
El puente sobre el rio Morgus
Los elfos deben morir
Capítulo 8: El puente sobre rio Morgus
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Hachas melladas iban y venían en movimientos torpes, mordían como ratones al queso rancio la dura madera de las columnas de la naturaleza que, tozudas, se negaban a desplomarse sobre la orilla norte del rio Morgus.
—Vamos, ¿por qué son tan lentos? Toda esa madera ya debería estar lista, mi hermana se va a enojar, ¡quiero lista esa madera!
—Perdón, señorita Sinta'Salae, pero no hay buenos herreros en el reino de mi señor Siltus.
—Torum, ¿vinieron todos los herreros de Moradon?
—Eso no pudo ser, su hermana, Ofid'Salae pidió que no fueran todos. igual opina la señorita Tega'Salae.
—Es que son tan lentos, estoy aburrida, ¿no sería mejor que tus hombres derribaran todos los árboles a puñetazos?
—Tega'Salae dice que necesita la madera en buen estado para lo del plan.
—¡Pero si tus hombres son unos torpes! No creo que estén haciendo un buen trabajo, astillan toda la madera.
—Tu hermana dice que no necesita una obra de arte, solo que las balsas lleguen a su objetivo.
—Tega me desespera, hubiera preferido un ataque por delante y por detrás para acabar con los humanos.
—Pero para hacer eso, igual se necesitaría la madera para cruzar el Morgus.
—Lo sé, lo sé, pero estoy tan aburrida, no sé cómo Betor está tan tranquila, siendo ella la que más busca pelear.
—La señorita Betor'Salae dice que está meditando para la batalla, algo que debe hacer todo guerrero.
—Por favor, Torum, no le digas señorita a mi hermana, ¡mide lo mismo que tú! —dijo poniendo un tono socarrón a las palabras del demonio con cabeza de toro.
—No podría, todas ustedes son los demonios de otro mundo.
—No me vengas con eso, si en verdad lo creyeras, no hubieras puesto ese veneno en la copa de...
—¡Cállese, por favor! Galmasha tenía muchos y fieles seguidores. Hay muchos ojos y orejas atentas por todas partes.
—Se dice ojos y oídos atentos, Torum.
—No en este caso.
—Como sea. Seguro que no hay que preocuparse por eso, después de todo, un grande, fuerte, poderoso y buen mozo minotauro como tú, seguro puede encargarse de los hombres de Galmasha —dijo mientras se acercó y empezó a pinchar de forma traviesa y curiosa la musculatura impresionante que sobresalía del abdomen del bruto cornado.
—¡No soy un minotauro! ¡Soy un orgulloso guerrero del rey demonio, Siltus! ¡No soy una bestia!
—¡Perdón, perdón! Vamos, no te pongas así, solo quería ser amigable.
—Tu hermana, la señorita Ofid'Salae, tiene razón, no controlas tu boca, ten mucho cuidado, tienes suerte de que haya sido yo el que haya escuchado eso del minotauro, mis hermanos y primos que cortan los árboles no son tan gentiles debido a su larga permanencia en el norte. Ahora, si me disculpa, señorita Sinta'Salae, creo que usted quiere ser demasiado amable, cosa que no me conviene, estoy ocupado viendo que los hombres de Galmasha no me acuchillen por la espalda.
Torum se alejó expulsando vaho por la nariz debido al enojo.
—Idiota, tampoco llames señorita a Ofid, esa hace mucho tiempo dejo de serlo.
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De escaramuzas se pasó a una batalla a lo desesperado, no pudo ser de otra manera debido a que los humanos tuvieron que extenderse en diferentes pelotones por toda la extensión del rio Morgus o Nuevo Borgoña como también era conocido por los humanos.
El rojo, el blanco y el azul, ondeaban en remplazo de la vieja bandera de fondo azul bañada de doradas flores de lis de la depuesta monarquía de los Lis. La Republica de la Convención, lucía sus nuevos colores orgullosos, sin embargo, los hombres de la nueva república, todavía vestían los uniformes militares prerrevolucionarios.
Era una vida dura, marchas interminables durante el día de hombres que no eran soldados profesionales, un ejército que dormitaba durante las noches bajo el abrigo de una manta alrededor de una hoguera.
«Mi pobre país, no llevan ni una hora durmiendo y debo llamarles de nuevo a la batalla», pensó Maurice, un mosquetero de la Republica, una figura anacrónica según muchos, pero necesaria; en la imaginación popular, estos antiguos nobles menores encarnaban el ideal de lo que era el suelo de la recién formada república. Eran, por tanto, la moral alta del ejército, vital para ganar cualquier batalla.
—Capitán Maurice, ¿alguna novedad? ¿Los demonios ya se han hecho fuertes en una playa?
—Me temo que no, Adrien. A este paso no sé cuanto más podremos resistir sin las provisiones. No podremos vivir siempre con carne y fruta seca, además, el Nuevo Borgoña no es generoso con los peces.
—Si al menos los demonios nos plantaran cara en un lugar en específico, pero se mueven por todos lados y atacan desde diferentes lugares. Es como si intentaran ver cuál es la playa menos defendida para invadir justo por allí.
—Eso me temo, los demonios se hicieron listos, ya no atacan como antes en una peña compacta, esto es frustrante.
—Lo es. Por cierto, capitán, ¿ya llegaron noticias de Parasol en cuanto a los nuevos refuerzos?
—Nada. Nosotros, los sin calzones, estaremos sin el apoyo de la fuerza principal de los descamisados y los gorros rojos de los libertos, ambos están peleando contra La Sacra Alianza.
—¿Cómo la patria va a poder contra tantos enemigos de la democracia?
