La ayuda de los humanos
Los elfos deben morir
Capítulo 17: La ayuda de los humanos
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El Claro Húmedo del Bosque, un campo así nombrado por los lugareños, resultó el lugar de la batalla decisiva luego de una larga campaña militar con idas y venidas, victorias y derrotas, todas ellas reflejo no solo de mentes brillantes; la veleidosidad de la diosa de la fortuna, danzó con una y otra facción al son de los cañones y los gritos de la guerra, el aria predilecta de los dioses.
«Merde, ¿dónde diablos está el Marqués Grouchy?», pensó El Corso, sin saber que sentimiento primaba más, si el enojo o el miedo. «Se suponía que su ejército perseguiría a las chicas gato para que no se unieran con el ejército de Tega'Salae».
El ataque al castillo de Hougoumont comenzó las hostilidades, la intención fue flanquear el lado derecho de los demonios, atraerles a un campo más favorable y caerles por la izquierda. Tal cosa no pudo ser; las chicas gato, aunque con tres horas de retraso, llegaron a la batalla y se tuvo que retroceder a la posición actual.
Por todo un día ese campo emuló un tablero de ajedrez y tal vez fue su ailurofobia la que jugó en contra de él. Qué ironía puede mecer el destino, fue justo su orden traducida en ley de no matar gatos, lo que hizo que por fin la Peste Negra dejara de asolar el continente del Cisne; las sombras de mil felinos de cuatro patas rodeaban su posición, trazaban marchas en ocho alrededor de los pies de sus solados. No se retiraban pese a las patadas y los disparos, como las oscuras y contrahechas valquirias, regresaban cuando uno se concentraba en el sobrevivir de la decisiva batalla.
—Deja que el Imperio tenga buenas madres, y ella tendrá buenos hijos —dijo recordando su política del servicio militar obligatorio, con esa medida trajo de vuelta los ejércitos multitudinarios del mundo antiguo. No tomó en cuenta que los eriales del norte, tan poco aptos para sostener la vida, tenían su propio ecosistema, que pese a ser parco, bastaba para dar al rival una ventaja de cuarenta y dos mil hombres sobre los setenta y cuatro mil que tenía.
De ser su intención el rodear a los demonios, pasó a ser aprisionado por ambos flancos, ya todo estaba perdido.
—Mi señor, traigo aciagas nuevas.
—Hablad.
—El Marqués Grouchy decidió atacar por la retaguardia en vez de venir donde Su Majestad.
—Debemos reírnos del hombre para evitar llorar por él. La diosa de la fortuna me ha abandonado, pese a que siempre fui un amante.
—¿Mi señor?
—Regreso a Parasol, que mi hijo guie los destinos del Imperio.
—¡Por favor, mi señor, no nos abandonéis! ¡No nos privéis de vuestro amor!
—Más sublime que el amor es el volar de las aves. Quiero que me hagáis un último favor: Decidle a los reyes del Cisne que no despierten al gigante dormido, porque cuando la gente felina se despierte, moverán al mundo.
Así, su silueta se perdió en la noche para luego de abdicar al trono, marchar al exilio en una isla remota.
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La posada de La Belle Alliance, fue el cuartel general de El Corso; ambas facciones se estrechaban la mano bajo el aroma del vino, el queso y el jamón.
—¡Albricias! Todo es felicidad porque hemos ganado —exclamó Pinfa que apestaba a pólvora.
—Tuvimos que aprovisionarnos de muchas cosas y eso tomó tiempo, pero el hedor de la pólvora enemiga en las ropas vale la pena.
—Te equivocas, Tega'Salae, esta peste a pólvora no viene de los cañones enemigos, sino de nuestros aliados.
—Tienes razón, sus cañones nos sirvieron de mil maravillas. Supongo que no vendrán para acompañarnos con la celebración.
—Es una pena, de no haber sido por sus cañonazos, el ejército de ese Marqués Grouchy hubiera ido donde El Corso. Los cañonazos le confundieron y fue a la retaguardia creyendo que se reuniría con su señor; en serio, Tega'Salae, ¿cómo se te ocurren estas cosas? Pobrecito, ya me imagino su cara de desconcierto, eso fue cruel.
—Ya lo dijo mi hermana, eso del honor es solo para los cuentos infantiles.
—Cierto, ¿y tus hermanas?
—Con Siras. El Rey Demonio se acerca, quiere ver la bandera de Moradon en la punta de la catedral de los humanos, esa que llaman Nuestra Señora.
—Qué remedio, me hubiera gustado brindar con ellas. Dime, ¿es que acaso no confías en nosotras? Hubiéramos colaborado en escoltar a tu rey.
