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Niño prodigio

La mocosa no quiere criptomonedas

Capítulo 15: Niño prodigio

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Era como si el sol de rostro rubicundo pariera la silueta de un demonio, de esos con terno y corbata que prometían fallos favorables a cambio de un generoso sueldo: un abogado, pero ningún abogado sostenía lo que parecía ser una botella de champaña al frente de la puerta.

—¡¿Qué fue ese ruido?! Ana...

Lo mismo que la gata, se congeló con la imagen que veía a contraluz, parecía irreal, una especie de broma.

El rostro era el típico de un adolescente castigado por estar en el limbo que representaba estar entre la niñez y la adultez. Tenía granos cubiertos con maquillaje para que no se los notara, se los veía de todas maneras. Sonrisa estúpida que trataba de mostrar la seguridad de la sabiduría; ¿el peinado?: un tanto rizado, el gel para el cabello no pudo vencer a esa masa rebelde que insistía en ir en todas direcciones.

El traje formal, pese a estar confeccionado a la medida de alguna forma parecía caerle grande o era la impresión de saber que era una prenda no hecha para que la usara, faltaban un buen par de años para aquello.

—¡Que torpe! —exclamó el joven, mirando con pena la botella de champaña. El corcho salió disparado Dios sabe dónde y no podía localizarlo—. Perdón, no fue mi intención, pero no pasa nada, solo déjenme limpiar la espuma..., ya está. Hola, debes ser Mia, ¿verdad? ¡Y tú, Ana! Woa, primera vez que veo una gata androide multipropósito.

—Disculpe, pero ¿quién es usted? —preguntó Ana, ladeando un poco la cabecita.

—¡Te conozco! ¡Eres Monesy! ¡El niño prodigio, Monesy!

—Veo que eres mi fan, agradezco tu apoyo, aunque ya no me llamo El niño prodigio, eso quedó atrás; solo llámame Monesy, ¿te importa si también te tuteo?

—No me importa, ¡pasa por favor! Ana, tenemos un visitante importante.

—Claro..., pase usted, señor Monesy.

—Por favor, nada de señor, solo Monesy. Lamento lo de la champaña, era para la reunión.

—Gracias, pero Mia es una niña y no debe beber champaña.

—¡Pero claro, que tonto soy! No sé qué me pasa, en serio, si no tuviera la cabeza pegada en los hombros, seguro la dejaría en los juegos.

—¿Juegos?

—¿No sabes quién es? —preguntó Mia, parecía anonadada de saber que existía un ser en el universo que no conociera al muchacho alto y desgarbado—. ¡Es Monesy! El mayor streamer de los juegos de realidad virtual, el mayor youtuber del mundo entero, especializado en juegos de disparos de competición.

—Vaya...

—¿Vaya? ¿Vaya? ¡No puedes decir otra cosa! ¡Es el Monesy!

—Perdón, no me arranques la cabeza por no estar interesada en esto de los video juegos. ¿No que estabas en contra de los streamer?

—¡Qué cosas dices, claro que no! Seguro te confundiste con otra cosa; vamos, prepara las galletitas de naranja para nuestro invitado.

Era cierto, Mia, de cuando en cuando, expresaba su desacuerdo con los streamers de video juegos, ¿la razón?: la mayoría estaban auspiciados por la familia. Eran estrellas de las redes sociales que tenían una única misión: simular primeras reacciones de cuando les tocaba la lotería de las loot boxes y otros premios; con sus reacciones exageradas de euforia, convencían a los jóvenes jugadores de gastar mucho dinero en tales máquinas tragamonedas disfrazadas de juegos de microtransacciones, volviendo en ludópatas a las nuevas generaciones, listas para que, de adultos, perder todo su dinero, propiedades y bienes inmuebles, en los casinos de la vida real.

El joven Monesy era, con diferencia, el rey de todos los streamers, campeón indiscutible en varios torneos de juegos de competición; en definitiva, el ídolo de los niños y adolescentes. Lo que decía en las redes sociales era cierto, sin importar si llamaba blanco al negro y negro al blanco.

Recibía una fortuna en dinero por parte de la familia; junto con los isekeados, era su activo más valioso. Solo se presentaba un problema: su edad.

La ley le prohibía promocionar casinos en la vida real. Monesy, que se suponía era solo un jugador más, sorprendió cuando a tan solo un día después de cumplir los dieciocho, participó en una propaganda filmada por uno de los casinos regentados por la familia.

