La umbría y la utopía
La mocosa no quiere criptomonedas
Capítulo 17: La umbría y la utopía
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Llovía, era un tamborilear insufrible sobre la ventana debido al fuerte viento que corría salvaje pero libre por la ciudad. Pese a sus preocupaciones laborales, el hecho de no tener una familia, hizo que sus preocupaciones se enfocaran en cierta niña de carita de mono.
Con el retumbar del trueno, creyó escuchar el lejano clamor de Mia, un pedido de ayuda.
«Soy una estúpida. Luego le daré a Cormado todas las excusas del mundo», pensó y fue al sótano del edificio donde estaba estacionado su auto, un Lamborghini rojo como el lápiz labial de una puta.
Como diapositivas, los posibles escenarios futuros desfilaron frente a ojos que no reflejaron tales imágenes. Negó con vehemencia a riesgo de lastimarse el cuello, necesitaba concentrarse.
«Si tan solo supiera el paradero del presidente, pero su estadía se maneja como un secreto bajo siete llaves». Salió el coche como un bólido a la carretera; las llantas, hacían a un lado el agua.
«¿Dónde ir? ¡¿A dónde?!».
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Se detuvo donde la verja que daba acceso al camino del palacete. El intercomunicador se encendió y una voz requirió que el conductor se identificara, no obstante, las cámaras vieron como la silueta de alguien, se apoyaba en el manubrio.
«Maldito borracho», pensó el guardia de la entrada, estaba a punto de llamar a personal de vigilancia, cuando la bocina sonó estruendosa.
«¡Hijo de puta! Menudo cabrón, se durmió, parece estar más ebrio que una cuba, no se va a despertar», pensó. Fastidiado, decidió hacerse cargo de la situación, luego llamaría a los demás para dar al borrachín la paliza que se merecía.
Dejaba de llover y el reflejo de las luces sobre el parabrisas mojado le impidió ver el interior del auto.
—¡Oiga! ¡Despierte de una vez y deje de causar barullo! —gritó, sacando un bastón eléctrico, muy ansioso de probarlo con el beodo. Cuando vio por la ventanilla, se percató que un palo, apoyado contra el respaldar del asiento del conductor, oprimía el botón de la bocina.
No fue necesario el empleo de arte marcial alguna; el descuido y la sorpresa, aflojaron su mano, momento que fue aprovechado por un hombre pequeño para quitarle el bastón y atacar al guardia.
Fue efectivo, mortal, por ser la descarga dirigida al ojo. Abrió la puerta, retiró el palo e introdujo al muerto en el auto, luego, para no llamar la atención de un visitante inesperado o más cámaras de vigilancia, retrocedió y puso el vehículo a buen resguardo, oculto a un lado del camino.
Salió vistiendo las ropas del muerto, cargaba una mochila cuyo contenido parecía pesado.
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El ruido de la explosión sorprendió a todos, en especial a Mia que dio un salto. Intercambiaron miradas, no fue necesario decir nada, supieron que levantaron banderas de muerte al referirse al limpiador y su deseo de llevar a Monesy a la central. Y hablando del streamer, ¿dónde estaba?
—¡Hijo de la gran puta! ¡Se fue! —gritó Nicanor. Como un acto reflejo llevó su mano al interior de su terno y maldijo luego de aquello, olvidó que los guardaespaldas le quitaron sus armas. No tuvo más remedio que inclinarse a un lado y sacar una Derringer Mendoza de su sobaco.
—¿En serio ibas a usar esa cosa contra mi si no disparaba contra Andrea?
—El tamaño no importa, lo que importa es la puntería.
—El tamaño sí importa, y más en este caso —le contradijo. Escucharon más ruidos de disparos y luego silencio.
—¡Vámonos antes de que venga! —gritó Mia, que estaba segura que el limpiador se encargó de toda resistencia. Los dos hombres coincidieron.
—Ve tras ese hijo de puta, con o sin el limpiador, es nuestra única esperanza de salir con vida —le dijo Nicanor.
—¿Estás loco? ¿Cómo le voy a atrapar? ¡Soy solo una niña!
—Tienes a tu gata, ¿no? Ve, iremos por otro corredor para darte algo de tiempo.
—Pero...
—¡Ve! —gritaron. Ana le jaló las ropas a Mia para que hiciera caso.
Arrugó el rostro, le dieron ganas de desearles suerte, de pedirles que no murieran, pero no hubo tiempo para eso. Se dio media vuelta y junto con la gata, salieron en persecución de Monesy.
«No se mueran, por favor», pensó, sorprendiéndose de que no fuera egoísta, de pensar en alguien más que solo en su persona. El ruido de los disparos se reinició, pero no dudó un momento.
—¿Puedes encontrarle?
—Nos lleva mucha ventaja, pero no te preocupes, él nos encontrará primero —contestó la gata y la niña tragó saliva. ¿Cómo vencer a alguien que era considerado el mejor experto en lucha urbana con armas de fuego?