—Con valor, ciudadano Adrien, con valor.
—Valor que usted nos da en este momento, capitán.
El mosquetero quiso replicar, pero nuevos llamados de alarma revelaron un nuevo ataque cerca de una de las playas.
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Maldijeron su estupidez; aburridos por no ver ninguna acción, desearon entablar batalla contra el enemigo del norte; ese deseo se cumplió, vieron lo tontos que fueron de despreciar la rutina aburrida de patrullar las inmediaciones del puente de piedra sobre el Nuevo Borgoña.
—¿Qué están haciendo?, casi nos tenían —dijo uno de los sin calzones, el ejercito conformado por civiles de la república. Se limpió la sangre que le caía sobre la ceja derecha y le impedía ver con claridad.
—¡Que importa, los estamos haciendo retroceder!
—¡Avancemos! ¡Por la República de la Convención!
Un coro de gritos llenó de valor el pecho de los soldados que defendían el puente, este se incrementó al ver que nuevos refuerzos les alcanzaban en su rápida carrera a la otra orilla.
No fue lo único que se encendió. En un rostro, ojos revelaron los fuegos de carbones llameantes, fuego que alimentó el corazón dispuesto a la batalla. Betor'Salae miró con el ceño fruncido a los demonios huyendo, no importaba, todo tenía su razón de ser.
—Si solo obedecen a la ley de la violencia, violencia tendrán —dijeron y como perros enfurecidos fueron a perseguir a los demonios que huían con el rabo entre las patas.
La masa de hombres y brutos se separó como un rio a merced de un delta. Todos ellos por estar inmersos en la zacapela, no se dieron cuenta que barcas remontaban el rio y se dirigían a las columnas del recio puente de piedra.
—¡Capitán, mire! ¡El rio!
Ante el grito de advertencia, Maurice, el mosquetero y capitán de ese grupo de patriotas, pudo enterarse de los planes del enemigo.
Saetas de fuego fueron disparados en parábola, al impactar las barcazas, estas se prendieron en fuego debido a la brea y los materiales combustibles allí impregnados.
Ordenó a sus hombres dejar de perseguir al enemigo, la estabilidad estructural del puente era prioridad, quiso ver al que dio la alarma, pero vio que el valiente yacía en el suelo, desangrándose por un lanzazo en el cuello. Imposible hacer algo por él.
«Adrien, lo siento mucho. Tu advertencia no será en vano, héroe de la república».
Como hormigas, viéndose sorprendidas, regresaron con rapidez al puente, bajaron a las orillas y con largos maderos que antes sirvieron de vigas de construcción, trataron de impedir el avance de las ígneas barcazas.
Algunos se descolgaron de las columnas e hicieron lo mismo, sin importar que grupo se tratara, sintieron como el calor amenazaba con derretirles la piel de la cara. A punto de desfallecer, vieron con éxito coronados sus esfuerzos.
—¡Atentos todos! ¡Es temprano para celebrar! —gritó el mosquetero, temiendo una nueva avanzada de los demonios, pero algo pasaba, los brutos a lo lejos, solo observaron como los carroñeros hacen con sus potenciales presas a que estas se derrumbasen solas.
«No entiendo, ¿qué esperan?», pensó no solo en los demonios, también en los hombres en la base de las columnas que no subían.
«¿Qué es ese olor? Parece una especie de incienso», pensó y notó los párpados pesados.
La última imagen que vio fue el puño de una enorme mujer estrellándose en su rostro, fue tan fuerte el impacto, que lo catapultó al rio.
Betor'Salae ordenó a un grupo que se hiciera fuerte en la orilla contraria, los brutos sabían que su sacrificio sería el máximo, pero no dudaron, ansiosos por tener una última batalla cargada de gloria.
La elfo oscura se concentró, desenvainó un espadón absurdo por su enorme tamaño y clavó este el medio del puente. La estructura de piedra cayó al abismo negro cubierto por la mortaja acuática que para el nuevo día reflejaría una vez más el cielo puro y celeste.
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No había un ambiente puro, los efluvios del alcohol eran omnipresentes en las celebraciones escandalosas dentro de Moradon, pero todos callaron y salivaron con lujuria al ver a Ofid'Salae ejecutar un baile con la sinuosidad y el brillo de una anguila, el encanto de la sonrisa de una virgen y la sensualidad en los ojos de una furcia.
—¡Bravo, bravo! Increíble —exclamó Siltus, siendo el primero en reponerse de semejante arte obsceno en movimiento—. Te has ganado el derecho de pedirme todo lo que se te antoje, ¡lo que sea! Pídemelo y te lo daré.
—Mi señor, con humildad llevamos a cabo tus designios y con humildad te pedimos solo una cosa.
Siltus no escuchó palabra alguna, pero vio como una mano señalaba a las viejas consejeras del rey demonio, mientras que la otra fue con disimulo a los turgentes senos de chocolate y de allí al exquisito cuello de serval.
—No, eso no puedo dártelo. Pídeme otra cosa, lo que sea.
—Hermano, mi rey. Tú lo dijiste bien claro: "Lo que sea". No te retractes —dijo Siras.
De nuevo sintió esas miradas clavándose en su cara como cuchillas. Estuvo a punto de negarse una segunda vez al ver la expresión de las ancianas, pero ganó la mirada de decepción de la elfa, como si de una niña pequeña a quien le negaron un juguete se tratase.
—Ejecútenlas. —Se sentó, no prestó atención a la reverencia de la elfa tentadora ni quiso hacerlo con los gritos de las viejas que cesaron con el sonido de un filo cortando el aire. El sucio piso fue el único testigo de la sonrisa demente de la mayor de las elfas oscuras.
CONTINUARÁ...
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