Despedida en el mar sideral
Máquinas danzantes de Nueva Polonia
Capítulo 14: Despedida en el mar sideral
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El campamento hervía por el calor, el tartajeo de las ametralladoras añadía carne picada a esa caldera removida por la parca palustre. Los hombres gesticulaban el último estertor a la par de los pasos de los soldados que, fúricos, empezaban a hormiguear.
Eran como niños peleando contra verdugos encapuchados de rojo metal, nada muy apartado de la realidad, era conocida la fama de los soldados de la Confederación hacia los civiles y ellos, que eran bandidos, podían darse por muertos. Nada de piedad por parte de los soldados, después de todo, no vinieron para aquello, otra era la misión, buscar la inteligencia artificial, era primordial hallarla lo más rápido posible, estaban en una frontera indefinida en la que ni la Confederación Roja o la Unión Planetaria prestaban ojos avizores, pero todo podía cambiar de improviso.
Unos cuantos se agruparon y apuntaron contra Kamba, debido a su tamaño y corpulencia, la juzgaron como una amenaza que debía ser neutralizada, creyeron que era uno de esos animales modificados que ejercían de guardaespaldas. Uno que otro disparo le dio de lleno en el área de la bolsa, pero para sorpresa de los hombres, un campo de fuerza detuvo los proyectiles.
Al prestar más atención, notaron que una mujer estaba dentro de la bolsa, no pudieron discernir el significado de lo que veían, a todas luces no parecía de la Unión Planetaria cuya población eligió en masa parir niños de ojos azules y cabello rubio gracias a la manipulación genética. De la nada, se materializaron grandes felinos, pumas y no eran pocos, de hecho, un pequeño ejército de depredadores salió rampante contra los atacantes y corrieron con soltura sobre la arena.
El caos más absoluto estalló en el campamento. Las órdenes por los intercomunicadores, queriendo traer solución al desorden, no hicieron otra cosa que sumar confusión. Del ordenado ejército de la Confederación, quedó no otra cosa que hormigas rojas yendo a su suerte como si comprendieran que perdieron la dirección de la cruel reina.
La sorpresa inicial se convirtió en pavor al ver que los numerosos pumas se pararon en las patas traseras y empezaron a arrojar enormes piedras gracias a hondas que eran empleadas con maestría, una imagen irreal, absurda, pero de efecto letal.
Con rápidos saltos, la canguro buscaba a Natsu, daba gritos animalescos que solo el japonés comprendía, el problema era que, ante tanto barullo, era improbable que Natsu oyera el llamado de su madre adoptiva. En una de las carreras fue acorralada por un soldado que decidió apuntarle a la cabeza, ahí no tenía protección alguna de ningún tipo de campo de fuerza.
La suerte estuvo con la marsupial, Mister Mimic, volando raudo, le embistió en pleno vuelo, en ambos brazos llevaba a los niños. Tuvo cuidado que ninguno de los cuerpecitos impactara contra la armadura, fue el exoesqueleto del insectoide el encargado de combar el metal carmesí.
Quien no contaba con suerte era Mette, uno de los solados la estaba ahorcando, los dedos como tenazas, no pedían permiso para negar la respiración y la vida misma. No importaba que tratara de arañarlo, los guanteletes y el casco hacían invulnerable al soldado de ese tipo de ataques desesperados.
Una masa de músculos embistió al hombre acorazado.
Era Lazor, se paró lo más rápido que pudo para confrontar al rojizo enemigo, parecía un gladiador sin espada, tridente, red o casco, pero tenaz y decidido a enfrentar a la muerte. Resollaba furia y maldiciones anidaron en el pecho blindado por pectorales de un dios que luego se materializaron en un grito que hubiera amilanado hasta el más valiente confederado.
No hubo necesidad del soldado de buscar alguna hilacha de coraje ante semejante hombrón, se sabía con ventaja debido a la armadura. Soltó el arma cuando lo embistieron, así que decidió ir por el combate cuerpo a cuerpo.
El Danzante, que antes de transformarse en humano, descargó en su cerebro muchas técnicas de arte marcial, no obtuvo ventaja ante el soldado, quien, si bien solo fue instruido en un tipo de combate cuerpo a cuerpo, se empleó a fondo para dominarlo.
