Misión cumplida
Máquinas danzantes de Nueva Polonia
Capítulo 3: Misión cumplida
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El frío mordía todo con excepción de los antebrazos, tensos por sostener las latas de cerveza. Se tomaron un descanso al estar las cabezas protegidas de la intemperie que comenzaba a cubrir todo con el odiado sudario aguachento de llovizna que prometía convertirse en aguanieve.
—Algo me dice que la primavera en este año va a ser muy fría, espero no resfriarme, sería una putada.
—Pienso igual, ¿no crees que..? ¿Qué carajos? Mira a esa cosa, ¿qué diablos es?
Parpadearon de forma estúpida, combinaba con los gestos pasmados, no se los podía culpar, frente a ellos, una imagen absurda, irreal: un canguro que tenía ropa y guantes de boxeo; en la bolsa marsupial, se distinguía el casco y los ojos de un niño.
Aunque entendible la reacción puesto que un canguro era una criatura desconocida para ellos, fue un error que pagarían.
Un salto, solo bastó eso para acortar pasos, lo suficiente para situarse a la distancia de un puñetazo del par y justo fue un golpe certero el que dejó inconsciente a uno de los hombres. Cayó semejante a un muñeco que aventaran hacia la pared.
—¡Qué diablos! ¡No por favor! ¡Lo que sea que eres, te pido perdón!
La criatura musculosa no cambió el rostro ceñudo, se acercó al suplicante, lista para darle un puñetazo.
—¡Espera! Dijo que se rendía, no es necesario atacarle, atémosle a ese pilar y dejemos que la policía se encargue.
Ante las palabras de Natsu, que Kamba decidió cesar, bajó la vista y le habló al niño que estaba en su bolsa.
—Perdón, sé que debemos preocuparnos solo de rescatar al hombre que secuestraron —respondió el niño a lo que le dijo la canguro.
No estuvo ajeno a esa extraña conversación que solo parecía venir de parte del infante, sacó su arma y apuntó.
—¡No, espera! —gritó, pero fue muy tarde. El primer disparo fue al niño, pero algo extraño sucedió, el proyectil se estrelló contra un campo de fuerza. Otro disparo, la bala alcanzó a Kamba.
Un niño no tiene el autocontrol de un adulto, su naturaleza es más bondadosa, pero es fácil de estallar en accesos de ira.
Sacó un arma de un cajón al lado.
Dos dardos se estrellaron en el pecho del hombre, aquellos tenían en la base unos finos hilos unidos al cañón. En cuestión de milisegundos que una fuerte descarga de electricidad sacudió al maleante. Antes de caer al piso, pensó en su hijo y en lo triste que se pondría al saber que su padre estaría tras las rejas de una prisión.
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Sus pasos animales iban con confianza en ese laberinto de hierro oxidado, no temía ser descubierto, porque él, el Arama Maco, era un jaguar invisible, criatura invocada gracias a la pantalla isekai de Liset Bronco, la boliviana que fue transportada al mundo de Nueva Polonia.
A diferencia del niño japonés, la boliviana no poseía el poder de mapeado o sonar, ambos vitales para saber en tiempo real las coordenadas exactas del enemigo; en cambio, otros poderes le fueron otorgados, la habilidad de invocar criaturas, podía llamar a voluntad a las habidas en el bestiario del folclor de su país natal, más en específico, los de naturaleza felina.
Llegó hasta la puerta, no vio guardias y retomó los pasos hasta encontrarse con la isekeada.
—¿Ya vino de vuelta? Mi visión nocturna no puede verle —admitió Antoni, lo único que confesaría puesto que no estaba dispuesto a revelar que una vena de frustración, un sentimiento humano, luchaba por asomarse al rostro alargado de caballo que poseía—. Mi visión térmica tampoco le localiza, lo mismo mi visión de ondas de radio, ondas sonoras, microondas, rayos gamma, rayos x, ni siquiera la de luz ultravioleta, yo informo.
—No me extraña, después de todo, es un ser mágico cuya habilidad es ser invisible, solo yo puedo verle. Sucede lo mismo con mis otros gatitos y la pantalla isekai, a menos, claro, que marque primero a las personas que yo quiero que los vean.
»Dice que no hay nadie, es más, dejaron la puerta entreabierta. Qué raro, supongo que están esperando que regresen los dos que me informó Natsu, esto nos beneficia, quería usar el ducto de ventilación, pero lo de la puerta es mucho más sencillo.
—¿Puedo tocarlo? Supongo que es lo mismo que acariciar un gato, uno grande —pidió Lazor, el rostro adquirió el semblante de un niño pequeño.