»Ayúdame, dime algo para poder atraparlo.
Una vocecita en la cabeza le dijo a Mia que sería imposible, que se diera por vencida. Estuvo a punto de ceder, pero se vio a sí misma en la Latinoamérica de su mundo natal: zaparrastrosa, desnutrida, vencida por el destino. Su boca se torció en un gesto que le dio agresividad a su faz.
Su testa era terrible, desechó el derrotismo, al fin y al cabo, este era un nuevo mundo. Sus labios escupieron su resolución:
—¿Puedes descargar los planos de la casa?
—Accederé a la base de datos de la municipalidad... Ya está, ¿qué quieres que haga?
—Espera —dijo e invocó su pantalla isekai. La imagen de un router de hackeo, se dibujaba en un botón.
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Agradeció la extravagancia que pidió: un fusil de francotirador, pintado de la misma manera que su skin favorito en los juegos virtuales. Se parapetó tras unas macetas enormes, camuflado por el verdor que lo cubría todo.
Su posición le daba la ventaja, solo tenía que esperar.
«Mierda, pesa mucho. Qué diferencia con los juegos», pensó, incomodo ante el hecho que incluso debía concentrarse en algo tan sencillo como no presionar demasiado el gatillo.
«Allí vienen». El ruido de pasos se acercaba, pero era extraño, sonaban pausados, como si no tuvieran prisa por encontrarle.
No reconoció al hombre, parecía un simple personal de limpieza, pero vestía las ropas de un guardia, más en específico, la del portero de la entrada.
El limpiador no se acercó a la zona cubierta por Monesy, miró su celular, alguien lo hackeó y le mandó los planos del palacete, incluidas las filmaciones de las cámaras de seguridad.
Sacó una granada de gas y la arrojó muy por delante de su ubicación.
Acostumbrado a solo sentir la barra de respiración afectada por granadas de gas en los juegos virtuales, que no pudo evitar toser tras su cubierta vegetal. Fatal error de novato en el mundo real.
Como una máquina de matar, el limpiador salió a cazar a su nueva presa.
No importó cuan bueno era en las competiciones ni cuantos trofeos hubo ganado. En un laberinto desconocido, sumado el efecto de sentir el cansancio real, no pudo lograr mucho contra el hombrecito acostumbrado a matar. Acabó llorando tras un mueble que no le cubría del todo, su llanto era patético, tanto, que logró un segundo de distracción.
La cola de Ana le sujetó la muñeca.
Pareció increíble, pero el hombre contratacó al avanzar hacia la gata, haciendo que la pobre perdiera el equilibrio. No le quedó otra que sacar de sus costados, varios cañones similares a los de un Derringer.
El limpiador esquivaba los disparos con una velocidad imposible. Ana siguió disparando y en eso una bala perdida le dio de lleno a Monesy.
Era como esos duelos a cuchillos de los gitanos en los viejos filmes, donde los contendientes a muerte, estaban sujetos de la muñeca por una cuerda. Por más increíble que parezca, el hombre ganó.
Un reguero de chispas en vez de sangre, salió del cuerpo de Ana quien, fiel hasta el final, sujetaba con su cola la muñeca del hombre.
El ruido del chisporroteo, camufló el sonido de pasos. Varios disparos impactaron contra el limpiador.
Nicanor y Mariano no se arriesgaron, suponiendo que el abatido llevaba chaleco antibalas, descargaron sus armas sobre el cráneo.
—¡Ana, Ana! —gritó Mia, yendo hacia su tutora y amiga. Las lágrimas, sinceras, le carcomían las mejillas.
—Oye, nosotros también estamos heridos, gracias por preguntar —dijo Mariano, su pinta era lamentable, lo mismo que Nicanor, que se sostenía las costillas.
Los gemidos y las respiraciones agitadas, fueron acalladas por un lloriqueo.
—¡Ayuda, me estoy muriendo! ¡Me desangro!
—Ve tú —le dijo Nicanor que se estaba poniendo pálido.
Mariano se acercó y evaluó la situación:
—No seas marica, es solo un rasguño.
—¿Rasguño? ¡¿A esto llamas rasguño?! Creo que la bala no salió del hombro. Carajo, mierda, duele un montón.
No le hizo caso, solo se inclinó y tomó el fusil, no hubo necesidad, se veía que estaba malogrado por una de las balas del limpiador, pero decidió quedárselo, sabía que era un artículo de colección.
—No jodas —dijo Nicanor, como queriendo decirle a su amigo que el trofeo debía ser compartido, pero solo respirar dolía un montón.
—Ven, déjame ayudarte. Mia, quédate con este imbécil. Buscaré un botiquín de primeros auxilios. Solo eso nos faltaría, que se nos muera antes de llevarlo a la central.
Asintió, las funciones de Ana se apagaron por completo.
Cuando los pasos que se arrastraban por el suelo se perdieron, vino un silencio opresivo que se extendió por varios segundos.