La niña estaba sorprendida con su actitud. El motivo de que siempre discutía con Kenichi, era porque el japonés, tenía por objeto, lavarle el cerebro a niños de primaria para que luego fuesen fanáticos de los video juegos. Ahora, en su casa, se desvivía por atender a alguien que lavaba el cerebro a los niños y adolescentes para que, de adultos, fueran enganchados en el vicio de los juegos de azar. No podía explicarlo, no podía evitar sentirse eufórica de tener a semejante personalidad famosa en su departamento, tenía que ser una buena anfitriona.

—Y dime, ¿qué haces aquí? ¿Por qué viniste a visitarme? ¿Puedo pedirte tu autógrafo? ¿Qué tal una selfie?

—Claro, podemos tomarnos muchas selfies y te firmo lo que quieras, eso sí, no lo vendas luego por Amazon.

—¡Espérame un momento! —dijo y con torpeza fue corriendo en busca de su celular, siendo su cabeza un lio por no saber qué cosa llevarle al famoso para que se lo firmara.

—Aquí tiene, son galletitas sabor naranja. Y este es un jugo de plátano con leche deslactosada. No es alérgico a los productos lácteos, ¿verdad?

—No lo soy, no te preocupes. Estas galletitas se ven maravillosas.

—Muchas gracias, espero que le gusten. ¡Mia, ven de una vez! No seas descortés.

—¡Ya vengo! —dijo y fue a la mesa trayendo varias cosas como libretas y juguetes.

—Que niña, luego le pedirás que te firme todas esas cosas. Siéntate y sé educada.

—Sí, este, perdón por el desastre, luego recojo los juguetes.

—Descuida, vieras cómo vivo. En fin, desde hace mucho que quería conocerte.

—¿A mí? ¿Querías conocerme a mí? Pero no soy la gran cosa, ni siquiera soy bonita como para ser una streamer o una youtuber.

—No digas eso, yo tengo buen ojo para estas cosas. No eres fea y en un par de años, serás toda una idol de las redes sociales.

Se ruborizó mucho, se puso las manecitas en sus mejillas y negó con su tronco, feliz como nunca en la vida.

—Siempre quise conocerte, de hecho, una vez me acerqué a ti en tu juego, pero me dio vergüenza y me di media vuelta,

—¿En serio? ¿Ibas a hablarme? ¿A mi avatar?

—Sí, recuerdo la primera vez que te vi —dijo el joven y puso una cara de ensoñación—. Estabas delante de tu casita de piedra, vi montón de ratas en el camino, eran enormes. Vino una aventurera y la llamaste para ofrecerle una misión: matar a todas las ratas al frente de tu casa. Así lo hizo, con cada rata que mataba, lograba obtener muchos premios en objetos y bastante dinero; cuanto terminó se te acercó y pidió su recompensa, ¡Te veías tan avergonzada!, solo pudiste darle unas míseras monedas de hierro. La aventurera se veía tan decepcionada.

—Ya lo recuerdo, nooo, ¿me viste justo en esa ocasión? Qué vergüenza —dijo y apoyó su torso en la mesa, cubriéndose el rostro con los brazos.

—A mí me dio vergüenza, te veías tan vulnerable y quería confortarte, pero me dio timidez y me fui. Pasé justo delante de ti, pero fingí mirar a otro lado —dijo, se rascó la nuca y rio de la forma tonta en que solo se ríen los adolescentes inseguros.

—Si hubiera sabido que pasabas por allí. No debiste irte sin saludar, te hubiera conocido desde hace mucho.

—Lo sé, pero a diferencia de los campeonatos, no tengo mucha seguridad. No fue la primera vez que te vi y pasé de largo en el juego.

—¿En serio? ¿Pues cuándo me viste otra vez?

—Es tan vergonzoso —decía, pero la niña le animó a contar la historia, así que luego de un breve suspiro que le dio ánimos, continuó:

—Bueno, un día, cuando me sentí más valiente de lo habitual, estaba por ir hacia ti cuando de pronto el juego tuvo una falla, hubo un retraso en el procesamiento de datos.

—Eso suele pasar mucho, pasan cosas bien raras cuando eso sucede.

Chist, no interrumpas, es de mala educación —dijo Ana.

—Pues sí, es cierto —coincidía con Mia—, no sé si te acuerdas, pero mi avatar de estar a punto de hablarte, retrocedió varios metros, luego apareció de pronto sobre una gran roca, al otro segundo, en medio de la lagunilla al frente de tu casa y..., esto es tan absurdo...

—Vamos, puedes decirlo —le animó Mia.

