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El mosquetero duelista

Los elfos deben morir

Capítulo 3: El mosquetero duelista

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Sonrieron ante la perspectiva de calentar sus manos con el calor de la hoguera. El incesante trabajo con los cañones trajo el alivio a sus cuerpos, pero en ese helado clima, sus falanges gritaron pidiendo clemencia. Un descanso del frío que amenazaba con llevar la necrosis a sus dedos, el estruendo de la pólvora junto al penetrante hedor que insistía en permanecer en sus cabellos y ropas, fue recibido con alegría, alegría que se reflejaba ante la perspectiva de comer estofado y probar vino, un lujo de lo que tenían antes cuando estaban bajo la bandera azul y las flores de lis.

Vestían, sin embargo, los viejos colores de los soldados del rey, no podía evitarse, la joven nación estaba apremiada en la confección de nuevos diseños de uniformes y lo que necesitaba tomar su debido tiempo, lo tomaría sin importar las quejas.

—Mierda, hiedo tanto a pólvora que temo que me voy a incendiar de acercarme al fuego.

—Te entiendo y lo peor de este clima, es que no podemos ir a lavarnos como Dios manda.

—¿Eso es lo que les preocupa a los dos? A mí no me importa oler a pólvora, sino lo del agua, no hay un rio cerca, tampoco mucha madera, la que hay, la estamos usando para derretir toda esta nieve, mira que no se puede beber la nieve, eso es un atajo directo a morir de pulmonía.

—Hay arboleda allá atrás. ¿Por qué no la cortamos?

—Sí, eso, ¿por qué no cortamos todos esos árboles?

—Porque no nos serviría de nada; por este maldito clima, todos esos árboles son más duros que la piedra, mellan todas las hachas y las sierras, pero lo peor de todo: su madera está muy húmeda para secarla y usarla como leña, tendríamos que quemar la poca que tenemos para secar la que cortemos.

—Pero igual nos servirían para cubrirnos de este frio del purgatorio, el viento se cuela por debajo de las tiendas.

—Ya te dije que mellan las hachas, todas ellas. Las necesitamos para otras cosas.

—Usemos la pólvora entonces, podemos derribar los árboles con la pólvora.

—No me digas que quieres derribarlas a cañonazos.

—Será este memo, quiere usar los cañones.

—Claro que no, solo debemos cortar un poco la base de los troncos, taquear en las hendiduras un poco de pólvora y así los árboles van a caer.

—Es una buena idea, ¿la probamos?

—Hay que pedir permiso al Capitán.

—No nos va a dar permiso.

—Entonces solo un poco, para tan solo un árbol, estoy harto de pisar nieve.

Los hombres cruzaron miradas y sin asentir las cabezas, todos se pusieron de acuerdo, fueron zigzagueando por el campamento hasta llegar a una tienda que no se distinguía del resto de ese caos organizado de hombres y estructuras amenazadas por el viento del norte.

Uno de ellos se adentró para luego salir con un paquetito que guardó bajo sus ropas. Todos miraron a los lados y, seguros de que nadie les veía, fueron a probar su idea, contentos por no haber sido descubiertos.

Una sombra con ojos rojos les vio alejarse, tan pronto como esta apareció, se desvaneció al primer soplo de ventisca con aguanieve.

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Se prepararon para un nuevo ataque contra esa mole oscura que, obstinada, se negaba a mostrar abertura alguna por donde pasar. No fue necesario prender las mechas ni gritar ordenes, ciclópeas puertas de piedra meteórica se abrieron al son de cuernos primitivos que sonaron graves y conteniendo furia.

—¿Qué pasa? ¿Van a comenzar el ataque?, no pensé que fuera tan tarde, vamos a darles a esos demonios malnacidos —. Al resguardo de la nieve que pareció refulgir gracias a la luz del sol que nada abrigaba con su calor, unos pocos demonios se acercaron flanqueando a un jinete montado en una bestia de apariencia équida.

Bajo la escasa protección de los elementos que ofrecía una tienda de campaña, los comandantes de la fuerza expedicionaria recibieron con gestos pasmados el informe de un soldado cuyo vaho era muy notorio, no debido al frío, sino a que resollaba.

—¿Dices que un heraldo del rey demonio pide parlamentar?

—Así es, señor. El demonio tiene un porte soberbio, está justo delante de los cañones y arcabuceros, ¿qué hacemos?

—Por lo pronto invítenle al ala izquierda, allí le encontraré, a ver qué es lo que nos propone.