—Fue estúpido lo que hiciste, Hubiera funcionado, habríamos sido libres.
—¿Libres? —dijo sin apartar la mirada de su amiga reducida a un mecanismo roto—. Nunca hubiéramos sido libres, solo hubiéramos cambiado de dueño.
—¿Y el dinero? No me digas que no te interesaba.
—De nada valía con la amenaza de la familia. Nunca nos hubieran dejado en paz. Se mata con otras cosas aparte de las balas.
—No lo harían, yo sé su secreto —Mia giró para ver a Monesy, su aspecto era pálido—. Esos cabrones nos han estado engañando a todos, no son diferentes a...
El sonido de un disparo, camuflado por un silenciador, acalló al niño prodigio para siempre.
Por instinto sujetó la carcasa de metal de Ana, como si con eso pudiera obtener protección de la amenaza desconocida.
De las sombras surgió una silueta curvilínea.
—¿Mónica? Pero ¿cómo me encontraste?
—Sabía que Nicanor iría a encontrarse con Monesy y con el presidente de las Guyanas Unidas, lo que no sabía era dónde. Cuando vi el humo de la explosión a la distancia lo comprendí. Ven, pronto llegarán los policías y los bomberos.
—¿Por qué tuviste que matarlo? Era mi única oportunidad, la única oportunidad de Mariano y Nicanor.
—Confía en mí, sé que los jefes no ordenaran tu muerte o la de...
—¡Llamaron al limpiador! Llamaron a ese monstruo.
—Sí, pero yo sé lo mismo que Monesy. Ven, ¿acaso no confías en mí? Tuve que matarlo porque si hubieras escuchado lo que iba a decirte, hubiera tenido que dispararte.
Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca, el brillo del nuevo amanecer también era más notorio. Los segundos parecieron eternizarse, pero una manecita tomó la mano de la mujer adulta.
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Estaba vestida como la vez en que salió a pasear con Mariano y Nicanor, quienes estaban en el hospital, enojados porque todo iba a salir de sus bolsillos. Se veía preciosa, ¿el motivo?: iba a recibir a Ana, por fin la repararon y se la iban a entregar.
—¡Un momento! —exclamó al escuchar el timbre de su departamento. Mónica cargaba un paquete con la ayuda de un carrito mecánico para dicha labor.
—Buen día, Mia. Traje a Ana —dijo con su característica sonrisa maternal.
La invitó a pasar y depositó la caja sobre la mesita de la cocina.
—Aquí están las instrucciones para encenderla, en laboratorio me aseguraron que lograron salvar su tarjeta de memoria.
—Quiero hablar de algo antes.
—Dime.
—¿Por qué traicionaste a Monesy? Sé que él trabajaba para ti, en todo esto de abandonar a la familia.
Quiso mentir, fingir que no sabía nada, pero sentía verdadero cariño por Mia.
—¿Cómo lo descubriste?
—La flor de Kenichi, la tengo. Me costó trabajo, pero logré engañar a Ana. No deberían poner el botón de pagado en la panza, aunque creo que tiene lógica, los gatos no le enseñan la panza a nadie.
—Solo cuando tienen mucha confianza, te la tenía.
—¿Me dirás qué pasó? —dijo y esperó a que la rubia diera un suspiro.
—Todo fue culpa de Monesy, como adolescente y una estrella famosa, era muy impulsivo. Le dije que no matara a Kenichi, pero no me hizo caso. Todo se fue al garete después de aquello, no es necesario que te lo explique todo, seguro te das cuenta de lo que pasó.
—Sí, me doy una idea... Iré a comprar un pastel, para darle la bienvenida a Ana —dijo y fue hacia la puerta.
—No necesitas ser dura todo el tiempo, ¿acaso no quieres que sea tu mamá?
No se dio vuelta, su manecita, sostenía la manija de la puerta de entrada.
—Kenichi me dijo lo mismo.
—Mia, yo...
—Quiero la mitad de tu paga.
—¿Qué?
—O me das la mitad por lo que queda del año o te voy a acusar con los jefes.
—Pero...
—A mí no me va a pasar nada, ¿recuerdas?, no me dijiste su secreto —dijo y, sin esperar una respuesta, salió de su departamento.
Se enjuagó las lágrimas y salió del edificio. A medio camino, Preciosa y Hermoso, comentaban las noticias:
Tremendo dramón el de la semana pasada. El presidente de Guyanas Unidas, murió en su mansión debido a un incendio. ¿No es así, Hermoso?
¡Así es, Preciosa!
El gobierno de Guyanas Unidas, acusa al sector de Venezuela de haber perpetrado el magnicidio...
Mia no prestó atención, vestía como una princesita, pero metió las manos a los bolsillos y caminó de la misma forma encorvada en que lo hacía Kenichi, perdiéndose en las calles de esa utópica Latinoamérica tan llena de umbrías bajo la luz del sol.
FIN
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