Deseo sonreír, mi cómico
Máquinas danzantes de Nueva Polonia
Capítulo 12: Deseo sonreír, mi cómico
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El ambiente palustre de los alrededores no se sospechaba como un escondrijo donde la afamada inteligencia artificial fue camuflada, por lo tanto, aquel sartén de arena blanca donde estaba enclavado el campamento, era el único lugar donde los Danzantes podían deambular en busca de pistas.
Tanto era el calor, que incluso Kamba y Mimic, acostumbrados a las altas temperaturas, creyeron sofocarse.
—¿Alguna pista? Por favor, dime que averiguaste algo, me muero de calor. Menos mal que no soy como mis primas, no quiero ni imaginarme soportar este sauna seco cubierta de pelos.
—Pero bien podrías jadear como un perro o un gato, eso ayudaría con el calor, amiga —dijo Liset. Katrin estuvo tentada a darle un golpe, pero prefirió ahorrar fuerzas—. Lo siento, nada todavía y no puedo solo acercarme a Brutus y a sus hombres preguntando si robaron una IA. No quiero que piensen que somos policías o peor: cazarecompensas.
Ambas mujeres decidieron ir donde el arenal lamía la zona pantanosa, los mosquitos las comerían vivas, pero al menos uno que otro árbol mustio, daría una sombra pequeña.
—No puedo creerlo, me siento tan agotada que creo que me quedaré a aquí y dormiré hasta mañana —dijo Liset que se abanicaba el pecho con la camiseta sudada.
—Recién es las dos, pero te entiendo. El problema es que hace tanto calor que por más empeño que le pongas no podrás conciliar el sueño.
Ambas mujeres que estaban espaldas contra espaldas, inclinaron el torso y al mismo tiempo cayeron sobre el suelo húmedo que olía mal.
—Qué vergüenza, mira a esa niña recolectando madera. Con sus bracitos flacuchentos, esforzándose tanto y nosotras, estiradas como lagartijas, te diré algo: estamos viejas, acabadas.
—Alguien que se gasta tremendo cuerpazo no tiene derecho a decir eso, al menos no me siento vieja, solo estoy cansada. Pobre niña, creo que es la otra hija de Brutus, ese cretino debería tratarla mejor, ¿por qué no manda a otro por la leña? Se merece que le den el premio al padre del año —dijo con ironía—. Espera, se me ocurre algo.
Se levantó forzando a la garganta a no emitir ningún gemido de queja, quería pescar a la niña con la guardia baja. Katrin quiso levantarse, pero Liset pisó el largo cabello y la mujer furro solo soltó un auch, se quedó tiesa donde estaba, derrotada por el cansancio.
En efecto, la pobrecita soltó las ramas que recolectó con ahínco al verse sorprendida por la boliviana.
—Hola, bonita, ¿tu papi te mando a recolectar leña?
—Sí..., señora —dijo con timidez. A la pobre de Liset le dolió un poco eso del señora, pero tuvo que admitir que no era una adolescente.
—Eres preciosa, ¿cómo te llamas, linda? Conozco a tu hermana Mette.
—Yo, me llamo, me llamo Lapislázuli.
—Qué bonito nombre, combina a la perfección con tus ojazos, los de tu hermana no son tan azul intenso —alabó a la niña que se le quedó mirando. Liset se puso un poco nerviosa, parecía que la niña no parpadeaba.
—¿Te parezco interesante? No tengo cabello rubio y ojos azules como el resto. Mi amiga de ahí tampoco es rubia, parece una humana, pero es una chica furro. Este, dime, linda, ¿desde cuando estás tú y tu papi en este lugar?
La niña no le contestó, bajó la mirada y se observó los pies.
—Tan tímida como nuestro Natsu —dijo de pronto Katrin que se acercó a la boliviana y apoyó el codo en el hombro de la amiga—. No le vas a sacar gran cosa con tu carota que mete miedo.
—¿Cómo que mi carota? —preguntó y la amiga se señaló los ojos. Liset frunció el ceño y puso cara de puchero.
—A ver pues, muéstrame cómo se hace, su señoría.
—Ya. Lapislázuli, ¿no? Bonita, ¿te gustan los dulces? Mira, aquí tengo algunos, son tuyos si me dices por qué tu papi decidió esconderse en este lugar.
