincuentes, labor nada fácil en un mundo donde el polvo no existe y, por ende, tarea ingrata la de buscar huellas sobre un suelo plastificado.
—Señorita, me dicen que usted tuvo un encuentro con uno de los roba bancos.
—Este, pues, sí, señor. Fue un asunto muy feo.
—¿Le dijo algo? ¿Podría describirlo?
—Imposible, tenía el rostro embozado.
—¿De veras?
—Así es, la parte inferior de su cara estaba cubierta por una pañoleta roja.
—¿Roja? ¿Está usted segura?
—Lo estoy, esa pañoleta se veía muy pulcra a diferencia del resto de su ropa. Lo mismo puedo decir de los otros, ¿eso ayuda? Lo siento, pero no cruzamos palabras ni lo miré fijo pues me encañonó con su rifle, tuve que bajar la mirada. Eso es todo, lamento no poder decirle más cosas de utilidad.
—No se preocupe, ayudó bastante.
El relincho de dos caballos que jalaban de un carruaje atrajo la atención de propios y extraños. El asistente del conductor se bajó y abrió la puerta. No fue el pie delicado de una dama el que se asomase al exterior, lo que se vio fue una extremidad sebosa.
«Vaya sujeto más gordo, incluso para los estándares de este sitio», pensó la aspirante a brujita de ficción. En efecto, al suave individuo le temblaban sus "grasas" con más profusión que al resto de gelatinosos.
De movimientos pausados, no denotaban aquellos la sabiduría de comprender que apresurando las cosas no se lograba nada, en cambio, la lentitud del orondo gelatinoso expresaban su pesadez de ánimo.
—¿Qué sucedió aquí? Me informaron de un robo, espero que mis bienes no hayan sido violentados de alguna manera. ¡Qué horror si ese fue el caso! —dijo con expresión amanerada.
Un funcionario del banco, uno vestido con la pulcritud severa de un gerente principal, lo mismo que su subordinado, señaló con disimulo hacia los tres viajeros desconocidos.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? Me informaron que usted fue encañonada por uno de los asaltantes, ¡qué barbaridad! ¡Toda una barrabasada! Pero que descuido el mío, permítame presentarme: Pat O' Hara, alcalde del pueblo, a su servicio, señorita...
—¡Ana "Mamadísima" Rey! Estos son mis amigos: La Señora N; el agente del cielo, Marco.
Los interlocutores intercambiaron saludos y unas cuantas palabras con respecto al asalto.
—No sé si el agente Marco o la Señora N le contaron algo al respecto, pero el mundo cuántico es un punto de anclaje donde diversos mundos paralelos cimentan su existencia.
—¿En serio? No me dijeron nada, bueno, con tantas cosas que pasamos, se les debió olvidar. Eso quiere decir que todos los mundos paralelos en "allá arriba", el mundo real, tienen una estética similar al lejano oeste, ¿me equivoco?
—La gran mayoría lo tienen. Como en su caso, algunos humanos ya sea de su mundo u otro, vienen al mundo cuántico. Mi persona, que es un alma gentil y artística, tiene el placer de tener agradables conversaciones con esas personas; el objetivo: mandar confeccionar arte de los mundos de dichos viajeros, es mi pasión y colección.
—Ya veo, supongo que desea preguntarme cosas. No sé si ya charló con alguien de mi mundo, pero yo vengo de una región llamada Latinoamérica, así que no sé si pueda servirle de algo.
—¿Latinoamérica? Jamás escuché de ese sitio, por lo que me siento más intrigado. Por favor, permítame invitarla a mi casa como mi huésped, por supuesto, sus amigos gatos también están invitados.
Un mozo del orondo O'Hara, llamó la atención de su señor, por lo que el gelatinoso forzó a su pesado caminar ir un poco más rápido luego de despedirse de Ana y Compañía.
—¿Qué dicen? ¿Aceptamos la invitación del alcalde?
—De acuerdo. La casa del alcalde es una mansión, eso sí, se encuentra a las afueras del pueblo —le informó la Señora N.
—No sé, ya casi acabo de terminar con los formularios que me dieron para la misión de vista. Pensé que querías regresar lo más pronto posible al cielo para que te asignen a un nuevo mundo.
—Ser isekeada a un mundo igual a mis libros favoritos, eso sería genial, pero luego de tantas cosas que pasamos aquí, que deseo antes un par de días de vacaciones. ¿Puedo? Porfis —dijo poniendo carita de pena.
—Supongo que no hay daño, podré completar mejor mi formulario en la casa del alcalde.
Ana y la Señora N chocaron manos y patitas ante la perspectiva de dormir en una mansión.
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Decir que la mansión del alcalde estaba a las afueras del pueblo era simplificar las cosas. La residencia del hombre estaba tan lejos, que Ana quiso usar sus mods, uno que le permitía convertir su lenta escoba voladora en un jet, el otro en un dragón, el problema fue que lo mismo que su mod de Tomas el tren, consumía mucha energía mágica, por lo que decidió volver a usar su mod de Ford Anglia para ahorrar tiempo y energías.