—Está al otro lado. Mejor invoco a otro, capaz que pongas tu mano justo delante de su boca, moviéndola semejante a una presa y te dé un mordisco —dijo, enseñando una sonrisa que pretendía ser sádica, algo que, por supuesto, ella no era, de todas maneras, el hombrón guapo alejó la mano con rapidez.
—Recuerda esa emoción humana, se llama miedo. Desplegar pantalla —el rectángulo ingrávido volvió a materializarse delante de sus ojos—. No te pongas celoso, Arama Maco, voy a llamar a Itenco Quiman.
Otro jaguar, uno visible a ojos humanos, se materializó de la nada.
—Puedes tocarlo, a diferencia del otro, una vez fue humano, así que no es tan salvaje, creo, espero, no sé cuál suene mejor.
El rubio bronceado tragó saliva, no se avergonzó de mostrar esa emoción humana, de hecho, le encantaba tenerla. Avanzó un paso y se inclinó para acariciar al sedoso animal.
—Los otros elementos de nuestro grupo deben estar prestos para ponerse en acción, yo informo —dijo Antoni, tratando de que el mal humor no se notara en cada sílaba.
—Tienes razón, basta de guasas y de perder el tiempo. Runa Tigre, Yankka, los invoco.
Otro jaguar se hizo materia, a su lado, un gato negro.
—Arama Maco, regresa, no quiero que ninguno se tropiece contigo por error. Yankka, irás por delante, no creo que esos idiotas intenten dispararle a un lindo gatito; luego irás tú, Runna Tigre, hipnotiza al primero que te vea. Itenco Quiman, entrarás cuando se arme el jaleo, no te preocupes, los chicos irán a cubrirte.
Los felinos le entendieron y restregaron las cabezas contra el cuerpo de la mujer que se acuclilló para recibir los mimos.
—Y por favor, recuerden: nada de matar a alguien.
»Prepárate, Lazor, a mi orden cortas la luz de las todas las cuadras a la redonda le dijo al rubio que si bien tenía el aspecto del tanque del equipo, era el hacker, nada raro, siendo antes un androide.
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Las voces broncas de los hombres junto a sus socarronas expresiones vibraban bajo la campana de luz, atrás quedó el mal trago de los temores ocultos en las sombras de la acería, se antojaban a demasiado lejanas para importunarlos de alguna manera. Suele suceder, que cuando se olvidan las pesadillas, estas te toman del hombro, sorprendiéndote.
—¡Qué carajos! ¡La luz se fue!
—¿Qué pasó con la luz?
—Tiene que ser un apagón. ¿Contamos con un generador de emergencia?
—Claro que no, haría montón de ruido y se supone que no debemos estar aquí.
Todos miraron a los lados, uno vio la luz parpadeante del celular. Se acercó al aparato, tratando de alcanzarlo, los otros buscaron en los bolsillos.
Cuando estuvo a punto de tomarlo, lo que le pareció un filo cortó el celular en dos. El aparato dio un chillido, cualquiera hubiera dicho que cobró conciencia, sorprendiéndose que le ultimaron con una cola de metal que era muy larga y en cuyo extremo se hallaba una afilada cuchilla de pesadilla.
No era una humana por más que se viera como una, era una furro, sus genes le daban una inmejorable ventaja en la situación actual: visión nocturna.
«Rápido, no quiero que saquen los celulares. Nada de aplicaciones de lámparas ni llamar para ver qué pasa», pensó. Sus movimientos fueron igual de veloces, dio un giro para esquivar al del celular cortado en dos y con un golpe de karate, dejó inconsciente a uno de los hombres.
El golpe con la palma de la mano extendida en la base de la nuca fue en eficaz. Antes de que el corpachón cayera en el suelo, Katrin agarró al sujeto y trató lo mejor que pudo de ponerlo en el piso sin causar ruido. Repitió la operación, pero no pudo lograr una tercera al notar los otros que dos no respondían a los llamados.
—¡Hay alguien aquí! —gritó uno. Siendo presa del miedo, disparó a un lugar donde creyó escuchar algo.
Los fogonazos no iluminaban con eficiencia, chispazos brevísimos, no obstante, revelaron a uno de los caídos.
—¡¿Qué mierda?! —Fue al anticipo para que todos dispararan a las sombras, situándose lo más cerca que pudieron y formando un círculo para no dejarse sorprender.
—¡Allí hay algo! ¡Denle duro!
Con cada disparo la silueta de la mujer se materializaba entre las sombras, tan solo un segundo porque no se quedaba quieta, rodeaba ese círculo de desesperación que vomitaba improperios y plomo.
Debido al ruido que ninguno de los del círculo escuchó el vuelo, solo Katrin pudo oír ese débil aletear de cucaracha.