—No se trata de confianza o desconfianza, solo quise tener a todas ustedes en el campo de batalla, escoltar a Siras es solo algo trivial que no merece tu atención.
Pinfa disimuló tomando un sorbo de vino lo mismo que la elfa, quien en el fondo le dio la razón a la chica gato, para lo que venía se necesitaba de otro tipo de aliado, así lo requería el plan de su hermana mayor para lograr la victoria en mesa luego de la victoria en el campo de batalla.
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Siras y su comitiva tuvieron que tomar un desvío para así no traer sobre ellos miradas de aliados u enemigos, su grupo era numeroso, pero mejor no arriesgarse.
—¿Qué pasa? ¿Por qué nos detenemos? Idiotas, debemos seguir, quiero llegar a Parasol lo más pronto posible.
—Mi señor, creo oír un grupo numeroso acercándose.
—Imposible, le dije a Ofid'Salae que iríamos por la quebrada, ese lugar sería perfecto para una emboscada. Si en verdad ella es traicionera, seguro me esperaría por allá. Estamos en el descampado, ¿qué loco iría de frente en contra mía?
En efecto, demente era la carrera de los humanos en pos de confrontar a los demonios. No llevaban distintivos salvo una bandera que Siras no supo identificar de ningún reino de los hombres.
A una orden del Rey Demonio, fueron al encuentro de esos desesperados. Los filos de espadas y lanzas danzaron con tañidos lúgubres. Tan ominoso era el sonido, que se alegraron de ver refuerzos provenientes de Moradon o de la batalla ya decidida en el sur.
«¡Furias del infierno!», pensó Siras al ver que los suyos enristraban las lanzas en su contra.
Entre el yunque y el martillo terminó el señor de los demonios, ultimado por la katana de Betor'Salae.
La sangre del Rey Demonio fue absorbida por la hierba, aquello no le importó para nada a Arnold, el Capitán de los Doble Paga, solo uno fue su requerimiento.
—Mi hermano, ¿dónde está mi hermano? Me prometieron que estaría a salvo.
—Tranquilo, humano. Sinta, trae al prisionero.
—¿Prisionero?
—Ex prisionero. Mi hermana lo compró de un esclavista hobgoblin. Fue una buena labor de inteligencia la de las chicas gato.
—Gracias, aquí está tu hermano, humano. Sus heridas ya sanaron, pero su mente todavía es frágil.
El capitán mercenario se acercó a su hermano y lo abrazó mientras lloraba. Tal muestra de amor fraternal no le interesó para nada a la menor, envió cartas a sus hermanas por medio de un hechizo.
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En Moradon, Ofid'Salae leía la carta de su hermana. Todo resultó como ella lo esperaba, calculó la cantidad de oro que debía pagar al humano Arnold por haber causado confusión en la batalla donde perdió El Corso, también debía sumar lo que le correspondía por haber distraído las fuerzas de Siras con su falso ataque.
—¿Qué es eso? ¿Qué estás leyendo?
—Importantes noticias, joven señor. Me informan que vuestro hermano, Siras, combatirá al frente de sus fuerzas para derrotar a ese humano que se hace llamar Emperador.
—¿El Corso?
—Sí, joven señor, seguro traerá la victoria definitiva a Moradon, no se puede esperar menos del Rey Demonio al que sirvo de forma incondicional.
—¿Pero no es peligroso? ¿No deberían ser ustedes las que se encarguen de eso por ser las demonios de otro mundo?
—Mi joven señor, lo que dices es cierto; también lo es el hecho que vuestro hermano debe cumplir sus obligaciones a base de sangre y fuego, es lo que se espera de él. No os preocupéis, nada malo le pasará, después de todo, mi hermana Betor'Salae fue a darle alcance.
—Sí, tienes razón, gracias. Moradon hubiera caído de no ser por ti.
—No seas tan informal mi joven señor, puedes llamarme Ofid.
—Está bien si tú dejas de llamarme joven señor.
—Claro, que lindura eres, Sufflon. Espero que siempre nos llevemos así de bien.
La tentadora abrazó al joven demonio con el cariño de una madre.
«Lo conseguí, ¡lo logré! Pude vencer pese a estar en un mundo ajeno al mío y con dificultades desconocidas. A partir de ahora, todo será fácil. Tú, Sufflon, me ayudarás a traer a más de mi gente, la noble casa Salae se asentará en esta tierra sin pasado, aseguraré el futuro de mi casa y ¡reinaré de forma indiscutible!».
De esa forma terminó la guerra con un niño demonio que abrazaba a una serpiente o tal vez fuera el caso que el ofidio rodeaba a su víctima, pues es sabido, excepto por los necios románticos, que todas las serpientes buscan calor para luego morder.
FIN
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