—Sí, señor.

—¿Será una trampa?

—Todo puede ser, pero mejor aprovechar cualquier oportunidad de regresar lo más rápido posible al sur. Se nos acaba la comida, este frío es insufrible y la fortaleza del rey demonio se ríe de nuestros cañones.

La nieve con su aspecto irreal dejó de caer y observaron mejor a la comitiva que salió de Moradón. Aparte de los brutos acostumbrados, pudo ver resguardadas del frío norteño a un grupo de mujeres de cabello y piel extraña.

—¿Quiénes sois vosotras? Veo que llevan una bandera de tregua.

—Me llamo Ofid'Salae y soy una humilde sierva de Siltus, el Rey Demonio de la fortaleza que ustedes atacan sin mediar provocación alguna de nuestra parte.

—¿Sin provocación alguna? Tiene usted mucho descaro para venir con eso, fue justo el Rey Demonio quien avanzó con sus hordas hacia el sur y atacó nuestro país.

—Veo que podríamos quedarnos en este lugar debatiendo horas y horas sin lograr nada productivo. ¿Le parece una solución para al menos tener una tregua momentánea? En Moradon estamos bien pertrechados y con abundantes recursos, mientras que sus hombres no podrán subsistir para siempre hirviendo la corteza de los árboles —dijo con un suspiro.

El Comandante miró a los costados y pudo apreciar en los ojos de sus hombres, el deseo de salir del martirio del frío y la espada de Damocles del hambre.

—¿Qué propone usted, Ofid'Salae?

—Pues verá... Tega'Salae, ¿cuál fue tu propuesta?

Una mujer mucho más pequeña se adelantó, su cola de caballo alargó sus facciones jóvenes pero severas y, luego de dar una tos seca para aclarar su garganta, se pronunció:

—Un combate singular; sí, esa sería la solución para no dañar la honra de alguna de las partes. Su mejor campeón contra mi hermana Betor'Salae.

—Ninguno de mis hombres se animaría a pelear contra una débil mujer.

El jinete se adelantó y el comandante no pudo sino tragar saliva al elevar la mirada para apreciar mejor esa torre de jinete.

«¿Esta cosa es una mujer? Por Dios».

—¿Y el resultado del lance?

—Si su campeón gana, las puertas de Moradon se abrirán y usted será reconocido como el vencedor del Rey Demonio; por el contrario, si mi hermana ganase, ustedes deberán retirarse más al sur.

—Como ve, comandante, mi hermana Tega'Salae, le ofrece una oportunidad única en la vida, estoy seguro que usted no querrá desaprovecharla.

—Bueno, yo, en efecto, Ofid'Salae. Creo saber cual de mis hombres podrá medir sus fuerzas y habilidad con vuestra campeona —dijo y no notó que la sonrisa en apariencia de felicidad de Ofid'Salae, escondía el placer de la serpiente al ver acercarse a su víctima.

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Gastón era un mosquetero que rondaba los cuarenta años, su rostro, con las arrugas del carácter y fino bigote, era un adelanto a un hombre que prefería comer con sus amigos que gritar consignas al frente de batalla para animar a sus compañeros en armas.

Se adelantó y dejó su preciado mosquete y su horquilla a cargo de uno de los muchos testigos que verían el lance singular.

«Que extraña espada», pensaron los duelistas campeones. Por un lado, el hombre desenvainó un florete y una daga larga; por el otro, la elfa oscura reveló una katana con un filo aserrado muy sutil, pero apreciable.

Al principio Gastón no quiso aceptar un duelo con una mujer, pero las palabras de su comandante y el apreciar luego el tamaño y fortaleza de su fémina contrincante, le hicieron no solo aceptar, sino tener la realización que no debía subestimar al rival.

Dos posturas por completo diferentes, fueron el preámbulo para ese par de torbellinos que se lanzaron uno contra el otro.

Sorprendió a partes iguales el choque de ambos aceros.

«Qué demonios, esa aguja es más fuerte de lo que pensaba».

«Maldita bruja, es muy rápida y fuerte».

Betor'Salae puso fuerza en sus muslos para hacer doblar las rodillas a su rival, tarea fácil considerando su corpulencia, después de todo, la raza de los elfos oscuros era de orden matriarcal debido al dimorfismo sexual.