No fue un insecto diminuto el que aterrizó en medio del aro de defensa. El imitador se situó con la maestría de un murciélago, los apéndices filosos al apresto, solo sería un segundo, luego estarían listos para atacar.
Era curioso como Katrin y Mister Mimic veían la escena: la una observaba todo en un tono azul pálido monocromático; el otro, todo estaba bañado con un rojo profundo.
Gracias a Mimic que el círculo se rompió, fue por la fuerza y rapidez del insectoide. Recordando la advertencia de la furro de apariencia humana, se forzó a ejercer autocontrol.
Ambos grupos realizaban una zarabanda, una danza: los maleantes un bullicio de disparos; el par, una danza silente, no por nada formaban parte de los Danzantes. Su trabajo era fácil, solo debían cuidarse de los disparos, cosa sencilla pese a que estaban en unas entrañas de hierro más oscuras que el manto de la parca.
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Tan ocupados estaban de golpear al infeliz gordo, que no notaron al gato entrar al cuarto, lo que sí notarían sería otra cosa, el poder del Yankka.
—Ag, ¿Qué mierda me pasa? Siento que me va a estallar la cabeza. Que alguien me pase una aspirina o algo.
—Pues yo siento que me duelen los oídos, me siento enfermo, creo que voy a devolverlo todo. —En efecto, no caminó ni tres pasos y se puso a vomitar ahí mismo, sin importarle qué pudiera ensuciar.
—Es el trago, creo que no debimos ahorrar en el trago. Nos vendieron porquería adulterada.
—Yo creo que es el stress. ¿Quién demonios hace esto de torturar a alguien? Vámonos de...
Su mirada se encontró con el Runa Tigre. El pobre diablo olvidó cualquier sensación de dolor o incomodidad, la mente divagó en cosas que solo el jaguar le transmitía por parte del poder de la hipnosis.
Bastó uno para que diera la alarma para que todos vieran al gran felino y a su compañero, quieto como una estatua. Tan sorprendidos se encontraban que no movieron un músculo ante la visión irreal, craso error pues otro jaguar entró a la habitación, uno que para nada decidió permanecer quieto. El Itenco Quiman fue rápido a atacar a los hombres.
Cuando el gran felino embistió al desdichado, que todos reaccionaron, pero fue demasiado tarde, el otro jaguar saltó contra otra víctima y si el caos no fuera suficiente, dos hombres entraron y se pusieron a combatir a puño limpio, no podía ser de otra manera, el fuego cruzado era algo que querían evitar a toda costa en un espacio cerrado, no solo para precautelar la seguridad, la vida del gordo era prioridad.
Los dos hombres peleaban usando artes marciales variadas, en cuanto a la boliviana, Liset se asomó a la puerta sin animarse a entrar, tenía un revolver con mira láser incorporada, atenta a intervenir cuando la situación lo requiriera.
Aquello no fue el caso, es más, todo parecía salir según lo planeado. Tan fácil resultó todo, que notó a ambos compañeros competir por demostrar mayor habilidad en el combate o al menos ese era el caso de Antoni; a Lazor, por el contrario, le daba igual, solo disfrutaba o trataba de disfrutar la emoción humana de la pelea.
Cuando todo terminó, el rubio le mandó un pulgar arriba y sonriendo de manera tonta; Antoni solo asintió de la misma manera que lo haría un conscripto del cuartel militar.
—Bien hecho, chicos... Amiguitos, me escucharon, no mataron a nadie. —Les sonrió a los jaguares y al gato—. Bueno a ver al gordo, ayúdenlo, chicos.
Fueron a desatarlo y la boliviana se comunicó con los grupos en el área de calderas y la entrada de la acería.
—Katrin y Mimic me dicen que todo salió a la perfección. Natsu se encuentra bien, Kamba recibió un balazo, pero no es nada grave. Vámonos de aquí, puede que algún vecino haya escuchado los disparos y haya llamado a la policía.
Ayudaron al gordo a caminar y al poder ver el techo lleno de tuberías, lloró ante algo que consideró como una de las visiones más alegres que vio con sus ojitos porcinos.
—De nada, gordo. A los negocios, nuestro jefe quiere saber un asunto importante, te llevaremos a la jefatura después.
—¿Qué? Pero, ¡no pueden hacerme eso! Soy un ciudadano honesto.
—Lo sabemos, gordo, por eso, luego de la brutal y salvaje paliza que te vamos a dar en el cuartel general, te vamos a premiar con una habitación con dos literas, balde para cagar y tres comidas diarias por al menos ¿treinta años? Me olvidaba, por fin podrás ejercitarte todas las tardes en el patio comunal. Te recomiendo algo: no busques pelea con el más perrón del hotel cinco estrellas apenas llegues.
CONTINUARÁ...
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