La tensión pareció desprender hedores de ese par de demonios que empezaron a darse puñetazos. Lazor era musculoso, pero empezó a sentir del daño de aquellos nudillos de acero, grandes como pelotitas de golf. Más y más capsulas caían a la tierra para luego parir a los recién nacidos hechos de acero y violencia.
Caído el rubio musculoso, el hombre blindado fue hacia el arma, no pudo lograr el objetivo porque Antoni empezó a atacarlo con los brazos convertidos en espadas. El filo de las extremidades rasgaba el metal, revelando el plomizo bajo la pintura lustrosa, pero nada más, tal vez hubiera sido más eficiente cambiar el filo por la masa compacta de un martillo, pero el Danzante era presa de una emoción muy humana: la ira.
Lo mismo que su amigo, de nada valieron las técnicas marciales que se descargó contra la experiencia del soldado. Cuando el confederado estuvo a punto de rematar con un golpe a Antoni, el cerebro embardunó la cara interna del casco rojizo. Cayo inerte de forma irreal, casi cómica al suelo blanquecino del arenal, lo mismo que un pelele al que le cortaron las cuerdas de improviso.
La hija de Brutus los salvó, el cañón del arma, la boquilla, exudaba el calor rojo y el humo salía como por una diminuta chimenea. De no ser por el asfixiante calor, con toda seguridad el vaho de la mujer se hubiera visto con claridad subir al cielo como el humo de la metralleta. Resollaba, agradeciendo el acto simple de respirar que hace poco le fue negado.
No hubo tiempo de agradecimiento o palabras dulces, el trio salió corriendo hacia la dirección que sabían estaba la nave. A media carrera, vieron el corpachón de Brutus yacente sobre la arena blanca que, como una esponja, absorbía la sangre.
Los dos hombres la jalaron, hubiera sido suicida ir al cuerpo del padre y ponerse a llorar; corriendo, dieron el esquinazo a la muerte cada vez que podían. Cuando creyeron que no la iban a contar, el rugido de los motores de una nave acalló las ráfagas de metralla y las maldiciones de los condenados cuya catinga hedía a miedo.
Una especie de cañón vulcan giró sobre su eje, partiendo en dos a los atacantes y cosiendo carne con esquirlas de armadura. La puerta de la pequeña bahía de carga se abrió y supieron qué harían, solo era cuestión de rodear la nave e ingresar por atrás. Katrin no pudo girar la nave, un nuevo grupo de soldados venía por el frente. Llevaban armas pesadas y algunos morteros, pronto vendrían soldados con misiles, se les acababa la suerte.
En efecto, la suerte se acabó para Mette, una bala perdida, de una de las mujeres del campamento, le dio en la nuca.
—No, no, por favor, no te mueras, ¡no cierres los ojos! —gritó Lazor sintiendo por primera vez en su vida las lágrimas carcomer las mejillas.
Las espadas de Antoni se transformaron en adargas y cubrieron a Lazor.
—¡Necesito tu ayuda! —gritó Antoni porque los escudos pequeños en forma de corazón estaban cediendo ante la fuerza cinética de las balas.
El rubio reaccionó ante la forma nada robotizada de hablar del amigo, tomó el arma de Mette y disparó contra el enemigo gritando enloquecido de furia.
Cada vez venían más atacantes, cuando tuvieron la intención de cometer la locura de ir hacia el cuerpo de Mette para llevarla a la nave, que vino Mister Mimic y Kamba, ambos tomaron a los hombres y entraron a lo que era la única rosca salvadora en ese mar tormentoso de muerte cierta.
Viendo por la cámara que todos los amigos estaban dentro, pilotó la nave hacia la estratósfera, gritándole a los controles, como si sus gritos fueran la fusta milagrosa que lograra más aceleración, quizá con un poco de suerte podrían romper el bloqueo de la Confederación Roja.
No hubo tal suerte, con la imagen del oscuro profundo vio las luces de las naves confederadas.