El plan de Katrin fue contraproducente, si bien la niña desnutrida se mostró interesada en los dulces, las dos mujeres la intimidaron con la mirada, en especial Liset.
—¡Mira lo que hiciste!, se puso a correr.
—¿Que yo hice qué? ¡Fuiste tú y tu estúpido plan de los dulces! Mi cara no tiene nada que ver en esto
Las dos mujeres olvidaron el calor y regresaron al campamento elevando cada vez más el tono de voz. Se hubieran dicho cosas hirientes, pero la visión de Natsu, ayudando a Lapislazúli a recolectar ramas, las calló.
—No actuemos como niñas, sigamos pensando en cómo encontrar la IA. Debe de estar en algún lugar, ¿no se te ocurre nada? —preguntó Katrin que volvió a abanicarse el pecho gracias a estirar la camiseta, tenía senos turgentes y algunos hombres la miraron con lascivia.
La vista de aquellos y cómo contrastaban con Mister Mimic que, para no revelar su naturaleza insectoide, vestía gabardina y sombrero, le dio una idea a Liset.
—Por el momento hay que pensar en cómo nos desharemos de los hombres de Brutus. Creo que apenas averigüemos algo de la IA, tendremos que ir huyendo de estos sujetos, y nuestro querido Mimic nos va a venir de perlas. Sí, se me ocurre algo, solo déjame afinar los detalles.
La otra Danzante asintió, esperando que lo que sea que planeara la amiga tuviera un efecto inmediato. Al volver a emprender los pasos, vieron una escena que las sorprendió más que la anterior: Kamba miraba su bolsa marsupial, parecía divertida: Natsu y Lapislázuli, estaban dentro, se veían tiernos compartiendo un refresco helado el cual lo bebían del mismo vaso usando unas pajillas.
«¡Claro! La bolsa de Kamba no solo tiene campo de fuerza, también se halla aclimatada», pensó Liset, muerta de la envidia.
Katrin pensó lo mismo y corrió hacia la canguro, le rogó a los niños que se recorrieran y le cedieran un campito. Kamba empezó a reñirla con berridos roncos y se alejó saltando. La pobre furro les persiguió llorando, pero al cabo de unos pasos se tropezó y decidió quedarse así, sin importarle mostrar las exuberantes nalgas a los hombres de Brutus.
«Ag, Katrin, chica, conserva algo de dignidad... ¿Por qué solo la miran a ella? Yo también tengo lo mío», pensó y fue hacía su amiga mostrando joroba y haciendo eses.
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La nueva emoción humana era nueva para él: reconocimiento. Siendo que su naturaleza original era la de un robot, encontraba fascinante su nuevo cuerpo humano y las emociones que albergaba y las potenciales a desarrollarse; el sentido el humor era lo que más le atraía, intrigaba e incluso frustraba a partes iguales.
El corpachón que le dieron no revelaba un comediante en potencia, pero Lazor tenía un sentimiento de realización cada vez que componía un nuevo chiste, por desgracia, de los compañeros cazarecompensas, solo Mister Mimic apreciaba los esfuerzos y reconocía su gracia. La reacción del insectoide le complacía, no obstante, era demasiado lenta para su gusto, tardando incluso cinco minutos en comprender lo humorístico del asunto.
Fue toda una sorpresa que Mette, la hija de Brutus, comprendiera a la primera las bromas que Lazor recitaba. Ansioso, le preguntó por el aspecto que más le atraía.
—¿Lo qué me gusta de tus chistes? Diría que es la candidez —le contestó Mette luego de separar el dedo índice del mentón a modo de reflexionar en la respuesta—. ¿Tú qué crees, Antoni? ¿Verdad que lo mejor de los chistes de tu amigo es la inocencia que tienen?
Ubicado al otro lado del espectro se encontraba el Danzante que mudó su cuerpo a uno robótico de metal líquido.
A diferencia de Lazor, no buscaba experimentar la miríada colección de sentimientos humanos que podía albergar un ser humano, puesto que él, Antoni, fue uno en una época que no le apetecía recordar; no obstante, se encontraba frustrado por no poder excusarse y tener que participar en conversaciones que se centraban en lo que debía ser el correcto sentido del humor, cosa que transcurrió por días desde que llegaron al campamento.
—Creo más valedero en hallar una buena cara al cinismo de la sociedad, allí se encuentra la vena más óptima del humor, yo informo.