—Aparecí, aparecí, justo sobre tu pecho.

—¡Eras tú! Ya lo recuerdo, me asustaste mucho.

—Siento haberte sorprendido de esa forma, incluso estabas gritando —dijo y puso la palma de su mano sobre su enrojecido rostro. No hacía juego con su dorado cabello, parecía un montón de paja brava a la cual una llamarada se acercaba.

—No pude evitar gritar. Ana, tenías razón, no debí ver esas películas de la saga Alien. Cuando te vi, recordé como el monstruo salía del pecho de la gente.

—Lo siento. Sentí tanta vergüenza que de inmediato salí del juego.

—No fue tu culpa, fue la de los servidores.

—Lo otro sí fue mi culpa —dijo y el rubor prendió más sus mejillas.

—¿Qué paso? ¿Qué hiciste?

—Como no sabía si recordabas mi anterior avatar, pues decidí generar otro personaje y hablar contigo, pero me dio vergüenza y le pedí a un amigo que fuera conmigo.

—No recuerdo haber hablado con dos aventureros y que hicieran algo vergonzoso.

—Quise impresionarte, así que lo reté a un duelo justo delante de tu casita.

—Sí, eso suele pasar mucho, tengo una especie de, no sé si es buena o mala suerte, pero atraigo a muchos aventureros que hacen cosas raras justo delante de mí.

—En esa ocasión, debido a mi nerviosismo, no pude concentrarme y me mataron.

—¿Tú? ¿Perdiste? ¡Pero si eres el campeón absoluto, de todos los juegos!

—Perder no me dio vergüenza, fue lo otro. Mi avatar fantasmal apareció en el cementerio, regresé donde quedó el cuerpo de mi avatar muerto, reviví y me fui de allí sin mirar atrás.

—Eras tú, ya recuerdo. No todos los días un avatar muere justo delante de mí y de paso deja su cuerpo desnudo.

—Te pido perdón, seguro tuviste muchas molestias con mi cuerpo, allá muerto, delante de ti.

—¿Por qué no lo recogiste con tu inventario?

—Me dio pánico, no pensé bien las cosas.

—No importa. Dime, ¿lo volviste a intentar?, digo, tratar de hablarme.

—Sí, y esa vez fuiste tú la que me sorprendió.

—¿Pues que hice? —preguntó entrecerrando los ojos al no saber cuál fue su falta, incluso Ana la miró con ganas de saber.

—Un guardia del rey estaba al frente de tu casa, cruzando el camino. Uno que otro aventurero se le acercaba y le pedía ser reclutado, entonces cambiaban de atuendo y decían el juramento.

—Esos guardias. Como te dije, suelo atraer cosas raras, no solo jugadores, también PNJs.

—Mi avatar se acercó al guardia y cambié de atuendo.

—No habría sabido quién eras,

—Nunca lo hubieras descubierto, esa vez mi avatar era el de una chica, cuando dije el juramento para ser guardia, no cambié mi voz, debió verse raro.

—No recuerdo, hay tantos que quieren ser reclutados y olvidan modificar su voz. Pero ¿qué fue lo que hice esa vez para que te sorprendiera tanto?

—Vi que te acercaste al guardia, lo hiciste con cuidado para que nadie te viera y, entonces, ¡fuiste reclutada! Cambiaste de ropa, te veías tan linda con la ropa de los guardias del rey.

—Ya recuerdo, yo también me sorprendí. Se supone que no debó de interactuar así con los PNJs, pero no pude resistirme. ¿Me viste otras veces?

—Un par de veces, sí. Pero mejor no recordar mis metidas de pata, vine aquí para proponerte algo serio.

—¡Ana, mi Ana! ¡¿Es lo que estoy pensando?! ¡Soy tan feliz! —exclamo, la ardorada encendía su rostro detrás de sus manecitas que intentaban cubrir su carita de mono.

—Fantaseas, no creo que haya venido a pedirte matrimonio o a que seas su novia, ¿verdad? —preguntó, con un tono entre miedo y advertencia, girando el cuello como si fuera Linda Blair del filme El Exorcista, el efecto daba miedo.

—¡No, no, no! ¡No es eso! —dijo moviendo las manos muy rápido—. Es un asunto oficial, de negocios. Ejem, Mia, ¿te gustaría abandonar a la familia?

La propuesta era tan seria como peligrosa, el aroma dulzón del jugo de plátano con leche no combinaba con los segundos tensos que siguieron a las palabras venidas del niño prodigio.

CONTINUARÁ...

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