Tanto Antoni y Lazor ayudaron a sacar a Liset, le dieron de palmaditas en el rostro y la boliviana recuperó el conocimiento. Lo que le reportó Katrin no fue para nada de su agrado.
—Estamos todos jodidos, bien jodidos. ¿Puedes hacer algo, amiga? —preguntó, aunque sabía la respuesta. La herida del muslo, cubierto por vendas le dolía mucho.
—Nada de nada, imposible romper el cerco, mejor no hubieras recuperado el conocimiento, los de la Confederación son del tipo que primero dispara y hace preguntas después.
—Si ese es el caso, ¿por qué no disparan? Seguro obtuvieron la IA en el campamento.
Nadie respondió a la boliviana, todos se quedaron hipnotizados en sus puestos, viendo la pantalla. Solo una pequeña figura se adelantó, era Lapislázuli, como siempre, los ojos de azul profundo no parpadearon.
Puso las manecitas sobre el tablero de control y un extraño portento sucedió.
Las luces de la consola brillaron igual a luces navideñas, pero lo más extraño fue lo que pasaba a las naves de la Confederación.
Empezaron a avanzar hacia el planeta, en un rumbo de colisión directo hacia el campamento de Brutus, en ningún momento de las naves salieron cápsulas de salvamento de emergencia. Del ejército de la Confederación Roja, no quedó ni uno solo con vida.
Todos miraron a la niña y recién lo comprendieron, todos los cabos sueltos por fin se unieron. Lapislázuli era la inteligencia artificial que vinieron a buscar.
La Kanguro fue la primera en recuperarse, emitió un berrido que Natsu no pudo traducir por estar mirando a su amiga, pensando solo Dios sabe qué. Nadie la entendió y sacó el pequeño arcón de Brutus.
—Me duele al caminar, chicos —dijo Liset y los amigos comprendieron. Lazor y Antoni tomaron el arcón y lo abrieron.
Dentro estaban simples fotografías, toda una rareza en un mundo donde tales cosas estaban digitalizadas. En cada uno de los cuadros, estaba la imagen de Mette, desde que era una niña muy pequeña hasta el presente.
—Recuerdos —dijo Mister Mimic que volvió a encapsularse en el exoesqueleto. La figura apuesta de maniquí japonés estaba agrietada donde embistió al soldado.
—Increíble, quién iba a pensar que Brutus era del tipo sentimental, guardar fotografías es lo que hacemos nosotras, las mujeres —dijo Katrin, que estaba en los controles—. ¿A dónde, Liset?
—A donde más, a Nueva Polonia. Rápido, antes de que vengan más naves de la Confederación.
—Liset, quisiera poder despedirme de Mette.
—Yo también quisiera hacerlo, yo requiero.
Como que Antoni no podía llorar debido a su cuerpo de ciborg, Liset lo hizo por él.
Fue algo sencillo, tomaron las fotografías y las colocaron en la exclusa de descarga de materiales.
—¿Están seguros? Podrían conservar las fotografías —dijo Katrin, pero los dos hombres se mantuvieron firmes en su decisión, llevarían en el corazón los días que pasaron con la mujer.
Con un suspiro, Liset apretó un botón y la nave comenzó el recorrido. Parecía que lloraba a medida que avanzaba, lágrimas que eran las fotografías de Mette.
Esta noche en el océano de éter espacial
Tú, nadas de espaldas para no ver el vacío sideral
Cabello rubio, ojos azules, se quedan mirando a la nada
Cabello rubio, ojos azules, contemplan días ya idos
Tu naturaleza frágil, tan frágil que deseo protegerla
Tu naturaleza frágil, tan frágil que no deseo abandonarla
Porque eres una princesa, princesa
Y yo soy tu caballero, caballero
Porque eres una princesa, princesa
Y yo soy tu caballero, caballero
Esta noche en el océano de éter espacial
Tú, nadas de espaldas para no ver el vacío sideral
Cabello rubio, ojos azules, se quedan mirando a la nada
Cabello rubio, ojos azules, contemplan días ya idos
Tu naturaleza frágil, tan frágil que deseo protegerla
Tu naturaleza frágil, tan frágil que no deseo abandonarla
CONTINUARÁ...
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