—Humm, tu punto es válido. ¿Qué tal si cuentas un chiste? ¿Qué te parece, Lazor? Creo que es una buena idea que escuches las gracias de los demás para comparar tu estilo con otros.
—¡No lo vi de esa manera! Es, ¿cómo dicen los humanos? Ya recuerdo: "Me hiciste explotar la cabeza".
—¿Decir un chiste? ¿Yo? La nueva unidad no ve lo práctico de contar un chisme. Solo estoy aquí para que Lazor pula un aspecto humano, que, aunque poco provechoso, sigue siendo parte de su nuevo estado, yo informo.
—Por favor, hazlo por tu amigo, ¿no acabas de decir que quieres que perfeccione su humanidad?
—No puedo debatir tu lógica, por lo mismo, diré un chiste, ¡solo para que Lazor aprenda! —dijo sin poder evitar fruncir el ceño, pero casi de inmediato los ojos mostraron duda. ¿Hace cuanto tiempo que contó uno? Pese a su nuevo cerebro cibernético, no podía recordarlo.
Sus ojos, por lo general, severos, se iluminaron como si fueran los de un niño.
—Un tartamudo que recién se enroló en el ejército va donde el sargento para que le asignen un puesto. El sargento le pregunta su nombre y el tartamudo que se llama Talbot responde: "Ta, ta, ta, ta". Gritando, el sargento ordena: ¡a las ametralladoras!, yo concluyo.
Lo hizo, contó una broma, se sorprendió al saber que una emoción humana, la ansiedad, afloraba en su pecho.
Tanto el amigo y la joven se rieron de inmediato. Mette con elegancia y Lazor, poco acostumbrado a carcajearse, lo hizo como si sobreactuara, cualquier otro se hubiera sentido incómodo, pero la chica lo miró con dulzura y se rio de lo bien que le cayó la broma de su amigo.
Si le hubieran dicho que la Confederación Roja con todo su poder, estaban aterrizando en el planeta, eso no lo hubiera sorprendido como su fugaz atrevimiento:
—Puedo contar otro...
»Era un pueblo feliz, todos eran pobres, pero la gente era buena. Un día, dos tipos vinieron trayendo promesas de prosperidad para todos: Uno dijo que todos tendrían refrigeradores, pero ninguno tenía comida; el otro, prometió repartir la riqueza, pero solo repartiría la pobreza. Cada cuatrienio o cada plan quinquenal solo trajeron miseria, pero lo gracioso fue, que las buenas personas no prestaron oídos a la bondad, solo a sus bolsillos, por lo tanto, se sumergieron en un círculo vicioso.
El guapo rubio se sintió confundido, no comprendió el chiste, intrigado porque sabía, sin tener que verse al espejo, que tenía el mismo gesto de sus amigos a quienes contaba sus bromas.
El delgado hombre robótico también se sintió confundido. ¿Por qué conto aquello? Y ¿Por qué, si no tenía la capacidad de llorar, los sensores de los ojos le indicaban que algo quería expresar pesar?
Una mano delicada y suave se posó sobre los dedos fríos de metal de Antoni.
Nunca pensó que extrañaría tanto el calor de una mano amiga, hubo olvidado la sensación cálida del tacto humano.
—Mi padre, me llama, debo ir. Ustedes, chicos, sigan practicando, quiero reír con sus bromas —dijo, se llevó los largos cabellos rubios detrás de la oreja como coqueteando y grácil, se alejó del par.
Ambos la vieron alejarse y sintieron que el calor no era sofocante. Los rostros expresaron dudas, temores y anhelos.
El sol hace horas que se puso
Tu rostro se tensa al recordar cosas tristes
Parece que quieres decirme algo
Amigo solitario
Ten conciencia que puedes hacerme sonreír
Yo no puedo llevar la sonrisa a otros como tú
Mi tiempo aquí termina, pero el tuyo recién comienza
Quiero sonreír, tú puedes lograrlo
Quiero reír
¿No sabes que eres mi querido cómico?
Tus palabras traerán la sonrisa a mi corazón
¿No sabes que eres mi amado cómico?
Tus palabras traerán la felicidad a mi corazón
Mi querido cómico, mi querido cómico
Mi amado cómico, sonríe
Mi querido cómico, mi querido cómico
Mi amado cómico, ¡sonríe!
CONTINUARÁ...
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