A diferencia de la otra vez, el viaje en el auto volador no fue sofocante, no obstante, sucedió un imprevisto que hizo que las caras de los tres dieran contra el parabrisas.
—¿Qué fue lo qué pasó? —dijo Ana después de despegar su cara del vidrio y sobárse las mejillas.
—Creo que chocamos contra algo. Mi naricita me duele.
—Lo mismo que a mí, mi amiga, la cuestión: ¿con qué chocamos? No veo nada delante de nosotros.
Ana pisó un poco el acelerador y, en efecto, parecía que chocaron contra una barrera invisible.
Al no poder avanzar, decidieron que lo mejor sería continuar a pie, tal decisión resultó ser la correcta y los tres intercambiaron miradas sin poder explicar lo que sucedió.
—Miren, allá veo la casa del alcalde.
—No pensé que estuviera tan lejos.
—Ni yo, menos mal que usamos mis mod o nunca hubiéramos llegado.
Un trabajador (supusieron que era un vigía) los vio a la distancia y fue a su encuentro. Al saber el motivo de su presencia, escoltó al grupo a la entrada e hizo sonar la aldaba de la puerta con lo que un mayordomo les invitó a pasar.
«Que elegancia la de Francia», pensó Ana al ver todo el mobiliario estilo rococó bañado en oro. «Se nota que a este tipo le gusta mucho el dorado».
De todo el decorado y lo ostentoso puesto encima de las ménsulas o consolas, eran los cuadros de la escuela realista, lo que le llamó más la atención.
«Son paisajes del mundo real. Que hermosos se ven, no sé mucho de arte, pero me siento conmovida por tanta belleza».
—¿Le gustan? —dijo el alcalde que entraba en el recinto, evaluando de forma correcta la expresión de la latinoamericana—. Los mandé a pintar, una labor de los más grandes artistas del mundo cuántico aunada con la descripción de viajeros interdimensionales.
—Se ven soberbios, señor alcalde.
—Tiene un buen gusto, señorita. Como puede apreciar, tengo un alma gentil y sensible. Me alegra mucho que usted y sus amigos hayan aceptado mi invitación, acompáñenme para la cena, me muero de ganas de escuchar las historias de su... Latinoamérica.
—¿Dijo cena, señor? —preguntó la Señora N, ansiosa de saborear un banquete.
—Me aseguraré que le preparen algo de su agrado. Agente Marco, ¿desea algo en especial?
—No se preocupe, señor alcalde, cualquier cosa que sirvan en la mesa seguro será buena. Lo que me interesa en este momento, es que me explique acerca de la barrera invisible a las afueras de su finca.
Ana no supo si sus amigos lo notaron, pero ella sí: la sonrisa de O'Hara era la misma que tenía un político atrapado en un caso de corrupción y que con toda la desvergüenzura del mundo negaba tal cosa.
—Luego le preguntarás eso, disfrutemos de la cena que de seguro será pronto —dijo para disimular.
Puesto que las ventanas abiertas despedían a la claridad del día con las cortinas como si fueran damas añorando el regreso del sol, que Marco no sospechó nada y accedió a la petición de su amiga.
El mismo alcalde ofició de guía por su mansión, enseñando al grupo las variadas muestras de arte de la que él, orgulloso, era poseedor.
El mayordomo informó que la cena estaba lista y aquella se desenvolvió sin contratiempo alguno en el comedor formal. Los manjares eran tan sabrosos, que Ana los degustó con sumo placer; en cuanto a los gatitos, la deglutían con entusiasmo, tal vez demasiado.
—Perdón, lo siento, señor alcalde —dijo la Señora N luego de dar un sonoro eructo, cosa que también hizo Marco.
«Pobrecitos, no sé qué comen aquí o en el cielo, pero o no es bueno o no les dan mucho», pensó Ana, que se esforzaba para seguir las normas de urbanidad y no comer como una borracha cualquiera.
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Luego de terminada la cena y respondidas las preguntas que le hiciera el alcalde con respecto a la cultura de su país y región, el hombre invitó al grupo a pasar la noche en su mansión. Los tres amigos compartirían un espacioso cuarto con tres camas, pero los gatos decidieron dormir en la cama de Ana.
«Siento mucho calor. Me oprime el pecho y eso que no tengo pechonalidad», pensó Ana que se sintió sudada y abrió los ojos.
Los dos amiguitos peludos dormían justo encima de ella, uno encima de su pecho y el otro sobre su cara.
«¡Serán! Mierda, tengo sed, no creo que pueda volver a dormir a menos que tome un poco de agua o algo», pensó y decidió levantarse.
Tanto la Señora N como Marco, estaban tan cansados, que ni se percataron que los movieron de sitio, de esa forma, la desgracia se materializaría, no pudiendo ver como su amiga se alejaba, sin poder observar la ventana que despedía a Ana con sus cortinas, como lo hiciese con el sol ya ido, con la diferencia que parecía la muerte la que ondeaba su túnica de pavor.
CONTINUARÁ...
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