Se sorprendió cuando el humano proyectó el brazo izquierdo, de no haber sido por sus reflejos, esa daga le hubiera perforado la garganta. Saltando con una rapidez inusual para una mujer de su peso y tamaño, se alejó del punto de choque, el problema fue que el humano avanzó como si no le importara su seguridad, listo para seguir el combate.

«¡Mierda! Esa aguja le da la ventaja», pensó la elfo al ver como el florete le daba al humano un alcance superior. El florete, más que una espada usada para cortar, era un arma ligera para el estoque.

Betor'Salae se sintió frustrada, su katana no podía romper algo de un diámetro tan reducido y flexible, supo de que no ser por su estilo de lucha, desconocido para su rival, aquel se hubiera hecho con la victoria y ese pensamiento le hizo hervir la sangre.

«¿Qué le pasa a la bruja? ¿Se entregó a su furia?», pensó al ver como el rival fue sin guardar una buena defensa y decidió atacar como un toro. Un segundo de duda fue desechado y lanzó el estoque mortal al centro del corazón.

—¡Furias del infierno! —exclamó al ver como el filo de su florete se hundió no en el pecho, sino en el poderoso brazo del rival.

Volvió a proyectar su daga hacia adelante, la elfo no podría retroceder y salvarse, pero esta vez fuertes tenazas de hierro en forma de dedos, se cerraron alrededor de su muñeca.

¡Aghhh!, suéltame, hija de mil cerdas —. El sonido de una muñeca rompiéndose precedió el grito del hombre. Quiso maldecir a su rival y a su estirpe, pretendió dar de cabezazos, pero fue la cabeza de la mujer la que proyectó ataques propios de un cavernícola en vez del de una elfo de la noble casa Salae.

Golpe tras golpe, cada uno de los cabezazos, desfiguraron el rostro del mosquetero y, junto con la bóveda craneana colapsando, la sangre humana tiñó la nieve de rojo.

—¡Gastón! —gritó el comandante, presto para ordenar el ataque pese a lo acordado antes de la justa, no importó, estruendosas explosiones hicieron volar las tiendas de campaña, distrayendo a todos, dándoles el tiempo necesario a los brutos de Moradon para que salieran en masa y embistieran sin tener que preocuparse por las detonaciones de las armas humanas.

—¿Estás bien, hermana mía? —preguntó Ofid'Salae al ver como su hermana menor se sacaba el florete de su brazo.

La enorme elfo la miró como regañándole por esa falsa muestra de preocupación.

—No hubiera hecho algo tan estúpido con cualquier espada, pero esa aguja del humano no se veía que iba hacerme mucho daño en el brazo.

—Me alegro. Por cierto, buen trabajo, Sinta —le dijo a una sombra que por arte de magia se materializó en medio de la nieve.

—Tontos, debieron estar más atentos a esa cosa que llaman pólvora en vez de ver como Betor peleaba con ese humano —dijo la pequeña elfo mientras el viento mecía con fuerza las coletas de su cabello—. Todo el mérito es para Tega, que vino con un plan tan bueno.

La elfa de la cola de caballo sonrió satisfecha de sí misma.

—¿Qué hacemos?

—No debemos hacer nada, Sinta, ya cumplimos con nuestra parte del trato. Solo resta regresar a esa mole de piedra, pobre excusa de fortaleza y vernos dignas y hermosas. Vamos, hermanas, pónganse lindas. Sinta, limpia a Betor, no quiero que estos imbéciles la vean sangrar, vamos a beber el dulce vino del éxito.

Los demonios vieron con nuevos ojos a las advenedizas, lejos quedaron los reclamos que pedían su sangre, el zumbido característico de muchos hablando por lo bajo, era lo único que se escuchaba a parte del crepitar de las toscas antorchas.

—Veo que han cumplido, elfas. Que no se diga más, ustedes serán reconocidas como iguales a los grandes demonios de la invocación. Otórguenme sus fuerzas para derrotar a los humanos y llevarlos lejos de mis dominios.

—No se preocupe, mi señor Siltus; de hecho, con nuestra ayuda, puede considerar de nuevo avanzar hacia el sur y conquistar los reinos de la humanidad, alguien de tan noble estirpe como la suya, no se merece menos.

Siltus sonrió complacido y el resto de sus lacayos aclamaron a su rey, poco se imaginaban que las promesas de victoria, encerraban intereses que nada tenían que ver con los deseos de su rey; peones, todos ellos, en eso se convirtieron en el juego de las ambiciones de Ofid'Salae.

CONTINUARÁ

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